Siberia Occidental, Rusia, año 1890.
Bajo una intermitente tormenta de nieve que azotaba un bosque enclavado en el corazón de las montañas rusas, se materializó la Esfera.
En cuanto se abrieron las compuertas, un torrente de aire helado y nieve penetraron de improviso.
—Pasamos del calor extremo al frío extremo —explicó Saki mientras le entregaba a sus compañeros ropa abrigada antes de salir de la Esfera. Cuando por fin emergieron al congelado exterior Saki vestía un grueso suéter, un gorro tejido sobre la cabeza y una bufanda verde, Tony usaba una chaqueta térmica y un gorro de orejeras, el Dr. Krass se colocó una especie de abrigo grueso de color negro, tipo gabardina con una bufanda blanca, que le cubría hasta las pantorrillas, y Astrid —la más habituada al frío extremo— aceptó un suéter mod
Alaska, Estados Unidos, dos semanas después.Jonathan escuchaba los desaforados gritos de su esposa Amanda en la celda contigua, los cuales le dolían mucho más que las heridas infringidas en su torturado cuerpo. La mujer había pasado de emitir alaridos de dolor y desesperación a simples gemidos ahogados y finalmente, calló. Unos minutos después, la sombría figura de Haru recorrió el escabroso pasillo de la prisión para disidentes y abrió la compuerta donde hasta hace poco estaba Amanda.En la celda había un escenario macabro y espeluznante; sangre que pintarrajeaba las paredes y restos humanos desperdigados por doquier, y en el centro, un cruel torturador que se saboreaba siniestramente mientras se encontraba arrodillado en la celda, extasiado de orgásmico placer después del horripilante crimen que había perpetrado.—Bien he
VIISaki fue llevada hasta los sórdidos calabozos en el sótano de un viejo y antiguo castillo casi derruido. El lugar había sido alquilado por el gobierno estadounidense gracias a las gestiones de Haru, quien estaba acompañado de muchos hombres vestidos de negro. Saki fue llevada hasta el lugar custodiada por dos de éstos. En una de las celdas más pestilentes, húmedas y plagadas de ratas, se encontraba Tony que claros golpes en el rostro, tirado sobre el suelo con su ropa sucia y manchada de sangre. Los dos hombres de negro con gestos lacónicos le indicaron a Saki que podía acercarse a los barrotes, y de rodillas sobre el frío suelo tomó las manos de su amigo y habló con él.—¿Tony? ¿Qué te han hecho?—Estaré bien…—¿Astrid y el Dr. Krass?—Están bien. Me torturaron para que les di
Lugar desconocido, año 6642. La Esfera reapareció en medio de un paisaje totalmente desértico. Saki salió de la misma rabiando y llorando de ira. Pateó la Esfera, pateó el suelo, se lanzó a llorar y golpeó el suelo con sus puños desnudos.—¡¡Maldita!! ¡Maldita sea! ¡Malditos sean todos!Las horas transcurrieron con Saki llorando y gimiendo sobre el arenoso suelo. Cuando logró calmarse un poco decidió ir a buscar rastros de civilización. Se colocó ropa que le protegiera del sol, tomó la pistola con la que tiempo atrás había salvado a Astrid de ser violada por unos romanos y la cargó, y aferró también una cantimplora con agua tras lo cual se dispuso a ir en búsqueda de vida.Así, caminó y caminó largamente por muchas millas a través de pá
La Ciudad Negra, año 6666 D.C. Una ciudad construida por oscuras piezas metálicas, tubos y latones, rodeada por una muralla metálica infranqueable, se enclavaba en el medio de un yermo desierto extenso hasta donde la vista podía llegar. En aquel paisaje de absoluta desolación, al ocultarse el sol, emergieron de sus escondites subterráneos siniestras criaturas de aspecto velludo y ojos rojos fulgurantes Estos seres carnívoros de afilados colmillos y amenazadoras zarpas se acercaron hasta los enormes portones de la Ciudad Negra y comenzaron a golpearla insistentemente. Las deterioradas estructuras cederían pronto… —Debo informarle, Srta. Takamura, que los morlocks penetrarán en la Ciudad Negra en cualquier momento —anunció una voz mecánica. —Gracias Prometeo, lo sé —adujo. Se trataba de una mujer madura de unos cuarenta años y de origen japonés. Le faltaba el ojo derecho por lo que cubría la r
