La mucha velocidad sorprendió mucho a Perla. Los labios de César apenas tocaron los suyos por un segundo… Cuando, de repente, un golpe fuerte sonó en la habitación. ¡Plaf! Una cachetada zanjadita en la cara de César. El dolor agudo y caliente se extendió por su mejilla. Pero, en vez de alejarse, él la besó con más fuerza. No era un beso de deseo, sino de desesperación. Un beso de alguien que había buscado sin parar, que había deseado con todo su ser volver a estar con la persona que creía perdida para siempre. César temblaba, su cuerpo y su alma. Su emoción, su angustia guardada por años, eran más fuertes que su capacidad de contenerse. Mientras tanto, la bolsa con el vestido sucio y el bolso de Perla cayeron al suelo sin hacer ruido. Uno de sus brazos estaba atrapado por la fuerza de César, sin poder moverse, pero su otra mano se levantó sin dudar. ¡Plaf! Otra cachetada. ¡Plaf! Y otra más. Perla le zampaba manotazos sin piedad. Una cachetada tras otra, pe
Después de conseguir su número, César no insistió más y la dejó irse. Perla abrió la puerta y, para su sorpresa, no solo William la estaba esperando, sino también varios miembros de la familia Piccolo, incluido el mismo don Bernardo. —Ay, Perla, ¡qué belleza de muñeca! —dijo Bianca, acercándose con una sonrisa falsa. —¡Y madre mía qué cuerpazo! Ese vestido rojo te queda increíble, tan elegante y tan llamativo. Se inclinó un poco, intentando agarrar el brazo de Perla. Pero Perla se puso detrás de William, evitando que Bianca la tocara. —Señora Bianca, sería mejor que nos centráramos en lo más importante —dijo con un tono serio, sin esconder su enojo. —Mi hermano y yo vinimos a esta casa con la mejor intención de celebrar el cumpleaños de su padre y, en cambio, recibimos amenazas, advertencias e incluso agresiones por parte de la señorita Natalia. Su mirada dejaba ver lo que sentía. —Hasta me echó vino encima. Hizo una pausa, mirando a cada miembro de la familia Piccolo
Pero Natalia, acostumbrada a hacer lo que quería, no iba a dejarse intimidar por una simple cámara de seguridad. No le tenía miedo a Perla, sino a la posibilidad de que sus amenazas salieran a la luz frente a todos. ¡Esa hijueputa! Así que todo esto fue su plan… —¡Revisemos las cámaras! —don Bernardo golpeó con fuerza su bastón contra el suelo. Como anfitrión, hubiera preferido resolver esto con una simple disculpa. Pero, al ver lo lejos que había llegado la situación, ya no podía ignorarla. Además, al notar la seguridad con la que Perla hablaba, temió que lo que ella decía fuera cierto. Había pasado toda su vida construyendo una reputación impecable como funcionario y empresario, y ahora, en su vejez, su nombre estaba siendo manchado por culpa de su nieta. ¡Pero qué vergüenza! —Esto… —Bianca, nerviosa, miró a su alrededor. —Pues resulta que… las cámaras están dañadas. Don Bernardo la miró con seriedad. Bianca tragó saliva y explicó con voz temblorosa: —Las cámaras dejaro
—¿Y si las cámaras no lo vieron, pero yo sí? La voz de César resonó en el salón cuando salió de la habitación donde Perla se había cambiado. Su comentario era para Natalia, pero su mirada desafiante se fijó en William. Perla… Así que ahora se llamaba Perla. ¿Qué Perla? —¿Por qué salió de esa habitación? —murmuró Bianca, molesta. Perla entrecerró los ojos y miró a César, advirtiéndole en silencio que no dijera nada indebido. Pero César no les quito la vista. ¿De verdad ella tenía tanto miedo de que William sospechara algo entre ellos? ¿Tan cercana era entonces su relación? ¿Sinceramente amaba tanto a William? Cuando Teresa apareció en su vida, ella ni siquiera había intentado luchar por él… El corazón de César se retorcía de dolor. Sin embargo, en su cara no se reflejaba ninguna emoción. William miró a César con ojos molestos, pero, al mismo tiempo, difíciles de leer. Este, por su parte, lo miró con un toque de provocación. ¿Qué más daba William? Él est
