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Capítulo 4: Revelaciones y Renacimiento

El sol se deslizaba lentamente por el horizonte en su suave descenso, tiñendo de un cálido resplandor dorado cada rincón del apartamento. La luz, casi mágica en su transición, bañaba la habitación principal donde Sophia se sentaba en silencio, disfrutando de la calma reparadora de aquel espacio modesto que Chris le había prestado tras su hospitalización. Esa noche, a pesar de los ecos del pasado y las memorias conflictivas, todo parecía en apariencia tranquilo. En la habitación contigua, los trillizos dormían plácidamente; sus respiraciones ligeras y rítmicas se fusionaban para formar una melodía sutil y consoladora, un pequeño himno de esperanza en medio del caos que había marcado la vida de Sophia.

Sin embargo, en el interior de Sophia, el alma no hallaba reposo. El peso de sus recuerdos, esas verdades ocultas y los silencios que había acumulado, se hacían sentir con fuerza cada vez que su mirada se posaba sobre el colgante de jade que reposaba en la mesa frente a ella. Ese objeto, pequeño pero lleno de significado, parecía contar una historia antigua y dolorosa, y no le permitía disfrutar ni de la calma aparente del entorno. Cada destello en el jade evocaba fragmentos de aquella noche en el hotel, impregnados de una luz tenue y a la vez implacable.

Frente a ella, Chris se encontraba sentado con una postura atenta y serena. Con sus ojos fijos en cada matiz del rostro de Sophia, percibía sin palabras el conflicto interno que la angustiaba profundamente. Determinado a aliviar parte del pesado fardo emocional, se inclinó ligeramente y, con una voz suave pero llena de convicción, inició la conversación:

— Sophia, sabes bien que no estoy aquí para juzgarte. Sin embargo, percibo que necesitas hablar. Ese colgante… significa algo para ti, ¿verdad?

Con lentitud, Sophia levantó la cabeza, y sus dedos se deslizaron con naturalidad sobre el reluciente objeto que, en silencio, había transformado el curso de su vida. Su mirada se volvió opaca y vacilante, atrapada entre el dolor de lo vivido y la incertidumbre que aún la embargaba.

— Sí... significa muchísimo, más de lo que podría expresar con palabras—respondió con voz temblorosa—. Y, a la vez, simboliza una promesa, una palabra rota en la penumbra, en la que ya no estoy segura de poder confiar.

Chris, con los ojos llenos de una bondad sincera, se inclinó aún un poco más hacia ella, tratando de transmitirle toda la seguridad y el apoyo que sabía que necesitaba en ese momento.

— Háblame, Sophia. Quiero que me cuentes todo, sin reservas. No debes cargar con este peso tú sola. Estoy aquí, a tu lado, dispuesto a escuchar cada detalle, por pequeño que parezca.

Un largo y contenudo suspiro se escapó de los labios de Sophia, mientras parecía buscar, con esfuerzo, las palabras adecuadas para encauzar una historia que le resultaba a ella misma incierta y confusa. Tras una breve pausa en la que el silencio parecía alargar el tiempo, empezó a relatar, casi como si fuese un eco lejano de su pasado:

— Aquella noche… todo cambió para mí. Jamás debí asistir a esa fiesta. Anna, mi hermanastra, prácticamente me obligó a ir. Me ofreció un vaso—un gesto que, en cuestión de minutos, se transformó en presagio— y, en ese instante fugaz, sentí que algo no encajaba, que algo iba mal. No logro recordar bien todos los detalles; todo es tan borroso y confuso. Sin embargo, hay algo que está claro: lo conocí esa noche.

Chris, visiblemente sorprendido y con el ceño fruncido, interrumpió con tono intrigado:

— ¿A qué hombre te refieres? ¿Estás hablando de aquel desconocido de esa noche?

Sophia asintió lentamente, bajando la mirada hacia el colgante como si en él se encontrara la única pista tangible de lo que ya era un remolino de recuerdos:

— Sí. Es algo extraño... No consigo recordar su rostro con claridad. Solo tengo retazos de su voz, el tacto de sus manos y esa promesa que me hizo antes de desvanecerse. Me dijo que me encontraría, que asumiría sus responsabilidades sin importar las circunstancias, y me dejó este colgante.

Con delicadeza, ella tomó el colgante entre sus dedos y lo giraba lentamente, casi como queriendo descifrar el enigma encerrado en él. Chris, observando cada movimiento, sintió que ese pequeño fragmento de jade era mucho más que una joya; era un vínculo con un pasado ineludible.

— Te prometió encontrarte… pero nunca lo hizo —comentó Chris, no con tono de duda, sino como una constatación ineludible.

Sophia, levantando nuevamente la vista hacia él, expresó con un dejo de amargura en la voz:

— No, jamás lo hizo. ¿Y por qué lo haría? Solo soy una desconocida, una sombra efímera que se cruzó en su camino aquella noche. Ni siquiera sé si guarda algún recuerdo de mí.

Con un gesto pausado, Chris dejó reposar sus manos sobre la mesa y tomó aire profundo, antes de responder con firmeza:

— Sophia, no debes cargar con esta carga sola. Ese hombre tiene una responsabilidad contigo y, además, con tus hijos. Aunque nunca regresó y aunque su rostro se haya desvanecido de tus memorias, dejó este colgante como un lazo, un vínculo que no es insignificante.

