4. Si, acepto

Penelope

Frío, tengo mucho frío…

Eso es lo único que mi cerebro puede procesar, mientras me acurruco más contra la pared de la habitación, que más parece un calabozo, dónde me lanzaron.

No me he permitido dormir nada en toda la noche. No necesito verme en un espejo para saber que tengo los ojos rojos e hinchados de tanto llorar, siento el cuerpo entumecido por estar tirada en el suelo y el estómago me duele debido al hambre.

No sé cuánto tiempo pasa hasta que escucho pasos afuera de mi puerta y de inmediato todo mi cuerpo entra en tensión. Decir que ahora mismo me siento aterrada sería quedarse cortos.

No entiendo cómo es que mi madrastra consiguió darme como esposa del lobo exiliado. Ni siquiera sé cómo llego eso a colisión, nadie habla de ese lobo, es como si no existiera, yo solo era una niña cuándo lo exiliaron y su hermano, nuestro alfa llegó al poder.

Sin embargo, tengo algunos recuerdos de haberlo visto, en los desfiles y eventos de la manada. Siempre distante, siempre serio. No parecía encajar con el resto de su familia.

El sonido de la puerta siendo abierta me hace salir de mis pensamientos y la imagen de mi madrastra se alza sobre mí. Una sonrisa satisfecha curvando sus labios en cuento me ve.

—Nunca pensé que pudieras verte peor de lo que ya eres—me dice, y tengo que hacer puños mis manos para no contestarle, sé que eso solo empeoraría las cosas.

Ella al ver que no digo nada, hace una mueca de disgusto antes de caminar hasta mi y tomarme con fuerza del brazo haciendo que me levante y consiguiendo que mi cuerpo entumecido duela de inmediato.

—¡Ahhhh!

—Deja de quejarte, niña.  A los hombres no le gustan las mujeres quejumbrosas y al que va a ser tu marido creo que menos.

La bilis sube por mi garganta y el miedo se atenaza en mi pecho mientras soy arrastrada por un pasillo antes de que entremos a una habitación, dónde dos chicas de rostro angelical y mirada vacía me reciben.

Entonces, ya no puedo más y me aferro con fuerza a las manos de mi madrastra.

—Por favor, Anastasia, puedo hacer lo que quieras, pero no me hagas esto, por fav…

No alcanzo a terminar de hablar pues la bofetada que me da silencia mis palabras.

—No vuelvas a tutearme, tu y yo no somos nada, para lo único que me serviste fue para venderte, al menos he sacado algo de dinero de ti, ahora cierra la boca, una buena esposa no habla de más.

Después de eso todo pasó como un borrón para mí, las mujeres que estaban en la habitación me bañaron y enfundaron en un vestido blanco y sencillo, luego trenzaron mi cabello y mi rostro lo dejaron al descubierto, sin maquillaje ni nada que pudiera ocultar lo que ellos querían mostrar: Mi fealdad.

Quisiera poder decirle a mi padre ahora mismo que todo lo que hicimos por años, al final no ha servido de nada. Que al parecer la belleza no es lo único maldito aquí.

La puerta de la habitación se abre y siento como mi cuerpo entero se paraliza cuando el rostro del alfa aparece enfrente mío. 

Las chicas que me estaban atendiendo se apresuran a salir de la habitación y casi quiero gritarles que no se vayan, que no me dejen sola, pero sé que sería una perdida de tiempo, porque nadie se enfrenta al alfa.

El hombre de cabello castaño y ojos negros y sin nada de humanidad, me regala una sonrisa que consiigue que la bilis se suba a mi garganta, en especial cuando da un paso más cerca de mí.

—Mira nada más, pero si eres una criatura de lo más peculiar—habla finalmente al tiempo que me rodea, como si quisiera ver cada centímetro de mi—Debo admitir que te imaginaba mucho peor, por la forma en que te describieron casi pensé que serías un pequeño monstruo, pero no estás tan mal, creo incluso que si quitamos los granos podría haberme quedado contigo.

Aprieto la quijada con fuerza para evitar dejar salir cualquier cosa y no mostrar el miedo que me causan sus palabras, pues entre el hermano y él, prefiero quedarme en el exilio.

