El aire en la mansión Rossi estaba denso, impregnado de una calma tensa que Francesco no podía ignorar. Los sonidos de la reunión resonaban suavemente en el fondo, pero su mente estaba completamente absorta en los pensamientos que lo asediaban. Cada palabra que se pronunciaba, cada discusión sobre los detalles de la zona que pertenecía a cada familia, pasaba como un murmullo lejano, casi irrelevante.Francesco se quedó de pie junto a la ventana, mirando hacia el jardín, aunque su vista no captaba nada de lo que había afuera. Su mente estaba ocupada por la única preocupación que lo atormentaba: Isabella. ¿Qué pensaría ella si se enterara que había ido a la discoteca esa noche para hablar con Elena? La incertidumbre lo devoraba. Las imágenes de esa noche lo perseguían: la mirada coqueta de Elena, la manera en que coqueteaba con Nicolás, como después casi suplicaba volver, como si todo fuera un juego.Al principio, Francesco sintió que no podría resistirse a la tentación. Esa adrenalina
El aire frío de la tarde envolvía a Francesco mientras permanecía inmóvil junto al auto, Su peor temor se había materializado: Isabella sabía de su reunión con Elena. Las preguntas se agolpaban en su mente como un torrente incontenible. ¿Por qué no me enfrentó antes? Pensó mientras apretaba los puños, tratando de encontrar algún consuelo en la presión de su propia fuerza. ¿Es tan importante Strauss para ella que puede ignorar esto?El sonido del viento acariciaba las hojas de los árboles cercanos, y el grupo que lo observaba mantenía un silencio tenso, como si cualquier palabra pudiera desatar una tormenta.— ¿Realmente no irás tras ella para explicarle que no hay nada entre esa mujer y tú? —la voz firme de Nicolás rompió el silencio.Francesco levantó la mirada al cielo oscuro y dejó escapar un suspiro pesado antes de fulminarlo con los ojos.—No me jodas en este momento, Strauss. No conoces a Isabella, ni todo lo que hemos pasado. No tienes idea de cómo va esta historia, así que mant
La noche transcurría con normalidad, de pronto Isabella despertó sintiendo un antojo tan abrumador que le pareció casi una urgencia vital. Hamburguesas, papas fritas, kétchup y una malteada de chocolate. Su boca se llenó de agua con solo imaginarlo, Dios como podía un antojo atacarla con tanta fuerza a las tres de la mañana.Se levantó del sillón y bajó a la cocina, con la esperanza de encontrar algo que aliviara su deseo, mientras él bebe se movía con fuerza dentro de su vientre. Al entrar, encontró a Nicolás sentado a la mesa, terminando una llamada y revisando planos con una taza de café medio vacía frente a él. Levantó la mirada al verla y sonrió suavemente.— ¿No puedes dormir?— preguntó, dejando a un lado los papeles.Isabella negó con la cabeza, sus labios curvándose en una mueca de frustración.—Tengo un antojo que no puedo quitarme de la cabeza. Ya quisiera ver dónde están los tíos que decían que cumplirían todos los antojos.Nicolás arqueó una ceja con curiosidad, inclinándo
Poco después de la conversación en la piscina, Strauss y los demás regresaron a sus habitaciones Francesco tardo unos minutos en hacer lo mismo, en cuanto entro a la habitación vio a Isabella profundamente dormida, tomo una pijama del closet y siguió hacia el baño sin hacer ruido, después de cambiarse estuvo unos segundos parado frente a la cama observando lo tranquila que estaba. Era imposible no detenerse a mirar lo jodidamamente hermosa que era, se acostó a su lado dándole un beso mientras la rodeaba con su brazo quedándose dormido.En la mañana, el primer rayo de sol apenas se asomaba cuando Francesco despertó. Con cuidado de no interrumpir el sueño de Isabella, se levantó y se vistió rápidamente. Sentía que debía enmendar las cosas, aunque no estaba seguro de por dónde empezar.En su camino hacia la construcción, hizo una parada en una floristería. Escogió un enorme arreglo de rosas rojas y un oso de peluche blanco, ambos envueltos con esmero. Escribió una nota breve pero direct
