Norte de China, año 1226 DC.
Los crononautas corrían en medio de una cruenta matanza mientras feroces guerreros mongoles cabalgaban caóticamente por una infortunada aldea arrasada. Niños pequeños lloraban, hombres y mujeres eran masacrados por flechas y espadas, las humildes viviendas eran incendiadas y el hedor a sangre impregnaba la atmósfera. Sin muchas opciones y a pesar de la salvaguarda de Astrid con su espada desenfundada, los crononautas no tuvieron más remedio que parapetarse tras una carreta.
—¡Miren! —gritó el Dr. Krass señalando hacia lo lejos, hacia el horizonte estepario donde las planicies ondulaban. Súbitamente cientos de jinetes comenzaron a asomarse y tras el grito de batalla de uno de sus comandantes se lanzaron al ataque. Eran soldados chinos, todo un ejército de unos cinco mil hombres.
Pero aquella llegada fue rápidamente contrarrestada. Uno de los mongoles que participaba del pillaje a la aldea hizo sonar un cuerno y el estruend
Llegaron hasta el enorme castillo de arquitectura sino-japonesa donde vivía la poderosa familia Takamura en el Japón medieval. Era más bien una fortaleza amurallada repleta de altas torres y atalayas y bellos árboles de flores rosadas que producían una nevada de pétalos rosa. —¡Vaya! —expresó Tony admirado por la grandiosidad del Castillo Takamura mientras montaba a caballo al lado de sus amigos— tu familia tiene un castillo enorme… —Takamura significa Ciudad Alta en japonés —explicó Saki— y como casi todos los apellidos tienen un significado alusivo. Una vez que los portones de la ciudadela se abrieron para que entrara la comitiva, los visitantes del futuro pudieron apreciar al nutrido grupo de sirvientes atareados en las distintas labores que implicaba administrar el Castillo, así como los centinelas resguardándolo. La capilla se situaba en la parte meridional de la fortaleza. Era un edificio de estructura mediana con forma de pagoda budista, dentro
Efectivamente, la batalla no tardó mucho en acontecer de nuevo. Ambos clanes se encaraban mutuamente sobre sus caballos en una planicie cercana al bosque al amanecer del día siguiente. —Aquí tienes la cabeza del último enemigo que vencí —dijo Lord Minamoto lanzando al suelo una cabeza cercenada con mucho tiempo de descomposición— era el señor del Clan Sakana. Se dio muerte a si mismo tras ser derrotado, murió con honor. Le sugiero que haga lo mismo. Takamura lo contemplaba con odio. Astrid había reemplazado a Hiroshi y Nagasaka se había quedado custodiando el castillo. —Estoy seguro que los Fujiwara —dijo Takamura— el clan más poderoso de Japón, enviarán pronto un contingente para asistirnos. Somos sus aliados… —Veo que tiene muchos aliados, Takamura —burló Minamoto— incluyendo a esa mujerzuela salvaje que está a su lado… Astrid rechinó los dientes… Takamura desenvainó su katana y apuntó a Minamoto, luego dio la orden del ataque y pron
Isla de Cozumel, 1519Cumane era un humilde pescador maya que pasaba sus días navegando cerca de las costas con su maltrecha lancha, dedicando toda su vida a la pesca desde que su padre le enseñó el oficio siendo muy niño, sus manos estaban curtidas y saladas por el agua del mar. Esa tarde, Cumane se encontraba sumido en sus simples pensamientos contemplando las azules aguas y esperando tener suerte en su pesca. Se mantenía alejado de los grandes problemas políticos y sociales, sin importarle mucho con quien estaba en guerra el reino, o cual era el señor feudal que gobernaba la ciudad. Con el paso del tiempo aprendió que lo más seguro para alguien humilde como él era dejar de lado las aspiraciones de cualquier tipo, aceptar su lugar en la vida, y dejar las decisiones importantes a los sacerdotes, los guerreros y los nobles…Pero su limitado mundo estaba por ser profundamente sacudido.
