Úrsula lo observa por un segundo, muy breve, muy sutil, su expresión cambia. Una sombra de satisfacción se dibuja en la comisura de sus labios, apenas perceptible. Pero enseguida vuelve a la angustia, a la voz rota. –No sé por qué me pasa esto… no sé por qué me siento así. Como si todo me aplastara… como si mi vida no me perteneciera.Cristóbal aprieta los labios. Se siente torpe, pero sincero. –Tal vez… tal vez sólo necesita hablar con alguien que no la juzgue. Alguien que la escuche. Y si me permite… yo puedo ser ese alguien.Un silencio espeso se instala entre ambos. Solo se escucha la respiración de Úrsula, los latidos desesperados de Cristóbal, y el eco de una decisión que está a punto de marcar un antes y un después.Úrsula apoya la frente en el pecho de él. Se queda quieta. Como una niña cansada después de llorar. –Gracias –susurra, y su voz es apenas un soplo.–No sé qué haría si no hubieras estado esta noche y te pido disculpas porque seguramente querías estar con Amara y n
Un silencio espeso cae entre ambos. La habitación parece respirar con ellos. Cristóbal aprieta los labios. No sabe qué decir. Siente que algo dentro de él se está rompiendo, que algo se está desmoronando muy lentamente. Y lo peor es que Úrsula lo sabe. Ha dado justo en la grieta que él intentaba no ver.Ella se acomoda en el respaldo del sillón y suspira, como si hubiera descargado un peso. Pero en su interior, sabe que ha logrado lo que quería: hacerlo dudar. Sembrar en él una pregunta que no se irá fácil. Plantar la semilla de una herida que empezará a sangrar con el tiempo. Su mirada vuelve a bajar, pero sus labios se curvan apenas, triunfales.–Cuando empecé a salir con él… –comienza Úrsula, con voz suave, casi quebrada por una emoción que no existe. –no sabía quién era realmente. No tenía idea del poder que tenía, ni de la cantidad obscena de dinero que escondía detrás de esa fachada de caballero. Me enamoré de su esencia, de su manera de hablar, de la forma en que me hacía reí
Las palabras quedan flotando entre ellos, densas, eléctricas y por un instante, el tiempo se suspende. Y aunque ninguno lo dice, ambos saben que han cruzado un límite. Que algo se encendió ahí, en medio del dolor, la frustración y la necesidad de sentirse vistos.De repente, sus ojos se encuentran, y el mundo parece detenerse en ese instante. Las miradas se cruzan como si fueran imanes, irresistibles y llenas de una electricidad que amenaza con romper la distancia entre ellos. Ambos sienten el deseo arder dentro de sí, un deseo tan profundo que se hace imposible ignorarlo. Es un fuego callado, pero tan intenso que consume. La culpa lo invade a él, esa vocecita en su conciencia que le recuerda los límites, lo que está en juego, lo que podría perder. Pero ese susurro es débil, ahogado por la fuerza del deseo que lo arrastra, que lo desafía. Se acerca lentamente, cada paso es una batalla interna. Él lo sabe, lo siente, pero el deseo crece más fuerte. Sus rostros se aproximan, y sin q
Ambos alcanzan el clímax como si sus cuerpos se rompieran y se reconstruyeran al mismo tiempo. Sus gemidos quedan flotando en el aire, como ecos de una tormenta íntima que acababa de arrasarlos. El sudor brilla en sus pieles entrelazadas, y por unos segundos, todo se vuelve silencio. El mundo exterior deja de existir.Cristóbal se deja caer hacia el lado derecho de la cama, exhausto, con la respiración descontrolada, el pecho subiendo y bajando con fuerza. Úrsula, aún temblando, apoya la cabeza sobre su brazo, reclamando ese rincón de su anatomía como si le perteneciera desde siempre. Luego, su pierna se desliza sobre su cuerpo, cálida, desnuda, posesiva. Reclamando ese espacio que ya no le parece ajeno, como si su cuerpo ya perteneciera al de él.–¿Qué… hemos hecho? –pregunta Cristóbal con la voz ronca, con los ojos fijos en el techo, como si allí pudiera encontrar alguna redención.Úrsula lo observa de reojo, con el cuerpo aún tibio por el contacto reciente, y por primera vez des
