LEONARD —¡Llevamos dos malditos días buscándola! ¿es que no pueden hacer su trabajo bien? —exploté ante los atónitos policías.Dos malditos días sin saber de ella, ningún rastro de ella, y ningún rastro de Diane, esa…Nunca debí haberla subestimado, pero ¿Cómo saber que esa amenaza la haría real?, nadie más pudo haberlo hecho más que ella, era la principal sospechosa.Había llamado a Madeleine, que estaba devastada al igual que mi madre puesto que se responsabilizaban de su secuestro, y yo, yo era el peor culpable de todo esto. La familia Vial estaba por llegar y sabía que tenía que lidiar con ello.—Leonard—me llamó Madeleine que también estaba presente—, ¿por qué no te tranquilizas?, no has dormido nada, estaremos al pendiente por si…—¿Por si aparece? —negué con la cabeza—, estaré despierto hasta que aparezca, no descansaré.Estábamos metidos en el despacho de mi casa, no había habido llamadas, pero había dos policías con equipos esperando alguna de estas, mientras la policía comp
AUDREY—No podemos seguir teniéndola aquí—gritaba un hombre—, ¡debemos tener el dinero, ya!Se escuchó mucho ruido, cosas estrellándose en el piso y después calma.—Definitivamente no voy a morir aquí—me dije.Llevaba cinco días planeando acertadamente mi escape.Solo eran dos personas, Diane y un tipo, quien había salido en su auto a toda velocidad, sentía que había algo familiar en su voz, pero estaba lo suficientemente aturdida como para darme cuenta de ello.Llevaba veinte minutos intentando desatarme desde que había salido Diane de la habitación, hasta que por fin insistí, mis muñecas ardían igual que mis uñas. Solo era cuestión de tiempo en meter discordia en ellos, no conocía al hombre, pero no había mucho que saber y solo un par de hilos que manipular en la mente de Diane para discutir con aquel tipo.En cuanto mis manos estuvieron libres, me concentré en desatar mis pies rápidamente. Conseguido.Si bien, Diane no era inteligente, para nada, me había dado cuenta en estos días
LEONARDHabía pasado ya una semana después de lo sucedido a Audrey, ya dada de alta y en casa de Madeleine descansaba plácidamente. No había podido estar tanto tiempo con ella, su familia le acaparaba o la mantenían dormida para recuperar fuerzas.Me odie, me odie cada momento que pasaba a solas con ella cuando dormía, me odie verla sufrir por algo que había provocado.Diane seguía perdida y el tipo que estaba con ella también, las autoridades hacían lo que podían, pero no era suficiente para mí. Ni si quiera para Madeleine que aún se mantenía intranquila. Según sus contactos era como si Diane se hubiera esfumado de la fas de la tierra.—No podré quedarme tranquilo hasta que ese par de malnacidos aparezcan—le dije a Madeleine con frustración, aún estaba presente el sentimiento de impotencia, aunque tuviera a Audrey frente a mis ojos. —Lo sé, Leonard, ambos queremos lo mismo—me decía Madeleine.Recuerdo la última vez que la vi, tenía la misma mirada de angustia, nos habíamos unido por
AUDREYMi mente estaba confusa, veía de nuevo esa habitación oscura con el olor a humedad, podía ver como la poca luz se filtraba de entre las rasgaduras de la madera y ver flotando las motas de polvo, pero estas, volaban lento, el tiempo mismo se sentía lento y pesado. Mis manos estaban atadas tras mi espalda.Me sentía inquieta, el pecho me dolía, me afligía sentirme tan vulnerable. Me desesperaba saber que probablemente nunca saldría de aquí. Escuché a la lejanía una discusión, era fuerte, la voz de ese hombre fue bastante conocida, el retumbar de esa voz por entre las paredes viejas de esa casa en ruinas.Toda la casa crujía, la voz de mezclaba y se hacía una con la casa.—Ella vale millones, pero quisiera tenerla unos minutos.¡No! ¿Qué estaba diciendo?Aquella voz formó eco… “mía por unos minutos”La cabeza me dolía, como una opresión en la frente.Clavé los ojos en las escaleras hacia la puerta, pero nadie venía, vivir, esa incertidumbre era un infierno....Esos recuerdos se