El sol brillaba tímido aquella mañana, con un aire fresco que acariciaba la piel y una brisa suave que traía consigo el aroma salado del mar. Isabella observaba a Alessa y Leonardo subir al auto con las maletas, listos para llevar a Nicolás al aeropuerto. Aunque sonreía, una leve melancolía se reflejaba en sus ojos al despedirse de su amigo.Cuando el auto desapareció por el largo camino bordeado de cipreses, Isabella sintió las manos de Francesco rodear su cintura. Su toque era cálido, firme, y al mismo tiempo lleno de algo que ella no había visto en él en mucho tiempo: tranquilidad.— ¿Lista para un día diferente? —le preguntó con una sonrisa que tenía un toque de misterio.Isabella ladeó la cabeza, intrigada.— ¿Diferente? ¿A qué te refieres?Francesco apretó suavemente su mano y la guió hacia el auto.—Ya lo verás. Confía en mí.El motor rugió suavemente mientras se adentraban en el paisaje italiano. El camino serpenteaba entre colinas verdes y viñedos interminables, y el murmullo
El resonar de la lluvia golpeaba las ventanas de la mansión Rossi, creaba una sinfonía melancólica que se filtraba por cada rincón. Francesco, con la mirada perdida en el horizonte, recordaba las palabras de su abuelo Don Marco Rossi: «La vida es un laberinto, Francesco, y a veces, nos perdemos en las sombras».Esa noche, las sombras se cerraron aún más. El sonido de unos tacones resonó en el pasillo, interrumpiendo los pensamientos de Francesco. Elena entró en la habitación en compañía de Dimitri, su rostro estaba palidecido y sus ojos parecían perdidos e inundados por el llanto.—Elena, acabo de enterarme, —dijo Francesco con una expresión de tristeza y rabia. —Siento mucho lo de tus padres Elena, trabajaron para el abuelo y siempre fueron leales a la familia, no entiendo como sucedió. ¿Cómo estás?Elena apenas levantó la mirada. —Estoy totalmente sola, Francesco. La noticia fue como un golpe repentino, no sé qué haré sin mis padres, yo ni siquiera termine a la universidad, mi padre
Después de que Roberto y Lorenzo se marcharan a cerrar los negocios que tenían previsto, Elena camino hacia Francesco. —Que sucede Francesco, porque tu padre me amenazo con enviarme al mismísimo infierno, no se suponía que él sería nuestro apoyo. — dijo Elena mientras sus ojos se llenaban de lágrimas.—Cálmate Elena, allí viene el abuelo y no es conveniente que te vea así.— ¿Qué mierdas dices, como que no es conveniente? Vaya hombre que mi padre dejo para cuidar de mí.Francesco, ofendido la sujeto del brazo y la acerco hacia él. — Puedo amarte mucho Elena, pero no permitiré que me hables así; realmente quieres saber lo que sucede con mi padre, pues debes saber que mi padre se niega a esta relación y a que me case contigo; sin embargo, no me alejaré de ti así tenga que enfrentar a mi padre serás mi esposa, solo tengo que encargarme de unas cosas y no habrá nada que nos separe. Ahora ve, salimos en quince minutos para la funeraria.Don Marco se acercó a Francesco y lo miro fijamente a
Un mes después de la muerte de los dos hijos de Don Marco Rossi el abuelo de Francesco y Leonardo, viajo a New York para darle la bienvenida a Isabella y retomar la conversación que dejo pendiente con Giuseppe en el funeral. Tras esa visita había quedado pactado un matrimonio, orquestando un delicado ballet de influencias que obligaba a Francesco a abandonar un amor que ya estaba floreciendo.Mientras Francesco luchaba contra corriente, atormentado por los recuerdos de un amor pasado sacrificado en el altar de la lealtad familiar, el destino tejió los hilos de su existencia en un tapiz de resentimiento. Fue empujado a una unión que no había elegido, un matrimonio nacido de la obligación más que del amor y el deseo.Finalmente, estaba a horas de dejar su amor por Elena a un lado, las promesas de cuidarla y hacerla su esposa, quedaba enterrada con su unión con Isabella Moretti. Esa chiquilla arrogante, la cual conocía desde niño y que jamás había soportado; había dado gracias a Dios cu