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Capítulo 3: Un resplandor en la oscuridad

Sophia había desaparecido de los barrios animados desde aquella fatídica confrontación familiar. Era como si se hubiera borrado de la superficie visible de la ciudad, refugiándose en un rincón modesto donde nadie vendría a buscarla. Había encontrado trabajo como empleada doméstica en una pequeña empresa de limpieza. Cada día enfrentaba los dolores físicos y mentales que acompañaban su embarazo, mientras cargaba con el peso del rechazo y de las burlas que le habían lanzado.

Los meses pasaban y su condición se volvía cada vez más evidente, pero Sophia, resiliente, continuaba trabajando para ahorrar lo poco que ganaba. Sabía que necesitaba juntar todo lo que pudiera antes de la llegada de su hijo. Sin embargo, a pesar de la dureza de sus días, guardaba en su bolso el colgante de jade que había encontrado tras aquella noche misteriosa. Se había convertido en su único símbolo de esperanza, el único vínculo tenue con un hombre del que apenas podía recordar la mitad.

Una mañana de junio, mientras se dirigía a la parada de autobús para ir a trabajar, sintió un dolor agudo en la parte baja del vientre. Instintivamente, puso una mano sobre él, quedándose sin aliento. Sabía que el momento estaba cerca; lo sentía. Pero se negó a ceder al pánico. Apretando los dientes, continuó caminando, con las piernas pesadas y cada paso una prueba.

Avanzaba por una vía poco transitada, flanqueada por edificios antiguos y árboles de ramas extendidas. Las calles parecían vacías, y el silencio amplificaba el eco de sus pasos. Todo parecía irreal hasta que el sonido de un motor la devolvió bruscamente a la realidad. Un coche negro se aproximaba lentamente. Sophia, absorta en su propio dolor, no prestó atención de inmediato. Pero en un instante, todo se descontroló.

El coche aceleró repentinamente y la embistió a propósito. El impacto fue brutal. Sophia cayó al suelo, su cuerpo plagado de dolor, y su respiración se acortaba a medida que sus pensamientos se mezclaban en el caos. Sentía la sangre fluir sobre la carretera bajo ella. El conductor no se detuvo, dejando a Sophia sola en la vía, con su vida pendiendo de un hilo.

Recostada en el suelo, sintió cómo la desesperación la invadía. El momento del parto parecía acercarse, pero no tenía fuerzas para levantarse. A su alrededor, las calles estaban desiertas, y ningún transeúnte parecía venir en su ayuda. Las lágrimas se deslizaban por sus mejillas mientras murmuraba débilmente: — Alguien… ¡ayúdeme!

Los minutos parecían interminables hasta que vio acercarse rápidamente una silueta. Un hombre corría hacia ella, con el rostro reflejando una sincera preocupación. Se arrodilló de inmediato a su lado, tomando su rostro entre sus manos. — ¿Sophia? Soy yo, Chris. ¡Vaya, ¿qué te ha pasado?!

Sophia levantó con dificultad la vista hacia él, reconociendo a su viejo compañero. Chris, con quien había compartido momentos en la universidad antes de que sus caminos se separaran, estaba allí, en carne y hueso, en medio de esa calle solitaria. Sus ojos reflejaban una urgencia y un calor que contrastaban con la frialdad del entorno. — Chris… yo… el coche… ¡ayúdame!… Voy a… voy a dar a luz…

Chris observó rápidamente sus heridas y la angustia en su mirada antes de tomar una decisión. Se quitó la chaqueta y la depositó en el suelo para intentar estabilizarla. — No te muevas, Sophia, voy a llamar una ambulancia. ¡Quédate conmigo! Sacó su teléfono, con los dedos temblando ligeramente. — Sí, urgencias. Una mujer embarazada acaba de ser atropellada. Está perdiendo sangre y… sí, en la vía cerca de Grand Oaks. ¡Envíen una ambulancia, rápido!

Colgó y se volvió hacia Sophia, hablándole suavemente para calmarla. — Ya estoy aquí, Sophia. Todo irá bien. Vamos a sacarte de aquí. ¡Aguanta!

