Una tarde soleada, Emiliano y Margaret se encontraban en la sala de su hogar, disfrutando de un momento tranquilo mientras organizaban los detalles de su próxima boda. Emiliano, con una seriedad muy común en él, miró a la mujer con la que contraría matrimonio.— Margaret, creo que es hora de que vayas a ver tu vestido de novia. Quiero que luzcas espectacular en nuestro gran día.Margaret sonrió y, con un brillo travieso en sus ojos.— Tengo un vestido blanco que puedo usar para el civil. Creo que será suficiente — Ella no deseaba abusar de su confianza, además, podría pagarse su propio vestido, ahora que tenía dinero suficiente.Emiliano la miró con incredulidad, como si no pudiera creer lo que acaba de escuchar. Se levantó del sofá y, con un tono teatral.— ¿Sabes quién soy? Soy el gran magnate, el más joven y el más rico, y planeas casarte conmigo con un vestido cualquiera... ¡Vaya ofensa hacia mí, futura esposa!Margaret lo miró sorprendida por un momento y luego comenzó a reír. Su
Pero Emily no parecía dispuesta a detenerse. Se volvió hacia su madre, con una mirada desafiante.— ¿Salvar la empresa? ¿Para qué? ¿Para qué Margaret vuelva a ser la heroína y la favorita de todos? — espetó Emily, con una amargura palpable.Margaret trató de mantener la calma, pero las palabras de Emily la habían herido profundamente. Sabía que su relación con Emily siempre había sido complicada, pero no había imaginado que el odio de su hermana llegara a tal extremo.— Emily, sé que hemos tenido nuestras diferencias, pero esto va más allá de todo lo que imaginé. ¿Por qué me odias tanto? — preguntó Margaret, tratando de entender el origen de tanto rencor —. Sé que no soy tu hermana de sangre, pero hubo un tiempo que crecimos juntos. Nunca hice nada para que me odies tanto.Emily la miró con desprecio, y comenzó a revelar la verdad detrás de su odio.— Desde que éramos pequeñas, siempre fuiste la favorita. Papá te adoraba, y yo siempre fui la sombra. Intenté imitarte, intenté ser como
Emiliano estaba en su oficina, revisando unos documentos importantes, cuando su teléfono sonó con una urgencia que no solía caracterizar a sus llamadas habituales. Al contestar, la voz temblorosa de Luis al otro lado de la línea hizo que el corazón de Emiliano diera un vuelco.— Señor De Lucca, hemos tenido un accidente. Margaret está herida — dijo Luis, con la voz quebrada.Sin pensarlo dos veces, Emiliano dejó caer los papeles y salió disparado de su oficina, dejando atrás una estela de caos. El miedo que sentía era algo completamente nuevo para él; siempre había sido un hombre fuerte y decidido, pero en ese momento, la posibilidad de perder a Margaret lo hacía vulnerable y completamente loco.La carretera hacia el hospital parecía interminable. Cada semáforo en rojo y cada coche que se interponía en su camino aumentaban su desesperación. Cuando finalmente llegó, vio una ambulancia que acababa de llegar y a Luis siendo trasladado en una camilla.— ¡Luis! — gritó Emiliano, corriendo
Valeria se encontraba en la terraza de su lujoso apartamento, con una copa de vino en la mano y una sonrisa de suficiencia dibujada en el rostro. La vista de la ciudad iluminada se extendía ante ella, pero su mente estaba en otro lugar, en otro tiempo. Sabía que tarde o temprano, Pablo aparecería.Y así fue. La puerta se abrió de golpe y Pablo entró con paso firme y decidido. Su rostro estaba marcado por una mezcla de furia e indignación que no podía ocultar. Acababa de recibir una llamada que le informaba sobre el accidente de Margaret, y aunque había corrido al hospital para asegurarse de que estaba bien, su mente no dejaba de darle vueltas a un único nombre: Valeria.— ¿Fuiste tú? — preguntó Pablo con voz grave, sus ojos fijos en Valeria.Ella, que ya se había percatado de su presencia desde que entró, simplemente sonrió y dio un sorbo a su vino antes de responder.— Para que veas de lo que soy capaz — dijo con una tranquilidad que solo aumentó la ira de Pablo —. El próximo podrías
