Diezmadas fuerzas españolas regresaban a sus cuarteles generales de Potochán. Nadie se esperaba que los aguerridos, bien entrenados y tecnológicamente más avanzados españoles pudieran haber sufrido tan contundente derrota.
Pero lo cierto es que así fue. Su tentativa de invasión de Chactemal resultó fallida conforme huestes feroces de nativos contraatacaron violentamente. No se asustaron con los disparos de cañón ni de mosquete, ni les temieron a los caballos como hacían sus hermanos de otras latitudes. Así que repelieron con éxito a los españoles, al menos esa vez.
Alaminos entró al aposento de Hernán Cortés, quien no había ido a la contienda al ser considerada una campaña de rutina. Allí lo encontró yaciendo con Malitzin.
—Disculpe, mi señor —dijo algo atolondrado y tratando de mirar a otro lado pa
Chicago, Illinois, Estados Unidos de América, año 1929 DC.Los crononautas abordaron un taxi con su amigo herido y el Dr. Krass le ordenó al taxista que los llevara al hospital más cercano, a lo que el sujeto con su fuerte acento irlandés respondió:—El hospital más cercano es de blancos. No lo admitirán. El hospital para negros está a 45 minutos de viaje…—No llegaremos a tiempo —dijo Krass mientras Tony se desangraba en el asiento trasero— llévenos al hospital de blancos.—Ustedes mandan, jefes, pero no digan que no se los advertí…El taxi se estacionó frente al Hospital General de Chicago, un centro hospitalario exclusivo para blancos, y del vehículo emergieron los crononautas con Tony sosteniéndose en los hombros de Astrid y el Dr. Krass.—¡Pronto! &mdas
—Tenemos otro problema —dijo Caramarcada colgando el teléfono mientras observaba a sus compañeros consejeros— alguien se está haciendo pasar por Don Masseria en un hospital del centro.—Pues habrá que demostrarles lo que hacemos a los impostores que se meten con el Don —dijo Johnny girando el cargador de su revólver.Mientras, Tony se encontraba estabilizado en una cama de hospital. Sus amigos velaron toda la noche en turnos la convalecencia de su compañero que, según los médicos, se recuperaría.El Dr. Krass se tomaba un café en la cafetería del centro hospitalario al lado de Astrid, quien se encontraba notablemente impresionada por lo extraño del mundo futurista que observaba. Nunca había visto automóviles, tranvías, máquinas de escribir, luz eléctrica, teléfonos, radios, etc. A&uacu
Catedral de ChicagoEl obispo Franco Cardinali era un viejo sacerdote católico. Hacía honor al dicho “cintura de obispo” pues difícilmente podía trasladarse con el peso de su enorme barriga. Sudaba cuando subía las escaleras de la Iglesia camino a su oficina y se sentaba pesadamente en la enorme silla de su escritorio. Su despacho estaba repleto de libros de teología en una pulcra biblioteca, una foto del Papa del momento y un enorme crucifijo frente a su escritorio.Cardinali respiró profundamente y luego extrajo de una de las gavetas de su escritorio una botella de ginebra que sirvió en un vaso y consumió febrilmente. Se sobresaltó cuando su secretaria le informó por el intercomunicador:—Monseñor, Rodolfo Costello vino a verlo.Cardinali se atragantó:—Sí, sí, que pase&hel
Varias semanas habían transcurrido y las cosas comenzaron a evolucionar. Italianos e irlandeses seguían en guerra y grupos armados de ambos bandos se masacraban mutuamente en las calles de Chicago. El Dr. Krass prosiguió la fachada de representar a Masseria, mientras que Saki entabló una intensa relación con Nazimova, y Tony comenzó a recuperarse hasta ser capaz de caminar y fue dado de alta.Una de tantas noches en las que abría el Casino Rodas, el recién salido Tony, llegó acompañado de Astrid. Caminaba asistido con un bastón, y todavía tenía vendas bajo la ropa, pero por lo demás parecía estar como renovado.En cuanto él y Astrid llegaron a la entrada principal, el portero les impidió la entrada aduciendo:—Los negros no pueden entrar por la puerta principal. Tienen que entrar por detrás.—&iq
—Afortunadamente, todos estamos bien —dijo el Dr. Krass al día siguiente cuando las cosas se habían calmado y mientras desayunaban juntos en la lujosa Mansión Masseria. Saki, Tony y Astrid estaban a su lado, aunque Saki aún mostraba los remanentes del golpe de la noche anterior, ella y Tony habían inventado la historia que fue un golpe accidental que le dieron en el caos del suceso, y sólo Tony supo qué había pasado realmente.—¿Se siente bien estando casado, Dr. Krass? —le preguntó en forma jocosa Tony.—Ya estuve casado de verdad y no me interesan segundas nupcias. Sólo amé a una mujer en toda mi vida.—¿Qué le sucedió a su esposa, Dr. Krass? —preguntó Saki.—Falleció hace unos tres años… es decir… falleció tres años antes de que ustedes y yo nos co
Alejandría, Egipto, año 415 DC. La Academia Platónica de Alejandría era un edificio hecho en blanco mármol, con adoquines incrustados en su suelo de gran belleza, columnas dóricas y un esplendoroso estilo arquitectónico de forma helénica prerromana. Se enclavaba muy cerca del Nilo, cuyas corrientes de aire marino llegaban hasta sus inmediaciones. El cálido sol egipcio se encontraba en su máximo apogeo hirviendo las arenosas dunas del desierto contiguo a la ciudad, mientras un viento proveniente del Mediterráneo azotaba las palmeras y levantaba remolinos de arena y polvo. Alejandría, una de las ciudades más grandes y majestuosas del Mundo Antiguo, se cernía ominosa como un centro urbano gigantesco en el corazón de la Provincia Romana de Egipto.Sus callejuelas pavimentadas y sus casas irrigadas por un sofisticado acueducto, estaban habitad
—Gracias por recibirnos, Señora Hypatia —agradeció el Dr. Krass mientras él y los otros dos crononautas penetraban en el salón de conferencias, entonces vacío, donde la filósofa se sentaba en su trono académico.—Es un placer ayudar a los extranjeros, especialmente a tres tan inusuales como ustedes —respondió gentilmente— ahora díganme que puedo hacer por ustedes.—Necesitamos de su intervención —explicó Saki— para que salve a una muy querida amiga nuestra que actualmente se encuentra prisionera del prefecto Orestes. Se llama Astrid y es una mujer nórdica.—Necesitamos que interponga sus influencias con Orestes —suplicó Tony— para que libere a Astrid.—A pesar de los rumores —dijo Hypatia con la mirada fija pero con una sonrisa de picardía— Orestes y yo
Arizona, Estados Unidos de América, año 1890 DC.Una boda se realizaba en una vieja iglesia rural ubicada en un pueblo fronterizo con México. La localidad era una pequeña excusa de pueblo consistente en edificios viejos y carcomidos, carentes de pintura y cubiertos por capas de polvo. El mejor conservado era la capilla católica cuya punta tenía una oxidada cruz que dibujaba una sombra torcida en el suelo producto de la luz solar. Una sola calle de tierra recorrida por arbustos rodantes conectaba la iglesia con la entrada del pueblo, franqueada por los edificios ruinosos.Un nutrido grupo de jinetes que provenía del fiero desierto, dibujaron sus siluetas en el horizonte conforme se aproximaban al lugar. Eran diez, encabezados por una figura sombría. El que cabalgaba más al frente era un hombre vestido todo de negro, con una larga gabardina, un sombrero vaquero, botas, guantes y con anteo