Los tacones de Isabella resonaban con firmeza sobre el piso de mármol, cada paso marcado con la misma autoridad que irradiaba su mirada. Aquel día, a pesar del enojo, había una chispa especial en sus ojos. Sabía que la llegada de Nicolás Strauss marcaría un antes y un después en la constructora.La puerta de la sala de conferencias se abrió con suavidad, y allí estaba él: Nicolás Strauss, alto, musculoso, con ese porte elegante que siempre lo caracterizaba. Su cabello rubio relucía bajo la luz, y sus ojos azules, tan profundos como el cielo despejado de Calabria, se posaron en Isabella, quien lo recibió con una sonrisa amplia y auténtica.—Isabella, sigues igual de hermosa —saludó Nicolás con una voz grave y seductora que hizo que Aura María, la secretaria, dejara escapar un suspiro mientras se quedaba a un lado admirando el porte y la elegancia del hombre. —Y tú, Nic, sigues siendo un encantador adulador. —respondió Isabella con una sonrisa coqueta mientras se acercaba a él. Los dos
El viento fresco de Calabria se colaba entre los árboles que bordeaban el camino, llevando consigo un aroma suave a pinos y tierra mojada. Los autos avanzaban con tranquilidad, pero dentro de ellos, las emociones fluctuaban como el cielo antes de una tormenta.Francesco manejaba con el ceño fruncido, su mirada fija en la carretera y los nudillos pálidos de tanto apretar el volante. A su lado, Charly, en la parte trasera Leonardo y Alessa intentaban aligerar el ambiente, no dejaban de lanzar indirectas.—Y bien, primo? —preguntó Leonardo, inclinándose hacia adelante — ¿Qué te parece Nicolás? Todo un caballero, ¿no?Francesco no respondió, pero su mandíbula se tensó aún más.—¡Un caballero y todo un galán! —añadió Charly, disfrutando la reacción —Viste cómo acarició la barriga de Isabella? Si no tuviera principios, hasta yo me preocuparía.Francesco clavó el pie en el acelerador, haciendo que el auto rugiera por un instante.—¡Ya basta! —gruñó finalmente, sin mirarlos —Ocúpense de sus p
El sol de la tarde comenzaba a descender lentamente, tiñendo de tonos dorados y cálidos los jardines del club. La brisa, aún fresca por la proximidad del mar, acariciaba suavemente los rostros de los presentes, pero no lograba disipar la tensión que aún se respiraba en el aire. El sonido del agua fluyendo en la fuente central se mezclaba con el murmullo de las conversaciones en la mesa, pero para Francesco, todo se sentía distante, como si estuviera bajo el agua. Cada palabra que salía de la boca de Isabella o Nicolás lo atravesaba como si fueran flechas.La conversación continuó entre bromas y risas, pero Francesco no podía dejar de sentirse observado, como si todo el mundo supiera lo que pasaba en su interior. La comida terminó, y el grupo comenzó a despedirse, cada uno tomando sus cosas y preparando la salida. Pero una última conversación estaba por suceder.Al salir, Nicolás se acercó a Isabella. —¿Me puedes llevar al hotel? despache al chofer al salir de la oficina —indago con su
El eco de sus pensamientos se apagó cuando Nicolás se acercó a ella, con su paso tranquilo y la mirada fija en el terreno que tenían ante ellos.— ¿Todo bien? —preguntó, su tono suave pero preocupado. Aunque la pregunta era simple, había algo en su manera de mirar a Isabella que dejaba claro que comprendía más de lo que ella estaba dispuesta a admitir.Isabella levantó la vista y lo miró brevemente, forzando una sonrisa.—Sí, todo bien. Sólo... necesitaba un momento. —Sus palabras fueron más una forma de alejar la conversación que una respuesta sincera. No quería hablar de eso ahora, no cuando todos estaban cerca, y mucho menos con Nicolás, quien ya ocupaba una parte importante de sus pensamientos.Nicolás asintió lentamente, su expresión se suavizó, pero no pudo evitar un fugaz destello de inquietud en sus ojos. Sabía que había algo más, algo que Isabella no estaba diciendo, pero respetó el silencio que ella buscaba.Mientras tanto, Francesco permanecía en su propio mundo, a unos met