El sol de la tarde filtraba sus últimos rayos dorados a través de las grandes ventanas de la mansión De Lucca, pintando la estancia con un resplandor cálido y engañosamente acogedor. Valeria se encontraba de pie en la entrada de la sala privada, donde había sido citada por la asistente del señor Vittorio De Lucca. Su corazón latía con fuerza mientras observaba a su alrededor, esperando ansiosa la llegada de Emiliano. Se había arreglado con esmero, escogiendo un vestido elegante y sutilmente sensual que resaltaba su figura esbelta, segura de que Emiliano sería quien la esperaba al otro lado de la puerta.Sin embargo, al entrar en la sala, su expectativa se rompió como una frágil burbuja de jabón. Sentado en un sillón de cuero negro, imponente y con una presencia casi tangible, estaba Vittorio De Lucca, el patriarca de la familia. Los ojos del anciano, afilados y llenos de un brillo perturbador, recorrieron el cuerpo de Valeria de arriba abajo, deteniéndose en cada curva, en cada detall
Pablo observaba desde su coche, estacionado a una distancia prudente, mientras el portón principal se abría y Valeria salía. Su figura elegante y estilizada contrastaba con la opulencia de la mansión. Sabía que aquella residencia pertenecía a la familia De Lucca, y más específicamente, era el refugio del patriarca, Vittorio De Lucca. El simple hecho de que Valeria hubiera estado allí despertaba en él una profunda inquietud.Pablo encendió un cigarrillo, inhalando profundamente mientras mantenía la vista fija en Valeria. Necesitaba entender qué planes tenía al reunirse con ese anciano, conocido en los círculos más oscuros por su peligrosa influencia. Observó cómo Valeria se subía a su coche y se alejaba, y decidió seguirla a una distancia segura, su mente llena de preguntas sin respuesta.Mientras tanto, en el hospital, el ambiente era diametralmente opuesto. Margaret yacía en una cama blanca, los monitores emitían suaves pitidos, y el olor a desinfectante impregnaba el aire. Sus ojos
Emiliano respiró hondo antes de entrar al hospital. El lugar estaba impregnado del aroma característico de los desinfectantes, mezclado con el leve olor a flores frescas que alguna enfermera había dejado en un intento de alegrar el ambiente. Caminó por los pasillos en dirección a la habitación de Margaret, sus pasos resonando con un eco suave que lo acompañaba en la soledad de la noche. Sabía que tenía que verla, asegurarse de que estuviera bien, pero una parte de él temía enfrentarla y las emociones que ella inevitablemente traería consigo.Cuando llegó a la puerta de la habitación, la voz de Emily, la hermana de Margaret, lo detuvo en seco. Se quedó en el pasillo, escondido tras la esquina, escuchando la conversación que ocurría dentro. La tensión en el aire era palpable.— ¿Qué hiciste para seducirlo? — escuchó que decía Emily con veneno en cada palabra —. Por eso ni siquiera temblaste cuando mamá y yo te propusimos acostarte con él. Eres una zorra.Emiliano sintió una oleada de fu
Los días fueron pasando y finalmente Margaret recibió el alta y volvía a su departamento junto con su hijo. Emiliano, aunque aliviado por la recuperación de Margaret, no podía ignorar la preocupación que le causaba su inminente viaje al extranjero. Sabía que debía partir, pero no deseaba dejar a Margaret y a su hijo solos durante varios meses. Además, había recibido la carpeta con la investigación de Valeria, pero aún no había tenido tiempo de leerla.En Londres, Emiliano se encontraba en un elegante restaurante, disfrutando de una copa de vino tras una larga jornada de reuniones. La atmósfera era tranquila, con luces tenues y un suave murmullo de conversaciones a su alrededor. Justo cuando estaba a punto de abrir la carpeta que había llevado consigo, su asistente se acercó.— Señor Emiliano, aquí tiene la carpeta — dijo el asistente, extendiendo el documento.Emiliano estaba a punto de tomarla cuando vio una figura familiar entrar en el restaurante. Valeria. Su presencia allí lo tomó