Emiliano respiró hondo antes de entrar al hospital. El lugar estaba impregnado del aroma característico de los desinfectantes, mezclado con el leve olor a flores frescas que alguna enfermera había dejado en un intento de alegrar el ambiente. Caminó por los pasillos en dirección a la habitación de Margaret, sus pasos resonando con un eco suave que lo acompañaba en la soledad de la noche. Sabía que tenía que verla, asegurarse de que estuviera bien, pero una parte de él temía enfrentarla y las emociones que ella inevitablemente traería consigo.Cuando llegó a la puerta de la habitación, la voz de Emily, la hermana de Margaret, lo detuvo en seco. Se quedó en el pasillo, escondido tras la esquina, escuchando la conversación que ocurría dentro. La tensión en el aire era palpable.— ¿Qué hiciste para seducirlo? — escuchó que decía Emily con veneno en cada palabra —. Por eso ni siquiera temblaste cuando mamá y yo te propusimos acostarte con él. Eres una zorra.Emiliano sintió una oleada de fu
Los días fueron pasando y finalmente Margaret recibió el alta y volvía a su departamento junto con su hijo. Emiliano, aunque aliviado por la recuperación de Margaret, no podía ignorar la preocupación que le causaba su inminente viaje al extranjero. Sabía que debía partir, pero no deseaba dejar a Margaret y a su hijo solos durante varios meses. Además, había recibido la carpeta con la investigación de Valeria, pero aún no había tenido tiempo de leerla.En Londres, Emiliano se encontraba en un elegante restaurante, disfrutando de una copa de vino tras una larga jornada de reuniones. La atmósfera era tranquila, con luces tenues y un suave murmullo de conversaciones a su alrededor. Justo cuando estaba a punto de abrir la carpeta que había llevado consigo, su asistente se acercó.— Señor Emiliano, aquí tiene la carpeta — dijo el asistente, extendiendo el documento.Emiliano estaba a punto de tomarla cuando vio una figura familiar entrar en el restaurante. Valeria. Su presencia allí lo tomó
Sin obtener respuesta, el asistente decidió quedarse cerca, vigilando la situación. Mientras tanto, el teléfono de Emiliano vibraba en su mesa de noche, con la llamada entrante de Margaret.El asistente, viendo la llamada, decidió contestar.— ¿Hola? — dijo cautelosamente.— ¿Quién habla? ¿Dónde está Emiliano? — preguntó Margaret con voz temblorosa.— Soy el asistente de Emiliano. Está... descansando ahora mismo. No se encuentra bien — respondió el asistente, tratando de tranquilizarla.— Necesito hablar con él, es urgente. Por favor, despiértalo — insistió Margaret.El asistente, dudando por un momento, decidió intentar despertar a Emiliano. Salió de su habitación e ingresó en la de su jefe. Se sorprendió encontrarlo dormido, desnudo junto con Valeria.Esto definitivamente sería un problema. Se acercó y lo sacudió.— Señor Emiliano, tiene una llamada. Es importante.— ¿Estás loco? Sal de la habitación — gruñó Valeria —. No ves que está descansando.Pero el asistente ya supo lo que el
Margaret se encontraba sentada en su sillón favorito, mirando fijamente por la ventana. Eran las seis de la tarde y ya oscurecía, pero ella no tenía ganas de encender las luces. Simplemente quería permanecer allí, sola con sus pensamientos, aprovechando que su hijo estaba durmiendo.Todavía le dolía en el alma lo ocurrido con Emiliano hace unas horas.— ¿Cómo se atrevió a tratarme así? —se repetía una y otra vez —. Aunque, pensándolo bien, éramos solo una pareja acordada. No debería ponerme celosa, pero lo estoy… ¡maldita sea! Lo estoy.Cuando escuchó que tocaban a la puerta, su corazón dio un vuelco. Sabía perfectamente quién era. Sólo Emiliano podría estar allí a esa hora. Tomó un profundo respiro antes de levantarse y dirigirse a abrir.Al otro lado de la puerta, tal y como lo había imaginado, se encontraba Emiliano. Llevaba un ramo de rosas rojas en sus manos y la miraba con ojos suplicantes. Normalmente ese gesto la habría conmovido, pero en esta ocasión le pareció un acto totalm