A pesar de que había otras personas en el lugar, no podía regañar tan abiertamente a su nieta. —No voy a ir. ¡Es obvio que la culpa no fue mía! ¿Quién le dijo que no mencionara que era la hermana de William cuando entró? —Natalia levantó la barbilla con terquedad. —¿Y encima crees que tienes razón? —Don Bernardo se levantó, levantando su bastón con la intención de golpearla. Bianca corrió a toda prisa para interponerse entre ellos. —¡Papá! ¿Qué hace? ¿Por qué no puede hablar con calma? César sigue aquí. Don Bernardo giró la cabeza, pensando que su nuera solo intentaba encontrar una excusa para detenerlo y evitar que educara a su nieta. Tan enfurecido estaba que olvidó la presencia de César. Dejó caer el bastón con frustración, agotado por la rabia. —César, acaso habrás sido testigo de esta vergüenza… —Don Bernardo, cuide por favor usted de su salud. Me retiro. —respondió César. —Bianca, ve a acompañarlo hasta la puerta. —No es necesario, no es la primera vez que ven
La fiesta había terminado, y la familia Piccolo se reunió en la sala del tercer piso. Las empleadas se mantuvieron lejos, sin acercarse. Emiliano estaba sentado en el sofá principal, con una mirada cortante fijada en Natalia, que estaba en el otro extremo. En sus ojos no había rastro de calidez familiar. Natalia intentó esconderse detrás de su madre. Rodrigo la miraba con desprecio. —No haces nada útil en todo el día y, encima, ¡te la pasas metiéndote en problemas! ¿Eres una buena nada, cuál es tu función en la familia? —Rodrigo, habla menos. —Bianca la defendió. Natalia, aunque asustada, se sentía ofendida y no se animaba a responder. —Mamá, ¡es culpa tuya por haberla consentido tanto de niña! Si no, no sería tan malcriada, tan caprichosa y descontrolada. —Rodrigo la culpó con furia. Todo esto, además, había pasado delante de César. Le había costado tanto invitarlo, y ahora, por culpa de Natalia, todo se había arruinado. —¿Boba y a ti no te he consentido? —Bianca l
Emiliano se levantó después de su padre. —Mamá, no quiero ir a disculparme con esa gentuza. ¡No me pidas esto, por favor! —Natalia se disgustó. En ese momento, Emiliano escuchó las palabras de su hija y se detuvo de golpe. Se volteó y, señalándola con el dedo, la regañó, furioso: —¡Si no vas, mañana te mato a golpes, niña malcriada! Natalia tembló de miedo ante la ira de su padre. El carro llegó al Barrio Las Palmas, y Perla y William entraron a la casa. Andi y Marina estaban en la sala, abriendo cajas de juguetes. Otra montaña de juguetes nuevos. Parece que mientras ellos no estaban, Marina había llevado a Andi de compras. —Mami, esto me lo compró… —Andi estaba a punto de contar su historia, pero Marina rápidamente le tapó la boca sin piedad. El pequeño quedó atrapado en el abrazo de Marina, agitando sus bracitos con fuerza y mirándola con ojos que protestaban. Su tía siempre se aprovechaba de ser adulta para abusar de él. —¡Nahh! Ignorando sus intentos de esca
Después de todo lo que pasó, Andi inclinó la cabeza mientras jugaba con su figura de Ultraman y, de repente, preguntó: —Mami, ¿te divertiste en la fiesta? ¿No te encontraste con alguien raro de casualidad? Durante la cena, había escuchado parte de la conversación entre su tía y Ricardo, pero solo entendió una pequeña parte, así que lo describió como "extraño". Los ojos de Perla, que estaba puesta en la televisión, mostraron un poco de enojo. Marina, que estaba jugando con Andi, levantó la mirada disimuladamente, observando con nervios la expresión de su hermana. William, en cambio, se mantuvo tranquilo, aflojando su corbata con una mano. —¿Qué persona tan rara? En la fiesta solo había un montón de empresarios y políticos desconocidos, nada diferente de otras recepciones. —Perla respondió con indiferencia. Su vista permaneció fija en la pantalla, concentrándose en la telenovela que estaba viendo. Era la serie que Marina seguía. En ese momento, estaban en la escena dond