LEONARDAudrey Eadlyn Vial nunca me contestó.Y ahora tenía que pagar con creses lo que había querido hacer y ella había escuchado.Estaba completamente estúpido, había caído en mi propia desesperación que había preferido dejarle el camino libre a alguien que perderla para siempre.Debía pensar en algo para que me perdone.Quizá después de la reunión…La puerta de mi oficina se abrió.— Jefe, Brooklier está por llegar—dijo Carlo entrando a mi oficina.—Madeleine tampoco tardará… y deja de decirme jefe, eres casi como mi hermano—, le reproché mientras mantenía la mirada en mi ordenador.—Está bien, Leonard ¿puedo ponerte un apodo?—Lo más seguro es que ya lo tengas—ahora lo miré—, pero tampoco te pases—le advertí.Mi secretaria entró dando toquidos en la puerta.—Disculpe, la señora Madeleine está aquí.—Hazla pasar, Ana.—¿Madeleine está aquí? —preguntó Carlo y su voz rosaba un poco el pánico.Solté una carcajada seca.Justo en ese momento Madeleine entró empoderada, con ese aire de r
—¡No puede ser que todo esto haya pasado en poco tiempo! —estalló Jade, estaba muy molesta, caminando de aquí para allá, soltando miles de pestes en su idioma.Rose estaba sorprendida, recostada junto a mí con su ya brotado vientre de cuatro meses y medio, la mantenía abrazada y acariciando su brotado vientre casi con nostalgia, no quería pensar en ello, aunque debía sacarlo.—Gracias al cielo que estas en perfectas condiciones—comenzó Rose—, ¿pero podrías quitarte ese ridículo gorro? No creo que estés tan mal.Suspiré y me enderecé, tiré del gorro que había portado estas dos semanas, cada vez que me bañaba era ridículo verme al espejo con el estúpido cabello de muñeca vieja, lo peor era que no había podido salir para nada.Jade abrió la boca asombrada casi haciendo un
—Debo decirte algo—me dijo, con la mirada seria.El calor que antes me había recorrido por verla recién levantada, en pijama larga y las mejillas sonrosadas, me habían puesto en alto en ese instante. Pero sus palabras serias de ahora me cayeron como un cubo de hielo.Tragué saliva fuertemente ¿estaba pasando? ¿me dejaría? Sería mi fin.Esperé a que hablara, pero simplemente no lo hizo, apretó los labios un poco y miró por el pasillo.—No podemos hablar aquí—dijo mientras me tomaba de la mano, un halo de esperanza me recorrió, quizá no me dejaría, no por ahora—, no quiero que nadie escuche lo que te tengo que decir—y ahora fue un escalofrió, pero tomé su mano con el alma.Todas las fantasías que me había maquinado en todo el día, de llevar a mi fierecilla al altar, de mirarla
¿Había hecho bien en decirle? ¿Debía hablar de nuevo?Sus brazos me resultaban un calor que necesitaba, que me llegaba al alma, de pronto sentí de nuevo sus labios posarse en mi nuca, girándome lentamente para quedarme frente a él.—No sabes cuánto lamento escuchar eso—su voz estaba quebrada y sentí un par de lágrimas correr de nuevo—. Por favor no llores—me limpió las lágrimas con sus pulgares, para después reemplazarlos por sus labios calientes.Pasamos mucho tiempo abrazados, sin decir nada, me tomo en sus brazos y me recostó en la cama, protesté cuando se alejó, pero solo fue por un momento, mientras lo veía quitarse el cinturón y los zapatos, separó las sabanas, me metió entre ellas y se coló también en ellas. Permanecimos así, recostados, abrazados sin decir ni una palabra y
Ella me miró sorprendida, la boca estaba a punto de caérsele hasta el suelo, pero no me moví de mi posición, lentamente vi, como sus ojos comenzaron a estrecharse, su boca se convirtió en una mueca, cruzó los brazos por su pecho.—He dicho que me tienes que sorprender—su voz era un poco ronca.Solté una fuerte risotada, cerré la caja de golpe, ya veo, así que está jugando conmigo.—Así que a esas vamos, señorita Vial—la miré tal como hace un par de minutos.—Debes convencerme, Dómine—carraspeó—, no te lo repetiré.Sabía que tenía que ser considerado, el tema fuerte debía superarse poco a poco, “hazme olvidar” me había dicho.—Convencerte—le dije alzando las cejas, ella se la relamió los labios—, no hagas eso—me
Cerré la puerta lentamente, aún tenía la sonrisa de una boba, me sentía bien, casi liberada, aunque ese casi todavía me cosquilleaba, suspiré mientras la puerta hizo un Clic y aun con la sonrisa ancha me giré.De pronto mi pulso cayó hasta el suelo, y los vellos de todo mi cuerpo se erizaron.Estaba parada frente a mí con las manos en jarras y el ceño fruncido, la sonrisa se me desvaneció.—¿Apenas se fue ese idiota?Me quedé muda, ¿debía contestarte que no?, maldición si ahora lo había visto irse.Solo asentí.Mi abuela apretó los labios, estaba molesta claro.—Mira, fille—(niña)—, puedes hacer lo que quieras de tu vida, dejé que te fueras con Leonard el día que lo encontraste, pero a mi casa no se queda a dormir, ni mucho menos profanarla con sus in
Jade y Rose se encontraban abajo comiendo con mis padres y mi abuela, mis hermanos estaban fuera, en la sede italiana que teníamos, así que lo más probable era que no llegarían hasta mañana.Con los nervios a flor de piel y unas ansias terribles por verlo, me di un baño de agua fría para relajarme, la costa italiana resultaba algo chocante y había derramado unas cuantas gotas de sudor.No tardé mucho en la ducha y regresé a mi habitación, el vestido de satén que descansaba en su funda era de un color rosa palo un poco oscuro, asimétrico drapeado con abertura al costado de mi pierna. Era encantador, a lo que no me permitiría ponerme el conjunto completo, desistiría del sostén.Me decidí entonces por el conjunto de La Perla blanco que era una preciosidad, aunque desistiría del sostén y el liguero, en total solo quedaba la preciosa ta
ESE DÍA POR LA MAÑANA.Tardé no menos de una hora en llegar a mi oficina completamente decente, aunque preferí cambiar las camisas largas por una de manga corta, hacía calor, estábamos en pleno verano.Carlo estaba esperándome, junto con mi asistente con un café en la mano, fruncí la seño al verlo, siempre lucía ese traje impecable, fuera el clima que estuviera.—Me da calor, tan solo verte—le reproché mientras llegaba para con ellos.—Veo que estas de maravilloso humor—apuntó Carlo con su ceja inquisidora.—Buen día, señor Dómine—se apresuró a decir mi asistente.—Buen día—le devolví el saludo para después dirigirme a Carlo—, vamos.—Sí, señor—dijo burlándose.Entramos a mi despacho y eché una hoj