40 - Esa mujer está loca.

Al llegar, Emiliano ayudó a Margaret a bajar las cosas del coche y la acompañó hasta la puerta. Emanuel dormía plácidamente en los brazos de su madre, ajeno a todo el dolor y la confusión que los rodeaba.

— Gracias por todo, Emiliano — dijo una vez más, Margaret con sinceridad, sus ojos reflejando una mezcla de gratitud y tristeza —. No sé qué haría sin ti.

— No tienes que agradecerme, Margaret. Le hice una promesa a tu padre, ¿recuerdas? — respondió él, con una voz firme pero suave.

Emiliano se inclinó hacia Emanuel y dejó un beso tierno en su cabecita. Al levantar la vista, sus ojos se encontraron con los de Margaret, y por un momento, el mundo pareció detenerse. La conexión entre ellos era palpable, una mezcla de emociones contenidas y sentimientos no expresados.

Los ojos de Emiliano bajaron lentamente a los labios de Margaret, y ella, sin darse cuenta, se remojó los labios nerviosamente, un gesto que lo incentivó aún más. La tensión en el aire era casi tangible, y Emiliano sintió
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