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capitulo 4

Bianca caminó a paso firme, pero sus pensamientos seguían atrapados en la conversación con Alessio. Aquel encuentro había dejado una marca profunda en su mente, una grieta en la que los recuerdos se colaban como agua en una vieja pared. ¿Por qué lo había vuelto a ver? Se preguntaba una y otra vez, intentando encontrar una razón lógica. Pero no la había.

Alessio no era solo una sombra del pasado. Era el pasado. Y al mirarlo, Bianca no podía evitar sentir que estaba siendo arrastrada nuevamente a su mundo, un mundo del que había huido, un mundo lleno de caos, de promesas rotas y de pasiones que nunca se apagaron.

El aire de Nápoles parecía más pesado ahora, como si la ciudad misma hubiera sido testigo de lo que acababa de ocurrir. Cada paso que daba la alejaba de Alessio, pero también la acercaba a algo mucho más peligroso. Lo sabía, lo sentía en sus entrañas. Y sin embargo, no podía evitarlo.

Alessio Moretti no solo gobernaba Nápoles, gobernaba sus recuerdos, sus emociones. Y Bianca temía que, por mucho que quisiera, no podría escapar de él.


A medida que las horas pasaban, la tarde se desvaneció en un cielo anaranjado. Bianca se encontraba sentada en una pequeña mesa del apartamento que había alquilado para su estancia en la ciudad, mirando la vista del puerto a lo lejos. La ciudad de Nápoles se extendía ante ella, como siempre lo había hecho, pero había algo diferente. Algo que la hacía sentirse atrapada.

La puerta de entrada se abrió de golpe. Bianca se sobresaltó, girando en su asiento, solo para encontrar a su amigo y abogado, Luigi, de pie en el umbral.

Bianca, ¿te encuentras bien? —preguntó Luigi, notando de inmediato la tensión en su rostro.

Sí, estoy bien. —Bianca se forzó a sonreír, pero sabía que no era convincente. La presencia de Alessio seguía acechándola. —Solo… solo estoy pensando en algunas cosas.

Luigi la observó en silencio por un momento. Era un hombre de carácter firme, pero también sabía cuándo no hacer preguntas. Se acercó y se sentó frente a ella.

Este lugar, Nápoles, es… complicado, ¿verdad? —dijo él, eligiendo sus palabras con cuidado.

Bianca asintió lentamente, sin mirar a Luigi. Sabía que él no necesitaba una explicación, que comprendía a qué se refería. No solo era la ciudad lo que la complicaba. Era Alessio, era ese lazo invisible entre ambos que ni el tiempo ni la distancia habían podido deshacer.

Lo sé, Bianca. Tú y yo siempre hablamos de dejar atrás el pasado, pero el pasado no siempre está dispuesto a quedarse en su lugar. —Luigi hablaba con una amabilidad seria, pero Bianca podía ver que le preocupaba profundamente.

Ella se tomó un momento para procesar sus palabras. El problema no era solo el regreso a Nápoles, ni la venta de la casa de su abuela. El verdadero problema era él. Alessio Moretti. La persona que había arrasado su mundo, que había sido su sol y su sombra, y que ahora, después de tanto tiempo, volvía a aparecer con la misma intensidad que antes.

Bianca suspiró, dejando caer la cabeza en las manos. ¿Cómo había llegado a este punto? Ella, que había hecho tanto por escapar, ahora se encontraba atrapada nuevamente en la red de Alessio.


Alessio, por otro lado, no podía dejar de pensar en ella. La había visto alejarse, y aunque sabía que lo haría, que lo había hecho siempre, no podía evitar el deseo de ir tras ella, de hablarle, de hacerla entender que las cosas no habían cambiado entre ellos. No para él.

La ciudad seguía su curso mientras Alessio se encontraba de pie frente a la ventana de su oficina, mirando las luces que comenzaban a titilar en el horizonte. Pero su mente no estaba en los negocios, ni en la guerra que se estaba librando con los Ferraro. Su mente estaba en Bianca. En cómo la había visto caminar por las calles de Nápoles, con su porte elegante pero distante, con la misma chispa en sus ojos que siempre había tenido.

Alessio caminó hasta su escritorio, donde una fotografía enmarcada de su juventud descansaba junto a un montón de papeles. Ella era la imagen en el centro. La Bianca que había conocido antes de que la oscuridad de su vida lo arrastrara. La Bianca que había amado. Y al mirarla, no pudo evitar sentir un torbellino de emociones: rabia, deseo, amor, frustración.

No te irás otra vez. —murmuró para sí mismo, apretando la fotografía en su mano.

En ese momento, uno de sus hombres entró sin hacer ruido. Era Matteo, su mano derecha, siempre vigilante y listo para reportar cualquier novedad.

¿Sabías que Bianca Rossi ha vuelto a la ciudad? —le dijo Matteo, con voz grave.

Alessio no respondió de inmediato. El solo hecho de escuchar su nombre, esa mezcla de ternura y dolor en su voz, fue suficiente para avivarlo de nuevo. En cuanto a Bianca, él no tenía dudas: ella nunca había dejado de ser suya. Y no dejaría que se fuera esta vez.

Sí, lo sé. —respondió Alessio sin mirar a Matteo. —Y lo que me queda por hacer es… asegurarnos de que no se vuelva a ir.

...

Bianca estaba en el salón de su apartamento, mirando la ciudad de Nápoles desde el balcón. La noche había caído, y las luces de la ciudad brillaban con fuerza. Sin embargo, la oscuridad en su corazón no se desvanecía. Se sentía atrapada entre el amor que una vez había sentido por Alessio y el odio que había crecido hacia él por todo lo que había hecho.

De repente, un ruido suave en la puerta la sacó de sus pensamientos. Era un golpe ligero, casi imperceptible, pero suficiente para que se pusiera alerta.

Bianca, soy yo. —La voz familiar de Alessio resonó suavemente, como un susurro en la noche. —Podemos hablar.

Su corazón dio un vuelco, y por un momento, no supo si debía abrir o no. ¿Qué podría suceder entre ellos si él entraba ahora?

No podía dejarlo entrar. No ahora. No nunca más.

Pero su mano, como si tuviera vida propia, se movió hacia la manija de la puerta.

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