ICEBERG DE SENTIMIENTOS

Colocando la taza de café en la mesa central, lista para continuar con la conversación, Lucía sonrió.

—No lo sé pero a mí me parece una mujer increíble, es muy educada, tiene mucho conocimiento, ¿has visto los vestidos que usa? ¡Dios mío, es una mujer como pocas!

Gertrudis no evitó sonreír de manera burlesca al darse cuenta que esa mujer estaba hablando demás.

—Nunca te has expresado así de mi hija, ¿piensas que ella no tiene clase? ¿Sigues creyendo que Paula era mejor?

—Jamás he mencionado a Paula en estos últimos años desde que ella no está. Ella ha sido olvidada por todos nosotros.

— ¿Qué hay de mi hija? ¿Sigues creyendo que no vale para tu hijo?

—Por favor, Gertrudis, yo jamás he dicho algo como eso —contestó Lucía de manera nerviosa.

—No pasa nada, a veces yo también lo pienso. Mi hija ha sido una completa inepta que no supo cuidar de ese niño.

—Por cierto, ahora que lo mencionas, ¿por qué no has cuidado más de tu nieto? Antes recuerdo que morías porque estuviera aquí, justamen
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