Juan sonrió con cortesía.—Debo regresar, Alex me necesita.—De acuerdo.—Hasta luego.Después de cerrar la puerta, Luciana suspiró de alivio. Menos mal que Juan no aceptó la invitación; temía que se diera cuenta de que en realidad era la primera vez que estaba ahí.Abrió los maletines, uno por uno. Como había imaginado, Alejandro había incluido la ropa y accesorios que él mismo le había comprado. Luciana miró los objetos con una expresión indescifrable, luego separó las pocas cosas que realmente eran suyas y guardó el resto. No era cuestión de orgullo, sino de sentido común: las prendas y bolsos eran demasiado caros para ella, y ahora que ya no estaban juntos, no tenía dónde usarlos. Su vida volvería a ser simple.En ese momento sonó su teléfono.—¡Marti! —contestó Luciana, sonriendo—. ¿Ya llegaste?—¡Ábreme!Al abrir la puerta, no solo encontró a Martina, sino también a Vicente, quien la miraba con reproche.Luciana lo miró, sorprendida.—¿Qué miras? —Vicente frunció el ceño—. ¿Pensa
Luciana se quedó paralizada. Era Ricardo.¿Qué estaba haciendo allí? ¿Tan fuera de lugar estaba que ahora intentaba incomodar también a Pedro?Ricardo, visiblemente frustrado por la falta de respuesta de su hijo, sacó un caramelo de una bolsa de golosinas y se lo mostró.—Mira, Pedro, ¿ves lo que traje para ti?Pero Pedro no le prestaba atención; lo ignoraba por completo.—Pedro…—¡No te esfuerces! —Luciana dio un par de pasos hacia adelante, con una sonrisa sarcástica, y miró a Ricardo. Su tono estaba cargado de desprecio—. Pedro no acepta cosas de extraños.—¿Cómo que extraño? ¡Soy su…! —Ricardo se detuvo a mitad de la frase, con el rostro pálido.Luciana soltó una risa fría, sin compasión alguna—. ¿Cuántos años lleva Pedro aquí? En todo este tiempo, ¿cuántas veces has venido a verlo? Para él, tú eres un desconocido.Ricardo se quedó sin palabras, alternando entre pálido y enrojecido, murmurando entre dientes.—Tienes razón, todo ha sido culpa mía…¿En serio? Luciana frunció el ceño.
Fernando le había mentido. Él le ocultó el costo porque seguramente tenía pensado cubrirlo por ella. Además, ahora caía en cuenta de que las evaluaciones previas también debieron tener un precio.—Fer… ¿cuánto más tengo que deberte? —murmuró, cubriéndose el rostro con una mano. Tenía que averiguar cuánto había gastado Fernando. No podía permitir que él asumiera todo el costo. Decidió no llamarlo directamente, así que optó por pedirle ayuda a Vicente.—Vicente, necesito un favor —comenzó Luciana, contándole lo del dinero que Fernando había adelantado para Pedro—. ¿Podrías preguntar cuánto gastó exactamente?—Ustedes de verdad… —Vicente suspiró, claramente frustrado, pero aceptó—. Está bien, lo averiguo.No pasó mucho tiempo antes de que sonara el teléfono. Luciana pensó que sería Vicente, pero al ver la pantalla, notó que era Fernando.Respiró hondo antes de responder.—Fernando.Él aún estaba en la oficina. Se encendió un cigarrillo, dejando que el humo escapara lentamente entre sus de
Sergio, Juan y Simón se miraron con nerviosismo, sin atreverse a decir ni una palabra mientras seguían en el elevador. Las puertas estaban casi cerradas cuando, de pronto, Alejandro alargó el brazo.—¡Alex! —Sergio reaccionó rápido al ver cómo Alejandro se quejaba en voz baja al tener la mano atrapada. Los tres se apresuraron a ayudarlo, preocupados—. ¿Qué necesitas? Podemos resolverlo nosotros.Con un gesto de la mano, Alejandro se zafó y respiró hondo.—No es nada —respondió con la voz apagada.Había sido un impulso. Solo un instante de ansiedad al imaginar que Luciana estaba ahí para una comida, quizás con alguien. Una inquietud que le corroía por dentro, deseando saber la respuesta.***En el salón privado del restaurante, Luciana y Fernando estaban sentados frente a frente.Fernando le sirvió un vaso.—Es agua de limón con miel. ¿O prefieres leche?—No, así está bien. —Luciana sostuvo el vaso y bebió despacio.—Ya pedí la comida —agregó él—. Aunque, si prefieres otra cosa, dímelo.
