Secreto desvelado y elección mágica (II)

David se volvió para verla y le dijo:

- Este es mi pequeño taller Amira, aquí vengo cuando quiero pensar o simplemente cuando estoy inspirado. Hace mucho tiempo que no venía por inspiración. -hiso una pausa y continuo, -Los "hombres" de mi familia, todos debemos aprender una práctica que nos entrene en la paciencia y la voluntad de dominar nuestro espíritu, mi padre eligió la joyería, y yo la he amado con pasión.

-Amira, ¿Conoces la Casa oro rojo?

Amira quedó completamente pasmada, incapaz de ocultar su sorpresa. Había escuchado rumores sobre la "Casa oro rojo", una joyería legendaria cuyas piezas eran famosas por ser únicas en su tipo, forjadas con una maestría sin igual y valoradas, la más mínima en más de un millón de dólares. Sin embargo, la parte más fascinante de la leyenda era que nadie conocía al verdadero creador de esas joyas; las piezas se subastaban o eran encargadas de manera privada. Y ahora, aquí estaba ella, en el taller personal del hombre que, aparentemente, era el maestro detrás de aquellas codiciadas creaciones.

—¿Tú...? —Amira no pudo completar la frase, pero sus ojos hablaban por ella. David la observó con una pequeña sonrisa satisfecha. Disfrutaba el impacto que había causado, pero no por vanidad, sino porque en ese momento, ella estaba viendo más allá del empresario que el mundo conocía. Le estaba mostrando una parte de sí mismo que pocos, si es que alguno, llegaban a conocer.

—Sí, soy yo —confirmó David, su tono suave pero firme—. Mi padre me enseñó esta práctica cuando era niño. Aprendí a dominar mi espíritu, como él decía, a través de la creación de estas piezas. No es solo trabajo artesanal, es una forma de conectarme con algo más profundo dentro de mí.

Amira miró un anillo en la vitrina, la delicadeza de su diseño, la perfección de cada detalle. Eran obras maestras, sin duda, pero lo que más la intrigaba era la pasión que David ponía en su trabajo, algo que nunca habría imaginado de un hombre tan estoico y aparentemente frío en su rol como empresario.

—Es increíble... —murmuró Amira, aún maravillada—. No puedo creer que seas tú. ¿Por qué mantenerlo en secreto?

David se acercó más a la vitrina, observando el mismo anillo como si fuera una extensión de sí mismo.

—Porque es lo único que tengo que realmente es solo mío —respondió en voz baja—. En mi vida pública, todos me conocen por mi empresa, por mis negocios, por ser el Alfa... Pero esto, esto es algo que puedo hacer sin expectativas, sin miradas juzgándome. Es solo un espacio para mí.

Amira lo miró con nuevos ojos. Había algo profundamente íntimo en lo que David le estaba revelando. Este no era el hombre arrogante y distante que había conocido en la reunión de negocios; era alguien con profundidad, con capas que ella apenas estaba comenzando a explorar.

En el centro de la vitrina, en la que estaban las joyas, más exquisitas y hermosas. Había un anillo, hermoso, por supuesto, pero no tanto como las otras piezas que se exhibían. Era algo sencillo, sofisticado, sin piedras, era como un trozo de cuerda trenzada con fuerza, como si su creador hubiese puesto toda su fe, su amor y su esperanza, en cada una de las tres finas hebras de oro de diferentes tonos, que luego trenzo, para que su unión fuera inquebrantable. Era un símbolo de unión eterna.

—Es... hermoso —dijo finalmente, Amira, refiriéndose tanto al taller como al anillo—. No me esperaba esto de ti, David.

Él la miró intensamente, sus ojos dorados reflejando una mezcla de vulnerabilidad y determinación.

—Hay muchas cosas que no esperas de mí, Amira —respondió con una sonrisa suave, pero en sus palabras había una promesa implícita.

Amira seguía mirando el anillo, algo en él no le permitía mirar a otras joyas más llamativas de la vitrina, sólo ese aro trenzado tenía toda su atención. David lo notó y eso era su confirmación, por si tenía alguna duda, claro está de que a esas alturas ya no tenía ninguna. pero se sintió pleno cuando notó que el anillo por sí solo reconocía a su única dueña y la estaba reclamando.

David, abrió la vitrina y tomo el anillo en su mano y aparentando un acto descomplicado y sin mayor connotación le dijo Amira.

- Toma pruébatelo, si te queda es tuyo, es un pequeño detalle de tu visita a mi secreto

Amira alzó la vista sorprendida al escuchar la oferta de David. Su primer instinto fue negarse; no podía aceptar algo tan valioso. Sin embargo, algo más poderoso la obligó a seguir mirando el anillo. Era sencillo, comparado con otras piezas en la galería, pero había algo en su diseño que la atraía de manera inexplicable. Como si el anillo, por sí mismo, la estuviera llamando.

—David, no puedo... —comenzó a decir, pero las palabras quedaron en el aire cuando él tomó suavemente su mano, guiándola hacia el anillo.

—Pruébatelo, Amira —repitió, con la misma seguridad que siempre mostraba, pero esta vez con una calidez en la voz que ella no había escuchado antes—. Si te queda, es porque está destinado a ser tuyo, créeme.

La respiración de Amira se aceleró ligeramente mientras permitía que él deslizara el anillo sobre su dedo anular. Encajaba a la perfección, como si hubiera sido creado especialmente para ella. Un cosquilleo recorrió su piel, y sintió una conexión inexplicable, casi mágica, con la joya. El peso del anillo era insignificante, pero la emoción que despertaba en ella era inmensa.

—Es hermoso... —susurró, con unas lagrima que caían de sus ojos de una emoción que para ella no tenía razón de ser, pero era inevitable no sentirla mientras admiraba cómo el anillo reflejaba la luz suavemente, casi brillando por sí solo.

David observaba su reacción con una sonrisa que reflejaba satisfacción, pero también algo más profundo. Sabía lo que este momento significaba. No era solo una pieza de joyería; era un símbolo. El anillo la había reconocido, y él también.

Ella tragó saliva, tratando de encontrar las palabras adecuadas. Pero en ese momento, las palabras no parecían necesarias. Sabía que algo más grande que ambos estaba en juego, algo que los estaba uniendo de una manera que aún no entendía del todo.

—Gracias, David —fue lo único que pudo decir, con la voz cargada de emociones.

—No me agradezcas, Amira —respondió él con una sonrisa enigmática—. Este es para mi un placer que lo tengas.

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