El cielo comenzaba a cubrirse de tonos anaranjados mientras el sol se escondía lentamente detrás del horizonte. Alexander permanecía en silencio, contemplando la carretera vacía desde la ventana del refugio provisional al que habían acudido tras la confrontación con Eleanor. Su mente era un caos controlado, repasando una y otra vez las palabras que había pronunciado con tanta seguridad frente a la mujer que, alguna vez, había dirigido cada paso de su carrera.Luciana lo observaba desde el sofá, mordiéndose ligeramente el labio inferior. Había notado el cambio en él desde que enfrentó a Eleanor. No se había quebrado, no había mostrado debilidad alguna frente a su antigua editora, pero Luciana sabía que Alexander no era tan invulnerable como aparentaba. Sabía que debajo de ese rostro frío y aparentemente indiferente, había heridas que aún sangraban.—Deja de mirarme así— dijo él sin girarse hacia ella, rompiendo el pesado silencio que se había instaurado entre ambos.Luciana arqueó una
La noche caía lentamente, envolviendo la ciudad en sombras profundas. El apartamento en el que Alexander y Luciana se habían refugiado tras abandonar el último escondite era pequeño y apenas iluminado por la tenue luz de una lámpara. El silencio predominaba entre ellos desde hacía varios minutos, mientras ambos permanecían concentrados en el plan que acababan de trazar contra Eleanor Graves.Alexander revisaba una y otra vez los documentos que revelarían la corrupción y manipulación que Eleanor había ejercido durante años sobre varios autores, incluyendo él mismo. Luciana lo miraba desde la distancia, incapaz de evitar la sensación de que lo que estaban a punto de hacer era tan peligroso como necesario.Finalmente, él levantó la vista de los documentos y clavó sus ojos en los de ella, percibiendo inmediatamente su preocupación.—¿Todavía piensas que es una mala idea?— preguntó Alexander con voz tranquila, aunque su expresión era seria.Luciana negó suavemente con la cabeza, acercándos
La tensión se sentía como una descarga eléctrica en el aire. Alexander permanecía sentado en el sofá del pequeño apartamento, en absoluto silencio, contemplando la pantalla del teléfono que ahora estaba apagado. La última amenaza de Eleanor había sido clara y definitiva; no quedaba ninguna duda de que el peligro era real e inminente.Luciana estaba a pocos pasos, con el corazón latiendo fuertemente en su pecho. Observaba la expresión fría y decidida de Alexander, aunque sabía que, bajo esa máscara, él estaba tan nervioso como ella. Había aprendido a leer cada pequeño gesto en su rostro, cada leve tensión en sus hombros. Sabía que él intentaba ocultarle lo asustado que estaba por su seguridad.—¿Qué vamos a hacer ahora?— preguntó Luciana, finalmente rompiendo el silencio que parecía haberlos envuelto desde que Eleanor colgó abruptamente la llamada.Alexander levantó lentamente la mirada hacia ella, con una determinación que le aceleró el pulso.—Prepararnos para enfrentarla. No tenemos
La atmósfera en la habitación era sofocante, cargada de tensión y peligro. Eleanor permanecía inmóvil, observando a Alexander y Luciana con frialdad mientras sus dos hombres avanzaban lentamente hacia ellos.Alexander sintió cómo Luciana se tensaba a su lado, pero mantuvo firmemente entrelazados sus dedos con los de ella, decidido a protegerla a toda costa. Sabía que Eleanor estaba dispuesta a cualquier cosa con tal de evitar que la verdad saliera a la luz. Pero también sabía que no podía ceder, no ahora, cuando finalmente había encontrado algo por lo que valía la pena luchar.—Esto no tiene que terminar así, Eleanor— dijo Alexander con voz calmada y firme, mirando directamente a la mujer que había controlado tantos años de su vida—. Todavía puedes detener esto.Eleanor sonrió con fría indiferencia, acercándose lentamente hacia ellos.—¿Detener qué, exactamente? ¿Mi intento de proteger lo que me pertenece?Luciana sintió cómo Alexander tensaba la mandíbula ante esas palabras.—Las per
