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CRONONAUTAS: UNA AVENTURA EN EL TIEMPO
CRONONAUTAS: UNA AVENTURA EN EL TIEMPO
Por: Demian Faust
CAPÍTULO I EL OCÉANO DE LA ETERNIDAD (I)

La Ciudad Negra, año 6666 D.C.

Una ciudad construida por oscuras piezas metálicas, tubos y latones, rodeada por una muralla metálica infranqueable, se enclavaba en el medio de un yermo desierto extenso hasta donde la vista podía llegar. En aquel paisaje de absoluta desolación, al ocultarse el sol, emergieron de sus escondites subterráneos siniestras criaturas de aspecto velludo y ojos rojos fulgurantes

 Estos seres carnívoros de afilados colmillos y amenazadoras zarpas se acercaron hasta los enormes portones de la Ciudad Negra y comenzaron a golpearla insistentemente. Las deterioradas estructuras cederían pronto…

 —Debo informarle, Srta. Takamura, que los morlocks penetrarán en la Ciudad Negra en cualquier momento —anunció una voz mecánica.

 —Gracias Prometeo, lo sé —adujo. Se trataba de una mujer madura de unos cuarenta años y de origen japonés. Le faltaba el ojo derecho por lo que cubría la rótula vacía con un parche y tenía el cabello negro prematuramente canoso con tonalidades de gris intercaladas entre las hebras.

 El laboratorio de la Srta. Takamura estaba localizado en la cúspide de la Gran Torre, el edificio más alto de la Ciudad Negra y se encontraba atestada de cables, ordenadores y consolas, pero en el centro destacaba una enorme estructura esférica de metal.

 Las puertas que separaban la Ciudad Negra de los morlocks sucumbieron a la presión y cayeron ruidosamente permitiendo la entrada de una miríada de hambrientos caníbales. La Ciudad Negra estaba habitada por criaturas humanoides y albinas, la mayoría esclavos revueltos que no sabían como administrar las estructuras y que fueron rápidamente devorados vivos por los horrendos invasores.

 Los eloi (como se llamaban a estos seres albinos) nunca se aproximaban al laboratorio de Takamura pues le temían, pero los morlocks sin duda no la respetarían igual.

 —¿Sigue culpándose por lo sucedido, Srta. Takamura? —dijo la voz computarizada que estaba conectada a la Esfera.

 Takamura no respondió. Ingresó los últimos comandos en el sistema y dijo:

 —Preparémonos para un salto más.

 —Debo advertirle, Srta. Takamura, que no tengo energía suficiente para otro salto.

 —No es necesario, Prometeo, esta será la última vez.

 Takamura se introdujo en la Esfera y la computadora Prometeo cumplió sus órdenes mientras un sangriento marasmo carcomía la Ciudad Negra. La Esfera desapareció en un cegador resplandor de luz nacarada.

Universidad de Ingolstadt, Baviera, Alemania. Tiempo presente.

 —No diré que no estoy decepcionado por la mayoría de los resultados —adujo el egocéntrico Dr. Arthur Krass, quien impartía la clase de cosmología avanzada en la prestigiosa Universidad de Ingolstadt. Krass era un hombre de unos cuarenta y tantos años, calvo, barbado y regordete. Vestía de traje. Mientras repartía los ensayos que había asignado a su extensa clase mostraba un rostro de reprobación. —Ciertamente que hubiera esperado más de todos ustedes —dijo con el poco tacto que lo caracterizaba. —El peor de todos los resultados, sin duda alguna, es el de la Srta. Takamura… Saki Takamura —adujo.

 Al final de la fila se encontraba una joven japonesa de 21 años, toda vestida de negro y ropajes de estilo gótico. Usaba una camiseta sin mangas con estampados de alguna película gore y muchas pulseras en las muñecas, botas que le cubrían casi toda la pantorrilla, pantimedias negras con falsas telarañas blancas y una falda de franjas rojas y negras. Su maquillaje también era negro como su lacio cabello.

 —Sinceramente, Srta. Takamura, ¿no ha pensado en dedicarse a otra cosa que no sea la ciencia? Créame que esta clase de desvaríos pseudocientíficos realmente dejan mal sabor de boca, aún cuando ya estaba preparado dado su pésimo rendimiento en todo este semestre.

 Saki se removió los audífonos de los oídos (aunque había escuchado las palabras de su profesor) y se levantó a recoger su examen.

 —Maldito viejo cascarrabias —murmuró.

 —¿Cómo dijo?

 —Nada —mintió— mis teorías no son pseudocientíficas. Son pioneras y quizás difíciles de entender para ciertos dinosaurios.

