—Vaya, vaya… —murmuró, sacudiendo la cabeza con una sonrisa irónica y haciéndole señas a Sergio—. Abre las ventanas, por favor. Este lugar huele a cenicero.Al echar un vistazo a la mesita, vio el cenicero desbordante de colillas. Claramente, Alejandro había estado fumando sin parar.Miró a su amigo, expresando toda su desaprobación.—¿Qué pasa contigo? ¿Ya no te importa tu salud? La señora solo está temporalmente fuera de contacto, y tú pareces actuar como si fuera el fin del mundo.Alejandro no respondió; lanzó una bocanada de humo, recostándose en la silla con un aire derrotado. Salvador no solía verlo así.Entendiendo que la situación era grave, Salvador adoptó un tono más serio y se sentó a su lado.—¿Qué le hiciste, Alejandro? Sergio mencionó que ella estaba enferma cuando desapareció.Alejandro cerró los ojos un instante y aspiró el cigarro con fuerza, sintiéndose consumido por la culpa.—Soy un imbécil, Salvador.Sorprendido, Salvador lo miró con las cejas levantadas.—¿Qué, ac
La habitación estaba sumida en un silencio mortal.Alejandro lanzó su celular sobre la mesa, su mirada helada y penetrante. Cuando habló, su voz era tan fría que parecía cortar el aire:—¡Encuentren a ese miserable!—Sí, primo —Juan atrapó el teléfono apresurado, casi con las manos temblorosas—. Salvador ya está buscándolo. Cree que pronto tendrá noticias.Alejandro asintió, girándose hacia el balcón. Sacó un cigarrillo y lo encendió con movimientos tensos.Mónica observaba cada uno de sus gestos, sin poder intervenir. Sin embargo, había entendido la situación: Luciana había desaparecido.¿Y cómo era posible? ¿Acaso había sido por la conversación en la que Alejandro le pidió el divorcio? Un leve rastro de burla cruzó por el rostro de Mónica. Así que su "querida hermanita" tenía más estrategias de las que aparentaba.Era evidente que esta maniobra estaba pensada para atormentarlo, hacer que la buscara desesperado. Mónica se mordió el labio. Si Luciana pensaba que podía ganar así, estaba
Su voz no era elevada, incluso se podría considerar suave, pero quienes lo conocían sabían que esa calma era una señal de que estaba a punto de estallar de furia.—Yo… —el hombre titubeó, sacudiendo la cabeza—. ¡Te he dicho que no lo sé!No terminó de hablar cuando Alejandro aflojó su agarre, pero solo para arrojarlo al suelo con fuerza. El impacto fue brutal, el hombre cayó de pecho.—¡Cof, cof!Se esforzó por levantarse, pero Alejandro le pisó la espalda, inmovilizándolo.—Si quieres seguir vivo, entrega a la mujer. ¡Y que esté sana y salva! ¡No le falte un solo pelo!—¡Pero…! —El hombre temblaba de terror, consciente de que se había topado con alguien implacable. Sacudía la cabeza, rogando misericordia—. ¡No sé nada, por favor, suélteme, yo…!—¡Alex! —Una exclamación colectiva llenó la habitación.Mónica, que acababa de entrar, se quedó petrificada al ver lo que ocurría. Alejandro había alzado una silla y la dejaba caer con fuerza sobre la espalda del hombre. Su cabello quedó desord
—No tienes que disculparte. No fue tu intención hacerme daño —le respondió Mónica, frunciendo el ceño suavemente.Dudó un momento antes de preguntar:—Lo de hoy… ¿fue por mí?La mirada de Alejandro se endureció, sus labios se volvieron una línea delgada y apretada.—Esto no tiene nada que ver contigo. Es mi responsabilidad, Mónica.Alejandro nunca había sido alguien que esquivara sus responsabilidades. Sabía que fue él quien, al dejarse llevar, había provocado el embarazo de Mónica, y también él quien había lastimado a Luciana. Estaba atrapado entre sus propios conflictos: no podía soltar la responsabilidad que sentía por Mónica, pero tampoco podía renunciar a Luciana. Ese deseo insaciable lo había llevado a cometer un grave error.El sonido de su celular lo sacó de sus pensamientos. Era Salvador. Alejandro miró de reojo a Mónica, y no contestó.—Atiende —dijo ella con una leve sonrisa—. No te preocupes por mí. Sé bien lo que es importante en este momento: encontrarla a ella. Lo demás…
