Probablemente la expresión de Matt Vanderwood y la de Heilyn Payne eran exactamente la misma: entre azorada y sorprendida. Pero mientras que Matt estaba a punto de esgrimir una justificación, ella pareció recobrar de inmediato el dominio de su rol de mamá.—¡Sian Payne! ¿Qué es eso de estar interrogando a los adultos? —preguntó con firmeza—. Papá vino y eso es importante, así que ve a darte un baño que vamos a cenar, ¿y qué no hacemos en esta casa?El niño apretó los labios pero terminó respondiendo.—No cenamos sucios, mami.—Exacto, no cenamos sucios. Al baño, ya, ¡y recuerda lavar bien tu cabello!El pequeño hizo un puchero, pero a diferencia de lo que Matt esperaba, sus ojos no se dirigieron a él esperando una sentencia diferente, sino que tomó su robot y se apresuró a obedecer a su mamá.Y apenas Sian se perdió tras la puerta de la habitación, Matt sintió que tiraban de su chaqueta con fuerza y un segundo después estaba metido en el reducido espacio de un metro cuadrado de la des
Podía decirse que la vida de Heilyn Payne no tenía nada de interesante. Sus padres habían muerto cuando ella no llegaba a los diez años y se había criado en un orfanato de Cardiff, uno del que había escapado antes de cumplir la mayoría de edad.Sin multas de tráfico porque no tenía auto, ni muchos estudios ni pocos, lo suficiente como para desempeñar un oficio y solicitar un puesto como secretaria en el orfanato de Cardigan.Lo más excepcional en aquel expediente que el amigo de Ranger había reunido en una sola noche, era un matrimonio que solo había durado seis meses y una deuda por cuarenta mil libras con el Royal Bank of Scotland que cada día solo sumaba y sumaba intereses, pero no había ni un solo indicio de para qué había sido usado ese dinero.Matt releyó aquel expediente unas cuantas veces antes de terminar de arreglarse, y para cuando la muchacha abrió la puerta en la mañana, él ya los estaba esperando.—¡Papi! —exclamó Sian corriendo hacia sus brazos, como si hubiera dudado r
Había algo, algo rústico, salvaje y feroz en aquella mujer y aunque Matt no sabía casi nada sobre ella, no podía evitar que aquella expresión sincera le revolviera algo dentro. Quizás era que la mujer que había marcado su vida para mal era una experta en mentir, manipular y disfrazar tanto sus sentimientos como la verdad, mientras que Heilyn Payne era tan directa que no le importaba lo que pensaran de ella.Lo cierto fue que en el mismo momento en que escuchó aquella demanda, Matt entendió que le debía la verdad, o perdería su confianza para siempre.—Tengo cuatro hermanos, soy el segundo mayor —le dijo metiéndose las manos en los bolsillos y haciendo acopio de valor para contarle todo aquello—. Mi hermano Nate es el mayor, la mujer que dejó a Sian en el orfanato era su novia.Vio a la muchacha abrir los ojos con expresión sorprendida y bufó con frustración.—¡Maldición, mujer, esto no debería hacerse sin una botella de vino delante, porque créeme, no es bonito! —rezongó y aunque él n
Mudo, esa era la palabra correcta para describir cómo se había quedado Matt, pero solo era la primera de ellas. Mudo, furioso, exasperado, incrédulo porque no cabía en su cabeza que una madre pudiera abandonar a su hijo de aquella forma, pero de tener que hacerlo ¿cómo podía pagar para que jamás recibiera el amor de una familia?El corazón le dolía de una forma horrible y apretó los dientes en un intento de que aquellas lágrimas de rabia que tenía al borde de los ojos no salieran.—¿Dices que pagó? ¿A quién le pagó? —la increpó y Heilyn suspiró con frustración.—A la directora del orfanato —murmuró Heilyn—. Yo estaba allí ese día, yo recibí a Sian, era un bebé tan pequeño y… —Los recuerdos la invadieron y Matt la vio sentarse con un gesto de tristeza—. Era muy pequeñito. Esa mujer vino de noche y apenas atravesó la puerta me lo puso en los brazos y lo dejó ahí, tirado conmigo mientras entraba al despacho de la directora…—¿Y fue Sienna? ¿Estás segura de que no fue su madre? —preguntó
