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CAPITULO 4: OBSESIÓN

ZAYED

La frustración y el deseo que siento por Clara me trastornan de una manera que nunca antes había experimentado. Es una mezcla de ira y necesidad, un fuego abrasador que me consume desde el interior. No puedo entender cómo esta mujer, una extranjera insolente, osa rechazarme y salir impune. Cada vez que me enfrenta, que se niega a sucumbir a mi voluntad, siento que pierdo el control. No soy alguien acostumbrado a no tener lo que deseo, y lo que siento por ella me desquicia.

El recuerdo del pequeño encuentro en el bar me sigue atormentando. La imagen de todos esos hombres observándola, devorándola con los ojos, hace que mi sangre hierva. ¿Cómo puede vestirse de esa manera y esperar no llamar la atención? Es como si quisiera provocarme, hacerme perder la compostura. Cada mirada lasciva que recibe es como una puñalada en mi orgullo, en mi deseo por tenerla solo para mí.

La puerta de mi despacho se abre de golpe, interrumpiendo mis pensamientos. Karim entra con la cabeza inclinada, como siempre, pero hoy lleva consigo una sonrisa que no me agrada.

—Salam aleikum, excelencia —saluda, sin alzar la vista del suelo—. La concubina está esperando por usted en el Harén.

Le hago un gesto para que se retire sin decir una palabra. Estoy demasiado cargado de emociones como para lidiar con su presencia por más tiempo. Necesito descargar esta frustración, este deseo incontrolable que Clara ha despertado en mí. Sé que una de las mujeres del harén servirá para al menos apaciguar momentáneamente a la fiera que ruge en mi interior.

Camino hacia el Harén con paso firme, cada músculo de mi cuerpo tenso. Al entrar, siento las miradas ansiosas de todas las concubinas sobre mí. Sus ojos suplicantes, sus cuerpos deseosos, todo en ellas me invita a tomarlas, a usarlas como tantas veces lo he hecho. Pero no hoy. No son ellas las que quiero. He dado órdenes claras: quiero a una mujer que se parezca a Clara, que al menos me permita fantasear que estoy poseyendo a esa extranjera que me ha vuelto loco.

Karim me recibe al llegar, con una reverencia más profunda que de costumbre.

—Fue difícil, excelencia. Pero usted sabe que siempre cumplo sus órdenes —dice, señalando hacia una mujer con un velo que oculta su rostro.

Observo cómo la prenda se desliza lentamente, revelando una cabellera rubia que, por un breve instante, me hace imaginar a Clara. Pero solo es eso, una ilusión pasajera. Sus ojos no tienen la misma intensidad, y su cuerpo, aunque atractivo, no provoca en mí el mismo fuego que la m*****a extranjera.

—Vete ahora —ordeno a Karim, sin apartar la vista de la mujer.

Me acerco despacio, el dolor que siento en mis pantalones es casi insoportable. No es Clara, pero servirá. Al menos aliviará parte de la frustración que me carcome desde nuestro encuentro en el hotel.

La hago arrodillarse frente a mí, liberando mi miembro sin vacilar. Su boca me envuelve de inmediato, sacándome un gruñido que resuena en la habitación. El único consuelo que encuentro es en su cabello, ese detalle que me permite fingir, aunque sea por un momento, que la boca que estoy profanando es la de Clara. Mis manos se aferran a su cabeza, controlando el ritmo, forzando mis deseos a través de su cuerpo. Cada movimiento de cadera, cada tirón de su cabello, me acerca más a una liberación que no es más que una sombra de lo que realmente quiero.

Clara Fontaine es un maldito dolor de huevos.

El orgasmo llega rápido, violento, y aunque debería sentir alivio, lo único que queda es un vacío. Ni siquiera este acto ha logrado apagar el fuego que arde dentro de mí. Me aparto de ella, acomodando mi pantalón.

—Vete. Dile a Karim que pague por tus servicios —le digo, sin mirarla.