 —Ignoraré su falta de respeto en consideración únicamente de sus condiciones psiquiátricas…

 —¿Qué condiciones psiquiátricas?

 —Ah ¿se viste así por gusto? ¡Válgame!

 —Dr. Krass, co… considero que la forma en que usted está tratando a la Srta. Takamura no… no es la correcta…

 Quien había hablado era ni más ni menos que un joven de raza negra, flaco por su desinterés casi patológico al ejercicio, de anteojos y que usaba un chaleco y una bufanda de cuadros. Tenía el cabello rizado corto y menos de 23 años.

 —Sr. Edwards —intervino el académico— cuando tenga algún interés en su opinión sobre la forma en que manejo mis clases tenga la seguridad que se la consultaré. Mientras tanto resérvese sus comentarios o aténgase a las consecuencias. Usted también Takamura, y siéntese. —Krass continuó repartiendo los ensayos con comentarios igual de cáusticos— Srta. Krum, deplorable. Sr. Hegel, ridículo. Sr. Spencer, su ensayo fue un asco. Srta. Meister, un trabajo indigno. Sr. Fraberhauser ¿está seguro que usted terminó la primaria?

 La clase terminó y los estudiantes (casi todos con mala cara) dejaron el salón.

 —Sr. Edwards —llamó Krass— espere un momento por favor.

 —So… soy Dr. Edwards… y… y disculpe por mi comentario… yo…

 —Olvídelo. Usted está cursando actualmente su tercer doctorado ¿cierto?

 —Así es, Dr. Krass.

 —Su ensayo sobre la curva cerrada de tiempo y como se interrelaciona con la relatividad general y el bosón de Higgs es asombroso. Le di un diez. Es el único en toda la clase, y el único diez que he dado en el semestre.

 —Gra… gracias Dr. Krass…

 —Debo hablarle de algo importante. Nos veremos mañana en la mañana, a las nueve, en mi oficina ¿de acuerdo?

 —Sí… sí Dr. Krass.

 Saki estaba esperándolo a la salida del salón, reclinada contra la pared frontal a la entrada y fumando un cigarrillo.

 —Gracias por defenderme de ese vegete amargado.

 Iba a decir algo pero se notaba que iba a tartamudear como solía suceder cuando estaba nervioso.

 —No digas nada —silenció Saki preventivamente— te verías más atractivo si hablaras como más seguridad. ¿Cómo te llamas?

 —Antony Mallett Edwards, me dicen Tony —dijo haciendo arrojos de valor y respondiendo sin titubeos. —Mucho gusto —y estrechó la mano de la muchacha.

 —Vamos a tomarnos algo para agradecerte que salieras en mi defensa.

 Tony, sin embargo, no conocía ningún bar y se limitó a llevar a Saki a su habitación en el campus universitario.

 El cuarto de Tony estaba repleto de pesados libros de ciencias y de literatura clásica apilados por doquier. Además tenía una extensa biblioteca en un librero con las repisas decoradas con figuras de personajes de series de ciencia ficción y animé. Las paredes tenían afiches de películas clásicas y contemporáneas de terror y ciencia ficción, imágenes del espacio y el sistema solar y personajes de cómic.

 —Diablos… ¿podrías ser más nerd? —comentó Saki al entrar al cuarto y de inmediato encendió un porro de marihuana. —¿Quieres?

 —No, gracias.

 Saki se encogió de hombros y le dio algunos jalones que le provocaron tos.

 —¿De que escribiste el ensayo que pudiste satisfacer a la momia de Krass? —preguntó con un tono de voz como si se estuviera ahogando.

 —En resumidas cuentas… sobre la posibilidad de viajar en el tiempo.

 —¡Caray! Y yo que pensaba que la fumada era yo.

 —Es perfectamente factible. Verás, bastaría con producir un agujero de gusano artificial mediante la creación de enormes cantidades de energía electromagnética…

 —Sí, sí, sé la teoría básica. Todo aquello que viaje cerca de la velocidad de la luz produciría un efecto de viajar al futuro en la relatividad general, similarmente aquello que viaje más rápido que la luz, como los taquiones, retrocederían en el tiempo. Pero es imposible crear suficiente energía para producir un agujero de gusano artificial…

 —Ya resolví eso mira —dijo enseñándole una compleja ecuación en un cuaderno con manchas de café y lleno de borrones.

 —¿Eres un genio o que?

 Tony movió la mirada y sonrió tímidamente.

 —La verdad sí. A los seis años me descubrieron como niño genio. Ingresé a la universidad a los doce años y mi primer doctorado lo obtuve a los dieciocho.

