El hospital, siempre iluminado las 24 horas, pero parecía sumido en la oscuridad para Alejandro. Luciana… ¡lo había bloqueado! De repente, recordó sus palabras: que no serían amigos, que no se verían más, y que si alguna vez se encontraban, serían completos extraños. Sintió un vacío en el pecho, como si le hubieran arrancado una parte de sí mismo. Ella lo había dicho… y lo había cumplido.Alejandro levantó la cabeza de golpe y miró a Sergio.—¡Sergio!—¿Qué pasa, Alex?—Llama a Luciana. Dile que el abuelo está enfermo… que quiere verla.—De acuerdo. —Sergio, aunque intrigado por la petición, no hizo preguntas. Marcó el número y esperó.Al otro lado, Luciana contestó:—¿Sergio?Alejandro contuvo la respiración; ella había respondido. Sergio, echando un vistazo rápido a su amigo, habló en voz baja:—Luciana, don Miguel se ha puesto mal. Quiere verte.—¿Miguel está enfermo? —Luciana se levantó de su asiento, alarmada.—¿Qué le pasó? ¿Es grave?—Se alteró mucho, y ahora está en la sala de
—Fue falta de juicio, no pensé en las consecuencias. Lo siento mucho… —Su arrepentimiento se mezcló con sollozos—. ¿Qué hacemos ahora? Puedo hacer una declaración y aclarar todo…—No hace falta. —Alejandro suspiró, con el rostro sombrío—. Lo hecho, hecho está.Mónica parpadeó, sorprendida.—¿Eso significa…?Él la miró con frialdad, sus palabras eran precisas y distantes.—Luciana ya se fue. Ahora, tengo una responsabilidad contigo y con el bebé.Los ojos de Mónica se agrandaron, su expresión era de incredulidad mezclada con alegría. ¡Por fin!—¿Es cierto? ¿De verdad? —preguntó, conteniendo la emoción.Alejandro asintió, apenas moviendo la cabeza.—Sí. Pero mi abuelo aún no puede aceptar esto. Habrá que esperar a que se recupere… luego intentaremos hacerle entender.—Por supuesto —Mónica asintió rápidamente, las lágrimas de emoción llenando sus ojos—. Haré lo que tú digas.Alejandro se giró y llamó a Juan con un gesto.—Llévala a casa —le indicó, y luego miró a Mónica—. Lo siento, debo
Esa noche, cerca de las ocho, Luciana recibió una llamada de Juan. Contestó extrañada.—¿Sí?—Luciana, estoy camino a la villa Trébol. ¿Estás en casa?Luciana parpadeó, desconcertada.—¿Y tú qué haces yendo a la villa Trébol?—Es una orden de Alejandro. He recogido todas tus cosas de Casa Guzmán, y me pidió que te las trajera.Ah, claro. Luciana sintió una leve inquietud. Lo cierto era que ella no estaba en la villa Trébol.—Espera un momento, ahora no estoy ahí.—No pasa nada —respondió Juan—. Puedo esperar. Tómate tu tiempo; esperaré lo que sea necesario.Luciana suspiró, resignada.—Está bien, voy para allá. El que llegue primero, espera.—Perfecto. Nos vemos.Colgó la llamada, tomó su bolso y se dirigió a la villa Trébol usando el metro. Era fin de semana, y el tráfico estaba pesado. Al final, Luciana llegó antes que Juan.La villa Trébol, su antigua "casa matrimonial" con Alejandro, nunca la había visitado hasta ahora. Tenía las llaves, la tarjeta de acceso y el código, todo lo ne
Juan sonrió con cortesía.—Debo regresar, Alex me necesita.—De acuerdo.—Hasta luego.Después de cerrar la puerta, Luciana suspiró de alivio. Menos mal que Juan no aceptó la invitación; temía que se diera cuenta de que en realidad era la primera vez que estaba ahí.Abrió los maletines, uno por uno. Como había imaginado, Alejandro había incluido la ropa y accesorios que él mismo le había comprado. Luciana miró los objetos con una expresión indescifrable, luego separó las pocas cosas que realmente eran suyas y guardó el resto. No era cuestión de orgullo, sino de sentido común: las prendas y bolsos eran demasiado caros para ella, y ahora que ya no estaban juntos, no tenía dónde usarlos. Su vida volvería a ser simple.En ese momento sonó su teléfono.—¡Marti! —contestó Luciana, sonriendo—. ¿Ya llegaste?—¡Ábreme!Al abrir la puerta, no solo encontró a Martina, sino también a Vicente, quien la miraba con reproche.Luciana lo miró, sorprendida.—¿Qué miras? —Vicente frunció el ceño—. ¿Pensa
Luciana se quedó paralizada. Era Ricardo.¿Qué estaba haciendo allí? ¿Tan fuera de lugar estaba que ahora intentaba incomodar también a Pedro?Ricardo, visiblemente frustrado por la falta de respuesta de su hijo, sacó un caramelo de una bolsa de golosinas y se lo mostró.—Mira, Pedro, ¿ves lo que traje para ti?Pero Pedro no le prestaba atención; lo ignoraba por completo.—Pedro…—¡No te esfuerces! —Luciana dio un par de pasos hacia adelante, con una sonrisa sarcástica, y miró a Ricardo. Su tono estaba cargado de desprecio—. Pedro no acepta cosas de extraños.—¿Cómo que extraño? ¡Soy su…! —Ricardo se detuvo a mitad de la frase, con el rostro pálido.Luciana soltó una risa fría, sin compasión alguna—. ¿Cuántos años lleva Pedro aquí? En todo este tiempo, ¿cuántas veces has venido a verlo? Para él, tú eres un desconocido.Ricardo se quedó sin palabras, alternando entre pálido y enrojecido, murmurando entre dientes.—Tienes razón, todo ha sido culpa mía…¿En serio? Luciana frunció el ceño.
