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Por petición de ella se quedaron también para el postre y luego de eso caminaron un rato por las calles de Nueva York, el clima ayudaba un poco, los transeúntes pasaban de un lado al otro. Cuando menos se lo pensó, Sarah sintió el roce de los dedos de Hasan, entonces, por primera vez el árabe le tomó la mano. Ella sintió que aquella sensación extraordinaria la embargó de los pies a la cabeza. Más que extraordinario, se sentía mágico estar así con él.

—Hasan, ¿por qué me tomas de la mano?

Ambos se detuvieron, bajo la oscuridad de los faroles, en medio de la multitud al paso ligero. A Sarah le brillaban los ojos.

—¿Por qué no podría hacerlo?

—Vale, solo fingimos. ¿No es así? —emitió bajito.

Él suspiró y acarició su mejilla.

—No todo se trata de eso, Sarah —le dejó saber mientras se le quedaba mirando a los ojos y también a sus labios, indicando que en cualquier momento ocurriría un beso. Eso esperaba Sarah.

—¿Por qué dices todo eso? Creo que solo buscas confundirme y jugar conmigo
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