El auto negro se parqueó frente al restaurante, de este salió un hombre vestido de traje fino y elegante, quien llevaba una rosa roja en su mano derecha.
El caballero de apariencia lustre, pecho erguido y altura envidiable, se dirigió hacia donde lo esperaba su novia; una vez frente a ella, se arrodilló y le extendió la hermosa flor.
Sin embargo, el semblante de ella, una chica hermosa y de familia adinerada, mostraba decepción; al mismo tiempo en que observaba el detalle con disgusto, que aún se encontraba en la mano de su chico, ya que ella estaba esperando un regalo más costoso.
—Hola, amor, estás muy hermosa hoy. ¿Puedes creer que vi esta rosa y me acorde de ti al instante? ¿Te gusta? —preguntó él con expresión entusiasta.
—Gracias. Esperaba algo más grandioso, puesto que es mi cumpleaños; pero nada, en otra ocasión te agradecería que me dieras un regalo más costoso y a mi altura, por favor —respondió ella con una mueca despectiva.
—No entiendo por qué siempre me hablas de objetos costosos. A veces presiento que solo estás conmigo por mi posición económica.
—Querido, el mundo cambió, por lo que ya nadie se junta con otra persona solo por amor. En estos tiempos, es requerido que se ofrezcan bienes materiales, debido a que las necesidades están presentes y estas solo se cubren con dinero. Si te soy sincera y, aunque te suene tosco, ya el amor pasó de moda.
Luego de su discurso, la joven se levantó de la mesa y se retiró muy rápido, mientras que él se quedó allí sentado con expresión triste y pensativa.
Decidió llamar a su amigo para comentarle lo ocurrido y poder desahogarse con él.—Amigo, no sé por qué siempre me pasa lo mismo. Todas las parejas que he tenido últimamente solo me buscan por mis bienes, y no por quién soy como persona y esencia.
—En realidad, siempre lo he notado, bro. Nunca te lo he comentado porque no quería hacerte sentir mal. Incluso, algunas de ellas hasta me lo han confesado. Con todo su descaro me han dicho que solo están contigo por tu dinero, tu empresa y tu estatus.
—Pues ya sé lo que haré mañana. Convocaré una reunión con todos los ejecutivos de mi empresa para plantearles mi plan.
—Pero, ¿qué harás? Y qué tienen que ver los ejecutivos de la empresa con tu vida amorosa.
—Ya verás —respondió él ido, como si estuviera maquinando alguna idea descabellada.
Al otro día, el CEO convocó una reunión con los ejecutivos de su empresa, para empezar a plantearle su idea, la cual les pareció muy ocurrente y fuera de lo común.
—Buenos días —saludó a sus empleados con cortesía—. Los he convocado de esta manera tan inusual y espontánea, debido a que necesito informarles acerca de una decisión que acabo de tomar y que no tiene vuelta atrás.
»Dado que los empleados de esta empresa no me conocen a mí, en su lugar, han visto a la mayoría de ustedes, puesto que son la cara de mi empresa, he decidido infiltrarme entre ellos. Sí, estaré encubierto como un empleado más.
»Esto que les estoy informando, he decidido llevarlo a cabo a partir de mañana, así que necesito que el gerente de recursos humanos haga el proceso para contratarme en uno de los puestos más bajos que tenemos en esta empresa.
»Cabe mencionar que esta es una misión secreta, así que solo ustedes sabrán quién soy en realidad, lo que significa que nadie puede dejarle saber a mis empleados acerca de mi verdadera identidad. Por lo tanto, no me interesa tener un trato especial ni ningún otro beneficio, que no sea el mismo que obtiene un empleado del cargo que ocuparé.
Un silencio tenso se adueñó el lugar y después de varios minutos en pleno mutismo, uno de ellos decidió romper el hielo y formular esa pregunta que todos se hacían en sus pensamientos.
—Entiendo lo que nos explica, pero no el objetivo de su misión, señor.