El implacable tic-tac del reloj se alzaba como un ominoso presagio, señalando la inminencia de una tragedia que acechaba en las sombras. En ese sombrío rincón del universo, el corazón de la señorita Amara latía con una ferocidad indomable, una tormenta en su pecho que no encontraba refugio en medio del caos desatado a su alrededor.–Señorita Amara, por favor, venga conmigo– ordenó el enigmático hombre, su voz resonando como un eco distante en el abismo de su terror. Sin embargo, ella estaba paralizada, sus extremidades temblando como una hoja en el viento huracanado de sus emociones desenfrenadas. Cada latido de su corazón era un eco retumbante de lo efímera que podía ser la línea entre la vida y la muerte en un instante.–No tenemos tiempo que perder. ¡Sígame rápido señorita!–insistió, elevando el tono de su voz mientras la amenaza inminente se cernía sobre ellos, con reporteros y policías a punto de invadir el lugar.La desesperación se apoderó del misterioso hombre, y sin titub
No obstante, con el pasar de los días las cartas cesaron y hoy en día la Casa de Modas Laveau se yergue majestuosa como un faro de prestigio y distinción, una entidad aclamada y altamente remunerada en cada rincón del planeta. Con su sede principal estratégicamente anclada en la ciudad de Milán, esta marca icónica ha tejido su presencia en una red global, extendiendo sus tentáculos a múltiples países. Una noche, el pequeño departamento que Amara había comprado para “momentos especiales” se encontraba en un manto de sombras, y el aire estaba cargado de una mezcla embriagadora de perfume y deseo. Amara se encontraba perdida en una vorágine que prometía ser inolvidable, aunque sabía que al amanecer solo sería un recuerdo borroso en su mente. Los dedos de un hombre, cuyo nombre apenas se esforzaba en recordar, rozaban su piel con una intensidad que bordeaba la desesperación. La risa de ambos resonaba en el espacio reducido, mezclándose con el ritmo entrecortado de sus respiraciones.Pe
Sin pronunciar palabra, Amara salió de la oficina de su padre. Cerró la puerta con un golpe seco que resonó en los pasillos, un eco que no solo marcaba el final de la conversación, sino también el inicio de una batalla personal. Sus pasos eran firmes, rápidos, como si el sonido de su caminar pudiera disipar la ira que le quemaba por dentro.Frente a la puerta de su habitación, se detuvo, jadeando ligeramente. De alguna manera, sentía que el aire estaba más denso, como si sus pensamientos pesaran más que nunca–¿Cómo pudo hacerme esto? –murmuró, empujando la puerta con la palma de la mano. El vestíbulo de su cuarto parecía el único lugar donde podía encontrar algo de calma, pero, al entrar, la frustración la golpeó nuevamenteSe sentó en el borde de la cama, mirando al vacío. ¿En qué momento su vida había dejado de ser solo suya?. Cada rincón de la casa parecía recordar su rol como la hija obediente, la heredera de la Casa de Modas Laveau. Pero ella quería más. Necesitaba más.–¿
El rostro de Cristóbal, quien en algún momento fue un interés romántico en mi vida, se tensa al ser confrontado con la responsabilidad que intenta esquivar. –Amara, eso es algo que corresponde al departamento de diseño. Yo solo tengo a mi cargo la distribución– murmura en un intento de deslindarse del asunto. Sus palabras resuenan en mis oídos como un eco de la desilusión que alguna vez sentí por él, pero en un instante, un pensamiento intrigante cruza mi mente: ¿podría convertirse en un prospecto de marido conveniente, uno que podría mantener bajo vigilancia constante? La tentación de usar su posición para mis propios fines me visita fugazmente, pero rápidamente la desecho. No permitiré que mis objetivos personales se interpongan en la misión que tengo entre manos. Mis ojos se estrechan en una mirada desafiante mientras respondo. –Estás cometiendo un error al pensar de esa manera. Nuestra empresa se caracteriza por la eficiencia y tu respuesta solo demuestra una carencia de ello– a