La habitación era tan estrecha que apenas dejaba lugar para moverse. Dos camas alineadas contra las paredes, una mesa en el centro, sin un centímetro más de espacio disponible. Un espacio mínimo, casi claustrofóbico.El aire estaba denso, pesado, y el calor abrasante solo lo hacía más insoportable. No había aire acondicionado, y el ventilador del techo, con su quejido constante, solo movía el aire caliente, como si nada pudiera aliviar la pesadez del ambiente. En la mesa, descansaban un hervidor de agua y un par de vasos, tan simples como la propia habitación.Alejandro sirvió un poco de agua, pero al ver que no había miel, no dudó en preguntar con voz grave:—Luci, ¿dónde está la miel?Luciana, que hasta ese momento había estado de espaldas, se tensó al escuchar su voz. Lentamente, giró sobre sí misma, incrédula. No podía ser… ¡Era él!Sus miradas se cruzaron, y Alejandro frunció el ceño. En apenas dos días, Luciana había perdido más peso. No podía evitar examinarla con preocupación,
Rosa se quedó helada, sorprendida por la solicitud.—Ah, no, no hace falta, señor Guzmán. Luciana es mi amiga, y… cuidarla es lo menos que puedo hacer.—No me hagas perder el tiempo. —Alejandro interrumpió, con una leve irritación—. Aunque no lo digas, puedo averiguarlo. No es necesario que hagas todo un show. Agradezco mucho lo que haces por Luciana, y te lo voy a reconocer.Rosa no tuvo más remedio que aceptar.—Está bien, señor Guzmán.—Gracias, Rosa.—¡Cuídese, señor Guzmán! ¡Le deseo lo mejor!Alejandro salió de la residencia y, antes de perderse de vista, se detuvo un segundo. Miró hacia la puerta y, después de unos instantes pensativos, se dirigió a Sergio.—Haz algo por mí. Y hazlo rápido.—Sí, primo.Dentro de la residencia, Rosa corría de un lado a otro, su rostro sonrojado por el esfuerzo. Subía y bajaba las escaleras, agitada, mientras cargaba bolsas de comida. Todo provenía de Alejandro. Él había ordenado que le trajeran todo.La mesa estaba abarrotada. No cabía más. Rosa,
El ruido en su habitación disminuyó a medida que terminaban la instalación en el cuarto 502 y continuaban en las demás habitaciones. Finalmente, los curiosos comenzaron a dispersarse.Rosa despidió a los compañeros que se habían asomado y cerró la puerta. Luego, corrió la cortina de la cama de Luciana y sonrió.—¿Quieres un poco de agua con miel? Es la que mandó el señor Guzmán, importada y sin conservantes. Te preparo una.—Está bien, gracias.Rosa preparó la bebida y se la entregó.Suspiró aliviada y sonrió.—¡Qué fresquito se siente ahora con el aire! Se acabó el calor.Luciana bebió en silencio, sin levantar la mirada.—Luciana —dijo Rosa, pensativa—. El señor Guzmán realmente se ha portado bien contigo, ¿has visto todo lo que ha hecho?Luciana dudó un momento y respondió en voz baja:—Es que… él tiene dinero.—¡Ay, por favor! —Rosa puso los ojos en blanco—. Tener dinero es una cosa, pero también hay que tener el corazón y estar dispuesto a gastarlo en alguien, ¿no? Hay un montón d
—¿Señor López? —preguntó Rosa, con urgencia—. Por favor, dígale al señor Guzmán que Luciana se siente muy mal y necesita ir al hospital, pero yo sola no puedo cargarla.—De acuerdo, vamos para allá —respondió Sergio, con un tono tenso—. Gracias por avisar.—No hay de qué.Al colgar, Rosa abrió un caramelo y se lo puso a Luciana en la boca.—Chúpalo un poco. El señor Guzmán está en camino.Luciana apenas tenía fuerzas para asentir; sus ojos se entrecerraron, tratando de resistir el malestar. Rosa no se apartó de ella ni un segundo, limpiándole el sudor frío de la frente con una toalla.***Mientras tanto, Sergio estaba junto a Alejandro, quien recibía una infusión. Había pasado el día resolviendo asuntos de la empresa y apenas había tenido tiempo de ocuparse de su propia salud.—Alex… —intentó Sergio, sin querer alarmarlo demasiado—. Puedo encargarme yo. Termina tu suero y…No alcanzó a terminar la frase. Alejandro ya se había arrancado la aguja del brazo, su expresión seria y decidida.
