Sergio le abrió la puerta y Alejandro se inclinó para subir al auto, que partió de inmediato. Todo ocurrió en cuestión de minutos.Fernando observó la escena, sin perder detalle, y no pudo evitar preguntar, algo incrédulo:—¿Tú y…?Luciana parpadeó, esperando a que continuara, pero él guardó silencio. Por un instante, estuvo a punto de preguntarle si de verdad había pasado frente a su exmarido sin siquiera dirigirle la palabra. Sin embargo, optó por no hacerlo. Al final, tal distanciamiento le convenía a él.—Ah, ahí está el auto —dijo Fernando con una sonrisa, señalando las escaleras—. Vamos, te llevo a casa.Mientras tanto, en el Bentley, Alejandro atendía la llamada de su abogado, Nathan.—Señor Guzmán, ya tengo el borrador del acuerdo. Incluye también la cláusula de pensión que solicitó. Le envié la versión digital para que la revise y me diga si quiere hacer algún ajuste.Alejandro confiaba plenamente en Nathan, amigo de años y el mejor abogado. No tenía cabeza para eso ahora.—No
No le dio muchas vueltas y de inmediato la llamó.Luciana contestó casi enseguida.—¿Sí, señor Moras?—Señorita Herrera —dijo Nathan, sujetando el documento—, usted solo firmó uno de los acuerdos. El de manutención no lo ha firmado.—¿Ah, no? —fingió sorpresa—. Debí confundirme. Creí haber firmado ambos.Nathan estaba desconcertado. ¿Cómo era posible que lo hubiera olvidado? La mayoría de las personas en un divorcio suelen prestar especial atención a los términos de manutención, especialmente con una oferta tan generosa como la de Alejandro, suficiente para que Luciana viviera sin preocupaciones el resto de su vida.—¿Entonces cuándo le sería conveniente regresar para firmar? —insistió.—Yo diría que no hay prisa —respondió Luciana, con tono decidido—. Podemos firmarlo todo cuando vayamos al registro civil.—Eso no es estrictamente necesario —señaló Nathan—, aunque hay algunos trámites de transferencia de bienes que deben gestionarse en varias instancias. Podría venir a firmar cuando e
Mostró su tarjeta del comedor con una sonrisa.Fernando, sabiendo que ella prefería mantener las cosas informales, aceptó. Fueron juntos a la cafetería; él se encargó de servir la comida mientras Luciana buscaba una mesa.—Para ti —dijo él, poniéndole otra porción de sus bolitas de carne favoritas—. Come todo lo que quieras; lo que dejes, me lo termino yo.—Gracias —respondió ella con una sonrisa, tomando una papita frita mientras lo miraba con una mezcla de ternura y resignación. Finalmente, suspiró—. Fernando, dejando de lado tu situación familiar, tú sabes cómo es mi vida. No deberías…—¡Para! —Fernando frunció el ceño—. Soy un adulto y sé bien lo que estoy haciendo. —Hizo una pausa, antes de agregar con tono firme—: Si tienes tanto valor, enfréntame cada vez que me veas o llámale a la policía y dime que te estoy molestando, pero no puedes evitar lo que siento.Luciana se quedó helada. Sabía que no podría hacerle eso.—Come tranquila —dijo Fernando al notar su expresión aturdida y c
¿Algo relacionado con Luciana?Alejandro guardó silencio por un momento antes de preguntar, con voz más suave de lo habitual:—¿Qué pasa con ella?Nathan soltó una pequeña risa. No sabía si Alejandro se daba cuenta, pero solo al mencionar a su futura exesposa, el tono de Alejandro se tornaba más calmado.—Luciana me pidió que te informara que prefiere ir al registro civil a firmar cuanto antes. Todo lo demás, puede esperar.Alejandro se quedó inmóvil, sorprendido por un instante. ¿Era solo por eso? ¿Por qué esa urgencia de Luciana? Sintió una punzada amarga, como si su corazón se sumergiera en un pozo de hiel. Inmediatamente, su pensamiento fue hacia Fernando.«Es por él, seguramente,» pensó. Si estaban juntos, Fernando no iba a aceptar que el nombre de Luciana siguiera en los registros de la familia Guzmán. Alejandro apretó el teléfono, como si al hacerlo pudiera retener lo que quedaba de su vida con ella.Con voz baja y resignada, respondió:—De acuerdo, Nathan. Haz los arreglos segú
