ZAYEDEl sabor metálico en mi boca me revuelve el estómago, la herida en mi pecho no deja de sangrar y apenas consigo mantenerme despierto. La imagen de Clara tirada en el pavimento, como un cadáver, tiene mi corazón en agonía. No sé qué sucedió con ella y mi hijo. Mi alma está destrozada y me es difícil mantener la compostura. Necesito verla, saber que están bien, estar con ella. Necesita de mí. No sé cómo, pero tengo que encontrarla, a ella y a mi bebé. No puedo dejarlos atrás.Estoy atado a una viga en el techo. Mi cuerpo no responde, pero sigo despierto. A mi lado, otro hombre, un socio de Dubái, se encuentra en la misma situación. Reconozco su rostro demacrado, y aunque está apenas consciente, lo sé: al igual que yo, está a punto de morir. La sangre cubre mi piel, empapando mi ropa y el suelo bajo mis pies. Intento liberarme con lo poco que me queda de fuerzas, pero mis manos no obedecen. La pérdida de sangre es tan grande que mi vista se nubla constantemente. La desesperación me
YUSUF Y NADIADÍAS DESPUÉSCLARASus pequeños y frágiles cuerpos duermen tranquilamente en las urnas transparentes que les brindan el calor que necesitan. Son tan diminutos, tan vulnerables, con sus pieles todavía rosadas y delgadas como papel. Los observo respirar con dificultad, sus pechos subiendo y bajando lentamente, sin percatarse del caos que se desata a su alrededor. Ignoran que nuestra familia se está desmoronando y que el mundo se nos vino encima y pretende tragarnos de un solo bocado.Cada movimiento me duele, la herida en mi vientre late con fuerza, recordandome lo fragil que estoy físicamente. Pero el dolor físico es como una brisa comparado con el tormento que me consume el alma. No me he movido de aquí ni un solo segundo desde que los colocaron en estas incubadoras. Yusuf y Nadia me necesitan. Todavía no he podido cargarlos en mis brazos, todavía no he sentido el calor de sus cuerpos contra el mío.Continuan alimentandolos con jeringas, con la leche que he podido extra
4 MESES DESPUÉSCLARALa vida transcurre como una película que se repite una y otra vez. Como mujer, morí el día que encontraron el cuerpo de Zayed. Como madre, sigo luchando por mis hijos, día tras día. La rutina me consume, pero no me permite escapar. Cada mañana me despierto con la sensación de que todo sigue igual, pero al mismo tiempo, todo ha cambiado.El cuerpo de Zayed fue encontrado semanas después de que la policía hallara sus prendas y su sangre, casi sin esperanza. Estaba en un banco de arena, oculto entre las corrientes del Hudson, cerca de Breakneck Ridge. La niebla matinal todavía se aferraba al agua cuando un pescador lo vio flotando, atrapado entre ramas arrastradas por la corriente. La imagen me persigue en la mente, aunque mis ojos no hayan tenido que ver los detalles, pues la policía nos negó la posibilidad de verlo por el avanzado estado de descomposición. Me dijeron que las características coincidían con las de Zayed, aunque el ADN no fue concluyente debido al es
KARIM.Dos meses. Dos meses desde que Zayed se desvaneció de nuestras vidas. El tiempo ha seguido su curso, pero yo sigo estancado, como si la mitad de mí hubiera quedado atrás, atrapada en la última vez que lo vi.Zayed no solo era mi jefe, también mi amigo, y como un hermano. Crecimos juntos, compartimos secretos, victorias y derrotas, cosas que solo pueden vivir los verdaderos hermanos. Nuestros lazos se forjaron en años de complicidad, de enfrentamientos, de apuestas y de risas, siempre con la promesa de que nada nos separaría. Aun cuando él era el líder, el gran hombre que todos temían, había un espacio en su vida donde compartía su humanidad, su vulnerabilidad. Esa parte de él la conocía yo, nadie más.Maldije mi suerte. Me culpé por no haber estado con ellos ese día, por haberlos convertido en un blanco fácil. Quizás si hubiera estado allí, quizás si hubiese estado más cerca, podría haber hecho algo, algo que hubiera cambiado el curso de los eventos. Pero los "si hubiera" no so
