—Eso es todo lo que tengo que decir. Ahora quisiera descansar.Pero Alejandro no estaba dispuesto a dejarlo así. La miró desde arriba, su expresión dura y los labios fríos.—¿Justo? ¿Quieres decir que tú no te metes con las mujeres que frecuento, y yo debería hacer lo mismo con los hombres que ves, sin importar que los abraces y les susurres al oído?Luciana se quedó helada, ¿eso era lo que él pensaba de ella? Claro, en su mente, ella debía de ser una mujer de lo más fácil y dispuesta. Apenas iba a contestarle cuando Alejandro volvió a hablar:—¡No lo permitiré! Lo que pasó antes no importa, ya te dije que lo pasado, pasado está. Pero de aquí en adelante, ¡no quiero que vuelvas a ver a ese hombre!Solo pensar en Fernando mirándola con esa ternura, casi lo enloquecía. Pero Luciana le soltó una sonrisa cínica.—¿Entonces tú puedes tener a quien quieras allá afuera y yo no? ¡Eso es demasiado conveniente! —Con eso, se acostó, ignorando que él le había arrebatado la manta. No le importaba;
El golpe no fue fuerte, pero encendió la furia que Alejandro llevaba conteniendo. Toda esa tensión acumulada por los problemas con Mónica, ese absurdo apego a Luciana, todo explotó de golpe. ¿Para qué seguía tratando de retenerla? Ella ni siquiera se molestaba en disimular su indiferencia, en cambio, se daba el lujo de verse con su ex.Alejandro la sujetó con fuerza, ignorando sus lágrimas y la desesperación en sus ojos.—¡Alejandro, basta!Pero él no la escuchó. Y cuando finalmente terminó, Luciana quedó mirando el techo, sin moverse. Nunca imaginó que él sería capaz de lastimarla de esa manera.Alejandro se apartó de ella en silencio, encendió un cigarro, y tras una mirada fugaz, salió al balcón. Luciana, con expresión vacía, intentó levantarse de la cama, luchando por llegar al baño. Justo cuando Alejandro encendía el cigarrillo, escuchó un ruido. Al girarse, su rostro se descompuso.—¡Luciana!Luciana yacía en el suelo, frente a la puerta del baño.Alejandro corrió hacia ella de in
—Vaya, vaya… —murmuró, sacudiendo la cabeza con una sonrisa irónica y haciéndole señas a Sergio—. Abre las ventanas, por favor. Este lugar huele a cenicero.Al echar un vistazo a la mesita, vio el cenicero desbordante de colillas. Claramente, Alejandro había estado fumando sin parar.Miró a su amigo, expresando toda su desaprobación.—¿Qué pasa contigo? ¿Ya no te importa tu salud? La señora solo está temporalmente fuera de contacto, y tú pareces actuar como si fuera el fin del mundo.Alejandro no respondió; lanzó una bocanada de humo, recostándose en la silla con un aire derrotado. Salvador no solía verlo así.Entendiendo que la situación era grave, Salvador adoptó un tono más serio y se sentó a su lado.—¿Qué le hiciste, Alejandro? Sergio mencionó que ella estaba enferma cuando desapareció.Alejandro cerró los ojos un instante y aspiró el cigarro con fuerza, sintiéndose consumido por la culpa.—Soy un imbécil, Salvador.Sorprendido, Salvador lo miró con las cejas levantadas.—¿Qué, ac
La habitación estaba sumida en un silencio mortal.Alejandro lanzó su celular sobre la mesa, su mirada helada y penetrante. Cuando habló, su voz era tan fría que parecía cortar el aire:—¡Encuentren a ese miserable!—Sí, primo —Juan atrapó el teléfono apresurado, casi con las manos temblorosas—. Salvador ya está buscándolo. Cree que pronto tendrá noticias.Alejandro asintió, girándose hacia el balcón. Sacó un cigarrillo y lo encendió con movimientos tensos.Mónica observaba cada uno de sus gestos, sin poder intervenir. Sin embargo, había entendido la situación: Luciana había desaparecido.¿Y cómo era posible? ¿Acaso había sido por la conversación en la que Alejandro le pidió el divorcio? Un leve rastro de burla cruzó por el rostro de Mónica. Así que su "querida hermanita" tenía más estrategias de las que aparentaba.Era evidente que esta maniobra estaba pensada para atormentarlo, hacer que la buscara desesperado. Mónica se mordió el labio. Si Luciana pensaba que podía ganar así, estaba