Victoria apenas pasaba de los cuarenta, llevaba una vida tranquila y siempre había gozado de buena salud. Fernando no podía imaginar que su madre, al enfermarse, enfrentara de golpe una enfermedad tan grave.—¿Dijeron si es benigno o…? —Aún no lo saben —Diego negó con la cabeza, sin ocultar la preocupación en sus ojos—. Necesitarán operarla y analizar el tejido para estar seguros.Esa simple frase hizo que el ánimo de Fernando se desplomara aún más. Padre e hijo se quedaron en silencio, compartiendo la misma incertidumbre y preocupación.Diego le dio una palmadita en el hombro.—Pasa a verla, hijo. Desde que te fuiste de casa, no ha dejado de pensar en ti.Fernando asintió, sintiendo una punzada de culpa, y abrió la puerta del cuarto. Victoria estaba dormida, y él se quedó junto a ella toda la noche, en vela, velando su descanso.Al amanecer, Victoria despertó y al verlo allí, una sonrisa cálida se dibujó en su rostro.—Hijo, viniste —dijo, contenta, mientras intentaba incorporarse.—
—¿Eres...? —Fernando la observó, algo confundido.La joven soltó una risa alegre, se puso de pie y, ladeando la cabeza, respondió:—Soy Bruna De Jesús. La que de niña siempre te seguía a todas partes... la "gordita".Con esa referencia, Fernando finalmente la ubicó. La familia De Jesús y la familia Domínguez habían sido amigos por generaciones, y la madre de Bruna era la mejor amiga de Victoria. Sin embargo, la Bruna que recordaba era una niña regordeta, muy diferente de la joven esbelta que tenía frente a él.—¡Claro, Bruna! —dijo con una sonrisa—. Cuánto tiempo sin vernos.Después de la muerte del padre de Bruna, la familia se había trasladado al extranjero, y él no había vuelto a saber de ella hasta ahora.Fernando miró su reloj y luego se volvió hacia su madre.—Mamá, tengo que ir a la oficina. Papá llegará en un rato, pero cualquier cosa, llámame de inmediato.—Claro, hijo —respondió Victoria con un asentimiento, aunque con una expresión un poco resignada. Luego miró a Bruna y aña
Fernando guardó silencio. Su padre también intervino:—Hijo, solo es una reunión. No te estamos pidiendo que hagas nada más. Piensa en la relación que hay entre ambas familias.Fernando suspiró, resignado.—¿Solo una reunión?Diego soltó una risa breve.—Claro, ¿qué más vamos a pedirte? Ni que pudiéramos obligarte a nada.Fernando dudó un momento, pero al final asintió.—Está bien. Acepto, pero quiero dejar claro que solo es una reunión y no quiero que esperen más de esto.—Sí, hijo. Entendemos —Victoria sonrió con alivio—. Gracias por hacer esto.La cita se acordó para la noche siguiente, que era sábado, y consistiría en asistir juntos a una obra de teatro a las ocho en punto.***En la noche del sábado, Alejandro recogió a Mónica para asistir al teatro Muonio, donde se presentaba una obra de renombre y muy solicitada. La verdad, el teatro no le apasionaba mucho, pero estaba allí por ella. El lugar estaba abarrotado, como era de esperarse en fin de semana.Mientras avanzaban entre la
Fernando se sorprendió. ¿Alejandro también estaba en el teatro? ¿Había visto algo? Algo en el tono de su voz le indicaba que estaba furioso. Sin comprender del todo, Fernando le comentó brevemente a Bruna y salió del teatro para encontrarse con él.—Señor Guzmán... —comenzó a saludar, apenas lo vio.Alejandro no le dio tiempo de terminar. Con un solo movimiento, lanzó un puñetazo directo que impactó en la cara de Fernando, quien trastabilló, intentando mantenerse en pie. Un hilo de sangre se deslizó desde la comisura de su labio partido.Fernando se limpió la sangre con la mano, mirándolo con una mezcla de sorpresa y enojo.—¡Alejandro Guzmán! ¿A qué viene esto?Alejandro lo miró con una sonrisa helada, sus ojos llenos de una rabia contenida.—¿Luciana sabe que estás aquí, saliendo con otra mujer?El comentario encendió algo en la mirada de Fernando, una chispa de alarma que no pasó desapercibida para Alejandro. Al ver esa reacción, su furia se intensificó y lo tomó de la camisa, mirán