 —¿De que país eres? ¿Jamaica?

 —Cuba.

 —No sabía que había negros en Cuba.

 —Sí, habemos muchos, la mayoría descendientes de emigrantes jamaiquinos, por eso comúnmente tenemos nombres anglosajones. Aunque oficialmente soy mulato, mi madre es blanca ¿ves? —dijo mostrándole una foto de sus padres que tenía enmarcada sobre su librero. La imagen mostraba a una mujer madura pero que debió haber sido muy guapa, de cabello castaño y rasgos latinos de piel clara, abrazada a un hombre negro que usaba anteojos. —Ambos son científicos; mi madre es bióloga y mi padre es geólogo.

 —Pues, ¿sabes? hablas un excelente alemán.

 —Gracias. Domino 17 idiomas: español, inglés, alemán, italiano, francés, húngaro, ruso, rumano, portugués, sueco, griego, chino, coreano, árabe, latín, esperanto y… Klingon.

 Saki negó con la cabeza como pensando “que nerd”.

 —¿Qué hay de ti? —preguntó Tony.

 —Nací acá pero mis padres son japoneses. Mi padre es gerente general de la filial europea de una multinacional japonesa y mi madre heredera de un magnate industrial.

 —¿Eres millonaria?

 —Mis padres lo son. No les he dirigido la palabra en tres años, así que, yo soy pobre. Estoy estudiando aquí gracias a una beca completa.

 —¿Qué estudias?

 —Estoy cursando física pero mi pasión son las computadoras. Soy experta en diseño de software y en todo lo que tiene que ver con informática. Y puedo hackear cualquier sistema.

 —¿Eso no es ilegal?

 —¿Qué eres del FBI o que? Somos Anonymous, somos legión.

 Tony parecía asustado.

 —Eres lindo —le dijo ella pellizcándole cariñosamente una mejilla.

Tony acudió al día siguiente a la cita con Krass de manera puntual. Aunque pensó que se reunirían en la oficina, en realidad era solo el punto de encuentro. Krass actuaba muy misterioso. Introdujo a Tony a un vehículo negro y viajó con él algo lejos del campus.

 Finalmente conversaron encima de un agradable puente de piedra sobre un riachuelo bávaro. El invierno estaba comenzando y el clima era frío, por lo que ya era visible la exhalación de sus alientos. Mientras Krass usaba una gabardina negra y guantes, Tony usaba su bufanda de cuadros y un gorro con orejeras que le daba un aspecto tonto.

 —Iré al grano, Dr. Edwards. Nikola Tesla, trabajando para los Estados Unidos en los años cuarenta, planteó pioneras teorías sobre la naturaleza de la gravedad como una serie de ondas electromagnéticas y longitudinales. Tesla es una figura bastante oscura y misteriosa que trabajó para agencias gubernamentales estadounidenses en proyectos muy secretos. Uno de ellos el Experimento Filadelfia, acontecido en 1943 y que buscaba volver invisible al barco USS Eldridge mediante un doblez en el campo electromagnético. Pero el resultado, ante los ojos sorprendidos de los científicos y militares del experimento, fue que el buque viajó accidentalmente en el tiempo y el espacio, con espantosas consecuencias para la mayor parte de la tripulación.

 —Me habla usted de eso como si fuera un hecho, pero siempre pensé que era solo un mito urbano, Dr. Krass.

 —No, no lo es. Tesla inventó una rudimentaria máquina del tiempo en 1943. Alemania, por otro lado, tenía avances notables en ingeniería aeronáutica gracias a experimentos secretos en tiempos del Tercer Reich, así que unimos fuerzas a partir de 1950. En términos generales desde los años cincuenta los gobiernos de países de la OTAN y otras naciones aliadas como Japón hemos investigado el viaje en el tiempo pero casi sin ningún éxito.

 —Disculpe la pregunta, Dr. Krass, pero ¿Cómo sabe todo esto?

 —¿No sabías que fui político? Fui miembro del Parlamento y también trabajé para el Ministerio de Defensa en el departamento de investigaciones científicas militares.

 —¿Y yo que tengo que ver en todo esto?

 —Leí su ensayo y se lo trasladé a algunos de mis contactos en el Ministerio, y estamos convencidos de que usted ha planteado una teoría para hacer realidad el viaje en el tiempo de una manera segura y estable.

 —¿En verdad?

 —Sí. Ha dado usted en el clavo. Creo que su inteligencia puede ser comparada a la Tesla o Einstein.

 —Me halaga, Dr. Krass.