Fernando le había mentido. Él le ocultó el costo porque seguramente tenía pensado cubrirlo por ella. Además, ahora caía en cuenta de que las evaluaciones previas también debieron tener un precio.—Fer… ¿cuánto más tengo que deberte? —murmuró, cubriéndose el rostro con una mano. Tenía que averiguar cuánto había gastado Fernando. No podía permitir que él asumiera todo el costo. Decidió no llamarlo directamente, así que optó por pedirle ayuda a Vicente.—Vicente, necesito un favor —comenzó Luciana, contándole lo del dinero que Fernando había adelantado para Pedro—. ¿Podrías preguntar cuánto gastó exactamente?—Ustedes de verdad… —Vicente suspiró, claramente frustrado, pero aceptó—. Está bien, lo averiguo.No pasó mucho tiempo antes de que sonara el teléfono. Luciana pensó que sería Vicente, pero al ver la pantalla, notó que era Fernando.Respiró hondo antes de responder.—Fernando.Él aún estaba en la oficina. Se encendió un cigarrillo, dejando que el humo escapara lentamente entre sus de
Sergio, Juan y Simón se miraron con nerviosismo, sin atreverse a decir ni una palabra mientras seguían en el elevador. Las puertas estaban casi cerradas cuando, de pronto, Alejandro alargó el brazo.—¡Alex! —Sergio reaccionó rápido al ver cómo Alejandro se quejaba en voz baja al tener la mano atrapada. Los tres se apresuraron a ayudarlo, preocupados—. ¿Qué necesitas? Podemos resolverlo nosotros.Con un gesto de la mano, Alejandro se zafó y respiró hondo.—No es nada —respondió con la voz apagada.Había sido un impulso. Solo un instante de ansiedad al imaginar que Luciana estaba ahí para una comida, quizás con alguien. Una inquietud que le corroía por dentro, deseando saber la respuesta.***En el salón privado del restaurante, Luciana y Fernando estaban sentados frente a frente.Fernando le sirvió un vaso.—Es agua de limón con miel. ¿O prefieres leche?—No, así está bien. —Luciana sostuvo el vaso y bebió despacio.—Ya pedí la comida —agregó él—. Aunque, si prefieres otra cosa, dímelo.
Sergio le abrió la puerta y Alejandro se inclinó para subir al auto, que partió de inmediato. Todo ocurrió en cuestión de minutos.Fernando observó la escena, sin perder detalle, y no pudo evitar preguntar, algo incrédulo:—¿Tú y…?Luciana parpadeó, esperando a que continuara, pero él guardó silencio. Por un instante, estuvo a punto de preguntarle si de verdad había pasado frente a su exmarido sin siquiera dirigirle la palabra. Sin embargo, optó por no hacerlo. Al final, tal distanciamiento le convenía a él.—Ah, ahí está el auto —dijo Fernando con una sonrisa, señalando las escaleras—. Vamos, te llevo a casa.Mientras tanto, en el Bentley, Alejandro atendía la llamada de su abogado, Nathan.—Señor Guzmán, ya tengo el borrador del acuerdo. Incluye también la cláusula de pensión que solicitó. Le envié la versión digital para que la revise y me diga si quiere hacer algún ajuste.Alejandro confiaba plenamente en Nathan, amigo de años y el mejor abogado. No tenía cabeza para eso ahora.—No