5. ¿Cervatillo o Zorro?

Nicklaus

Esto no puede estar pasando.

Mis ojos ven a la niña enfrente mío y al imbécil de mi hermano a su lado mientras se acercan, si antes dudaba de que la mujer fuera una espía del alfa, ahora ya no tengo la menor duda. 

¡LA ESTÁ TRAYENDO DE LA MANO!

Cuando finalmente está junto a mi, los ojos de ella se alzan y se topan con los míos, y debo admitir que el miedo que veo en ellos me deja momentáneamente paralizado y casi, casi me hace dudar de su identidad.

Sin embargo, hay algo más detrás de todo ese miedo, algo que no alcanzo a vislumbrar porque ella aparta la mirada de mí y solo puedo ver su perfil, ese en donde un morado se filtra en su piel blanca, junto a las marcas en su piel debido al acné.

Ella no vuelve a mirarme en todo el tiempo y yo simplemente puedo rogar para que todo este m4ldito circo se acabe lo antes posible.

Es entonces que su voz, como un susurro melódico se filtra en mis oídos cuándo dice:

—Acepto.

Después de eso no pude hacer más que aceptar y el resto fue como un borrón frente a mis ojos: la sonrisa satisfecha de mi hermano, la gente cuchicheando y la mirada de cervatillo asustado que tenía la chica a mi lado.

Ni siquiera tuve que pensarlo cuándo me di media vuelta y empecé a caminar fuera de ahí, segundos después escuché pasos detrás mío y no tuve que voltearme para saber qué se trataba de ella.

—¿A dónde vas?—me dijo llegando a mi lado y no pude ni quise contener el gruñido que salió de mi.

Vi como la chica se estremecía a mi lado pero gracias a la luna no dijo una sola palabra más mientras seguiamos caminando en completo silencio. Podía sentir sus ganas de preguntarme hacía dónde íbamos, pero mi humor debía ser lo suficientemente oscuro para que se diera cuenta que lo mejor era mantener la boca cerrada.

Sin embargo, nada es para siempre, por lo que veinte minutos después la paz se acabó.

—¿A dó-dónde estamos yendo? Por aquí solo hay bosque.

Mis manos se hicieron puños y sentí la rabia burbujear en mi interior, por lo que tuve que tomarme una larga respiración para no dejar que lo peor de mí saliera a relucir, al menos no tan pronto.

—Yo voy a mi casa, tú puedes ir a dónde te pegue la gana.

—No hay necesidad de hablarme así, además ahora se supone que debo vivir contigo—respondió y eso fue suficiente para que la rabia amarga brotara de mí.

En un solo movimiento giré mi cuerpo hacía ella y me incliné hasta que mi rostro quedó a su altura, mis ojos brillando con la furia de mi lobo.

—Escúchame bien, mocosa, el hecho de que haya aceptado esta estupidez no quiere decir que te considere mi esposa. No voy a darte lujos, no voy a darte una mierd4, cada cosa que de aquí en adelante más de vale ganartelo, porque de lo contrario vas a morirte de hambre ¿Entiendes?

Mis ojos estaban fijos en la mirada azulada de la chica, podía notar la forma en que su pecho subía y baja a causa del miedo, sin embargo, a pesar de que podía oler lo aterrada que estaba, ella no alejó la mirada ni una sola vez de mí.

En su lugar simplemente me dio un asentimiento antes de decir:

—Entiendo—Entonces tan rápido como llegó sentí que la rabia me abandonó y algo extraño se formó en mi interior, pero lo ignoré al tiempo que me giraba y seguía mi camino, sin embargo, conseguí escuchar cuando susurró—No es nada que no haya vivido antes.

Diez minutos después estamos entrando a la cabaña que ha sido mi casa de exilio por los últimos diez años, ninguno de los dos ha dicho una sola palabra y el sol ya ha empezado a ponerse en lo alto.

Estoy irritado, hambriento y siento como mi lobo se remueve en mi interior con ganas de salir y destrozar el maldito bosque.

Sus pasos, suaves y temerosos se escuchan sobre la madera crujiente en el instante que entramos al lugar y sin saber muy bien por qué le doy una mirada de reojo para encontrarla estática en la entrada.

Su mirada yendo a todas partes menos a mí, estaba retorciendo sus manos con fuerza y hasta ahora es que veo la pequeña mochila que lleva a cuestas, que imagino que deben ser sus pertenencias.

Parece un pequeño cervatillo asustado, pienso, pero de inmediato alejo el pensamiento, pues ella no es un cervatillo, es un zorro enviado hasta aquí para dar información. Una espía.

Entonces una media sonrisa se forma en mis labios al tiempo que le digo:

—Hay un ciervo en la mesa de la cocina, tal vez va siendo hora de que muestres tus dotes de esposa, despellejalo, limpialo y prepara la cena, me muero de hambre.

Y sin más me doy media vuelta notando su cara estupefacta antes de caminar directo a mi habitación.

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