La enfermera entra con paso apresurado, pero tratando de no parecer brusca. —Disculpen, ha llegado el final del horario de visitas. El paciente necesita descansar– Su voz se mantiene serena, aunque firme. Carlos asiente con una leve inclinación de cabeza, Amara se inclina hacia él, lo besa con ternura en la frente, y se obliga a no temblar. Pero apenas cruza la puerta, la máscara que tanto esfuerzo le costó sostener se desmorona.Sale casi corriendo, como si la habitación quemara. Como si cada palabra que escuchó dentro de esas paredes se le hubiera clavado en la piel.Apenas pone un pie en el pasillo, sus emociones la alcanzan con violencia. El aire parece más denso. El mundo gira lento.—Señorita Amara, ¿a dónde desea ir? —pregunta Liam, que la esperaba apoyado contra la pared, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Pero al verla… algo en su expresión se suaviza. Sus ojos, oscuros y expectantes, la recorren con inquietud.Ella levanta la mirada, pero no dice una palabra.
El camino hacia la cabaña transcurre en completo silencio, un silencio que se siente denso, casi opresivo, como si el aire mismo pesara sobre ellos. Cada bache en el camino parece golpear más fuerte en el pecho de Amara, que no puede dejar de pensar. Liam. Cristóbal. Su padre. La promesa. Las palabras se mezclan en su mente y se retuercen en su estómago. ¿Cómo puede amar a Liam y, al mismo tiempo, traicionarlo de esa manera? Es una mentira que la consume desde el interior, un veneno que la está matando lentamente. Pero sabe que no tiene opción. La promesa. La maldita promesa.Cuando finalmente llegan a la cabaña, Amara ni siquiera espera a que Liam le abra la puerta. Su cuerpo se mueve por inercia, sus pasos apresurados, descontrolados. No puede pensar. No puede sentir. Solo quiere escapar de todo. Se apoya contra la puerta con una mano temblorosa, introduce la llave y la gira con fuerza, como si eso la liberara de una prisión invisible. Al entrar, el aire parece más denso, como si l
Liam se incorpora ligeramente, la observa desde arriba como si contemplara algo sagrado, algo que ha deseado por tanto tiempo que ahora le parece irreal. Sus dedos tiemblan mientras descienden por su espalda, hasta encontrar el cierre del vestido. Con un gesto cargado de deseo contenido, lo desliza hacia abajo lentamente, desnudando su piel centímetro a centímetro, como si cada parte de ella mereciera ser descubierta con reverencia. Sus pechos, libres de la opresión del sostén, se alzan orgullosos, como dos montañas que desafían al cielo, invitándolo a perderse en su esplendor.Con manos temblorosas, casi en un gesto de adoración, él comienza a descender por su cuerpo, acariciándola con una devoción reverente, como un peregrino que recorre con lentitud el sendero hacia el templo sagrado del placer. Sus dedos rozan su piel con una mezcla de anhelo y respeto, como si cada rincón de su cuerpo fuera sagrado, como si estuviera a punto de revelar un secreto oculto entre sus curvas.Una a
Liam la observa, y en sus labios se dibuja una sonrisa que mezcla el deseo con el orgullo de saberla suya, al menos en ese instante eterno. Cada gemido que brota de la garganta de Amara; quebrado, urgente, involuntario. Es un himno que alimenta su pasión. Con manos que no vacilan, continúa adorando su cuerpo como si fuera un altar sagrado, donde cada caricia es un verso y cada estremecimiento, una respuesta divina.Las piernas de Amara comienzan a temblar, su cuerpo traiciona cualquier intento de control. Está al borde, suspendida entre el abismo del placer y la necesidad de caer. Su humedad, generosa y sin pudor, brota en cascada, marcando su entrega con una intensidad que empapa la piel, el aire, la atmósfera misma de la habitación. Es un lenguaje sin palabras, pero lleno de significados: un llamado a seguir, a no detenerse, a consumirse juntos en el fuego que han encendido.Los gemidos crecen, se tornan gritos contenidos, súplicas disfrazadas de respiración. Amara no puede más.
