Valeria se encontraba en la terraza de su lujoso apartamento, con una copa de vino en la mano y una sonrisa de suficiencia dibujada en el rostro. La vista de la ciudad iluminada se extendía ante ella, pero su mente estaba en otro lugar, en otro tiempo. Sabía que tarde o temprano, Pablo aparecería.Y así fue. La puerta se abrió de golpe y Pablo entró con paso firme y decidido. Su rostro estaba marcado por una mezcla de furia e indignación que no podía ocultar. Acababa de recibir una llamada que le informaba sobre el accidente de Margaret, y aunque había corrido al hospital para asegurarse de que estaba bien, su mente no dejaba de darle vueltas a un único nombre: Valeria.— ¿Fuiste tú? — preguntó Pablo con voz grave, sus ojos fijos en Valeria.Ella, que ya se había percatado de su presencia desde que entró, simplemente sonrió y dio un sorbo a su vino antes de responder.— Para que veas de lo que soy capaz — dijo con una tranquilidad que solo aumentó la ira de Pablo —. El próximo podrías
El sol de la tarde filtraba sus últimos rayos dorados a través de las grandes ventanas de la mansión De Lucca, pintando la estancia con un resplandor cálido y engañosamente acogedor. Valeria se encontraba de pie en la entrada de la sala privada, donde había sido citada por la asistente del señor Vittorio De Lucca. Su corazón latía con fuerza mientras observaba a su alrededor, esperando ansiosa la llegada de Emiliano. Se había arreglado con esmero, escogiendo un vestido elegante y sutilmente sensual que resaltaba su figura esbelta, segura de que Emiliano sería quien la esperaba al otro lado de la puerta.Sin embargo, al entrar en la sala, su expectativa se rompió como una frágil burbuja de jabón. Sentado en un sillón de cuero negro, imponente y con una presencia casi tangible, estaba Vittorio De Lucca, el patriarca de la familia. Los ojos del anciano, afilados y llenos de un brillo perturbador, recorrieron el cuerpo de Valeria de arriba abajo, deteniéndose en cada curva, en cada detall
Pablo observaba desde su coche, estacionado a una distancia prudente, mientras el portón principal se abría y Valeria salía. Su figura elegante y estilizada contrastaba con la opulencia de la mansión. Sabía que aquella residencia pertenecía a la familia De Lucca, y más específicamente, era el refugio del patriarca, Vittorio De Lucca. El simple hecho de que Valeria hubiera estado allí despertaba en él una profunda inquietud.Pablo encendió un cigarrillo, inhalando profundamente mientras mantenía la vista fija en Valeria. Necesitaba entender qué planes tenía al reunirse con ese anciano, conocido en los círculos más oscuros por su peligrosa influencia. Observó cómo Valeria se subía a su coche y se alejaba, y decidió seguirla a una distancia segura, su mente llena de preguntas sin respuesta.Mientras tanto, en el hospital, el ambiente era diametralmente opuesto. Margaret yacía en una cama blanca, los monitores emitían suaves pitidos, y el olor a desinfectante impregnaba el aire. Sus ojos
Emiliano respiró hondo antes de entrar al hospital. El lugar estaba impregnado del aroma característico de los desinfectantes, mezclado con el leve olor a flores frescas que alguna enfermera había dejado en un intento de alegrar el ambiente. Caminó por los pasillos en dirección a la habitación de Margaret, sus pasos resonando con un eco suave que lo acompañaba en la soledad de la noche. Sabía que tenía que verla, asegurarse de que estuviera bien, pero una parte de él temía enfrentarla y las emociones que ella inevitablemente traería consigo.Cuando llegó a la puerta de la habitación, la voz de Emily, la hermana de Margaret, lo detuvo en seco. Se quedó en el pasillo, escondido tras la esquina, escuchando la conversación que ocurría dentro. La tensión en el aire era palpable.— ¿Qué hiciste para seducirlo? — escuchó que decía Emily con veneno en cada palabra —. Por eso ni siquiera temblaste cuando mamá y yo te propusimos acostarte con él. Eres una zorra.Emiliano sintió una oleada de fu
