–Lo que has escuchado, Amara –dice el hombre, con los ojos fijos en la mujer que le ha robado la respiración. La forma en que la observa es inquietante, una mezcla de admiración y asombro que refleja algo más profundo, algo que ella no alcanza a comprender. Es como si mirara un tesoro inalcanzable, un diamante en bruto que destella ante sus ojos, un hallazgo tan valioso que lo deja sin aliento. Esa mirada, cargada de un deseo que Amara no puede ignorar, hace que un nudo de incomodidad se forme en su garganta.Amara, intentando comprender lo que está sucediendo, lucha por mantener el control de sí misma. Siente que el aire se espesa a su alrededor, que todo se desmorona lentamente, como si las piezas de su vida estuvieran cayendo de un rompecabezas que nunca encajó bien. A pesar de todo, sus palabras salen de su boca, intentando mantener un semblante de calma.–¿Quién es esta mujer, padre? –pregunta, en un susurro tenso, quebrado por la duda y el desconcierto. Sus nervios la traicionan
Carlos endurece la mandíbula. –Tu madre murió hace años –dice con un tono helado, carente de cualquier vestigio de dolor. Cada sílaba es un golpe seco, un intento de enterrarla aún más hondo en el olvido. –Ya es tiempo de que siga con mi vida. No voy a aferrarme a seguir amando a un cuerpo que se pudre bajo tierra. Amara siente cómo el suelo bajo sus pies se desmorona. Su corazón se encoge hasta el punto de doler físicamente, pero no deja que Carlos vea su herida abierta. –Madura, Amara –escupe él, con el cansancio impregnado en cada palabra. – Deja de decir estupideces sobre mi prometida y enfrenta la vida como se debe, aprende a ser una adulta de verdad. Amara ríe. Una risa amarga, rota, que no tiene nada de alegría. –¿Eso es lo que llamas madurar? – susurra, con los ojos cristalizados pero llenos de furia. –Olvidar, traicionar, reemplazar… Si eso es ser adulta, prefiero seguir siendo la niña que llora por su madre. Porque al menos yo sí sé lo que significa amar de verdad.
–¿Qué es lo que entiendes ahora, según tú? –gruñe Carlos, frunciendo el ceño. Sin embargo, es Úrsula quien, como una sombra silenciosa, la observa con una calma perturbadora. Su rostro no muestra ni un ápice de sorpresa, como si ya supiera, como si ya hubiera anticipado todo lo que Amara estaba a punto de descubrir.Amara, en cambio, no vacila. Su mirada se mantiene firme, tan sólida como una roca, como si cada palabra que pronunciara tuviera el peso de una verdad irrefutable.–Ustedes planearon todo lo que sucedió ese día –dice, la acusación saliendo de sus labios como una daga afilada, directa y certera. Cada palabra tiene una fuerza inusitada, como si estuviera desenterrando un cadáver olvidado, un secreto demasiado oscuro para la luz. Las palabras caen en la sala como una bomba, llenando el aire con una carga eléctrica que lo hace difícil de respirar. Carlos da un paso atrás, incapaz de ocultar el desconcierto que aparece fugazmente en su rostro, aunque rápidamente lo disimula
–¿Liam, tú…? –susurra Amara, incapaz de apartar la vista de la escena frente a ella. La sorpresa la ahoga mientras ve cómo Liam, con la fuerza de un hombre decidido, sujeta el brazo de su padre. No puede entender lo que está sucediendo. ¿Él se está interponiendo? ¿Defendiéndola de su propio padre a pesar de lo mala que ha sido con el?Liam no la mira. Sus ojos están fijos en el hombre frente a él, tan intensos como un campo de batalla. –Señor, entiendo que esto sea un asunto familiar –dice en voz baja pero firme, con una convicción inquebrantable que cala en el aire cargado de furia. –pero no puedo, ni quiero permitir que levante siquiera un dedo contra la mujer con la que compartiré mi vida. Si ha de descargar su ira, que sea sobre mí. Pero a Amara no la lastimará. No me quedaré en silencio. La protegeré con todo lo que soy –sus palabras son una promesa, una declaración de guerra que no deja espacio para el arrepentimiento.Amara, al escuchar esas palabras empieza a sentir un cosquil