 —El gobierno alemán en coordinación con una asociación científica privada conocida como el Instituto Frankenstein y la OTAN están dispuesto a financiar un proyecto para crear la primera máquina del tiempo, para fines científicos y pacíficos, por supuesto. Sería imposible sin usted, Dr. Edwards.

 —¿Instituto Frankenstein?

 —Frankenstein es un apellido relativamente común en Alemania.

 —Necesito tiempo para pensarlo.

 —No hay prisa. Estamos esperando desde 1943 la aparición de otra mente científica de sus proporciones.

 Krass dejó a Tony de nuevo en el campus y ambos emergieron del vehículo negro que fue parqueado frente a la oficina del académico. Recostada contra la pared de la misma, con unos lentes oscuros, abrigada por una chaqueta de cuero y fumándose un cigarrillo, estaba Saki Takamura.

 —Buenos días Dr. Krass —le dijo— ¿Qué tengo que hacer para que me ponga buena nota? ¿Sexo oral? Porque lo haría si gusta —y al decir esto le enseñó la lengua con el notorio piercing que tenía en el centro de la misma y Tony se preguntó si estaba bromeando o hablando en serio.

 Krass la miró con desprecio y solo murmuró:

 —¡Dios! —tras lo cual se introdujo rápidamente a su despacho.

 —Ten cuidado con tus amistades Tony —advirtió Saki.

 —Eso me dijo él de ti —dijo sonriente— ¿Qué te trae por acá?

 —Ah ya lo verás…

 Saki se había tomado como una cruzada personal el hacer menos nerd a Tony así que lo invitó a una fiesta electrónica que estaba planeada para esa noche en una popular discoteca de la localidad. Tony le dijo que ese día se reunía con sus amigos a jugar juegos de rol y que además tenía que levantarse temprano al día siguiente para asistir a un torneo de ajedrez… pero Saki lo convenció finalmente.

 Aunque en principio era más rígido que un poste, Tony logró flexibilizarse un poco a la hora de bailar junto a su atractiva acompañante. Pero el frenesí de Saki era a un ritmo muy acelerado para Tony aparte de que solo bebió tres cervezas frente al flujo indeterminado de cócteles y dos rayas de cocaína que se había consumido alegremente su amiga. Finalmente terminaron en la habitación de esta; uno de los cuartos de la universidad tapizado de negro y con afiches de bandas de rock y películas gore. Era notable que Saki pasaba mucho tiempo en la computadora como denotaba el mueble donde descansaba la misma, repleto de vestigios y envoltorios de comida chatarra y un cenicero atestado.

 A la mañana siguiente Saki le preguntó:

 —No me digas que fue tu primera vez…

 —No soy tan nerd —fue la respuesta de Tony, aún desnudo bajo las sábanas— aunque no estoy acostumbrado a eso de las cadenas y la cera derretida… ¡auch!

 —Un pequeño fetiche no le hace daño a nadie. No es que te eche pero tengo algunas cosas que hacer.

 Y así se separaron. Con resaca por el alcohol de la noche anterior pero de muy buen humor, Tony informó al Dr. Krass que estaba de acuerdo en el ofrecimiento del gobierno alemán.

 Tony continuó además sus clases y una semana después asistió de nuevo a las lecciones impartidas (siempre groseramente) por el Dr. Krass, pero esta vez no vio a Saki, ni la siguiente semana. Fue a su habitación pero estaba vacía. La joven había desertado…

Dos años después…

 En una habitación muy oscura e iluminada solo por la pantalla de su computadora que le daba un tono azulado a su piel, Saki Takamura tecleaba frenéticamente intentando penetrar en las defensas informáticas de cierta corporación.

 —¡Casi! ¡Ya casi!

 Un joven amordazado, desnudo y con los brazos esposados al respaldar de la cama de su habitación (también tapizada de afiches oscuros) parecía removerse intranquilo sobre el colchón.

 —¡Lo hice! —clamó triunfalmente levantando los brazos. Una vez logrado se subió a horcajadas sobre el muchacho; un alemán pelirrojo, y comenzó a lanzarle cera derretida de una vela sobre el pecho. —¡Un virus de computadora voraz en la compañía de mi papá! ¡Tomen eso imbéciles! ¡Aaah soy tan feliz! ¡Podría tener un orgasmo ahora mismo! —expresaba sonriente.

 Aunque el idilio fue interrumpido cuando los federales alemanes irrumpieron súbitamente en su aposento para sorpresa de ella. La encañonaron y luego la colocaron sobre su estómago en el piso, donde la esposaron.

 —¡Ah malditos fascistas! —gritó.

 Le quitaron la mordaza a su amante.

 —¿Se encuentra bien? —le preguntó un policía.