Los días fueron pasando y finalmente Margaret recibió el alta y volvía a su departamento junto con su hijo. Emiliano, aunque aliviado por la recuperación de Margaret, no podía ignorar la preocupación que le causaba su inminente viaje al extranjero. Sabía que debía partir, pero no deseaba dejar a Margaret y a su hijo solos durante varios meses. Además, había recibido la carpeta con la investigación de Valeria, pero aún no había tenido tiempo de leerla.En Londres, Emiliano se encontraba en un elegante restaurante, disfrutando de una copa de vino tras una larga jornada de reuniones. La atmósfera era tranquila, con luces tenues y un suave murmullo de conversaciones a su alrededor. Justo cuando estaba a punto de abrir la carpeta que había llevado consigo, su asistente se acercó.— Señor Emiliano, aquí tiene la carpeta — dijo el asistente, extendiendo el documento.Emiliano estaba a punto de tomarla cuando vio una figura familiar entrar en el restaurante. Valeria. Su presencia allí lo tomó
Sin obtener respuesta, el asistente decidió quedarse cerca, vigilando la situación. Mientras tanto, el teléfono de Emiliano vibraba en su mesa de noche, con la llamada entrante de Margaret.El asistente, viendo la llamada, decidió contestar.— ¿Hola? — dijo cautelosamente.— ¿Quién habla? ¿Dónde está Emiliano? — preguntó Margaret con voz temblorosa.— Soy el asistente de Emiliano. Está... descansando ahora mismo. No se encuentra bien — respondió el asistente, tratando de tranquilizarla.— Necesito hablar con él, es urgente. Por favor, despiértalo — insistió Margaret.El asistente, dudando por un momento, decidió intentar despertar a Emiliano. Salió de su habitación e ingresó en la de su jefe. Se sorprendió encontrarlo dormido, desnudo junto con Valeria.Esto definitivamente sería un problema. Se acercó y lo sacudió.— Señor Emiliano, tiene una llamada. Es importante.— ¿Estás loco? Sal de la habitación — gruñó Valeria —. No ves que está descansando.Pero el asistente ya supo lo que el
Margaret se encontraba sentada en su sillón favorito, mirando fijamente por la ventana. Eran las seis de la tarde y ya oscurecía, pero ella no tenía ganas de encender las luces. Simplemente quería permanecer allí, sola con sus pensamientos, aprovechando que su hijo estaba durmiendo.Todavía le dolía en el alma lo ocurrido con Emiliano hace unas horas.— ¿Cómo se atrevió a tratarme así? —se repetía una y otra vez —. Aunque, pensándolo bien, éramos solo una pareja acordada. No debería ponerme celosa, pero lo estoy… ¡maldita sea! Lo estoy.Cuando escuchó que tocaban a la puerta, su corazón dio un vuelco. Sabía perfectamente quién era. Sólo Emiliano podría estar allí a esa hora. Tomó un profundo respiro antes de levantarse y dirigirse a abrir.Al otro lado de la puerta, tal y como lo había imaginado, se encontraba Emiliano. Llevaba un ramo de rosas rojas en sus manos y la miraba con ojos suplicantes. Normalmente ese gesto la habría conmovido, pero en esta ocasión le pareció un acto totalm
Emiliano entró a la imponente mansión, sus pasos resonando en el elaborado vestíbulo. El peso del mundo parecía cargar sobre sus hombros, la tensión palpable en cada uno de sus músculos. Sabía que esta confrontación sería decisiva, y no estaba dispuesto a ceder ante las demandas de su abuelo, no esta vez.Dirigiéndose con pasos firmes hacia el bar, Emiliano sirvió un generoso vaso de whisky, necesitaba desesperadamente algo que calmara sus nervios desgarrados. Mientras sostenía el cristal entre sus manos temblorosas, los recuerdos de su última conversación con Vittorio lo asaltaron, reavivando la ira que había estado luchando por contener.— ¿Cómo se atreve a exigirme que me case con Valeria? — murmuró Emiliano para sí mismo, su voz cargada de amargura —. ¿Acaso no entiende que mi corazón ya tiene dueña?Apretando el vaso con fuerza, sintió que la ira burbujeaba dentro de él, amenazando con desbordarse. La idea de traicionar a Margaret, la mujer que amaba con cada fibra de su ser, lo