—El objetivo es simple: Voy a confirmar con mi vivencia qué tan funcionales son mis empleados desde abajo, nuestras herramientas y nuestro ambiente laboral. Es por esto que me quiero mezclar entre ellos, para de esa manera poder saber a ciencia cierta, si somos justos con estos, si cada cual maneja bien su cargo y hace el trabajo adecuado.
»¿Saben? Quiero un cargo muy bajito… ¿Qué tal el de conserje? Sí, a partir de mañana seré uno de los conserjes. Espero su colaboración y discreción, ya que ninguno de ustedes quiere perder su puesto; ¿estamos de acuerdo?
—Sí, señor, cuente con nuestro silencio y apoyo —dijeron al unísono.
—Perfecto. Les repito, no importa lo que vean o como me traten los demás empleados y jefes, nadie se puede inmiscuir de manera diferente a lo que harían con un conserje más.
El joven empresario hizo todos los movimientos para iniciar su estrategia, de mezclarse entre los empleados en el área de conserjería. El gran día llegó y este se puso un vestuario de acuerdo a la identidad que representaría, que consistía en una ropa muy sencilla y barata, entonces se dirigió a la empresa. Pronto llegó y caminó directo a recepción.
—Buenos días, soy Edward Pérez, el nuevo empleado que acaban de contratar —se anunció con la recepcionista, a quien no le pasó desapercibido el atractivo y porte de aquel hombre, pese a lo pobre que lucían sus ropas.
—Sí, señor Pérez; venga conmigo, por favor, para llevarlo con su supervisor.
Él la siguió por un largo pasillo y luego bajaron unas escaleras que los condujo al sótano del lugar. Se detuvieron cuando estuvieron frente a un hombre, que se encontraba sentado en un escritorio.
—Buenos días, supervisor —saludó la joven mujer—; este es el señor Edward, el nuevo empleado que contratamos ayer. Lo dejo con usted para que le indique cuáles son sus responsabilidades.
—Está bien, muchas gracias. No se preocupe, yo me encargo, señorita —respondió él, entonces ella se retiró.
—Bien, señor Edward; como ya sabe, somos el área de limpieza y mantenimiento. Somos caracterizados por ser empleados muy dedicados a sus labores, así que esperamos pueda cumplir con la tarea de mantener impecable cada rincón de esta empresa. Como con todos los que pertenecemos a este equipo, esperamos su esmero y compromiso, ¿de acuerdo?
—Sí, señor, entiendo a la perfección.
—Bueno, enviaré un correo al almacén para que le hagan la entrega de su uniforme y los utensilios de trabajo. El almacén queda al final del pasillo, a mano izquierda. Vaya ahora mismo para que reciba sus equipos de trabajo y luego pase por donde mi secretaria, quien le indicará qué hacer.
—Perfecto, señor, muchas gracias
El joven empresario salió de la oficina del encargado y se apresuró en dirección al almacén. Retiró todos sus equipos y luego se dirigió hacia donde estaba la asistente del encargado, como él le había indicado.
—Buenos días, señorita; soy Edward, el nuevo empleado. Me indicaron que viniera a donde usted, quien me dirá qué hacer.
Ya retiré mis equipos de trabajo.—Ok, venga conmigo. Le presentare a Gina, la persona que se va a encargar de enseñarle todo lo que tiene que hacer a partir desde este momento —le informó ella.
La asistente buscó a Gina y se la presentó a Edward, a quien le encargó para que le enseñe todo lo correspondiente a su puesto. Gina, por su parte, empezó a sudar y a sentirse nerviosa, debido al impacto que le causó el atractivo y porte de aquel hombre, a primera vista.