El alba se cuela suavemente entre las cortinas de lino, tiñendo la habitación con una luz ámbar, casi irreal. El aire huele a piel, a deseo consumado, a un tiempo suspendido entre dos latidos.Amara abre los ojos antes de que el sol termine de despuntar. Por un instante, solo uno, se permite contemplar el perfil dormido de Liam: su pecho subiendo y bajando con calma, la mandíbula relajada, los cabellos despeinados sobre la almohada. Luce en paz… y eso la desgarra por dentro.Con movimientos contenidos, como si temiera que el crujido de las sábanas delatara su traición, se desliza fuera de la cama. El frío de la madrugada le muerde la piel desnuda, como una advertencia. Se agacha en silencio, recogiendo su ropa esparcida como testigos mudos del descontrol de la noche anterior.Justo cuando alcanza su blusa, una voz ronca y cálida rompe la quietud: —¿Qué haces, hermosa…? —murmura Liam, medio dormido, con una sonrisa que aún arrastra los restos de los sueños. Estira el brazo hacia ell
El implacable tic-tac del reloj se alzaba como un ominoso presagio, señalando la inminencia de una tragedia que acechaba en las sombras. En ese sombrío rincón del universo, el corazón de la señorita Amara latía con una ferocidad indomable, una tormenta en su pecho que no encontraba refugio en medio del caos desatado a su alrededor.–Señorita Amara, por favor, venga conmigo– ordenó el enigmático hombre, su voz resonando como un eco distante en el abismo de su terror. Sin embargo, ella estaba paralizada, sus extremidades temblando como una hoja en el viento huracanado de sus emociones desenfrenadas. Cada latido de su corazón era un eco retumbante de lo efímera que podía ser la línea entre la vida y la muerte en un instante.–No tenemos tiempo que perder. ¡Sígame rápido señorita!–insistió, elevando el tono de su voz mientras la amenaza inminente se cernía sobre ellos, con reporteros y policías a punto de invadir el lugar.La desesperación se apoderó del misterioso hombre, y sin titub
No obstante, con el pasar de los días las cartas cesaron y hoy en día la Casa de Modas Laveau se yergue majestuosa como un faro de prestigio y distinción, una entidad aclamada y altamente remunerada en cada rincón del planeta. Con su sede principal estratégicamente anclada en la ciudad de Milán, esta marca icónica ha tejido su presencia en una red global, extendiendo sus tentáculos a múltiples países. Una noche, el pequeño departamento que Amara había comprado para “momentos especiales” se encontraba en un manto de sombras, y el aire estaba cargado de una mezcla embriagadora de perfume y deseo. Amara se encontraba perdida en una vorágine que prometía ser inolvidable, aunque sabía que al amanecer solo sería un recuerdo borroso en su mente. Los dedos de un hombre, cuyo nombre apenas se esforzaba en recordar, rozaban su piel con una intensidad que bordeaba la desesperación. La risa de ambos resonaba en el espacio reducido, mezclándose con el ritmo entrecortado de sus respiraciones.Pe
Sin pronunciar palabra, Amara salió de la oficina de su padre. Cerró la puerta con un golpe seco que resonó en los pasillos, un eco que no solo marcaba el final de la conversación, sino también el inicio de una batalla personal. Sus pasos eran firmes, rápidos, como si el sonido de su caminar pudiera disipar la ira que le quemaba por dentro.Frente a la puerta de su habitación, se detuvo, jadeando ligeramente. De alguna manera, sentía que el aire estaba más denso, como si sus pensamientos pesaran más que nunca–¿Cómo pudo hacerme esto? –murmuró, empujando la puerta con la palma de la mano. El vestíbulo de su cuarto parecía el único lugar donde podía encontrar algo de calma, pero, al entrar, la frustración la golpeó nuevamenteSe sentó en el borde de la cama, mirando al vacío. ¿En qué momento su vida había dejado de ser solo suya?. Cada rincón de la casa parecía recordar su rol como la hija obediente, la heredera de la Casa de Modas Laveau. Pero ella quería más. Necesitaba más.–¿