Emiliano se levantó después de su padre. —Mamá, no quiero ir a disculparme con esa gentuza. ¡No me pidas esto, por favor! —Natalia se disgustó. En ese momento, Emiliano escuchó las palabras de su hija y se detuvo de golpe. Se volteó y, señalándola con el dedo, la regañó, furioso: —¡Si no vas, mañana te mato a golpes, niña malcriada! Natalia tembló de miedo ante la ira de su padre. El carro llegó al Barrio Las Palmas, y Perla y William entraron a la casa. Andi y Marina estaban en la sala, abriendo cajas de juguetes. Otra montaña de juguetes nuevos. Parece que mientras ellos no estaban, Marina había llevado a Andi de compras. —Mami, esto me lo compró… —Andi estaba a punto de contar su historia, pero Marina rápidamente le tapó la boca sin piedad. El pequeño quedó atrapado en el abrazo de Marina, agitando sus bracitos con fuerza y mirándola con ojos que protestaban. Su tía siempre se aprovechaba de ser adulta para abusar de él. —¡Nahh! Ignorando sus intentos de esca
Después de todo lo que pasó, Andi inclinó la cabeza mientras jugaba con su figura de Ultraman y, de repente, preguntó: —Mami, ¿te divertiste en la fiesta? ¿No te encontraste con alguien raro de casualidad? Durante la cena, había escuchado parte de la conversación entre su tía y Ricardo, pero solo entendió una pequeña parte, así que lo describió como "extraño". Los ojos de Perla, que estaba puesta en la televisión, mostraron un poco de enojo. Marina, que estaba jugando con Andi, levantó la mirada disimuladamente, observando con nervios la expresión de su hermana. William, en cambio, se mantuvo tranquilo, aflojando su corbata con una mano. —¿Qué persona tan rara? En la fiesta solo había un montón de empresarios y políticos desconocidos, nada diferente de otras recepciones. —Perla respondió con indiferencia. Su vista permaneció fija en la pantalla, concentrándose en la telenovela que estaba viendo. Era la serie que Marina seguía. En ese momento, estaban en la escena dond
Perla sacó una botella de vino y una copa antes de volver a su habitación. Abrió las puertas del balcón, tomó la botella y salió. Se sirvió una copa y luego se apoyó en la barandilla, descansando los codos sobre ella. El Barrio Las Palmas estaba en una zona residencial de villas no muy lejos del centro de la ciudad. Con edificios de distintos estilos inspirados en la arquitectura de muchas partes del mundo, este barrio existía desde antes de la fundación del país y tenía una historia larga e interesante. La calle donde vivían llevaba el mismo nombre: Las Palmas. Desde allí se podía ver el paisaje nocturno del centro de la ciudad, con los edificios más conocidos e iluminados de Playa Escondida. Entre ellos, el que más le gustaba a Perla: la sirena de cristal. La brisa nocturna movía sus cabellos, que aún estaban húmedos por la ducha y caían uno tras otro sobre su espalda. Tomó un pequeño sorbo de vino y observó en silencio la ciudad que hacía tiempo no veía. Había cambia
César colgó y se quedó mirando triste la pantalla. Aún no sabía que lo habían bloqueado. No se animaba a llamarla desde su número normal. Tenía miedo de que no le contestara. Desde que salió de la fiesta y volvió al conjunto Los Prados, no había dejado de pensar en cómo hablarle. Se había equivocado en casa de los Piccolo. Estaba demasiado alterado. No debió besarla apenas la vio. Fue su error, y estaba dispuesto a arreglarlo. Si no, ella lo odiaría para siempre. Su corazón latía con fuerza. Era por ella. Porque ella estaba viva. Podía sentirlo tan claramente: ella estaba viva. En su emoción, César olvidó por completo lo que Perla le había dicho hace un rato. "No me busques más".Marina se acostó en la cama, preocupada, jugando con los pelos de su muñeco de peluche. Su mente estaba llena de dudas. ¿Su hermana había visto a César en la fiesta o no? La cara de Perla parecía tranquila, así que probablemente no lo había visto. Pero exista la posibilidad… ¿y si sí? ¡Pues qué probl
