ZAYED
La frustración y el deseo que siento por Clara me trastornan de una manera que nunca antes había experimentado. Es una mezcla de ira y necesidad, un fuego abrasador que me consume desde el interior. No puedo entender cómo esta mujer, una extranjera insolente, osa rechazarme y salir impune. Cada vez que me enfrenta, que se niega a sucumbir a mi voluntad, siento que pierdo el control. No soy alguien acostumbrado a no tener lo que deseo, y lo que siento por ella me desquicia. El recuerdo del pequeño encuentro en el bar me sigue atormentando. La imagen de todos esos hombres observándola, devorándola con los ojos, hace que mi sangre hierva. ¿Cómo puede vestirse de esa manera y esperar no llamar la atención? Es como si quisiera provocarme, hacerme perder la compostura. Cada mirada lasciva que recibe es como una puñalada en mi orgullo, en mi deseo por tenerla solo para mí. La puerta de mi despacho se abre de golpe, interrumpiendo mis pensamientos. Karim entra con la cabeza inclinada, como siempre, pero hoy lleva consigo una sonrisa que no me agrada. —Salam aleikum, excelencia —saluda, sin alzar la vista del suelo—. La concubina está esperando por usted en el Harén. Le hago un gesto para que se retire sin decir una palabra. Estoy demasiado cargado de emociones como para lidiar con su presencia por más tiempo. Necesito descargar esta frustración, este deseo incontrolable que Clara ha despertado en mí. Sé que una de las mujeres del harén servirá para al menos apaciguar momentáneamente a la fiera que ruge en mi interior. Camino hacia el Harén con paso firme, cada músculo de mi cuerpo tenso. Al entrar, siento las miradas ansiosas de todas las concubinas sobre mí. Sus ojos suplicantes, sus cuerpos deseosos, todo en ellas me invita a tomarlas, a usarlas como tantas veces lo he hecho. Pero no hoy. No son ellas las que quiero. He dado órdenes claras: quiero a una mujer que se parezca a Clara, que al menos me permita fantasear que estoy poseyendo a esa extranjera que me ha vuelto loco. Karim me recibe al llegar, con una reverencia más profunda que de costumbre. —Fue difícil, excelencia. Pero usted sabe que siempre cumplo sus órdenes —dice, señalando hacia una mujer con un velo que oculta su rostro. Observo cómo la prenda se desliza lentamente, revelando una cabellera rubia que, por un breve instante, me hace imaginar a Clara. Pero solo es eso, una ilusión pasajera. Sus ojos no tienen la misma intensidad, y su cuerpo, aunque atractivo, no provoca en mí el mismo fuego que la m*****a extranjera. —Vete ahora —ordeno a Karim, sin apartar la vista de la mujer. Me acerco despacio, el dolor que siento en mis pantalones es casi insoportable. No es Clara, pero servirá. Al menos aliviará parte de la frustración que me carcome desde nuestro encuentro en el hotel. La hago arrodillarse frente a mí, liberando mi miembro sin vacilar. Su boca me envuelve de inmediato, sacándome un gruñido que resuena en la habitación. El único consuelo que encuentro es en su cabello, ese detalle que me permite fingir, aunque sea por un momento, que la boca que estoy profanando es la de Clara. Mis manos se aferran a su cabeza, controlando el ritmo, forzando mis deseos a través de su cuerpo. Cada movimiento de cadera, cada tirón de su cabello, me acerca más a una liberación que no es más que una sombra de lo que realmente quiero. Clara Fontaine es un maldito dolor de huevos. El orgasmo llega rápido, violento, y aunque debería sentir alivio, lo único que queda es un vacío. Ni siquiera este acto ha logrado apagar el fuego que arde dentro de mí. Me aparto de ella, acomodando mi pantalón. —Vete. Dile a Karim que pague por tus servicios —le digo, sin mirarla. —¿No le gustaría que yo…? —No —corto de inmediato, irritado por su atrevimiento. Su rostro solo me recuerda lo lejos que está de ser la mujer que realmente