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Esa noche no pude dormir; podía sentir la respiración pausada de Fabien. Tenía que pensar en frío lo que tenía que hacer: quedarme con él era como suicidio. Tarde o temprano se enteraría de la verdad. Lo más lógico era huir lejos, cambiarnos de nombre. Pero para eso necesitaba dinero y alguien que me ayudara. También tenía que hablar con mi papá y mis hermanos; ellos tenían que estar lo más alerta posible.

Miré a un lado; Fabien estaba dormido plácidamente. ¿Cómo podía dormir tan tranquilo con todas esas muertes en sus manos?

Miré al techo. Si él podía dormir así de tranquilo con todas esas muertes, la mía y la de mi familia no le iba a quitar el sueño en lo más mínimo.

— ¿Por qué aún no estás dormida? — me preguntó.

Me espanté y lo miré. ¿Acaso estaba fingiendo dormir?

— No lo sé, creo que tengo frío — le dije.

Él abrió los ojos y me miró.

— Entonces, cúbrete bien. Ahora, deja de moverte. Tengo una reunión temprano — me dijo.

Yo me metí debajo de las cobijas y me tapé hasta la
Aragones

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