SEMANAS DESPUÉSZAYEDDesde mi posición, la observo. Clara está en el jardín, enfocada en su sesión de fisioterapia. Sus movimientos son lentos, precisos, casi calculados, pero se percibe su frustración en los pequeños gestos: un fruncir de ceño, un suspiro contenido. Es testaruda, lo suficiente como para no conformarse con menos de lo que consideraperfecto. Esa determinación me fascina y me irrita en igual medida. Pero la amo, profundamente.Hoy lleva un vestido corto, demasiado corto para mi gusto, de tiras finas y con una gola en la parte baja. Su pequeño vientre apenas se distingue, pero a mí me basta para recordarme lo frágiles que son ella y nuestro hijo. Mi mirada vuelve a posarse en los hombres que rondan la casa. No importa cuántas veces les haya dejado claro queevitaran mirarla, no puedo controlar sus ojos ni sus pensamientos. Ese vestido atrae miradas, y el simple hecho de saberlo me enerva.Volver a Dubái fue un reto monumental. Clara se negó rotundamente al principio. N
CLARAEl silencio en la habitación se torna asfixiante. Cada segundo que pasa sin una respuesta de Zayed es como una daga que me atraviesa el pecho, lenta y cruel. Lo observo mientras camina de un lado a otro, desnudo, su piel bronceada brillando bajo la luz tenue de la lámpara de noche. Sus músculos se tensan con cada movimiento, y aunque su cuerpo es una obra de arte que normalmente me haría perderme en su belleza, ahora no puedo. Mi mente está atrapada en un torbellino de pensamientos oscuros.Lo veo detenerse frente a la ventana, con las manos apoyadas en el marco. La brisa nocturna mueve ligeramente las cortinas, y el resplandor de las luces de la ciudad dibuja sombras en su rostro. Es un hombre atormentado, eso está claro. Sus ojos, normalmente llenos de esa chispa arrogante y segura, ahora están nublados, como si estuviera buscando las palabras correctas entre un mar de culpas y secretos.Cuando finalmente rompe el silencio, su voz es baja, pero cada palabra parece resonar con
MESES DESPUÉSCLARAEl aire se siente denso, pesado. Respiro con dificultad mientras intento acomodarme boca arriba en la cama, pero mi enorme vientre me lo impide. Muevo una pierna, luego la otra, pero ninguna posición parece suficiente para aliviar el malestar. El calor de la tarde no ayuda, y la presión en mi espalda baja me hace sentir que he estado cargando el peso del mundo durante semanas.Resoplo, frustrada, y mis manos se deslizan automáticamente hacia mi vientre, como si quisiera reconfortar al pequeño que crece dentro de mí.—¿Todo bien, gatita? —La voz de Zayed llega desde la puerta de la habitación, grave, cargada de preocupación.Levanto la vista y lo veo entrar con pasos decididos, su mirada directamente enfocada en mí. Su camisa blanca está ligeramente desabotonada, revelando su pecho que tanto me gusta, y lleva una bandeja con un vaso de agua y una fruta pelada, como si intuyera que necesito algo para refrescarme.—¡Dios! Esto es un trabajo de tiempo completo —respond
CLARAEl sonido del tráfico y el bullicio de voces me envuelven en una bruma de confusión. Mi cuerpo tiembla mientras mis dedos apenas logran sujetar el teléfono. Con el poco aliento que me queda, tecleo torpemente una única palabra:"Ayuda."Es lo único que consigo enviar antes de que el dispositivo se me resbale de las manos, cayendo al suelo con un golpe seco. Lágrimas calientes recorren mis mejillas, mezclándose con el sudor frío que cubre mi piel. Mi pecho arde, no solo por la herida, sino por el dolor desgarrador que me asfixia. Zayed… El pensamiento de su rostro me atormenta. No sé dónde está, no sé qué le harán, y esa incertidumbre me consume.–Tranquilícese –me dice un paramédico con voz firme pero amable–. Todo va a estar bien. Solo siga mi voz, ¿me oye? Manténgase despierta.Siento cómo presiona la herida en mi pecho, arrancándome un gemido involuntario. Cada movimiento es un recordatorio del daño que me han hecho, pero no puedo permitir que el dolor físico me venza. Él col