deseo—. Parece que no escuchaste lo que dije. Ella se marcha en silencio, con una reverencia apresurada, y la puerta se cierra tras de sí. Salgo también del Harén, ignorando las insinuaciones de las demás concubinas. Hoy, ninguna de ellas me interesa. Hoy, nada de esto me satisface. Clara ha trastornado mi mente, mi cuerpo, mi control. No puedo dejar de pensar en sus curvas, en sus ojos profundos y desafiantes. La imagen de su cuerpo retorciéndose de placer bajo el mío me persigue, una fantasía tan vívida que casi puedo sentirla. Es una obsesión enfermiza, lo sé, pero no puedo detenerla. Todo en ella me provoca, me lleva al borde de la locura. Necesito tenerla, dominarla, hacerla mía. Y lo haré, no importa cuánto deba esperar. ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ Clara está a punto de llegar al edificio en remodelación donde la cité. El lugar aún está lleno de polvo y escombros, pero sé que cuando esté terminado será impresionante. Y, más importante aún, la presencia de Clara aquí es lo que realmente me interesa. La veo salir del coche y mi cuerpo reacciona de inmediato. Lleva puesto otro traje de oficina, esta vez de un rojo mate que resalta cada curva de su figura. La falda es corta, lo justo para dejar al descubierto sus piernas largas y perfectas, realzadas por los tacones que lleva. El cabello recogido en una coleta alta le da un aire de autoridad que solo aumenta mi deseo. Me saluda de manera formal, con un gesto de la mano, como si no hubiera pasado nada la noche anterior. Como si no hubiéramos estado a punto de besarnos. Su frialdad me irrita, pero también me excita. Esa fachada de control que mantiene no durará mucho. Me encargaré de que así sea. Entramos en el edificio, dejando a los abogados afuera. El polvo y los escombros cubren el suelo, pero apenas noto el desorden. Estoy demasiado concentrado en Clara, en la forma en que su cuerpo se mueve frente a mí, en cómo su trasero se balancea con cada paso. La lujuria oscura que siento por ella vuelve a apoderarse de mí, más fuerte que nunca. —¿Te gusta? —rompo el silencio, incapaz de contenerme. —Es un buen lugar —responde, sorteando algunos obstáculos en el suelo. La veo tropezar levemente y su espalda acaba recostada contra una pared. Es mi oportunidad. Me acerco a ella como un depredador que acecha a su presa. Clara me mira con los mismos ojos desafiantes de siempre, pero puedo ver la tensión en su respiración, el ligero temblor en su pecho. —¿Tienes idea de lo que despiertas en mí? —le pregunto, mi voz ronca, mientras mis ojos recorren su cuerpo. Los dos primeros botones de su camisa están sueltos, dejándome ver sus pechos redondos y perfectos. Es la gota que colma el vaso. La poca cordura que me queda se desvanece. La beso con fuerza, como si mi vida dependiera de ello. Mis manos se deslizan por su cuerpo, una buscando levantar la falda, la otra aferrándose a su cuello, reclamándola, poseyéndola. Pero ella no es una presa fácil. Con una fuerza inesperada, me empuja, jadeante, y me estampa un bofetón que hace que mi ira se mezcle con el deseo. —No se atreva a… No la dejo terminar. La beso de nuevo, pero esta vez ella me muerde, arrancándome un gruñido de dolor. Aprovecha mi distracción para escapar, su figura desapareciendo rápidamente hacia la salida. La escucho maldecir entre dientes, palabras que no había oído antes pero que alimentan aún más mi rabia. —¡No vuelva a acercarse a mí! —grita mientras se mete en su coche—. ¡Este negocio se terminó! La veo marcharse y mi sangre hierve. Nadie me rechaza. Nadie.CLARALa furia que siento cuando subo al auto no puede compararse con nada que haya sentido antes. La rabia hierve en mi interior mientras me siento en la parte de atrás del auto, el suave cuero me recuerda que estoy en un mundo donde los hombres se sienten con derecho a tocarme sin mi