 —Sí… ¿por qué nos interrumpió?

 Saki quedó bajo custodia de la Oficina de la Policía Federal Criminal de Alemania por delitos informáticos y fue llevada a una sala de interrogación. Para sorpresa de ella, quien se le apareció para interrogarla fue el odiado Dr. Krass.

 —¡Que diablos…! ¿Qué hace usted aquí?

 —Buenas noches Srta. Takamura. ¿Me recuerda?

 —Como olvidarlo. Sus clases eran como una vivisección.

 —Gracias… Sabe, nada sucede por casualidad. La Universidad de Ingolsdatd otorga becas a estudiantes destacados por una razón. Es… como una red de enrolamiento.

 —¿Enrolamiento para qué?

 —Actualmente trabajo para el gobierno, junto a su amigo, el Dr. Edwards, en cierto proyecto secreto. Pero necesitamos de su ayuda. Créame que la hemos mantenido supervisada todo este tiempo y nos parece impresionante su labor en el diseño del software de… como lo llama… Prometeo.

 —¿Qué quiere con el Prometeo?

 —Es el software más avanzado que hemos visto, casi podría considerarse inteligencia artificial. Es una lástima que solo lo use para hackear.

 —Es muy útil tener un software que realice cálculos avanzados y tome decisiones propias según la información que tiene cuando se quiere burlar las defensas del gobierno.

 —Bueno, necesitamos ese software y eso quiere decir que la necesitamos a usted. Tómelo como… trabajo comunitario. Es eso o unos años en prisión. Leí su expediente psiquiátrico; trastorno bipolar, personalidad límite…

 —Estoy medicada…

 —Aún así no se ve bien nunca en un proceso judicial. Usted decide…

 Saki no tenía opción. Aceptó y fue llevada hasta un laboratorio científico secreto en unas instalaciones gubernamentales. Allí se reencontró con Tony Edwards quien la saludó tímidamente y Saki se preguntó si aquel encuentro sexual lo habría despechado ¿había esperado algo más?

 Tony vestía una bata de laboratorio blanca al igual que Krass, aunque no vestía de traje y corbata como el alemán, sino que con ropa un poco menos formal: una camisa a cuadros y un pantalón de vestir marrón.

 Dentro del laboratorio había una especie de hangar separado del resto por un vidrio antibalas desde el cual un grupo de técnicos monitoreaba todo. En el centro del hangar una enorme esfera metálica grande como para que cupieran cómodamente seis personas.

 —Esta a punto de ver el ingenio combinado del Dr. Edwards y mi persona —presumió Krass.

 La Esfera tenía una compuerta que se cerraba herméticamente volviéndola casi invisible. Esta compuerta fue abierta y en el interior era notorio que había cómodos sillones giratorios con cinturones de seguridad, gabinetes y consolas. Un conejo fue colocado dentro de una jaula atada a una de las sillas. Una vez cerradas de nuevo las compuertas vaciaron el hangar y los técnicos hicieron accionar la Esfera que produjo una afluente enorme de energía electromagnética, luego desapareció en un halo de luz azulada.

 —¿Teletransportación? —preguntó Saki.

 —Espere —dijo Krass.

 Diez segundos después reapareció la Esfera dispersando humo. Estaba toda sucia y con raspones en la superficie. Las compuertas se abrieron y un técnico llamado Hans Breman (un sujeto de gruesos anteojos y peinado relamido) extrajo los restos del conejo reducido a huesos.

 —Según el cronómetro de la Esfera —informó Breman— estuvo por más de quinientos años en alguna parte del lecho marino durante el paleolítico inferior. La buena noticia es que el conejo murió de causas naturales, así que el viaje en el tiempo sigue siendo seguro para la vida orgánica. La mala es que el salto estaba programado para durar solo dos horas a donde quiere que llegara y regresar al término de las mismas.

 —¿Viaje en el tiempo? —preguntó Saki y recordó el ensayo de Tony dos años antes. ¿¡Lo hiciste Tony!?

 Tony sonrió.

 —Aún falta algo —explicó Krass— como puede notar no podemos controlar el viaje. No controlamos cuando o donde llega la Esfera. Para ello necesitamos del software Prometeo; un software de inteligencia artificial. Es la única forma de lograr que la máquina del tiempo, es decir la Esfera, pueda controlar todas las variables del salto. Su software será colocado en una supercomputadora cuántica conectada a la Esfera.

 —Está bien. Pero me tomará tiempo hacer los ajustes apropiados.

 —Se lo agradezco —dijo Krass.

 —No lo hago por usted, lo hago por Tony.

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