El sonido de los disparos aún resonaba en los oídos de Luciana cuando Alexander la tomó del brazo y la arrastró fuera del estudio.—Tenemos que salir ahora. —dijo con urgencia.Luciana corrió tras él, su corazón latiendo con fuerza. El ataque había sido rápido, preciso.Demasiado preciso.Los pasillos de la casa estaban en penumbras, apenas iluminados por las luces de emergencia que parpadeaban. El silencio era tan espeso que podía escuchar su propia respiración.—¿Quién nos está atacando? —preguntó, intentando mantener la calma.Alexander apretó la mandíbula.—No lo sé.Pero Luciana supo que eso no era del todo cierto.La Sombra de la TraiciónCuando llegaron al vestíbulo, encontraron a Isabella de pie junto a la puerta, con los brazos cruzados.No parecía sorprendida. Ni asustada.Luciana frenó en seco.—Dime que no. —dijo en voz baja.Isabella la miró con calma.—¿Qué es lo que crees que hice?Alexander avanzó, su voz baja pero llena de veneno.—Nos vendiste.Isabella no pestañeó.
La carretera se volvía más oscura a medida que el auto avanzaba, alejándose de la autopista principal. Las luces de los dos vehículos que los seguían seguían allí, constantes, como depredadores al acecho.Luciana miró hacia atrás, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.—¿Por qué no atacan? —preguntó en voz baja.Isabella no apartó la vista del paisaje que se desdibujaba fuera de la ventanilla.—Porque aún no saben si nos pueden usar.Alexander giró bruscamente la cabeza hacia ella.—¿Qué demonios significa eso?Isabella suspiró.—Significa que, si nos quieren muertos, lo harán en el momento adecuado. Pero si creen que podemos serles útiles, intentarán atraparnos antes de tomar una decisión.Luciana sintió la piel erizarse. La tranquilidad de Isabella era lo que más la inquietaba.—¿Y qué pasa si deciden que no somos útiles? —preguntó.Isabella giró lentamente la cabeza hacia ella.—Entonces morimos.Un silencio pesado cayó sobre el auto.—Bueno, eso fue reconfortante. —murmuró A
El silencio en el almacén era espeso, como una tormenta a punto de desatarse. Luciana observaba a Alexander con el corazón latiendo con fuerza.Gabriel había dejado caer la verdad como una bomba: había una red de poder controlando la industria editorial, una que no permitía que los autores independientes tuvieran éxito sin pagar un alto precio.Y Alexander había sido una de sus víctimas.Le robaron su historia. Le robaron su confianza. Y durante años, le robaron su voz.Luciana lo vio cerrar los puños con fuerza, su respiración agitada. Era la primera vez que lo veía realmente enojado.—¿Y esperas que simplemente acepte esto? —gruñó Alexander, fulminando a Gabriel con la mirada.Gabriel se encogió de hombros.—Esperaba que estuvieras listo para hacer algo al respecto.Alexander soltó una carcajada amarga.—¿Y qué demonios se supone que haga? ¿Escribir sobre ello? ¿Reclamar lo que es mío? ¿Enfrentarme a un grupo de personas con suficiente poder para borrar mi existencia?Luciana sintió
El sonido de las teclas resonaba en la habitación, cada golpe sobre el teclado era un paso más hacia la verdad que Alexander había decidido contar. Pero a pesar de estar escribiendo, su rostro permanecía inmutable, como si cada palabra fuera un peso más que debía cargar.Luciana lo observaba desde el sofá, con su propia libreta sobre las piernas, escribiendo notas mientras él avanzaba.Alexander no había dicho una palabra en horas.Su rostro seguía siendo el mismo de siempre: frío, impenetrable, calculador.Pero Luciana lo conocía lo suficiente para notar los pequeños cambios.El tic en su mandíbula cada vez que escribía algo que le molestaba.El sutil fruncimiento de su ceño cuando la historia lo golpeaba más fuerte de lo que quería admitir.La forma en que sus dedos se tensaban sobre el teclado, como si estuviera a punto de golpearlo.No mostraba emociones. No las expresaba.Pero Luciana podía verlas.Y sabía que lo estaba consumiendo por dentro.Bajo la Superficie—Necesitas descan