— Lo sé, Chris. Pero, ¿qué puedo hacer? ¿Cómo podría encontrarlo con tan pocos indicios a mi favor? Solo tengo este trozo de jade y... un recuerdo difuso.

La voz de Sophia se quebró levemente mientras sus palabras parecían casi cerrar ese capítulo de incertidumbre. Chris, con empatía y firmeza, posó una mano reconfortante sobre la suya:

— Lo entiendo, y créeme, no es motivo para rendirse. Mereces respuestas. Tus hijos merecen saber de dónde provienen y, si un día decides emprender la búsqueda, yo te ayudaré. No estarás sola en esta difícil misión.

Conmovida, Sophia volvió a levantar la mirada; una lágrima solitaria rodó suavemente por su mejilla mientras susurraba:

— Gracias, Chris. Gracias por estar aquí, por no dejarme sola.

Él sonrió con calidez y sinceridad y respondió:

— En realidad, eres tú quien debe agradecerme, Sophia. Por tu inmensa fortaleza, por todo lo que has soportado y superado. Pase lo que pase, siempre estaré aquí para ti y para ellos.

Al mismo tiempo, en otro rincón de la ciudad, en el suntuoso salón de la antigua casa familiar —un lugar donde cada mueble parecía proclamar el lujo ostentoso de una era pasada—, Catherine, la despiadada madrastra de Sophia, se encontraba sentada en su sillón favorito. Con una taza de té elegantemente servida en la mano, ella mostraba una expresión fría y calculadora. Junto a ella, Anna, su hija, descansaba de manera despreocupada en el sofá, hojeando casualmente una revista de moda. La atmósfera que se respiraba en aquel salón era, a simple vista, relajada y casi festiva; sin embargo, lo que realmente impregnaba el ambiente era una sombra de maldad y desprecio en sus palabras, tan lúgubre como la noche.

Con tono burlón, Anna rompió en voz alta la aparente calma: — Entonces, mamá, ¿crees que ella está realmente muerta esta vez? —dijo mientras esbozaba una sonrisa narcisista. Catherine, sin perder la compostura, posó con cuidado su taza sobre la mesa de cristal, dejando que un brillo de satisfacción se reflejara en sus ojos. — Claro que sí. ¿Viste cómo aquella coche la embistió? Nadie podría sobrevivir a un choque tan violento, y mucho menos una mujer embarazada. Incluso si hubiera resistido, no habría avanzado mucho en ese estado. La hija estalló en una risa fría y cruel: — Es verdad. Ya era patética antes, pero ahora… honestamente, fue casi demasiado fácil. ¿Te imaginas que papá se hubiera animado a defenderla? Catherine encogió los hombros con aire calculador y respondió con tono seguro: — Tu padre no necesita saber nada de esto. Siempre ha sido demasiado débil cuando se trata de Sophia. Probablemente habría tratado de defenderla, como siempre lo ha hecho, pero ahora no tendrá que preocuparse por esa ingrata. Ella ha quedado fuera de nuestras vidas, para siempre. Anna, dejando a un lado la revista, se incorporó, cruzando las piernas con airado interés. — Debo admitir que me impresiona cómo lo has orquestado todo, mamá. Contratar a alguien para embestirla… fue brillante. Y nadie podrá jamás rastrearnos. Catherine sonrió de forma satisfecha ante la aprobación de su hija y continuó: — Es cuestión de estrategia, querida. Sophia representaba una amenaza para nuestra reputación: una mujer embarazada, sin marido ni futuro, que habría atraído la atención de la forma equivocada. No podíamos permitirlo. Por eso, hice lo que tenía que hacerse. Anna, con brillo pícaro en los ojos, añadió: — Y ahora, ¿qué hacemos si alguien empieza a hacer preguntas? Catherine tomó un sorbo pausado de su té, respondiendo con un tono firme y decidido: — Nadie hará preguntas. Sophia no tenía a nadie a su lado. Sin amigos, sin apoyo... estaba completamente sola. Y aunque alguien se interesara en su caso, no existiría ninguna prueba que pudiera incriminarnos. Todo fue planeado meticulosamente. Anna se inclinó ligeramente, mostrando una sonrisa de complicidad y malicia. — Realmente eres diabólica, mamá. Y, ¿qué pasa con papá? ¿Crees que notará su ausencia? Con desdén, Catherine encogió los hombros: — Tu padre está demasiado absorto en sus propios asuntos para notar algo, y aun si lo hiciera, no tendría forma de probar nada. Sophia se ha ido, y esa es la única noticia que le interesa. La risa de Anna resonó una vez más en el amplio salón, una melodía siniestra que parecía sellar el destino de Sophia. — Supongo que, finalmente, podemos pasar página. Sophia no es más que un recuerdo, y nosotros podemos continuar nuestras vidas sin que ella interfiera. Catherine asintió con una sonrisa llena de satisfacción: — Exactamente. Hicimos lo que había que hacer, y ahora, por fin, podremos encontrar la tranquilidad que siempre nos ha sido negada..

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