Los minutos siguientes estuvieron marcados por la preocupación de Chris. Intentaba hablarle para mantenerla consciente. — Sabes, recordaba aquellos proyectos en grupo que hacíamos en la universidad. Siempre fuiste la más organizada. Nos dabas lecciones sobre cómo mantenernos concentrados. Todos estábamos impresionados, aunque no lo dijéramos. ¿Lo recuerdas?

Sophia, aunque débil, esbozó una sonrisa a través de su dolor. — Sí, lo recuerdo… Era… otra época.

Chris continuó, llevando ahora una conversación ligera para ocupar su mente. — ¿Y aquella vez en que corregiste al profesor? Pensábamos que estabas loca, pero tenías razón. ¡Nunca olvidó tu audacia! Lo veíamos temblar cada vez que hacías una pregunta en clase.

A pesar de que las lágrimas seguían cayendo, Sophia sintió cómo una calidez se extendía en su interior. Chris estaba allí, en su momento más oscuro, y sus palabras reavivaban una fuerza que creía perdida.

Unos instantes después llegó la ambulancia, con sus sirenas rompiendo el silencio de la calle. Los paramédicos salieron rápidamente y se apresuraron hacia Sophia. Chris los ayudó a colocarla en la camilla, mientras les explicaba lo sucedido. — Está embarazada y a punto de dar a luz. El coche la atropelló a propósito. Perdía sangre, pero aguantó hasta que ustedes llegaron. Hagan todo lo posible por salvarla. Uno de los paramédicos asintió. — No se preocupe, señor. La llevaremos al hospital inmediatamente.

Chris subió a la ambulancia con ella, negándose a dejarla sola. Mientras el vehículo recorría las calles, tomó suavemente la mano de Sophia y le susurró: — No estás sola, Sophia. Pase lo que pase, estaré aquí.

La ambulancia recorrió las calles, con sus sirenas estridentes resonando como un grito desesperado en el silencio de la ciudad. En su interior, Sophia, aunque débil y adolorida, apretaba la mano de Chris. Cada contracción parecía desgarrar su cuerpo, pero se aferraba, extrayendo fuerza de la voz reconfortante de su viejo compañero. — Respira, Sophia, respira. Mírame, ¿vale? Estoy aquí. Todo irá bien, te ayudarán. Sophia, con el ceño fruncido y los dientes apretados, negó suavemente con la cabeza. — Chris… no sé si… voy a poder. Ellos… son demasiados… Se detuvo, y una ola de dolor interrumpió su frase. Chris apretó su mano, hablando con voz suave pero firme. — Lo lograrás, Sophia. Sé que es difícil, pero eres una de las mujeres más fuertes que conozco. Y no estarás sola. No te dejaré caer. Las palabras de Chris atravesaban la niebla de dolor que envolvía a Sophia. Ella alzó la mirada hacia él, buscando en sus ojos la fuerza que ya no podía encontrar en sí misma. — Gracias, Chris... gracias por no haberme dejado allí.

Él asintió con la cabeza, una sonrisa tranquilizadora iluminando sus rasgos. — No me des las gracias. Eres tú quien hace todo el trabajo. Solo soy un idiota afortunado que estuvo en el lugar correcto en el momento justo. Y ahora, concéntrate en tu respiración. Una contracción tras otra, ¿vale?

Los paramédicos, aunque concentrados en su labor, se volvieron brevemente hacia ellos. — Señora, manténgase firme. Estaremos en el hospital en unos minutos. Pero debe continuar respirando así. Usted es increíble.

Sophia asintió, tratando de seguir sus instrucciones, aunque el dolor parecía insuperable.

Al llegar al hospital, las puertas de la ambulancia se abrieron de golpe y Sophia fue trasladada rápidamente al interior. Chris corría al lado de la camilla, posando una mano tranquilizadora sobre su hombro. Los pasillos parecían extenderse hasta el infinito, con luces blancas desfilando sobre ellos, mientras los enfermeros intercambiaban instrucciones precisas. — Preparen una sala de partos de emergencia, ella está a término y hay sangrado importante.