Sergio no dudó ni un segundo.—Voy a mandar a alguien a buscarla ahora mismo.—Espera, yo voy contigo —respondió Alejandro, sin pensarlo.Su salida se demoró un par de horas. Mientras tanto, la última sesión de su suero había terminado, pero no había noticias. Alejandro ya no podía estar más tranquilo, así que decidió vestirse y, acompañado por Juan, se dirigió hacia la calle trasera.Durante el camino, Juan se mantuvo en contacto con Sergio, asegurándose de que no repitieran la búsqueda en los mismos hostales. No querían perder tiempo.—Ya está —dijo Juan tras colgar el teléfono—. Todo claro, Alex, ahora podemos...Pero se dio cuenta de que Alejandro no lo estaba escuchando.—¿Alex? ¿Qué miras?Alejandro entrecerró los ojos, señalando con un gesto hacia la otra acera.—Mira allá —dijo, con el rostro tenso—. Es Martina. Está con una amiga.Las dos chicas caminaban riendo y conversando, mientras cargaban varias bolsas.—Eso no está bien —dijo Alejandro, la molestia clara en su voz.—¿Qu
La habitación era tan estrecha que apenas dejaba lugar para moverse. Dos camas alineadas contra las paredes, una mesa en el centro, sin un centímetro más de espacio disponible. Un espacio mínimo, casi claustrofóbico.El aire estaba denso, pesado, y el calor abrasante solo lo hacía más insoportable. No había aire acondicionado, y el ventilador del techo, con su quejido constante, solo movía el aire caliente, como si nada pudiera aliviar la pesadez del ambiente. En la mesa, descansaban un hervidor de agua y un par de vasos, tan simples como la propia habitación.Alejandro sirvió un poco de agua, pero al ver que no había miel, no dudó en preguntar con voz grave:—Luci, ¿dónde está la miel?Luciana, que hasta ese momento había estado de espaldas, se tensó al escuchar su voz. Lentamente, giró sobre sí misma, incrédula. No podía ser… ¡Era él!Sus miradas se cruzaron, y Alejandro frunció el ceño. En apenas dos días, Luciana había perdido más peso. No podía evitar examinarla con preocupación,
Rosa se quedó helada, sorprendida por la solicitud.—Ah, no, no hace falta, señor Guzmán. Luciana es mi amiga, y… cuidarla es lo menos que puedo hacer.—No me hagas perder el tiempo. —Alejandro interrumpió, con una leve irritación—. Aunque no lo digas, puedo averiguarlo. No es necesario que hagas todo un show. Agradezco mucho lo que haces por Luciana, y te lo voy a reconocer.Rosa no tuvo más remedio que aceptar.—Está bien, señor Guzmán.—Gracias, Rosa.—¡Cuídese, señor Guzmán! ¡Le deseo lo mejor!Alejandro salió de la residencia y, antes de perderse de vista, se detuvo un segundo. Miró hacia la puerta y, después de unos instantes pensativos, se dirigió a Sergio.—Haz algo por mí. Y hazlo rápido.—Sí, primo.Dentro de la residencia, Rosa corría de un lado a otro, su rostro sonrojado por el esfuerzo. Subía y bajaba las escaleras, agitada, mientras cargaba bolsas de comida. Todo provenía de Alejandro. Él había ordenado que le trajeran todo.La mesa estaba abarrotada. No cabía más. Rosa,
El ruido en su habitación disminuyó a medida que terminaban la instalación en el cuarto 502 y continuaban en las demás habitaciones. Finalmente, los curiosos comenzaron a dispersarse.Rosa despidió a los compañeros que se habían asomado y cerró la puerta. Luego, corrió la cortina de la cama de Luciana y sonrió.—¿Quieres un poco de agua con miel? Es la que mandó el señor Guzmán, importada y sin conservantes. Te preparo una.—Está bien, gracias.Rosa preparó la bebida y se la entregó.Suspiró aliviada y sonrió.—¡Qué fresquito se siente ahora con el aire! Se acabó el calor.Luciana bebió en silencio, sin levantar la mirada.—Luciana —dijo Rosa, pensativa—. El señor Guzmán realmente se ha portado bien contigo, ¿has visto todo lo que ha hecho?Luciana dudó un momento y respondió en voz baja:—Es que… él tiene dinero.—¡Ay, por favor! —Rosa puso los ojos en blanco—. Tener dinero es una cosa, pero también hay que tener el corazón y estar dispuesto a gastarlo en alguien, ¿no? Hay un montón d