Carlos entra a su oficina con el ceño fruncido y los hombros tensos por la frustración que lo consume. Se deja caer en su silla de cuero y, sin darse cuenta, su puño impacta con fuerza contra el escritorio. El sonido seco retumba en la habitación, haciendo que Úrsula, quien acaba de entrar, se sobresalte. –Maldita sea… –gruñe, llevándose una mano a la sien, mientras su mente no deja de dar vueltas. Úrsula lo observa con atención. Lo conoce bien, y cuando Carlos se enfurece, es peligroso, por eso se acerca a él con cautela, sin perder su sonrisa calculada. –Mi hija no va a permitir que rechace su matrimonio con ese sinvergüenza –escupe con rabia, mientras sus dedos tamborilean contra la madera del escritorio y su mandíbula se tensa, –Hará todo lo que esté en sus manos para lograrlo… – murmura entre dientes, con una mezcla de preocupación y resentimiento tiñendo su voz. Úrsula decide que es el momento de intervenir. Se desliza hasta él con una elegancia felina y se sienta en su
Carlos parpadea, aturdido. –¿Nuestro… hijo? –repite con incredulidad, como si la palabra le supiera extraña en la boca. Su mirada se clava en la de Úrsula, buscando una confirmación, una explicación, cualquier indicio de que ha escuchado mal. Ella baja la cabeza, dejando que un par de lágrimas escapen de sus ojos. No demasiadas, solo las justas para tocar la fibra sensible de Carlos. –No sé cómo pasó –susurra, con una mezcla perfecta de confusión y pesar. –Te prometí que me cuidaría… lo hice, de verdad… pero… estoy embarazada. –¿Qué? –Su voz es apenas un susurro al principio, pero luego se endurece. –¿Estás segura de eso? Úrsula asiente lentamente, con la mirada baja, fingiendo estar abrumada por la situación. En su interior, saborea el desconcierto de Carlos, la incertidumbre que lo envuelve. Es justo el efecto que buscaba. –Me hice la prueba esta mañana… no quería decírtelo hasta estar segura –dice con un suspiro tembloroso, como si la noticia la devastara tanto como a él.
–Estoy bajo el mando de la señora Amara Laveau, quien ejerce como mi superior directa – dice Kate, mientras sus labios se tuercen en una mueca apenas disimulada, como si el simple hecho de pronunciar ese nombre le causara un dolor punzante. Úrsula la observa en silencio, percibiendo cada matiz de su expresión, cada leve cambio en la postura de su amiga. No hace falta mucho para darse cuenta de que Kate está al borde del colapso. Se ha acostumbrado a ver cómo la rabia de Kate se desborda en ocasiones, pero hay algo diferente en este momento, algo que va más allá de la simple incomodidad.–¿Qué pasa, Kate? –pregunta Úrsula con voz suave pero firme, invitando a su amiga a abrirse, aunque sabe que las palabras nunca serán fáciles para Kate.Kate suspira profundamente, su cuerpo se tensa y su mirada vacila un instante. –He sido notificada… –su voz se quiebra por un segundo, pero rápidamente la recupera, intentando mantener la compostura. –… acerca de las intenciones de su padre. Él quiere
La sonrisa de Úrsula se curva, fría y maliciosa, porque le encanta ver a su amiga de esa manera. –¿Dejándote llevar por la furia, Kate? –su voz es juguetona, pero la oscuridad en sus palabras es palpable. Kate no responde, pero sus ojos arden con una intensidad peligrosa, algo que hace que Úrsula siga tejiendo su plan con calma. –Este hombre haría cualquier cosa por mí –dice con una seguridad escalofriante. –Usaré ese poder para asegurarte de que sigas trabajando como la guardaespaldas de su hija, Amara. Pero… –levanta un dedo, como si fuera a revelar un secreto crucial. – Bajo una condición, tienes que hacer que Liam y esa mujer se separen para siempre. Kate se reclina contra la pared, con una sonrisa que no llega a sus ojos. –No quiero simplemente separarlos. Eso sería demasiado fácil… demasiado aburrido. Quiero que se aferren el uno al otro con desesperación, que crean que su amor es inquebrantable, solo para después arrancárselo de las manos. Úrsula la observa en silenci