Si ha Tony le afectó aquella noche que compartieron juntos, a Saki le pareció que fue positivamente. En los días que trabajó en el llamado Proyecto Welles descubrió que Tony tenía novia (y muy bonita por cierto) una joven alemana llamada Heidy que trabajaba en el proyecto como secretaria de Krass, y que se había vuelto mucho más seguro de sí mismo. Aunque es posible que parte de esto se debiera a sus frecuentes roces con el director del proyecto designado por el gobierno, el Dr. Krass, ya que Tony tuvo la necesidad de enfrentarse a él en muchas ocasiones. Tony y Heidy, quien era rubia y de ojos verdes, llegaron hasta el área de las consolas de monitoreo del hangar en donde Saki trabajaba en la programación del software. —¿Cómo va todo, Saki? —preguntó el joven científico. La informática ahora también usaba la bata blanca de laboratorio pero sobre un vestido gótico de falda corta y pantimedias de encaje. —Bien, pero aún tengo pr
Germania Magna, provincia del Imperio Romano, año 15 D.C., siglo I. El joven Dr. Tony Edwards jamás, ni en sus más salvajes sueños, imaginó el giro que daría su vida algún día. Era un científico y, como tal, se había abocado siempre a la vida académica, intelectual y consagrada a la ciencia. Pero ahora se encontraba en una situación realmente insólita: reducido a la esclavitud en un campamento romano antiguo. Había sido capturado unos días antes gracias a la máquina del tiempo que ahora se arrepentía de haber inventado, y tras una tremenda paliza que lo dejó lleno de hematomas fue torturado para extraerle información. Los romanos se cansaron de que no pudiera contestar a ninguna de sus preguntas coherentemente ni en un latín bien pronunciado. De todas formas no le hubieran creído de haberles dicho la verdad (que era un visitante del futuro) así que solo lo azotaron y lo enviaron con los demás esclavos. Y allí estaba, dos días después; vestid
Casi una semana después que los queruscos derrotaron a los romanos en el bosque Teutoburgo llegó a la aldea de Arminio el padre de Thusnelda, Segestes, junto a varios de sus hijos todos montados sobre caballos y con cara de pocos amigos. —¡Saludos, Arminio! —le dijo Segestes deteniendo su corcel. El cacique germano estaba sentado cómodamente al lado de su tienda y rodeado de sus guerreros. —Te felicito por tu reciente victoria sobre Roma. —Tus felicitaciones se agradecen, Segestes. Tú y tu clan sean bienvenidos a nuestra aldea. Thusnelda salió de la tienda de Arminio y se paró a su lado. —¡Con que allí está mi hija escapada! —reclamó Segestes— ¿Por qué me maldijeron los dioses con una hija rebelde? Te esperan algunos azotes al regresar a casa. —Eso no será posible, Segestes —le dijo Arminio— porque Thusnelda y yo nos casamos hace algunos días. Los hermanos de Thusnelda se miraron unos a otros, molest
Norte de China, año 1226 DC. Los crononautas corrían en medio de una cruenta matanza mientras feroces guerreros mongoles cabalgaban caóticamente por una infortunada aldea arrasada. Niños pequeños lloraban, hombres y mujeres eran masacrados por flechas y espadas, las humildes viviendas eran incendiadas y el hedor a sangre impregnaba la atmósfera. Sin muchas opciones y a pesar de la salvaguarda de Astrid con su espada desenfundada, los crononautas no tuvieron más remedio que parapetarse tras una carreta. —¡Miren! —gritó el Dr. Krass señalando hacia lo lejos, hacia el horizonte estepario donde las planicies ondulaban. Súbitamente cientos de jinetes comenzaron a asomarse y tras el grito de batalla de uno de sus comandantes se lanzaron al ataque. Eran soldados chinos, todo un ejército de unos cinco mil hombres. Pero aquella llegada fue rápidamente contrarrestada. Uno de los mongoles que participaba del pillaje a la aldea hizo sonar un cuerno y el estruend