Sergio le abrió la puerta y Alejandro se inclinó para subir al auto, que partió de inmediato. Todo ocurrió en cuestión de minutos.Fernando observó la escena, sin perder detalle, y no pudo evitar preguntar, algo incrédulo:—¿Tú y…?Luciana parpadeó, esperando a que continuara, pero él guardó silencio. Por un instante, estuvo a punto de preguntarle si de verdad había pasado frente a su exmarido sin siquiera dirigirle la palabra. Sin embargo, optó por no hacerlo. Al final, tal distanciamiento le convenía a él.—Ah, ahí está el auto —dijo Fernando con una sonrisa, señalando las escaleras—. Vamos, te llevo a casa.Mientras tanto, en el Bentley, Alejandro atendía la llamada de su abogado, Nathan.—Señor Guzmán, ya tengo el borrador del acuerdo. Incluye también la cláusula de pensión que solicitó. Le envié la versión digital para que la revise y me diga si quiere hacer algún ajuste.Alejandro confiaba plenamente en Nathan, amigo de años y el mejor abogado. No tenía cabeza para eso ahora.—No
No le dio muchas vueltas y de inmediato la llamó.Luciana contestó casi enseguida.—¿Sí, señor Moras?—Señorita Herrera —dijo Nathan, sujetando el documento—, usted solo firmó uno de los acuerdos. El de manutención no lo ha firmado.—¿Ah, no? —fingió sorpresa—. Debí confundirme. Creí haber firmado ambos.Nathan estaba desconcertado. ¿Cómo era posible que lo hubiera olvidado? La mayoría de las personas en un divorcio suelen prestar especial atención a los términos de manutención, especialmente con una oferta tan generosa como la de Alejandro, suficiente para que Luciana viviera sin preocupaciones el resto de su vida.—¿Entonces cuándo le sería conveniente regresar para firmar? —insistió.—Yo diría que no hay prisa —respondió Luciana, con tono decidido—. Podemos firmarlo todo cuando vayamos al registro civil.—Eso no es estrictamente necesario —señaló Nathan—, aunque hay algunos trámites de transferencia de bienes que deben gestionarse en varias instancias. Podría venir a firmar cuando e
Mostró su tarjeta del comedor con una sonrisa.Fernando, sabiendo que ella prefería mantener las cosas informales, aceptó. Fueron juntos a la cafetería; él se encargó de servir la comida mientras Luciana buscaba una mesa.—Para ti —dijo él, poniéndole otra porción de sus bolitas de carne favoritas—. Come todo lo que quieras; lo que dejes, me lo termino yo.—Gracias —respondió ella con una sonrisa, tomando una papita frita mientras lo miraba con una mezcla de ternura y resignación. Finalmente, suspiró—. Fernando, dejando de lado tu situación familiar, tú sabes cómo es mi vida. No deberías…—¡Para! —Fernando frunció el ceño—. Soy un adulto y sé bien lo que estoy haciendo. —Hizo una pausa, antes de agregar con tono firme—: Si tienes tanto valor, enfréntame cada vez que me veas o llámale a la policía y dime que te estoy molestando, pero no puedes evitar lo que siento.Luciana se quedó helada. Sabía que no podría hacerle eso.—Come tranquila —dijo Fernando al notar su expresión aturdida y c
¿Algo relacionado con Luciana?Alejandro guardó silencio por un momento antes de preguntar, con voz más suave de lo habitual:—¿Qué pasa con ella?Nathan soltó una pequeña risa. No sabía si Alejandro se daba cuenta, pero solo al mencionar a su futura exesposa, el tono de Alejandro se tornaba más calmado.—Luciana me pidió que te informara que prefiere ir al registro civil a firmar cuanto antes. Todo lo demás, puede esperar.Alejandro se quedó inmóvil, sorprendido por un instante. ¿Era solo por eso? ¿Por qué esa urgencia de Luciana? Sintió una punzada amarga, como si su corazón se sumergiera en un pozo de hiel. Inmediatamente, su pensamiento fue hacia Fernando.«Es por él, seguramente,» pensó. Si estaban juntos, Fernando no iba a aceptar que el nombre de Luciana siguiera en los registros de la familia Guzmán. Alejandro apretó el teléfono, como si al hacerlo pudiera retener lo que quedaba de su vida con ella.Con voz baja y resignada, respondió:—De acuerdo, Nathan. Haz los arreglos segú