Chris se detuvo en la puerta de la sala de operaciones, con el corazón latiendo a todo rombo. Se volvió hacia Sophia antes de que la empujaran más allá. — Estoy aquí, ¿vale? Estaré contigo cuando salgas. No estás sola.

Sophia, a pesar de su agotamiento, le dedicó una débil sonrisa antes de que las puertas se cerraran tras ella.

Los minutos se alargaban como horas para Chris, que esperaba en un rincón de la sala de espera. Nunca había estado tan nervioso en su vida. Se levantó y comenzó a pasear de un lado a otro, mientras sus pensamientos giraban en un torbellino de preguntas.

Una enfermera pasó junto a él, y él la interceptó. — ¡Disculpe! ¿Cómo está ella? ¿Cómo está Sophia?

La enfermera, visiblemente ocupada, se detuvo un instante. — Los médicos están haciendo lo mejor posible. Ella es fuerte, pero es una situación delicada. Tenga paciencia, le mantendré informado.

Chris volvió a sentarse, cruzando las manos frente a su rostro en una silenciosa oración. Aunque no era especialmente creyente, murmuró: — Por favor, que todo salga bien… que ella y ellos salgan bien.

Después de lo que pareció una eternidad, una enfermera entró en la sala de espera, con una sonrisa cansada pero cálida en los labios. — Señor, ¿está usted aquí por la señora Carter?

Chris saltó de su silla. — ¡Sí! ¿Cómo está ella? ¿Están bien...?

La enfermera asintió con una sonrisa tranquilizadora. — Ha sido muy valiente. Ha dado a luz a trillizos: dos niños y una niña. Los tres están en perfecto estado de salud, pero los mantenemos en observación en neonatología, solo por precaución. En cuanto a ella, descansa. Puede ir a verla en unos minutos.

Chris sintió cómo una ola de alivio lo invadía, seguida de una emoción que no esperaba sentir. Agradeció a la enfermera con voz temblorosa antes de volver a sentarse, pasando las manos por su cabello, con una sonrisa incrédula en el rostro.

Unos minutos más tarde, él entró suavemente en la habitación donde Sophia yacía recostada. Ella se veía tan frágil bajo las sábanas blancas, pero sus ojos, aunque cansados, brillaban con una luz nueva. Chris se acercó lentamente, trayendo una silla para sentarse a su lado. — Lo lograste, Sophia. Tres pequeños milagros. Yo... ni siquiera sé qué decir.

Sophia giró su cabeza hacia él, esbozando una débil pero sincera sonrisa. — Tres. No puedo creer que estén aquí… y que estén sanos.

Chris tomó suavemente su mano, hablando con voz apaciguadora. — Son perfectos, Sophia. Y has sido increíble. Todo lo que has pasado… eres la persona más fuerte que conozco.

Ella cerró los ojos por un instante, dejándose llevar por sus emociones. — Tengo tanto miedo, Chris. ¿Cómo voy a cuidarlos sola? No tengo nada que ofrecerles... solo a mí. No es suficiente.

Chris negó con la cabeza, su tono volviéndose más firme. — No estás sola, Sophia. Escúchame. No importa lo que haya pasado, ni los desafíos que vengan, estaré aquí. Para ti, para ellos. Encontraremos una solución juntos.

Ella abrió los ojos, con lágrimas deslizándose suavemente por sus mejillas. — ¿Por qué haces todo esto por mí? Después de todos estos años…

Chris encogió los hombros, con una sonrisa triste en el rostro. — Porque importas. Y porque no se abandona a quienes necesitan de nosotros. Así que deja de pensar que estás sola en esta lucha, porque no lo estás.

Sophia apretó su mano con más fuerza, buscando en sus palabras un refugio contra sus miedos. En lo profundo, sabía que un nuevo capítulo de su vida acababa de comenzar. Un capítulo en el que no solo sería responsable de su propia supervivencia, sino también de tres pequeñas almas que dependían plenamente de ella.

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