Ellos se quedaron en silencio por unos segundos que se sintieron eternos y un poco incómodos, pero Gina, al percatarse que lo estaba mirando de manera inadecuada y que su mutismo ya era extraño, decidió romper el hielo:—Bien, señor, como ya sabe, mi nombre es Gina y voy ayudarlo en lo que sea que necesite. Aunque, puesto que es un hombre, lo que más le tocará hacer son los trabajos que requieran mucha fuerza, así como, cargar agua en tanques para la limpieza, los productos que vamos a utilizar, entre otras cosas.—Gracias, Gina —le respondió con cortesía—. Usted solo dígame lo que tengo que hacer y obedeceré.—Ja, ja, ja, ja… —Ella estalló en una sonora carcajada—. Tranquilo. Yo solo soy una empleada con el mismo puesto que usted. Lo estoy orientando porque me pidieron recibirlo para ayudarlo con su trabajo, pero usted y yo tenemos el mismo cargo aquí y ganamos lo mismo, por lo tanto, deje de hablarme como si yo fuera su jefa, que nada que ver.—Aun así, usted tiene más tiempo que yo
El tiempo transcurrió rápido. Debido a la convivencia y la buena química, Gina y Edward se hicieron grandes amigos. En cuanto al trabajo, ya Edward estaba adaptado a sus labores. En esas tres semanas, él había tenido un buen desenvolvimiento en la empresa, asimismo, su nueva vida como empleado transcurría con normalidad.Aquel día, Edward y Gina salieron a almorzar. Mientras iban saliendo de la empresa, de un vehículo lujoso salió uno de los ejecutivos cercanos a Edward, quien por motivos de vacaciones no se había enterado de su extraño plan ni de toda la estrategia que se armó para que este fuera conserje allí sin que nadie sospechara.—Pero, señor Edward, ¿Qué hace usted vestido así? —lo abordó con desconcierto en su expresión—. No lo entiendo. ¿Qué le sucedió? Aparte de que tampoco ha estado presente en las juntas.Edward se quedó petrificado mientras lo miraba con marcado nerviosismo. Estaba tan asustado que su corazón empezó a palpitar muy rápido. Deseaba escapar pronto de allí a
Anonadada por lo que acababa de escuchar, Gina se tapó la boca con las manos. No podía negar que Edward era un hombre apuesto, parecido a los galanes de televisión y a los modelos de revistas; asimismo, que era un chico interesante, caballeroso y muy inteligente, razón por la que se sintió halagada de que un hombre como él estuviera interesado en ella.Y esa era la razón para tratarlo como a un amigo y ni siquiera pensar en tener una relación con él fuera de la amistad, ya que este era demasiado bueno para ser real y los chicos como Edward tenían las expectativas muy altas. Así que ella no se esperaba aquella confesión de parte de él.—Guau, Edward, de verdad me toma por sorpresa todo lo que me dices, puesto que ni siquiera me pasaba por la cabeza nada de eso. Me siento fatal por haberte contado lo que me sucede con otro chico.—Espera, tampoco quiero que te incomodes por mi causa. Solo te digo lo que siento para que no creas que no me interesa escucharte o darte un consejo. Esta es m
Un mes después… Aquel día Gina llegó llorando a la empresa, lo que captó la atención de Edward.—Gina, ¿qué te sucede? ¿Por qué estas llorando? —indagó él con preocupación.—No pasa nada, Edward, tranquilo. —Restó importancia.—No me digas que no pasa nada cuando es claro que sí. Te ves muy mal, Gina. Puedes confiar en mí, para eso somos los amigos. Habla conmigo, aunque sea para que te desahogues. Es más, ¿por qué no vamos a almorzar hoy y así conversamos? Yo te invito.—Está bien, iré a almorzar contigo para que hablemos. —Ella suspiró más calmada y le sonrió—. Gracias, eres una persona tan especial en mi vida que te has convertido en mi mejor amigo —añadió conmovida.En ese momento, Gina recibió una llamada de parte de su jefe, quien le pidió que pasara por su oficina antes de empezar sus labores. Ella obedeció a su mandato y, antes de traspasar la puerta, se limpió las lágrimas y suspiró profundo para recuperar la compostura.—Buen día, jefe, ¿me mandó a llamar? —inquirió con tim