El yerno de Nachán Can y poderoso Nacom del pueblo maya había triunfado en una nueva expedición militar contra los enemigos vecinos de raza nahua. El campo de batalla se extendía sangriento hacia el horizonte con decenas de cadáveres de ambos bandos tirados por el suelo que estaba encharcado de sangre. Su victoria había sido contundente y el Nacom se levantó, sudoroso y repleto de sangre, alzó los brazos al cielo y clamó con un furioso rugido su agradecimiento a los dioses.Aquel hombre era musculoso y tenía las laceraciones, mutilaciones y tatuajes propios de todo guerrero maya que demostraban su valor y resistencia al dolor, incluyendo el labio inferior atravesado por una filosa astilla y los lóbulos de las orejas extendidos. Era un ex esclavo y su espalda aún mostraba las cicatrices donde los azotes de su primer amo habían cortado la piel. Fuera de eso, su cuerpo estaba curtido, tatu
Diezmadas fuerzas españolas regresaban a sus cuarteles generales de Potochán. Nadie se esperaba que los aguerridos, bien entrenados y tecnológicamente más avanzados españoles pudieran haber sufrido tan contundente derrota.Pero lo cierto es que así fue. Su tentativa de invasión de Chactemal resultó fallida conforme huestes feroces de nativos contraatacaron violentamente. No se asustaron con los disparos de cañón ni de mosquete, ni les temieron a los caballos como hacían sus hermanos de otras latitudes. Así que repelieron con éxito a los españoles, al menos esa vez.Alaminos entró al aposento de Hernán Cortés, quien no había ido a la contienda al ser considerada una campaña de rutina. Allí lo encontró yaciendo con Malitzin.—Disculpe, mi señor —dijo algo atolondrado y tratando de mirar a otro lado pa
Chicago, Illinois, Estados Unidos de América, año 1929 DC.Los crononautas abordaron un taxi con su amigo herido y el Dr. Krass le ordenó al taxista que los llevara al hospital más cercano, a lo que el sujeto con su fuerte acento irlandés respondió:—El hospital más cercano es de blancos. No lo admitirán. El hospital para negros está a 45 minutos de viaje…—No llegaremos a tiempo —dijo Krass mientras Tony se desangraba en el asiento trasero— llévenos al hospital de blancos.—Ustedes mandan, jefes, pero no digan que no se los advertí…El taxi se estacionó frente al Hospital General de Chicago, un centro hospitalario exclusivo para blancos, y del vehículo emergieron los crononautas con Tony sosteniéndose en los hombros de Astrid y el Dr. Krass.—¡Pronto! &mdas
—Tenemos otro problema —dijo Caramarcada colgando el teléfono mientras observaba a sus compañeros consejeros— alguien se está haciendo pasar por Don Masseria en un hospital del centro.—Pues habrá que demostrarles lo que hacemos a los impostores que se meten con el Don —dijo Johnny girando el cargador de su revólver.Mientras, Tony se encontraba estabilizado en una cama de hospital. Sus amigos velaron toda la noche en turnos la convalecencia de su compañero que, según los médicos, se recuperaría.El Dr. Krass se tomaba un café en la cafetería del centro hospitalario al lado de Astrid, quien se encontraba notablemente impresionada por lo extraño del mundo futurista que observaba. Nunca había visto automóviles, tranvías, máquinas de escribir, luz eléctrica, teléfonos, radios, etc. A&uacu
Catedral de ChicagoEl obispo Franco Cardinali era un viejo sacerdote católico. Hacía honor al dicho “cintura de obispo” pues difícilmente podía trasladarse con el peso de su enorme barriga. Sudaba cuando subía las escaleras de la Iglesia camino a su oficina y se sentaba pesadamente en la enorme silla de su escritorio. Su despacho estaba repleto de libros de teología en una pulcra biblioteca, una foto del Papa del momento y un enorme crucifijo frente a su escritorio.Cardinali respiró profundamente y luego extrajo de una de las gavetas de su escritorio una botella de ginebra que sirvió en un vaso y consumió febrilmente. Se sobresaltó cuando su secretaria le informó por el intercomunicador:—Monseñor, Rodolfo Costello vino a verlo.Cardinali se atragantó:—Sí, sí, que pase&hel