TERCER ENEMIGO

Las piernas cruzadas, una mano que sostenía la copa de vino que llevaba bebiendo en los últimos quince minutos, no le importaba el tiempo que pasara, ella la iba a esperar hasta que se dignara en entrar por esa puerta mientras en el sillón frente a ella estaba la cuna del bebé que había traído del hospital hacia no más de seis horas.

—Pase por favor, señorita —dijo una de las servidoras.

Siendo la mujer que solo ella podía ser, se levantó de su lugar en el momento en que oyó a su hija.

— ¿Madre, madre? ¡Madre, te tengo una noticia!

Con una mano en la cintura, Emma encontró a Gertrudis mirándola como pocas veces lo hacía, le hizo una seña a que se acercara.

—Madre, ¿qué sucede?

— ¡Eres una imbécil! —Y desquitando su coraje, Gertrudis bofeteó a su hija —. No puedo creer hasta dónde has llegado siendo tan imbécil.

— ¿De qué hablas, madre?

— ¡Lárgate, lárgate lejos con ese niño porque no lo quiero más!

—Madre, ¿qué sucede?

— ¡No me llames madre, no quiero volverte a ver, lárgate de
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