LEONARDAudrey Eadlyn Vial nunca me contestó.Y ahora tenía que pagar con creses lo que había querido hacer y ella había escuchado.Estaba completamente estúpido, había caído en mi propia desesperación que había preferido dejarle el camino libre a alguien que perderla para siempre.Debía pensar en algo para que me perdone.Quizá después de la reunión…La puerta de mi oficina se abrió.— Jefe, Brooklier está por llegar—dijo Carlo entrando a mi oficina.—Madeleine tampoco tardará… y deja de decirme jefe, eres casi como mi hermano—, le reproché mientras mantenía la mirada en mi ordenador.—Está bien, Leonard ¿puedo ponerte un apodo?—Lo más seguro es que ya lo tengas—ahora lo miré—, pero tampoco te pases—le advertí.Mi secretaria entró dando toquidos en la puerta.—Disculpe, la señora Madeleine está aquí.—Hazla pasar, Ana.—¿Madeleine está aquí? —preguntó Carlo y su voz rosaba un poco el pánico.Solté una carcajada seca.Justo en ese momento Madeleine entró empoderada, con ese aire de r
—¡No puede ser que todo esto haya pasado en poco tiempo! —estalló Jade, estaba muy molesta, caminando de aquí para allá, soltando miles de pestes en su idioma.Rose estaba sorprendida, recostada junto a mí con su ya brotado vientre de cuatro meses y medio, la mantenía abrazada y acariciando su brotado vientre casi con nostalgia, no quería pensar en ello, aunque debía sacarlo.—Gracias al cielo que estas en perfectas condiciones—comenzó Rose—, ¿pero podrías quitarte ese ridículo gorro? No creo que estés tan mal.Suspiré y me enderecé, tiré del gorro que había portado estas dos semanas, cada vez que me bañaba era ridículo verme al espejo con el estúpido cabello de muñeca vieja, lo peor era que no había podido salir para nada.Jade abrió la boca asombrada casi haciendo un
—Debo decirte algo—me dijo, con la mirada seria.El calor que antes me había recorrido por verla recién levantada, en pijama larga y las mejillas sonrosadas, me habían puesto en alto en ese instante. Pero sus palabras serias de ahora me cayeron como un cubo de hielo.Tragué saliva fuertemente ¿estaba pasando? ¿me dejaría? Sería mi fin.Esperé a que hablara, pero simplemente no lo hizo, apretó los labios un poco y miró por el pasillo.—No podemos hablar aquí—dijo mientras me tomaba de la mano, un halo de esperanza me recorrió, quizá no me dejaría, no por ahora—, no quiero que nadie escuche lo que te tengo que decir—y ahora fue un escalofrió, pero tomé su mano con el alma.Todas las fantasías que me había maquinado en todo el día, de llevar a mi fierecilla al altar, de mirarla
¿Había hecho bien en decirle? ¿Debía hablar de nuevo?Sus brazos me resultaban un calor que necesitaba, que me llegaba al alma, de pronto sentí de nuevo sus labios posarse en mi nuca, girándome lentamente para quedarme frente a él.—No sabes cuánto lamento escuchar eso—su voz estaba quebrada y sentí un par de lágrimas correr de nuevo—. Por favor no llores—me limpió las lágrimas con sus pulgares, para después reemplazarlos por sus labios calientes.Pasamos mucho tiempo abrazados, sin decir nada, me tomo en sus brazos y me recostó en la cama, protesté cuando se alejó, pero solo fue por un momento, mientras lo veía quitarse el cinturón y los zapatos, separó las sabanas, me metió entre ellas y se coló también en ellas. Permanecimos así, recostados, abrazados sin decir ni una palabra y