consentimiento. ¿Cómo se atreve a llegar a tanto? Cada fibra de mi ser tiembla, recordando el toque de su mano en mi pierna y su beso que aún quema como fuego abrasador. Ningún hombre jamás va a tocarme sin mi permiso. ¿Quién se ha creído?La ira de lo que ocurrió no me permite pensar con claridad. El trato con Zayed es económicamente jugoso, pero prefiero tirar todo por la borda a permitir que un hombre crea que tiene derechos que realmente no posee. Este trato significa mucho, sí, pero mi dignidad es más valiosa que cualquier contrato.Zayed es el típico hombre caprichoso, acostumbrado a conseguir todo lo que desea sin que nadie se atreva a negarse. Estoy decidida a que, conmigo, chocará contra un mur
ZAYEDLlego a la mansión con Clara en mis brazos, sintiendo el peso de su cuerpo inerte, suave y vulnerable. La droga que Karim ha puesto en su bebida la hará dormir durante un par de horas, lo que me dará el tiempo necesario para prepararme mentalmente. Sé que despertar a mi fiera salvaje no será fácil. No puedes capturar a un león y esperar que se mantenga tranquilo y obediente, mucho menos a Clara, que con cada paso demuestra ser un huracán dispuesto a arrasar con todo.La dejo cuidadosamente sobre la cama, notando cómo sus mechones de cabello se esparcen sobre la almohada. Su respiración es lenta y profunda. Incluso dormida, hay algo en su postura que parece desafiante, como si en cualquier momento fuera a despertarse y atacarme. Sus labios entreabiertos me provocan, pero ahora no es el momento. Me quedo observándola unos segundos más, asegurándome de que está bien asegurada, y cierro la puerta de la habitación tras de mí con un suave clic.Me dirijo a mi despacho, mi refugio, el
CLARADespierto sin mucho ánimo, envuelta en un calor infernal que me hace sentir como si estuviera en medio de un desierto. Mis sentidos se agudizan mientras trato de recordar lo último que sucedió. Las palabras de Zayed resurgen en mi mente como un eco persistente, encendiendo mi furia. No necesito ser adivina para saber que algo raro está ocurriendo, lo supe desde la pérdida de mi pasaporte y teléfono.Me siento en la cama, ignorando el mareo y la debilidad que me provoca. ¿Acaso el maldito fue capaz de drogarme? Puedo sentir los efectos en mi cuerpo, como si una sombra opaca me envolviera. No he llevado una vida de santa, sé exactamente lo que se siente estar bajo el efecto de una droga. Quizás por eso no me cuesta tanto levantarme de la cama.La habitación en la que estoy es tres veces más grande que mi apartamento en Manhattan, un lujo que no necesito y que me resulta insoportable. Las paredes están decoradas con intrincados patrones árabes, y los muebles son demasiado ostentoso
ZAYEDMi entrepierna duele como el maldito infierno. Jamás pensé que Clara fuera a ser un dolor de huevos tan literal. La miro mientras intenta escapar, pero su valentía me sorprende; no sólo logró golpearme, sino que también saltó por la ventana sin pensar ni un solo segundo en su propia seguridad. Es audaz, impulsiva y, en este momento, está en modo de huida.—No voy a quedarme contigo, Zayed. No podrás obligarme —me dice, con esos ojos encendidos de furia que despiertan mis instintos más bajos.La tomo del brazo, acercándola a mí. Ella intenta golpearme de nuevo, pero rápidamente le aprisiono las dos manos por detrás de la espalda. Su mirada sigue desafiándome, lo que hace más excitante este juego de dominio.—Haré lo que quiera y cuando quiera contigo. Este es mi territorio, y en él, lo único que harás es obedecer —miro su rostro, pintado de carmesí por la adrenalina de la huida, y me doy cuenta de que tiene un pequeño arañazo, seguramente causado por el árbol del que bajó.La mol