Liam la observa, sintiendo cómo un escalofrío recorre su espalda. Todo en su interior le dice que ella tiene razón. Que el peligro es real. Que si no hacen algo, Carlos encontrará la manera de salirse con la suya. Liam da un paso para estar más cerca de ella , y cuando sus dedos rozan los de Amara, ella no se aparta. Sus manos, frías y temblorosas, se entrelazan con las de él, buscando algo que la ancle a la realidad. Algo que le devuelva un poco de esperanza. –Amara, no te va a pasar nada– Su voz es suave, pero su fortaleza es férrea. Ella lo mira con los ojos llenos de lágrimas, pero su expresión sigue siendo de puro miedo y desesperación. La presión en su pecho es insoportable, y las palabras salen atropelladas, como si ya no pudiera controlarlas. –Entonces dime qué voy a hacer, Liam… –Su voz es quebrada, casi suplicante. –Porque yo no puedo esperar a que él haga su próximo movimiento si tú no estás a mi lado. Da un paso atrás, incapaz de mantenerse quieta. Sus manos se ap
Carlos entra a su oficina con el ceño fruncido y los hombros tensos por la frustración que lo consume. Se deja caer en su silla de cuero y, sin darse cuenta, su puño impacta con fuerza contra el escritorio. El sonido seco retumba en la habitación, haciendo que Úrsula, quien acaba de entrar, se sobresalte. –Maldita sea… –gruñe, llevándose una mano a la sien, mientras su mente no deja de dar vueltas. Úrsula lo observa con atención. Lo conoce bien, y cuando Carlos se enfurece, es peligroso, por eso se acerca a él con cautela, sin perder su sonrisa calculada. –Mi hija no va a permitir que rechace su matrimonio con ese sinvergüenza –escupe con rabia, mientras sus dedos tamborilean contra la madera del escritorio y su mandíbula se tensa, –Hará todo lo que esté en sus manos para lograrlo… – murmura entre dientes, con una mezcla de preocupación y resentimiento tiñendo su voz. Úrsula decide que es el momento de intervenir. Se desliza hasta él con una elegancia felina y se sienta en su
Carlos parpadea, aturdido. –¿Nuestro… hijo? –repite con incredulidad, como si la palabra le supiera extraña en la boca. Su mirada se clava en la de Úrsula, buscando una confirmación, una explicación, cualquier indicio de que ha escuchado mal. Ella baja la cabeza, dejando que un par de lágrimas escapen de sus ojos. No demasiadas, solo las justas para tocar la fibra sensible de Carlos. –No sé cómo pasó –susurra, con una mezcla perfecta de confusión y pesar. –Te prometí que me cuidaría… lo hice, de verdad… pero… estoy embarazada. –¿Qué? –Su voz es apenas un susurro al principio, pero luego se endurece. –¿Estás segura de eso? Úrsula asiente lentamente, con la mirada baja, fingiendo estar abrumada por la situación. En su interior, saborea el desconcierto de Carlos, la incertidumbre que lo envuelve. Es justo el efecto que buscaba. –Me hice la prueba esta mañana… no quería decírtelo hasta estar segura –dice con un suspiro tembloroso, como si la noticia la devastara tanto como a él.
–Estoy bajo el mando de la señora Amara Laveau, quien ejerce como mi superior directa – dice Kate, mientras sus labios se tuercen en una mueca apenas disimulada, como si el simple hecho de pronunciar ese nombre le causara un dolor punzante. Úrsula la observa en silencio, percibiendo cada matiz de su expresión, cada leve cambio en la postura de su amiga. No hace falta mucho para darse cuenta de que Kate está al borde del colapso. Se ha acostumbrado a ver cómo la rabia de Kate se desborda en ocasiones, pero hay algo diferente en este momento, algo que va más allá de la simple incomodidad.–¿Qué pasa, Kate? –pregunta Úrsula con voz suave pero firme, invitando a su amiga a abrirse, aunque sabe que las palabras nunca serán fáciles para Kate.Kate suspira profundamente, su cuerpo se tensa y su mirada vacila un instante. –He sido notificada… –su voz se quiebra por un segundo, pero rápidamente la recupera, intentando mantener la compostura. –… acerca de las intenciones de su padre. Él quiere