Su voz no era elevada, incluso se podría considerar suave, pero quienes lo conocían sabían que esa calma era una señal de que estaba a punto de estallar de furia.—Yo… —el hombre titubeó, sacudiendo la cabeza—. ¡Te he dicho que no lo sé!No terminó de hablar cuando Alejandro aflojó su agarre, pero solo para arrojarlo al suelo con fuerza. El impacto fue brutal, el hombre cayó de pecho.—¡Cof, cof!Se esforzó por levantarse, pero Alejandro le pisó la espalda, inmovilizándolo.—Si quieres seguir vivo, entrega a la mujer. ¡Y que esté sana y salva! ¡No le falte un solo pelo!—¡Pero…! —El hombre temblaba de terror, consciente de que se había topado con alguien implacable. Sacudía la cabeza, rogando misericordia—. ¡No sé nada, por favor, suélteme, yo…!—¡Alex! —Una exclamación colectiva llenó la habitación.Mónica, que acababa de entrar, se quedó petrificada al ver lo que ocurría. Alejandro había alzado una silla y la dejaba caer con fuerza sobre la espalda del hombre. Su cabello quedó desord
—No tienes que disculparte. No fue tu intención hacerme daño —le respondió Mónica, frunciendo el ceño suavemente.Dudó un momento antes de preguntar:—Lo de hoy… ¿fue por mí?La mirada de Alejandro se endureció, sus labios se volvieron una línea delgada y apretada.—Esto no tiene nada que ver contigo. Es mi responsabilidad, Mónica.Alejandro nunca había sido alguien que esquivara sus responsabilidades. Sabía que fue él quien, al dejarse llevar, había provocado el embarazo de Mónica, y también él quien había lastimado a Luciana. Estaba atrapado entre sus propios conflictos: no podía soltar la responsabilidad que sentía por Mónica, pero tampoco podía renunciar a Luciana. Ese deseo insaciable lo había llevado a cometer un grave error.El sonido de su celular lo sacó de sus pensamientos. Era Salvador. Alejandro miró de reojo a Mónica, y no contestó.—Atiende —dijo ella con una leve sonrisa—. No te preocupes por mí. Sé bien lo que es importante en este momento: encontrarla a ella. Lo demás…
Sergio no dudó ni un segundo.—Voy a mandar a alguien a buscarla ahora mismo.—Espera, yo voy contigo —respondió Alejandro, sin pensarlo.Su salida se demoró un par de horas. Mientras tanto, la última sesión de su suero había terminado, pero no había noticias. Alejandro ya no podía estar más tranquilo, así que decidió vestirse y, acompañado por Juan, se dirigió hacia la calle trasera.Durante el camino, Juan se mantuvo en contacto con Sergio, asegurándose de que no repitieran la búsqueda en los mismos hostales. No querían perder tiempo.—Ya está —dijo Juan tras colgar el teléfono—. Todo claro, Alex, ahora podemos...Pero se dio cuenta de que Alejandro no lo estaba escuchando.—¿Alex? ¿Qué miras?Alejandro entrecerró los ojos, señalando con un gesto hacia la otra acera.—Mira allá —dijo, con el rostro tenso—. Es Martina. Está con una amiga.Las dos chicas caminaban riendo y conversando, mientras cargaban varias bolsas.—Eso no está bien —dijo Alejandro, la molestia clara en su voz.—¿Qu
La habitación era tan estrecha que apenas dejaba lugar para moverse. Dos camas alineadas contra las paredes, una mesa en el centro, sin un centímetro más de espacio disponible. Un espacio mínimo, casi claustrofóbico.El aire estaba denso, pesado, y el calor abrasante solo lo hacía más insoportable. No había aire acondicionado, y el ventilador del techo, con su quejido constante, solo movía el aire caliente, como si nada pudiera aliviar la pesadez del ambiente. En la mesa, descansaban un hervidor de agua y un par de vasos, tan simples como la propia habitación.Alejandro sirvió un poco de agua, pero al ver que no había miel, no dudó en preguntar con voz grave:—Luci, ¿dónde está la miel?Luciana, que hasta ese momento había estado de espaldas, se tensó al escuchar su voz. Lentamente, giró sobre sí misma, incrédula. No podía ser… ¡Era él!Sus miradas se cruzaron, y Alejandro frunció el ceño. En apenas dos días, Luciana había perdido más peso. No podía evitar examinarla con preocupación,