Preocupado de que Luciana pudiera intentar escaparse al despertar, Alejandro decidió llevarla de vuelta a su habitación en el hospital, haciendo que el médico la atendiera allí mismo.—No es grave —informó el médico tras revisarla y emitir una orden para una infusión intravenosa—. Esta vez fue por interrumpir el tratamiento, pero con un par de días de suero se recuperará.Alejandro asintió, bajando la mirada. Después de un momento, preguntó:—¿Esto requerirá tratamiento constante? ¿Podría empeorar?—Aún es temprano para saberlo —respondió el médico—. Por ahora, no parece probable. Cuando termine este tratamiento, será importante monitorear y hacer chequeos regulares.—Gracias por venir tan rápido.—Estamos a su disposición.Cuando el médico se fue, Alejandro se sentó junto a la cama. Luciana, agotada, se había quedado dormida.Observándola, pensó en lo complicado que estaba siendo su embarazo, en los problemas que ya enfrentaba. Y no pudo evitar preguntarse si Mónica estaría pasando po
—Perdóname por lo de esta vez.Su disculpa sonaba insignificante comparada con lo que ella había pasado, pero sentía que era algo que tenía que decir.Luciana lo miró, sorprendida. Así que eso era lo que quería decir.—¿Por qué… por qué fuiste tan cruel conmigo? —preguntó, sin disimular el tono de reproche y dolor.—Sí, fui un idiota.Sus oscuros ojos se clavaron en ella, y Alejandro sintió una punzada de dolor en el corazón. Nadie sabía cuánta fuerza le costaba decir lo siguiente. Habló, cada palabra una rendición.—Esto no volverá a pasar. No, mejor dicho… no habrá una próxima vez.La frase salió de forma caótica y desordenada. Luciana no lo entendió del todo, pero asintió, casi en un susurro:—Eso dijiste, así que lo recordaré…—Luciana.Al notar que ella no había comprendido, Alejandro frunció el ceño y la interrumpió.—Lo que intento decir es que… nosotros no tendremos más “futuro”.Al decirlo, una amarga sensación recorrió su cuerpo, como si un veneno frío llenara su pecho y sus
Atrapada en su abrazo, Luciana mantuvo el cuerpo rígido, los brazos a los costados, sin corresponderle. Con una ligera sonrisa, murmuró:—Está bien, acepto tu disculpa.Aunque sentía una punzada de nostalgia, Alejandro la soltó, terminando el abrazo.—Luciana… —dijo, aún con algo más que decir—. Sobre la manutención… la casa donde vivíamos pasará a tu nombre, y además tendrás efectivo y algunas propiedades…Luciana no pudo evitar una carcajada.Alejandro frunció el ceño, mirándola con confusión.—Perdón —dijo ella, controlando la risa y apretando los labios—. Simplemente no me esperaba una manutención. En realidad, no hace falta que me des nada. Al fin y al cabo, nuestro matrimonio fue…Ella quiso decir que fue solo un acuerdo, una transacción. En realidad, sentía que era ella quien le debía a él, pero Alejandro no la dejó terminar.—Luciana —dijo con firmeza, cerrando los ojos un segundo—. No quiero oír eso. Te corresponde, así que acéptalo.Por un momento, su tono sonó casi molesto.
Negó con la cabeza sin dudar.—No, no podemos.Ese "no" le cayó como un balde de agua fría. Alejandro sintió como si algo le pinchara el corazón.—¿Me odias tanto?—No es eso. —Ella rió con ligereza y lo miró con una mezcla de ternura y resignación—. Sabes bien que Mónica y yo no nos llevamos, así que, por tu bien, no solo no podemos ser amigos. Lo mejor sería que no volviéramos a vernos.Hizo una pausa y añadió con calma:—Si un día nos encontramos por accidente, actúa como si no me conocieras.Levantó la mano en una última despedida.—Adiós, Alejandro.Alejandro trató de responder, pero solo logró decir una palabra, atrapada en su garganta:—Adiós.La miró irse, sus pasos decididos. Sabía que este sería el final, pero nunca imaginó que sería tan rápido, tan definitivo.Sintió un impulso de correr tras ella, detenerla. Pero sus pies parecían anclados al suelo, incapaces de moverse. ¿Para qué alcanzarla? Ya la había dejado ir, le había dado su libertad.Ella se marchaba con prisa, casi