Emiliano entró a la imponente mansión, sus pasos resonando en el elaborado vestíbulo. El peso del mundo parecía cargar sobre sus hombros, la tensión palpable en cada uno de sus músculos. Sabía que esta confrontación sería decisiva, y no estaba dispuesto a ceder ante las demandas de su abuelo, no esta vez.Dirigiéndose con pasos firmes hacia el bar, Emiliano sirvió un generoso vaso de whisky, necesitaba desesperadamente algo que calmara sus nervios desgarrados. Mientras sostenía el cristal entre sus manos temblorosas, los recuerdos de su última conversación con Vittorio lo asaltaron, reavivando la ira que había estado luchando por contener.— ¿Cómo se atreve a exigirme que me case con Valeria? — murmuró Emiliano para sí mismo, su voz cargada de amargura —. ¿Acaso no entiende que mi corazón ya tiene dueña?Apretando el vaso con fuerza, sintió que la ira burbujeaba dentro de él, amenazando con desbordarse. La idea de traicionar a Margaret, la mujer que amaba con cada fibra de su ser, lo
Valeria se encontraba en su departamento, mirando la pantalla de su teléfono móvil con creciente frustración y tristeza. Ya había aterrizado, pero no tenía la valentía de enfrentarse al abuelo Vittorio. Además, le parecía extraño que las noticias no se hayan eliminado aún. Los comentarios negativos en las redes sociales la golpeaban como una lluvia torrencial de odio y juicio. Valeria sentía que cada palabra era una daga directa a su corazón.La idea de regresar a casa le aterraba. Sabía que el abuelo Vittorio, un hombre estricto y conservador, estaría furioso. Para Vittorio, la reputación lo era todo, y las apariencias importaban más que cualquier otra cosa. Valeria podía casi escuchar sus recriminaciones, el tono severo y desilusionado de su voz. Sabía que la regañaría severamente, y la sola perspectiva de enfrentar esa furia la hacía temblar.Mientras tanto, en otro rincón de la ciudad, Pablo se encontraba leyendo los mismos comentarios en su propio dispositivo. Una sonrisa burlona
Valeria asintió y lo siguió. La oficina era un espacio tranquilo, decorado con elegancia y sobriedad, un refugio del caos del mundo exterior. Emiliano cerró la puerta detrás de ellos y se sentaron, enfrentándose el uno al otro.— Sé que todo esto ha sido un desastre — empezó Emiliano —. Y sé que gran parte de la culpa es mía.Valeria lo miró, sus ojos llenos de emoción contenida.— No es solo tu culpa, Emiliano. También es mía por permitir que las cosas llegaran a este punto. Pero no puedo seguir viviendo con este tipo de atención y estos comentarios hirientes. Necesito saber qué vamos a hacer para arreglar esto.Emiliano miró fijamente a Valeria sin emitir sonido alguno. Sus ojos se clavaron en ella, profundos y penetrantes, como si estuviera buscando algo que se le había escapado durante mucho tiempo. ¿En qué momento había dejado de mirar a las personas y no ver su naturaleza real? Pensaba. Él era un hombre desconfiado por naturaleza, siempre cuidando de no caer en las trampas d
— ¿Por qué están haciendo esto? — logró preguntar, su voz apenas un susurro.Vittorio la miró con una mezcla de desprecio y autoridad.— Es simple, Margaret. Necesito que entiendas tu lugar en todo esto. Emiliano ya no está dispuesto a seguir mis órdenes, pero tú aún puedes ser útil.El coche comenzó a moverse, y Margaret sintió el terror creciendo en su interior. Miró por la ventana, viendo cómo se alejaban de su hogar, y pensó en su bebé, solo y vulnerable.— Mi bebé... — murmuró —. No pueden dejarlo solo.Vittorio la miró con una sonrisa fría.— No te preocupes por tu hijo. Estará bien. Por ahora, necesitamos tener una conversación seria.Margaret sintió las lágrimas correr por su rostro. Estaba atrapada y a merced de un hombre que no conocía la compasión. Trató de calmarse, sabiendo que perder la cabeza no ayudaría en nada.— ¿Qué quieres de mí? — preguntó finalmente, su voz quebrada.Vittorio la observó por un momento antes de responder.— Quiero que entiendas que no puedes inter