CLARAEl dichoso doctor ha venido a revisar mi tobillo. Aparentemente me lo disloqué al caer. Su voz calma y profesional me pone nerviosa, no por el diagnóstico, sino por la frialdad de todo esto. Como si fuera algo rutinario, como si no estuviera secuestrada. Dice que necesita tomar una placa para descartar una fisura, y trae consigo una máquina portátil de rayos X. Claro, porque Zayed puede permitirse cualquier cosa. Él no solo tiene dinero, tiene control absoluto. Mientras el médico prepara la máquina, mi mente no puede evitar vagar. No me falta el dinero, pero nunca me he dado esos lujos absurdos. Quizás porque siempre he valorado la libertad, algo que ahora no tengo.Zayed sigue allí, observándome. Lo siento, lo noto. Su presencia es abrumadora, una sombra constante sobre mí. Me mira con una intensidad que me incomoda. No es solo el hecho de estar atrapada, es la manera en que me observa, como si ya me tuviera, como si todo esto fuera parte de un juego que ya ganó. Nuestras mirad
ZAYEDEl teléfono yace destrozado en el suelo, una metáfora perfecta de la furia que aún hierve en mi interior. Cómo se atreve a admitir, con tal descaro, que otros hombres han visto su cuerpo, que han tenido acceso a algo que es mío por derecho. Mi mente no deja de retumbar con la idea de que ese maldito aparato, que ahora no es más que fragmentos, estuvo bloqueado. Entonces, ¿por qué llegó a mis manos sin ninguna protección? Eso sólo puede significar que alguien más tuvo acceso a él antes que yo.—¡KARIM! —grito con tanta fuerza que mi garganta arde. Mientras tanto, los gritos de Clara, procedentes de afuera, se filtran a través de las paredes como si fueran cuchillos. Los ignoro deliberadamente; ahora sólo me interesa resolver este problema. ¿Quién fue el bastardo que manipuló el teléfono antes de entregármelo? Si Karim lo desbloqueó, significa que tuvo la oportunidad de ver lo que yo vi, y eso me enciende aún más.—Soy yo, señor —la voz de Karim resuena del otro lado de la puerta,
DÍAS DESPUÉSCLARANo he podido llamar a mi familia. Aún continuo en la villa, y aunque mi tobillo parece estar mejor, no me siento capaz de correr. Cada vez que intento poner más peso sobre él, un dolor punzante me recuerda que todavía no estoy lista para escapar, aunque esa idea cruza por mi mente constantemente.Zayed se ha ausentado durante los últimos dos días, y por extraño que parezca, agradezco su ausencia. Sus constantes insinuaciones me han dejado en una montaña rusa de emociones, y lo peor es que mi cuerpo reacciona de manera traicionera. Siento como si estuviera perdiendo el control de mí misma cada vez que está cerca. El aire aquí es denso, el calor abrasador del mediodía está en su punto más alto, y la villa parece un paraíso que no logro disfrutar del todo.He comenzado a ver este tiempo como unas vacaciones forzadas, encerrada en un lugar de lujo al lado de un hombre arrogante y posesivo. Escuché algo sobre una cena importante con su familia esta noche. Al parecer, su
ZAYEDSu cuerpo tiene una capacidad para embriagarme que jamás había experimentado. Cada curva de su piel, cada temblor en su carne bajo mis manos, me consume de un placer tan profundo que amenaza con hacerme perder la razón. Aferrado a sus glúteos, los aprieto con más fuerza, sintiendo cómo se tensan bajo mi toque. Mi pecho se expande con una respiración pesada, el agua que aún cae sobre nosotros intensifica el calor que se arremolina entre nuestros cuerpos.—Quiero más —jadeo en su rostro, aún empapado por el agua. Mi voz es un gruñido bajo, casi animal, mientras mi cuerpo responde de inmediato al deseo, y mi miembro, ya endurecido, despierta con más fuerza que antes, reclamando lo que es suyo.—Yo... —intenta responder, su voz débil entre jadeos. Pero antes de que pueda completar la frase, Karim llega hasta el borde de la piscina, su silueta una sombra molesta en mi campo de visión.Mi primera reacción es cubrir a Clara con mi cuerpo, evitando que cualquiera, incluso él, pueda cont