Sin embargo, no digo nada, contestar solo va a hacer que me gane un castigo.

—¿Sabes por qué estás aquí?—me pregunta directamente entonces—¿Ya te lo han dicho? 

—Quieren casarme con… con su hermano, alfa.—digo, tratando de mantener la calma.

—No queremos, vamos a hacerlo y tú, por tu propio bien, no vas a causarnos problemas. Los guardias que te trajeron me dijeron que pusiste resistencia, eso no puede volver a pasar. ¿Entendido?

La rabia se entreteje en mi interior y tengo que respirar profundamente antes de poder hablar.

—Entendido, alfa.

—Muy bien, entonces vamos, querida, ha llegado el momento, espero que cumplas muy bien tu rol de esposa.

Los nervios amenazaban con hacerme vomitar y el miedo de lo desconocido estaba haciendo estragos en mi interior. No tenía idea de a dónde me llevaban, pero en el instante en que empezamos a caminar por los pasillos del palacio hacia la puerta principal, un mal presentimiento me embargó.

Y se hizo realidad en el instante en que las puertas se abren y la multitud de habitantes de la manada se hace presente, entre ellos mi madrastra y su hija, asi como los dos hijos del alfa, todos viendo lo que pasaba, probablemente sabiendo que no era por propia voluntad, pero nadie haría nada.

Entonces mi mirada se va hacia el hombre que estaba al otro lado del camino, esperando al lado del anciano que oficiaría la ceremonia. Mis recuerdos del hombre con quien me voy a casar son muy pocos, y en la actualidad de lo único que se habla de él es para mencionar su rostro marcado y su exilio.

La mano del alfa se ancló con fuerza a mi brazo y es ahí que me doy cuenta que me está prácticamente arrastrando hacía su hermano, aunque a ojos de todos parezca un gesto honorífico ir de la mano del alfa, no pueden estar más equivocados.

BUM.BUM.BUM

Los latidos de mi corazón se hacen cada vez más rápidos con cada paso y en el instante en que mis ojos se encuentran con los del príncipe exiliado, siento que la respiración se queda atascada en mi garganta.

Es grande, mucho más que el alfa, lo que me recuerda que él es el mayor. Su cabello negro lo lleva atado en una coleta baja, una barba de días cubre sus mejillas y cuando me mira siento que me corta el aliento., pues en esos ojos oscuros como la noche no hay más rabia y desprecio cuando me ve.

El alfa se inclina hacia mí y siento como sus labios rozan mi cabeza, antes de susurrar:

—Recuerda tu lugar, omega, o me encargaré de que no vivas un día más.

Y como si no acabara de amenazarme me regala una sonrisa antes de alejarse, dejandome a la merced del hombre de intensos ojos oscuros que me mira con odio.

Escucho al lobo anciano iniciar la ceremonia, pero no estoy prestando atención a nada, mi mente no puede hacer más que recrear todas las desgracias que he vivido en la última semana, empezando por la muerte de mi padre.

Mis ojos se mueven curiosos sobre el hombre enfrente mío, es alto, muy alto, el cabello castaño le cae en ondas hasta los hombros y su mirada gris hace que se me hiele la sangre al tiempo que un cosquilleo me recorre el cuerpo.

Mis ojos siguen inspeccionando su rostro y me sorprendo al darme cuenta que, aunque efectivamente tiene una enorme cicatriz que atraviesa la mitad derecha de su rostro, eso no le quita atractivo. Ni un poco.

Santa Luna, no sé ni siquiera porque estoy pensando eso, cuándo es obvio que el hombre me desprecia.

—¿Señorita? —Escucho y levanto la mirada para encontrarme con los ojos interrogantes del anciano—¿Acepta al príncipe Nicklaus como su esposo y renuncia a la búsqueda de su compañero?

Mi pecho se oprime al saber que nunca estaré con la persona que la diosa creo para mí, pero ahora mismo no puedo hacer más.

Mis ojos van nuevamente al hombre enfrente mío que no me ha dicho una palabra, tiene la quijada muy apretada y su mirada es tan intimidante que debo ver a otro lado antes de decir:

—Acepto.

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