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Capítulo 2: Luces diferente

Ellos se quedaron en silencio por unos segundos que se sintieron eternos y un poco incómodos, pero Gina, al percatarse que lo estaba mirando de manera inadecuada y que su mutismo ya era extraño, decidió romper el hielo:

—Bien, señor, como ya sabe, mi nombre es Gina y voy ayudarlo en lo que sea que necesite. Aunque, puesto que es un hombre, lo que más le tocará hacer son los trabajos que requieran mucha fuerza, así como, cargar agua en tanques para la limpieza, los productos que vamos a utilizar, entre otras cosas.

—Gracias, Gina —le respondió con cortesía—. Usted solo dígame lo que tengo que hacer y obedeceré.

—Ja, ja, ja, ja… —Ella estalló en una sonora carcajada—. Tranquilo. Yo solo soy una empleada con el mismo puesto que usted. Lo estoy orientando porque me pidieron recibirlo para ayudarlo con su trabajo, pero usted y yo tenemos el mismo cargo aquí y ganamos lo mismo, por lo tanto, deje de hablarme como si yo fuera su jefa, que nada que ver.

—Aun así, usted tiene más tiempo que yo en la empresa, por lo que ya sabe todo lo que se tiene que hacer. De alguna manera, siento que le debo un respeto especial por ello y que su tiempo y experiencia le da autoridad sobre mí.

»Pero, cambiando un poco de tema, puesto que hoy es mi primer día de trabajo, le pido que se quede a mi lado debido a que necesitaré mucho de su compañía —respondió con una sonrisa ladina. De inmediato se recriminó en sus adentros porque sintió que la había coqueteado.

—Por supuesto, cuente conmigo —le dijo con voz nerviosa.

Ese día todo transcurrió con normalidad y el joven hizo su trabajo, tal cual como se le había indicado. Sin embargo, dado que él no estaba acostumbrado a ese tipo de tarea, le fue difícil adaptarse, sumándole que los demás compañeros se burlaban en silencio, al ver que no se manejaba con la misma destreza con que lo hacían los demás. Pero a pesar de ese inconveniente, logró cumplir con su día de trabajo. Aquella noche él se durmió muy temprano, debido al cansancio y al dolor que tenía en todo el cuerpo.

***

Pronto amaneció y Edward fue despertado por la alarma. Maldijo y golpeó la cama al caer en cuenta que debía levantarse, pese al dolor en los músculos y la pesadez. Definitivamente, iría a una sesión de masajes en cuanto tuviera tiempo. Después de una ducha reparadora, el entusiasmo por su pequeño proyecto le regresó, entonces se fue a trabajar con el ánimo renovado.

—Buen día, Gina —saludó a la hermosa y simpática joven—. Aquí estoy de nuevo. Solo me dices qué hacer y empezamos.

—Buen día, Edward. —Le sonrió—. Hoy vamos a limpiar todas las oficinas, los cristales y las mesas. Me temo que tendremos un día muy afanado.

—Perfecto. Déjame ir por mis equipos de limpieza. —Le guiñó un ojo. Por alguna razón, aquel gesto la puso nerviosa.

—Sí, pero ¿puedo hacerte una pregunta si me disculpas?

—Sí, claro, dime.

—Desde ayer he notado que tu nivel de educación es muy elevado, aparte de que parece que eres una persona bastante inteligente. Incluso tus manos se encuentran bien cuidada, a diferencia de los demás trabajadores. ¿De dónde eres y por qué estás trabajando aquí de conserje, cuando tu perfil luce como si tuvieras otro nivel de formación?

Edward se tensó.

Miró a Gina con un poco de fascinación, debido a lo observadora que era.

—No sé por qué me percibes así —replicó nervioso porque no quería que ella ni nadie indagara sobre su identidad, puesto que aquello atentaba contra su plan.

—Ummm… —balbuceó ella escéptica—. Dime qué haces aquí y por qué no buscas otro puesto de trabajo. Y me disculpas, pero desde ayer tenía esa inquietud y no lo entiendo

—Bueno, no quiero hablar acerca de mí. No me mal interpretes y creas que soy grosero, es solo que tengo situaciones difíciles. Créeme que necesito estar en este trabajo.

—En fin, tú tendrás tus razones. Otra vez, disculpa mi atrevimiento.

—No te preocupes, no pasa nada. Mejor ya vamos a trabajar.

—Sí, tienes razón. Por cierto, recuerda que al medio día tenemos hora de almuerzo. Puedo llevarte al negocio de comida donde solemos comer los casi todos los empleados.

—Me parece perfecto. Muchas gracias. Solo que me lo recuerdes con tiempo y listo.

Llegó el medio día, por lo que ellos salieron almorzar junto a los demás empleados. Gina llevó a Edward al puesto de comida que solía frecuentar para almorzar.

—Bien, Edward, este es el menú del plato del día. ¿Qué vas a elegir?

—No, tranquila, querré lo mismo que tú pidas, ya que no tengo preferencia. Pide por mí.

—Bueno yo comeré pescado con arroz y guandules guisados.  Para beber, optaré por un jugo de chinola. ¿Te parece bien?

—Sí, perfecto, quiero eso mismo.

Ordenaron la comida, pero Gina se sorprendió al ver que Edward tomó los cubiertos con destreza y una elegancia que resaltaba entre los demás. Además, la postura que tomó para comer no le pareció característica de clase baja. A su parecer, Edward tenía porte, apariencia y comportamientos de una persona que pertenece a la clase alta.

 La curiosidad la estaba consumiendo; sin embargo, le daba vergüenza empezar a interrogarlo acerca de lo mismo, puesto que él le había dicho que no quería hablar de su vida. Ellos terminaron el almuerzo, por lo que Gina pidió la cuenta. Por inercia, Edward sacó su billetera para pagar, pero Gina no lo dejó hacerlo.

—No, Edward, no te preocupes. Esta vez yo invito.

—Pero Gina, no puedo permitirlo. Una dama nunca le paga la cuenta a un caballero. Por favor, permítame pagar a mí.

—No, Edward —refutó con firmeza—. Apenas empezaste a trabajar y ya quieres pagar ambas cuentas. Tranquilo, somos compañeros de trabajo y, como tal, me siento bien invitándote.

 »Además, no comparto esas posturas caballerosas de algunos hombres, que creen que solo ellos deben tener ciertos detalles. Más bien, creo en la reciprocidad, por lo tanto, si vamos hacer amigos no me trates con tanta cortesía.

»En nuestra amistad podemos turnarnos; por ejemplo, hoy yo pago y otro día lo haces tú. Siendo así, dado que fui yo quien te invitó a almorzar, esta vez me toca a mí asumir la cuenta —replicó sonriente.

—Gina, te agradezco mucho el gesto. —Le sonrió de vuelta—. Pero para la próxima, pagaré yo —concluyó. Ella asintió con una sonrisa amplia, que por alguna razón que él desconocía le provocó un leve estremecimiento en todo el cuerpo.

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