La noche era espesa, cargada de un silencio inquietante. El único sonido en la habitación era el constante golpeteo de las teclas mientras Alexander escribía.Luciana estaba a su lado, pero su atención no estaba en la pantalla, sino en él.Seguía siendo el mismo hombre frío y distante. Su postura rígida, su expresión impasible… pero había algo diferente en su mirada.Algo que lo hacía más peligroso.Porque ahora no estaba escribiendo por obligación, sino por decisión.Pero antes de que pudiera decir algo, el estruendo de un disparo rompió el silencio.El AtaqueEl cristal de una ventana estalló en mil pedazos.Luciana se lanzó al suelo por instinto, sintiendo cómo Alexander la empujaba con fuerza, protegiéndola con su propio cuerpo.—¡Mierda! —gruñó Alexander, tomando su laptop y metiéndola en una mochila.Otro disparo.Isabella apareció en la puerta, con la mirada afilada.—Nos encontraron.Gabriel maldijo entre dientes y sacó un arma de su abrigo.—No podemos quedarnos aquí.Alexand
Alexander se encontraba de pie frente a la ventana, con las manos hundidas en los bolsillos y la mandíbula firmemente apretada. Su mirada estaba fija en algún punto lejano en la oscuridad, como si en ella pudiera encontrar respuestas que no tenía.Luciana lo observaba desde el sofá, intentando interpretar los silencios que se habían instalado entre ellos desde el ataque en el almacén. La tensión parecía haber creado un muro invisible que ninguno de los dos sabía cómo cruzar.Finalmente, Alexander rompió el silencio, aunque sin volverse hacia ella.—Deberías irte, Luciana.Sus palabras cayeron con la fuerza de una sentencia. Luciana sintió una punzada en el pecho, pero mantuvo su voz firme al responder.—No pienso irme. Sabes muy bien que esto también es asunto mío ahora.Él giró lentamente, enfrentando su mirada por primera vez en horas. Su expresión era la misma de siempre, fría e impenetrable, pero sus ojos, siempre tan controlados, mostraban un leve destello de preocupación que él
Alexander permanecía sentado frente al escritorio improvisado, observando fijamente la pantalla de su portátil, aunque en realidad no veía absolutamente nada. Su mente estaba lejos, atrapada en el torbellino de revelaciones que lo atormentaban.Eleanor Graves.La mujer en la que había confiado durante años; su editora, su aliada, ahora se revelaba como una enemiga implacable, involucrada directamente con quienes intentaban silenciarlo. La traición dolía más de lo que estaba dispuesto a admitir. Alexander había aprendido desde muy joven a levantar muros a su alrededor, pero descubrir que la persona que había construido su carrera también había planeado su caída le había hecho cuestionar todo.—Alexander…La voz suave de Luciana lo sacó abruptamente de sus pensamientos. Levantó la mirada lentamente y la encontró allí, en la entrada del pequeño despacho donde se habían refugiado tras el ataque, observándolo con preocupación. Su expresión era una mezcla de paciencia y determinación. Ella
El cielo comenzaba a cubrirse de tonos anaranjados mientras el sol se escondía lentamente detrás del horizonte. Alexander permanecía en silencio, contemplando la carretera vacía desde la ventana del refugio provisional al que habían acudido tras la confrontación con Eleanor. Su mente era un caos controlado, repasando una y otra vez las palabras que había pronunciado con tanta seguridad frente a la mujer que, alguna vez, había dirigido cada paso de su carrera.Luciana lo observaba desde el sofá, mordiéndose ligeramente el labio inferior. Había notado el cambio en él desde que enfrentó a Eleanor. No se había quebrado, no había mostrado debilidad alguna frente a su antigua editora, pero Luciana sabía que Alexander no era tan invulnerable como aparentaba. Sabía que debajo de ese rostro frío y aparentemente indiferente, había heridas que aún sangraban.—Deja de mirarme así— dijo él sin girarse hacia ella, rompiendo el pesado silencio que se había instaurado entre ambos.Luciana arqueó una