–Bueno, es hora del show –dice Úrsula con una sonrisa fría y venenosa curvando sus labios. –Te llamaré cuando estemos listos –añade, como si todo estuviera bajo su control y antes de que Kate pueda responder, se acerca y le da un beso en la mejilla. Un gesto que parece casi cariñoso, pero que no engaña a nadie, es solo una mascarada, un toque superficial. Úrsula gira sobre sus talones y comienza a caminar hacia la oficina de Carlos, demostrando su figura esbelta y segura en cada paso. Pero antes de que entre, se detiene y con una rapidez casi imperceptible, las lágrimas comienzan a deslizarse por sus mejillas, no con naturalidad, sino con la precisión de una actriz que conoce su papel al dedillo. La expresión en su rostro cambia de inmediato, como si un torrente de tristeza la hubiera invadido, pero todo es un juego, una actuación diseñada para manipular. Se toma un momento, logrando que su respiración se vuelve más profunda, como si la emoción de su personaje estuviera por apodera
Narra Amara Antes de ir a la empresa, dejamos a Lucero con su madre. Según Liam, eso ayudará a calmar los problemas en casa y luego, nos dirigimos a nuestros destinos. Al llegar al estacionamiento, Liam apaga el motor y corre a abrir mi puerta. Intento salir, pero mis piernas se niegan a obedecerme. La falta de control me sumerge en una angustia sofocante, las lágrimas amenazan con escapar, pero las contengo con esfuerzo. Mis dedos se aferran al borde del asiento, buscando un ancla en medio del caos. Liam espera en silencio mientras intento reunir fuerzas para dar un paso, pero algo me retiene. Mi respiración se acelera; el corazón golpea con fuerza desmedida, es como luchar contra una corriente invisible. Intento moverme, pero algo me ancla al asiento. Cierro los ojos, buscando recuperar el control, pero la sensación persiste. Una barrera invisible me detiene en seco. –¿Amara, estás bien? – La voz de Liam suena cercana, pero lejana al mismo tiempo, como si me hablara desde o
NARRADOR OMNISCIENTE Amara aprieta los nudillos de su mano derecha con fuerza, haciendo que cada articulación quede blanca por la presión, mientras sus dedos tiemblan levemente. El sonido sordo del golpe sobre la madera parece resonar en su pecho, como si el eco de ese simple acto marcara el inicio de algo irreversible. Sus ojos, llenos de incertidumbre, se fijan en la puerta, esperando que al otro lado su padre se levante de su sillón de cuero. El crujido de la puerta al abrirse la hace saltar, pero la figura que aparece ante ella no es la de su padre, sino la de Úrsula, algo que realmente le genera una fuerte incomodidad. Al instante, una sonrisa fingida asoma en los labios de la mujer, una mueca tan bien practicada que casi duele ver su falsedad. Amara se queda allí, inmóvil, observando cómo la mujer se inclina hacia ella, ofreciendo el beso de cortesía que bien sabe que no significa nada. Entonces Instintivamente, con un gesto es sutil, casi imperceptible, la rechaza. Amara,
–No, Amara. Esto es cierto – Úrsula deja escapar una sonrisa que no es de júbilo, sino de una victoria fría, calculada. Es la sonrisa de quien sabe que ya ha ganado, que su plan ha dado frutos, y que todo el esfuerzo de Amara ha sido, al final, inútil. Se la observa con desdén, casi con ternura, como si fuera una niña que acaba de perder un juego que nunca fue justo para ella. Amara se queda paralizada. –Basta. Esto no tiene gracia. – Las palabras de Amara salen entrecortadas, y su voz, aunque firme en el tono, está al borde de romperse. Los ojos brillan por las lágrimas que amenaza con dejar escapar, pero se esfuerza por contenerlas. No puede dejar que Úrsula vea su debilidad, pero lo que está sucediendo ante ella es tan inimaginable, tan destructivo, que le cuesta respirar. Carlos, sin embargo, no se mueve ni un centímetro. Su rostro es una máscara de frialdad. –¿Acaso ves que me estoy riendo? – Carlos responde con la dureza que siempre lo ha caracterizado. –Como dije, Úrsula me