¿Natalia vino entonces a disculparse?Que ocasión tan Increíble. ¿No se había negado rotundamente ayer? Perla bajó la vista por un momento y luego dio media vuelta para volver a la sala. —Déjalas pasar. En la sala, Perla usó el asiento principal, mientras Bianca y Natalia se sentaron abajo. Las empleadas sirvieron el café antes de que comenzaran a hablar. —¡Ay, señorita Perla, qué bonita es la decoración de su casa! Tiene un aire tan acogedor y artístico. Es como estar en un palacio. —Bianca miró alrededor, buscando algo con que romper el hielo e iniciar la conversación. Luego, con una sonrisa falsa, preguntó: —¿El señor William no está en casa? Perla la miró sin mostrar emoción y sin intención de responder. —Si la señora Bianca tiene algo que decir, mejor vaya al grano. —Je,je… —Bianca se rio con nervios y bajó la cabeza un momento. —Verá, después de la fiesta de anoche, investigamos bien lo que pasó y descubrimos que, en efecto, mi hija cometió un error. Fue e
No dijo si aceptaba la disculpa o no. El arrepentimiento de Natalia y Bianca, fuera real o falso, no cambiaba nada en la vida de Perla. Tampoco tenía la obligación ni el interés de enseñarle modales a niños malcriados de otras familias. Tenía muchas cosas más importantes que hacer, que andar perdiendo el tiempo en esas pendejadas. Y mucho menos iba a hablar con William para ayudar a los Piccolo en temas de negocios. —Entonces… sobre nuestro regalo de disculpa… —Bianca señaló la bolsa con el vestido de lujo. —Déjenlo aquí. Hoy hay poca gente en casa, así que no las voy a invitar a almorzar. —Perla dejó claro que quería que se fueran. Estaban en Puerto Mar. Era necesario mantener las apariencias. Recibir el regalo era solo un gesto formal. No significaba que alguna vez lo fuera a usar. —Ah, está bien. Si la señorita Perla está ocupada, no queremos molestar más. Nos retiramos. Bianca tomó a Natalia, que no había dicho ni una palabra después de su disculpa, y salieron d
Marina decidió volver a su habitación para acostarse a dormir. Justo cuando se acostó y cerró los ojos, recordó lo inquieto que era Andi. Se levantó y regresó en silencio a su puerta, la abrió con cuidado y miró por la rendija para asegurarse de que estuviera estudiando de verdad. Bien. Al verlo sentado tranquilamente con su libro, Marina se relajó y volvió a su habitación a dormir. Mientras tanto, Andi leyó durante unas tres horas. Memorizó algunas cosas, pero ya no podía seguir sentado. Le dolían las nalgas ya casi planas. Se bajó de la silla para estirar las piernas, moviendo sus grandes ojos de un lado a otro mientras tramaba algo. Abrió la puerta y asomó la cabeza al pasillo. No había nadie en la sala. Las empleadas y la ama de llaves estaban ocupadas, algunas preparando el almuerzo, otras limpiando. Con una sonrisa traviesa, Andi corrió de vuelta a su habitación y metió en su mochila el regalo que había preparado para César. Se aseguró de que su reloj co
En el hospital del Sagrado Corazón. Ricardo acababa de terminar una reunión con los jefes de departamento y salía del salón, rodeado por un grupo de médicos. —Pongan en marcha este plan de tratamiento. El equipo médico más avanzado y los nuevos medicamentos importados llegarán esta tarde a sus áreas. —Sí, doctor. —asintió uno de los jefes. El teléfono en el bolsillo de su bata vibró. Durante la reunión, Ricardo lo había puesto en silencio. Sacó el celular y, al ver el nombre en la pantalla, levantó una ceja, conteniendo la sonrisa. Marina lo estaba llamando. Marina lo estaba llamando primero. —Ustedes sigan adelante. —les dijo a los médicos, y se dio la vuelta para ir rápido a su oficina. Cuando estuvo solo, su emoción le iluminó la cara. Incluso se rio como un tonto. Pero esperó que timbrara dos veces antes de contestar, intentando sonar relajado. —¿Bueno? Quiso que pareciera casual, como si hubiera contestado sin darle importancia. —¡Ricardo! Andi se esc