—¿No le gustaría que yo…?

—No —corto de inmediato, irritado por su atrevimiento. Su rostro solo me recuerda lo lejos que está de ser la mujer que realmente deseo—. Parece que no escuchaste lo que dije.

Ella se marcha en silencio, con una reverencia apresurada, y la puerta se cierra tras de sí. Salgo también del Harén, ignorando las insinuaciones de las demás concubinas. Hoy, ninguna de ellas me interesa. Hoy, nada de esto me satisface. Clara ha trastornado mi mente, mi cuerpo, mi control.

No puedo dejar de pensar en sus curvas, en sus ojos profundos y desafiantes. La imagen de su cuerpo retorciéndose de placer bajo el mío me persigue, una fantasía tan vívida que casi puedo sentirla. Es una obsesión enfermiza, lo sé, pero no puedo detenerla. Todo en ella me provoca, me lleva al borde de la locura. Necesito tenerla, dominarla, hacerla mía. Y lo haré, no importa cuánto deba esperar.

ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ

Clara está a punto de llegar al edificio en remodelación donde la cité. El lugar aún está lleno de polvo y escombros, pero sé que cuando esté terminado será impresionante. Y, más importante aún, la presencia de Clara aquí es lo que realmente me interesa.

La veo salir del coche y mi cuerpo reacciona de inmediato. Lleva puesto otro traje de oficina, esta vez de un rojo mate que resalta cada curva de su figura. La falda es corta, lo justo para dejar al descubierto sus piernas largas y perfectas, realzadas por los tacones que lleva. El cabello recogido en una coleta alta le da un aire de autoridad que solo aumenta mi deseo.

Me saluda de manera formal, con un gesto de la mano, como si no hubiera pasado nada la noche anterior. Como si no hubiéramos estado a punto de besarnos. Su frialdad me irrita, pero también me excita. Esa fachada de control que mantiene no durará mucho. Me encargaré de que así sea.

Entramos en el edificio, dejando a los abogados afuera. El polvo y los escombros cubren el suelo, pero apenas noto el desorden. Estoy demasiado concentrado en Clara, en la forma en que su cuerpo se mueve frente a mí, en cómo su trasero se balancea con cada paso. La lujuria oscura que siento por ella vuelve a apoderarse de mí, más fuerte que nunca.

—¿Te gusta? —rompo el silencio, incapaz de contenerme.

—Es un buen lugar —responde, sorteando algunos obstáculos en el suelo.

La veo tropezar levemente y su espalda acaba recostada contra una pared. Es mi oportunidad. Me acerco a ella como un depredador que acecha a su presa. Clara me mira con los mismos ojos desafiantes de siempre, pero puedo ver la tensión en su respiración, el ligero temblor en su pecho.

—¿Tienes idea de lo que despiertas en mí? —le pregunto, mi voz ronca, mientras mis ojos recorren su cuerpo. Los dos primeros botones de su camisa están sueltos, dejándome ver sus pechos redondos y perfectos. Es la gota que colma el vaso. La poca cordura que me queda se desvanece.

La beso con fuerza, como si mi vida dependiera de ello. Mis manos se deslizan por su cuerpo, una buscando levantar la falda, la otra aferrándose a su cuello, reclamándola, poseyéndola. Pero ella no es una presa fácil. Con una fuerza inesperada, me empuja, jadeante, y me estampa un bofetón que hace que mi ira se mezcle con el deseo.

—No se atreva a…

No la dejo terminar. La beso de nuevo, pero esta vez ella me muerde, arrancándome un gruñido de dolor. Aprovecha mi distracción para escapar, su figura desapareciendo rápidamente hacia la salida. La escucho maldecir entre dientes, palabras que no había oído antes pero que alimentan aún más mi rabia.

—¡No vuelva a acercarse a mí! —grita mientras se mete en su coche—. ¡Este negocio se terminó!

La veo marcharse y mi sangre hierve. Nadie me rechaza. Nadie.

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