No era una mujer débil, no podía serlo para atreverse a hacer todo lo que había hecho por su hijo y seguir trabajando sin descanso cada día para darle una vida mejor. No podía serlo cuando era evidente que se volvía una leona para defenderlo, así que verla temblar asustaba más a Matt que si le estuviera apuntando con el atizador de la chimenea.—Heilyn, ¿qué es lo que pasa? ¿Qué tiene que ver el accidente…?—¡Que jamás lo he llevado a un médico por eso, Matthew! ¡No lo sabía! —exclamó ella y Matt sintió que algo extraño vibraba dentro de él al escuchar su nombre en su boca por primera vez, pero aun así le dirigió una mirada interrogante que a ella la desesperó—. ¡Los accidentes en bebés son muy peligrosos, hay que estarlos monitoreando por eso durante años y yo no… no lo han revisado nunca por eso!—¡Pero cálmate, a ver, cálmate! —le pidió él—. Sian es un niño sano, ¿no? Él está bien o… ¿has visto algún síntoma?Para ese momento su corazón también latía desbocado y solo esperaba que l
No era una santa angelita de Dios, pero a veces cuando aquel hombre sonreía, Heilyn sentía que en ese elástico suelto de sus bragas estaba escrito su boleto de ida al infierno. Matthew Vanderwood era un hombre muy guapo, ¡demasiado guapo! Pero ¿cómo iba a ser de otra manera si Sian era un príncipe hermoso?Heilyn tomó a su hijo de la mano y volvieron a casa caminando despacio. Sin embargo apenas cruzaron el umbral Matt se detuvo en la puerta.—Voy por mis cosas a la posada y regreso por ustedes, ¿de acuerdo? —le dijo con una sonrisa tranquilizadora.Y en cuanto ella cerró la puerta, él esperó unos segundos para ir a tocar a una casa muy diferente, específicamente esa de donde había visto salir al hombre al que le gustaba pegar en su puerta el cartel de “Desalojo”.El hombre frunció el ceño con desconfianza al ver a un desconocido en su casa y estaba a punto de soltar aquel discurso de que no compraba nada, cuando Matt levantó una mano y lo detuvo.—Usted es el casero de Heilyn Payne,
Matt tenía que reconocerlo: era linda aquella fiera cuando se sonrojaba, pero apenas la vio a punto de protestar, levantó una botella de agua helada y la pegó a sus labios.—¡Sht, sht, sht! Calladita hasta que se te pase…—¡¿Qué calladita ni qué ocho cuartos, Matthew!? ¡¿Te quieres vestir?! —escandalizó ella y Matt apretó los dientes señalando a la habitación donde estaba su hijo.—¿Quieres despertar a Sian? —la regañó.—¡Claro que no quie…! —respiró profundamente y habló más bajo, entre dientes, como si estuviera a punto de saltarle encima y no precisamente para hacerle cosas buenas—. ¡Claro que no quiero despertar a Sian! ¡¿Pero te mataría no andar medio desnudo!?—No ando medio desnudo, solo olvidé ponerme una playera porque no sabía que ibas a estar aquí como una lechuza resentida lista para enojarte por cualquier tontería.Matt se cruzó de brazos ¡a propósito! mientras aquel gesto realzaba la tensión de sus pectorales y hacía que Heilyn lo mirara con cara de asesina en serie.—¡E
Sian estaba más que feliz, y como a sus seis añitos solo conocía la pequeña cliniquita del pueblo que apenas visitaba porque era un niño muy sano, aquel hospital enorme no le dio ningún miedo.Matt lo sentó sobre sus hombros y pasearon por los amplios corredores hasta llegar a la consulta del doctor, mientras Heilyn tomaba su mano. Estaban demasiado nerviosos los dos, pero por supuesto intentaban no transmitírselo al niño.Por fortuna, el doctor Jones tenía muchos años de práctica en el trato con niños, así que en cuestión de pocos minutos se había ganado la confianza de Matt y se había convertido en su nuevo amigo.—¡Mira mami, mi bata es de Batman! —exclamó saliendo del cuartito donde se había cambiado—. También había de Spiderman, pero Batman es más “cool”. ¿No es cierto?—¡Claro que sí, mi amor! ¡Eres un Batman excelente! —se rio ella.—¡Y voy a ir a conocer la Baticueva! ¡El doctor Jones es genial porque no es de los que ponen inyecciones! —le explicó Sian abriendo mucho los ojos