ZAYEDEl sabor metálico en mi boca me revuelve el estómago, la herida en mi pecho no deja de sangrar y apenas consigo mantenerme despierto. La imagen de Clara tirada en el pavimento, como un cadáver, tiene mi corazón en agonía. No sé qué sucedió con ella y mi hijo. Mi alma está destrozada y me es difícil mantener la compostura. Necesito verla, saber que están bien, estar con ella. Necesita de mí. No sé cómo, pero tengo que encontrarla, a ella y a mi bebé. No puedo dejarlos atrás.Estoy atado a una viga en el techo. Mi cuerpo no responde, pero sigo despierto. A mi lado, otro hombre, un socio de Dubái, se encuentra en la misma situación. Reconozco su rostro demacrado, y aunque está apenas consciente, lo sé: al igual que yo, está a punto de morir. La sangre cubre mi piel, empapando mi ropa y el suelo bajo mis pies. Intento liberarme con lo poco que me queda de fuerzas, pero mis manos no obedecen. La pérdida de sangre es tan grande que mi vista se nubla constantemente. La desesperación me
YUSUF Y NADIADÍAS DESPUÉSCLARASus pequeños y frágiles cuerpos duermen tranquilamente en las urnas transparentes que les brindan el calor que necesitan. Son tan diminutos, tan vulnerables, con sus pieles todavía rosadas y delgadas como papel. Los observo respirar con dificultad, sus pechos subiendo y bajando lentamente, sin percatarse del caos que se desata a su alrededor. Ignoran que nuestra familia se está desmoronando y que el mundo se nos vino encima y pretende tragarnos de un solo bocado.Cada movimiento me duele, la herida en mi vientre late con fuerza, recordandome lo fragil que estoy físicamente. Pero el dolor físico es como una brisa comparado con el tormento que me consume el alma. No me he movido de aquí ni un solo segundo desde que los colocaron en estas incubadoras. Yusuf y Nadia me necesitan. Todavía no he podido cargarlos en mis brazos, todavía no he sentido el calor de sus cuerpos contra el mío.Continuan alimentandolos con jeringas, con la leche que he podido extra
4 MESES DESPUÉSCLARALa vida transcurre como una película que se repite una y otra vez. Como mujer, morí el día que encontraron el cuerpo de Zayed. Como madre, sigo luchando por mis hijos, día tras día. La rutina me consume, pero no me permite escapar. Cada mañana me despierto con la sensación de que todo sigue igual, pero al mismo tiempo, todo ha cambiado.El cuerpo de Zayed fue encontrado semanas después de que la policía hallara sus prendas y su sangre, casi sin esperanza. Estaba en un banco de arena, oculto entre las corrientes del Hudson, cerca de Breakneck Ridge. La niebla matinal todavía se aferraba al agua cuando un pescador lo vio flotando, atrapado entre ramas arrastradas por la corriente. La imagen me persigue en la mente, aunque mis ojos no hayan tenido que ver los detalles, pues la policía nos negó la posibilidad de verlo por el avanzado estado de descomposición. Me dijeron que las características coincidían con las de Zayed, aunque el ADN no fue concluyente debido al es
KARIM.Dos meses. Dos meses desde que Zayed se desvaneció de nuestras vidas. El tiempo ha seguido su curso, pero yo sigo estancado, como si la mitad de mí hubiera quedado atrás, atrapada en la última vez que lo vi.Zayed no solo era mi jefe, también mi amigo, y como un hermano. Crecimos juntos, compartimos secretos, victorias y derrotas, cosas que solo pueden vivir los verdaderos hermanos. Nuestros lazos se forjaron en años de complicidad, de enfrentamientos, de apuestas y de risas, siempre con la promesa de que nada nos separaría. Aun cuando él era el líder, el gran hombre que todos temían, había un espacio en su vida donde compartía su humanidad, su vulnerabilidad. Esa parte de él la conocía yo, nadie más.Maldije mi suerte. Me culpé por no haber estado con ellos ese día, por haberlos convertido en un blanco fácil. Quizás si hubiera estado allí, quizás si hubiese estado más cerca, podría haber hecho algo, algo que hubiera cambiado el curso de los eventos. Pero los "si hubiera" no so