La mañana siguiente al almuerzo comenzó tranquila. Isabella, que había estado más en silencio de lo habitual durante el desayuno, se encontraba en la mansión, frente a las ventanas del salón, observando cómo el sol empezaba a elevarse. La luz cálida iluminaba los jardines perfectamente cuidados, pero su mente no podía dejar de dar vueltas a los momentos vividos las últimas horas. Francesco había mantenido la distancia, una vez más, evitando mirarla demasiado, como si una barrera invisible se hubiera erigido entre ellos.Nicolás, por otro lado, parecía seguir la corriente, pero su mirada, tan familiar para Isabella, no pasaba desapercibida. Había algo en él que la hacía sentirse trise, sabía que, en algún rincón de su alma, él también estaba lidiando con una tormenta interna. Pero, ¿qué podía hacer ella? La situación con Francesco estaba bloqueando la atención que quería darle a Nicolás.—¿Que sucede bella, no vendrás hoy con nosotros? —pregunto Nicolás.Rápidamente los ojos de Frances
La discoteca era un hervidero de luces brillantes y música a todo volumen. Los bajos vibraban en el aire, haciendo que el pecho de los presentes se agitara con cada golpe. Las risas y conversaciones competían con el ritmo frenético de la música, creando una cacofonía que parecía envolver a todos en una nube de ruido y agitación. El aire estaba caliente y húmedo, cargado de sudor y perfumes, una mezcla que hacía que el espacio se sintiera aún más denso.En la pista, las luces de neón daban destellos de colores en las sombras que se movían al ritmo del DJ, cuyo pulso marcaba la velocidad del mundo. Los chicos se habían sumergido en el bullicio, buscando desconectarse de las tensiones acumuladas durante el día, aunque sabían que en algún rincón de sus mentes las preocupaciones seguían acechando. Cada uno de ellos, en su propia forma, intentaba ser una versión más ligera de sí mismo, pero la realidad nunca desaparecía completamente.Leonardo continuaba con su mirada fija en la pareja que
Isabella se quedó en casa aquella noche. Desde el ventanal del salón, veía las luces de la ciudad titilar a lo lejos, pero no lograban disipar la sensación de vacío que se había instalado en el ambiente. La mansión, a pesar de su esplendor, parecía más grande cuando estaba sola. Sumida en el silencio cuando Francesco llegó pasada la medianoche, se movió con cautela, procurando no hacer ruido al subir las escaleras. Al empujar suavemente la puerta de la habitación, Isabella ya estaba en la cama, dándole la espalda. A pesar de que sentía su presencia, decidió hacerse la dormida. Francesco se detuvo unos segundos en la entrada, como si dudara si acercarse o no, pero finalmente se deslizó en la cama junto a ella. No hubo palabras, solo el sonido acompasado de sus respiraciones. Minutos después, ambos cayeron en un sueño superficial. Dos horas más tarde, las risas y bromas rompieron la tranquilidad dentro del auto cuando los demás regresaban de la discoteca. Leonardo iba en silencio, con
El aire en la mansión Rossi estaba denso, impregnado de una calma tensa que Francesco no podía ignorar. Los sonidos de la reunión resonaban suavemente en el fondo, pero su mente estaba completamente absorta en los pensamientos que lo asediaban. Cada palabra que se pronunciaba, cada discusión sobre los detalles de la zona que pertenecía a cada familia, pasaba como un murmullo lejano, casi irrelevante.Francesco se quedó de pie junto a la ventana, mirando hacia el jardín, aunque su vista no captaba nada de lo que había afuera. Su mente estaba ocupada por la única preocupación que lo atormentaba: Isabella. ¿Qué pensaría ella si se enterara que había ido a la discoteca esa noche para hablar con Elena? La incertidumbre lo devoraba. Las imágenes de esa noche lo perseguían: la mirada coqueta de Elena, la manera en que coqueteaba con Nicolás, como después casi suplicaba volver, como si todo fuera un juego.Al principio, Francesco sintió que no podría resistirse a la tentación. Esa adrenalina