Edward llegó a uno de los bares que pertenecían a su familia y pidió un trago bien cargado. Se sentía impotente ante su irónica situación.—Esto debe ser una broma del destino. Aquí estoy yo, todo pendejo. ¿Cómo es que te aconsejo y te escucho cuando yo me muero por ti? ¿Cómo fue que caí en la zona de amigo? —dijo sarcástico.Arrugó el rostro cuando el alcohol le inundó el paladar, pero aquella sensación de quemazón le pareció excitante.En ese momento, su celular timbró.—¿Sí? —contestó con cansancio.—Si yo no te llamo nunca hablamos —respondió la voz gruesa desde la otra línea.—Papá, sabes lo ocupado que he estado con la expansión de la empresa —se excusó con voz quejumbrosa.—Yo estoy más ocupado que tú y aun así saco tiempo para saber cómo está mi hijo. Querer es poder, Edward —le reclamó.—Lo siento, papá… —Resopló—. Me han pasado muchos eventos incómodos y eso me ha distraído; pero tienes razón. Te prometo que te llamaré más seguido.—Eso espero. Ahora dime, ¿cómo va todo con
Gina lo encaró con valentía y decidida a no dejarse amedrentar por aquel pervertido sin escrúpulos.—No acepto su propuesta. Nunca lo haré, así que no pierda su tiempo conmigo.El hombre se le acercó con una sonrisa maliciosa, aunque sus ojos expresaban mucha rabia.—Muchacha, no te conviene llevarme la contraria y, con ello, perder tu empleo. Mira que encontrar un buen trabajo es muy difícil, en especial si no te damos una buena recomendación.—Su amenaza no tiene peso. Yo he sido una buena empleada, así que no hay razón para despedirme y, en caso de que eso suceda, ustedes no tienen ningún criterio válido para darme una mala recomendación.—Bueno, eso lo veremos —respondió con cara de disgusto—. Te daré tiempo para pensarlo, pero mi paciencia tiene un límite.—No tengo nada qué pensar. La que le advierte a usted soy yo, si me sigue acosando, lo voy a reportar.La carcajada del hombre la sacó de sus casillas, pero ella no tenía tiempo para lidiar con ese depravado, así que salió de l
Gina se aclaró la garganta con obvio disgusto y caminó directo a los estantes en un silencio tenso.—Puedo ayudarte con eso —se ofreció Edward, y de inmediato le quitó los utensilios de la mano y los colocó en su lugar.Él la miró extrañado y un poco nervioso, puesto que presentía que estaba molesta, pero ni idea de cuál sería la razón.—Edward, te invito a mi casa. Tengo cervezas frías y cocino riquísimo —lo invitó la chica con una sonrisa pícara.Él se rascó la cabeza al notar la mirada asesina que le atinó Gina.—Lo siento, hoy no puedo —rechazó la invitación con voz amable—. Otro día será, pero gracias por invitarme.—¿Estás seguro? —La mujer hizo un puchero—. La vamos a pasar muy bien.Edward se puso rojo, debido al tono sensual que ella utilizó.—¡Qué patético! —masculló Gina entre dientes. Ella se volvió a aclarar la garganta y se cruzó de brazos.—Lo siento, estaré ocupado hoy. —Él miró a Gina por inercia y se asustó cuando descubrió su mirada asesina.—Bueno… —musitó decepcio
Esa noche, Edward casi no durmió debido a que el recuerdo de lo sucedido en el almacén lo ponía ansioso.—Es la primera vez que tengo una relación real, donde mi novia me quiere por mi esencia y no por mi dinero ni estatus. Soy tan feliz.Al día siguiente, Edward se vistió de ejecutivo y su chofer lo llevo directo a su estacionamiento privado. Pese a que había trabajado en esa oficina por varios años, se sentía extraño estando allí, como si ese no fuera su lugar.—Edward —lo saludó uno de sus gerentes—. ¿Qué has descubierto?—No mucho, pero seguiré con mi investigación de campo por un tiempo más.—¿Cuánto? —interpeló preocupado—. Ya tienes varios meses allí. Esto es una locura, amigo.—No te pedí una opinión, continuaré hasta lograr mi cometido.—Ni siquiera veo un avance en tu “plan” —resaltó, ignorando el reclamo de su jefe.—En el informe verás que sí. Por cierto, creo que tendré que pedirle a los de recursos humanos que despidan al jefe desgraciado de mantenimiento.—¿Descubriste