—Alguna vez fui como ellos —les decía Sir Bernard mientras cenaban sobre la larga mesa de adobe en el comedor, sentados en elegantes sillas de madera. Sir Bernard se sentaba a la cabecera, mientras que los hombres crononautas se sentaban a la derecha y las mujeres a la izquierda. Magdalena servía la comida consistente en cerdo asado, verduras y vino servido en copas metálicas, y una torrencial tormenta eléctrica acontecía en el exterior. —Fui un devoto cristiano y me enrolé en las Cruzadas hace unos quince años. Recuerdo que el Inquisidor predicaba en aquella época que no servía de nada combatir a los infieles en Tierra Santa si había infieles en Europa. En el trayecto hacia Tierra Santa los cruzados erradicábamos a todo judío, musulmán o pagano que nos encontráramos. Recuerdo que incursionábamos en los bosques del norte donde todavía habitan pueblo
Hacia cualquier parte que mirara, Saki sólo observaba desierto. Las áridas arenas de un océano amarillo de piedra y polvo resecos. Excepto por los restos óseos de algún tipo de bovino, no había señales de vida, sólo el espantoso astro solar azotando el ambiente con un ardor infernal.Saki nunca imaginó que el calor podía ser tan grande. Sudaba copiosamente y su garganta estaba siempre seca. No importaba que tanto se protegiera del flagelo solar, siempre sentía la piel quemada, como si los rayos ultravioleta atravesaran las gruesas telas de ropa que le cubrían el cuerpo.Hacía tres semanas que habían dejado Acre y se habían internado en el desierto, y ahora estaba convencida de que se extraviaron, por lo que maldecía la hora en que se unió a la expedición.Desesperada, dejó que las últimas gotas remanentes d
Constantinopla.—Entonces tenemos un trato —dijo la atractiva emperatriz bizantina a dos sombrías figuras cubiertas de trapos negros de pies a cabeza acompañados por el ronroneo de las fuentes que decoraban los jardines reales del palacio. La emperatriz se encontraba cubierta por un velo gris, que apenas disimulaba sus finos ropajes.Las dos figuras sombrías se inclinaron respetuosamente y se perdieron en las sombras.—¿Negocios… con los musulmanes? —preguntó el emperador Angelo sobresaltando a la mujer mientras emergía de entre los árboles de pino del jardín.—Son hachisinos —explicó— los más expertos sicarios del mundo, de los que nunca nadie se ha salvado. Odian a los musulmanes sunnitas tanto como nosotros. Pertenecen a una secta sangrienta y fanática liderada por un jeque loco que se es
Castillo Frankenstein, Darmstadt, Alemania, 1734. Tony Edwards se encontraba paleando paja en el establo del lujoso castillo germano, ataviado con ropas humildes típicas de un simple paje. Sin embargo, conforme acomodaba la paja con su azadón, también intercambiaba algunas palabras con Prometeo, la computadora de inteligencia artificial cuyo CPU portátil guardaba en el bolsillo de su camisa.—Dr. Edwards ¿Por cuánto tiempo cree que puede pasar su identidad inadvertida?—Creo que indefinidamente. Nadie sospecharía de un joven negro como yo en esta época.—Dippel no es una persona ordinaria, Dr. Edwards.—Lo sé —el sonido de un carruaje aproximándose lo distrajo. Tony dejó su labor y salió del establo. Se limpió las manos y el sudor de la frente y recibió al cochero, abrió la puerta del carr
Hans Kammler era un brillante ingeniero alemán y miembro de la SS. Estaba a cargo de la división de armas experimentales del Tercer Reich y, desde hacía algunos años, trabajaba en el desarrollo de una máquina del tiempo.Si bien había logrado notables avances y el desarrollo de un vehículo con forma acampanada al que llamaban literalmente “Die Glocke” (La Campana) que había logrado algunos rudimentarios saltos en el tiempo, su investigación seguía en pañales y tener acceso a genuinos viajeros en el tiempo le sería de gran utilidad.—Por eso les mentí diciéndoles que proveníamos de épocas diferentes —explicó el Dr. Krass— si supieran que, salvo por Astrid, somos del siglo XXI nos harían preguntas sobre el desarrollo de la inminente guerra, preguntas que podrían cambiar el resultado.—Tiene raz&oac
Groelandia, 1814.El Monstruo de Frankenstein salió de la Esfera furioso y rugiendo, y sacó a Tony de un jalón. Éste sintió el tremendo frío del ambiente y cayó sobre la nieve empezando a temblar y castañear los dientes casi de inmediato.—¿Qué hacemos aquí? ¡Maldición! —bramó furiosa la Criatura y aferró a Tony de las solapas elevándolo varios metros sobre el suelo.Pero Tony no pudo responder por el frío y el miedo, así que lo lanzó lejos.—¡Hey! —gritó una voz que Tony reconoció. Sobre una colina nevada estaba Astrid, toda abrigada de pies a cabeza como una esquimal, sosteniendo un arpón en la mano derecha. —¡Un Jotun! —dijo al observar al monstruo en referencia a los temidos gigantes de hielo de la mitología nórdica.
Transilvania, Reino de Hungría, Sacro Imperio Romano Germánico, año 1610 DC. Sofía era una joven campesina inocente, que maldecía la hora en que fue enrolada como sirvienta en el Castillo Bathory. Contaba apenas 16 años, aunque no sabía su edad exacta, como no sabía leer ni escribir. Había trabajado durante cinco meses en el Castillo Bathory y ya había conocido el peor de los infiernos. Durante su estancia al servicio de la Señora Feudal había sido flagelada, quemada con tizones ardientes, golpeada, torturada, encadenada, azotada con picas espinosas y sometida a la lujuria sádica de su ama.Es por esa razón que Sofía intentaba escapar desesperadamente de la demencia cruel de su ama, ahora que milagrosamente fue capaz de liberarse de sus cadenas gracias a que la falta de alimento la hizo enflaquecer lo suficiente como para que sus mu&nti
Como era usual, Astrid y el Dr. Krass se levantaban muy temprano, poco después del amanecer, y bajaron a desayunar, Tony por su parte dormía más tarde, usualmente hasta media mañana, y Saki seguía directo hasta el mediodía si no se le despertaba. Aquella segunda mañana que pasaban en el siglo XVII, Saki fue despertada a las diez de la mañana por un alboroto en la calle.La científica japonesa se asomó por la ventana de su habitación (en el segundo piso de la posada) y contempló como un grupo de gitanos eran expulsados del pueblo con violencia. El grupo consistía en una joven quinceañera, dos hombres adultos, una mujer adulta y una anciana quienes aparentemente habían llegado a comprar víveres y fueron sacados del pueblo con piedras y palos.—¡Pobre gente! —exclamó Saki.La anciana, como si hubiera escuchado lo
Habían pasado cuatro días desde que la Familia Karnstein enviara una carta a Viena solicitando la intervención del Imperio contra la Condesa Sangrienta después de haber escuchado las sórdidas historias relatadas por el Reverendo y los padres de Pola.Una siniestra carroza recorría los serpentinos senderos que se extendían a lo largo de las montañosas cordilleras de los Cárpatos, jalado por dos caballos que eran constantemente fustigados por el cochero para que apresuraran el paso. El vehículo parecía recorrer las enormes distancias a toda marcha con una premura frenética.Finalmente, el carruaje se detuvo una oscura tarde de cielo nublado en el centro de la aldea, y los caballos tuvieron un respiro. El carruaje negro crujió cuando una robusta figura emergió de él:Se trataba de un hombre fornido y alto, de casi dos metros, con una larga barb