La luz de la luna se filtraba tenuemente a través de la ventana, iluminando parcialmente la habitación en penumbra donde Alexander y Luciana se habían refugiado tras el último enfrentamiento. Luciana observaba fijamente la expresión distante de Alexander, quien contemplaba la ciudad sumergida en la oscuridad desde aquella ventana estrecha, con la mirada perdida en sus propios pensamientos.Desde que habían escapado de la emboscada de Eleanor, Alexander se había vuelto más silencioso y distante de lo habitual, como si la gravedad de lo ocurrido finalmente hubiera caído sobre sus hombros. Luciana sabía que él cargaba con el peso de haberla puesto en peligro y, aunque había tratado de convencerlo de que no era su culpa, Alexander seguía alejándose emocionalmente, aislándose en su propio tormento.Luciana decidió romper el silencio que los envolvía, acercándose lentamente hasta quedar justo detrás de él.—Deja de castigarte, Alexander— susurró con suavidad, posando delicadamente una mano
La luz del amanecer se colaba suavemente por las cortinas de la habitación, acariciando con delicadeza el rostro dormido de Luciana. Alexander, despierto desde hacía un buen rato, la observaba en silencio, maravillado ante la paz que ahora reflejaba su expresión. Habían pasado días desde que Eleanor fue arrestada, poniendo fin a la tormenta que amenazó con destruir sus vidas, pero todavía no terminaba de creer que la pesadilla había acabado realmente.Con cuidado, acarició suavemente su mejilla, disfrutando del calor de su piel. Luciana abrió lentamente los ojos, sonriéndole aún adormilada.—¿Por qué me miras así?— preguntó ella con voz ronca, estirándose ligeramente bajo las sábanas.Alexander sonrió levemente, sin apartar sus ojos de ella.—Solo pensaba en la suerte que tengo de poder despertar cada mañana junto a ti.Luciana se giró hacia él, apoyando la cabeza en la palma de su mano mientras lo observaba con ternura.—¿Quién eres y qué hiciste con Alexander Varnell?— bromeó ella,
Luciana cerró el manuscrito con manos temblorosas, su mente aún atrapada en la vorágine de emociones que las páginas le habían transmitido. El peso de las palabras de Alexander aún flotaba en su pecho, como un eco persistente que se negaba a desvanecerse. La tenue luz de la biblioteca proyectaba sombras alargadas en las paredes cubiertas de libros antiguos, impregnando el aire con un aroma a papel envejecido y tinta desvaída. Afuera, el cielo del atardecer se teñía de tonos ámbar y violeta, colándose a través de los ventanales altos, mientras una brisa leve movía las cortinas de terciopelo oscuro.Alzó la vista y se encontró con la mirada intensa de Alexander, quien permanecía en el umbral de la biblioteca, con una postura rígida y los brazos cruzados sobre su pecho. Sus ojos, oscuros como la noche sin luna, estaban cargados de algo que oscilaba entre la expectativa y el miedo. Vestía una camisa blanca, ligeramente desabotonada en el cuello, con las mangas remangadas hasta los codos,
La mañana siguiente al beso compartido, Luciana se despertó con una mezcla de emociones que oscilaban entre la euforia y la incertidumbre. La luz del sol se filtraba suavemente a través de las cortinas de la habitación de invitados, creando patrones dorados en las paredes. Se incorporó lentamente, recordando cada detalle de la noche anterior: la intensidad de la confesión de Alexander, la pasión del beso y la promesa implícita de enfrentar juntos lo que el futuro les deparara.Decidida a aclarar sus pensamientos, Luciana se dirigió a la cocina en busca de café. Para su sorpresa, encontró a Alexander allí, ya despierto, con una taza en la mano y una expresión pensativa en el rostro.—Buenos días —saludó Luciana, intentando sonar casual mientras su corazón latía con fuerza.Alexander levantó la mirada, y una sonrisa suave curvó sus labios.—Buenos días. ¿Dormiste bien?Ella asintió, acercándose para servirse una taza de café.—Sí, aunque... —dudó por un momento—, no pude dejar de pensar