MESES ANTESZAYEDEl frío me cala hasta los huesos, un frío que no solo se siente en la piel, sino que se instala en el alma. Estoy siendo arrastrado por alguien, pero mi cuerpo apenas responde. Es como si todo el peso del mundo hubiera caído sobre mí, y lo único que logro hacer es dejarme llevar por la gravedad. Las piedras del suelo se clavan en mi espalda, cortando la carne de mi piel ya laserada. Cada respiración es un esfuerzo monumental; mis pulmones se niegan a cooperar, y el aire entra con dificultad, como si me estuviera ahogando con cada intento.Quiero mantener los ojos abiertos, pero es inútil. La oscuridad me envuelve, aunque a momentos el mundo parpadea ante mí, entre imágenes borrosas y sonidos lejanos. Ramas crujen bajo los pies del hombre que me lleva, y el olor a tierra húmeda llena mis fosas nasales. Mi pecho arde, un dolor punzante que se intensifica con cada sacudida. No sé cuánto tiempo pasa, pero la sensación de ser lanzado al suelo me arranca un gemido que apen
ZAYEDEl despacho solo iluminado por la tenue luz de una lámpara que parpadea, proyecta sombras inquietantes en las paredes. El silencio es denso, apenas roto por el leve zumbido del ventilador de techo que gira con desgana. Afuera, la luz del sol envuelve todo en un color naranja que parece anunciar lo inevitable. Esta noche se define el futuro. Todo está listo para el enfrentamiento con Rashid, pero mi mente está en otro lugar. Está con ella.El whisky en mi mano se convierte en un intento desesperado de calmar los nervios. Tomo un sorbo largo, sintiendo cómo la quemadura baja por mi garganta, pero no es suficiente para apagar el fuego que arde dentro de mí. Mi corazón parece querer salirse de mi pecho cuando al fin escucho la voz de Clara del otro lado del teléfono. Karim la ha llamado y ha puesto el altavoz para que yo pueda escucharla. Una daga se clava en mi pecho cuando escucho su voz rota, sin vida, como si toda la esperanza se hubiera desvanecido. El tono rebelde que tanto
ZAYEDEl puerto Jebel Ali se alza imponente frente a nosotros, una maraña de grúas y contenedores apilados que se extienden hasta donde alcanza la vista. Este es el corazón comercial de Dubái, el lugar donde el mundo entero intercambia bienes, y también el lugar perfecto para esconder actividades ilícitas a plena vista. El carguero de Rashid ha atracado en el muelle 16, un área conocida por su escaso control y vigilancia irregular, una elección idónea para una operación como esta, teniendo la noche como aliado perfecto.Desde la camioneta en la que nos movemos, puedo ver las luces de los contenedores iluminando tenuemente la zona. Karim está al volante, con los ojos fijos en la carretera interna que serpentea entre los muelles. Yo, en el asiento del copiloto, sostengo mi rifle de asalto, un HK416, con el cargador listo y un silenciador montado. En el asiento trasero, las armas cortas están apiladas junto a granadas de humo, por si la situación se complica más de lo esperado.Ibrahim y
ZAYED.Arrastro el cuerpo de Karim hacia el auto, mis manos cubiertas de su sangre, que no cesa de brotar como un río oscuro e interminable. La tensión de la situación me aprieta el pecho, y aún puedo escuchar el eco de las balas de la ráfaga que Samira descargó sobre él. Esas malditas balas que atravesaron su cuerpo. Todo sucedió tan rápido que mi mente aún no alcanza a procesarlo. Jamás imaginé que esa mujer, que alguna vez fue tan cercana, pudiera llegar a hacer algo así. Mi respiración se acelera mientras subo al asiento del conductor, el coche arranca a toda velocidad, deslizándose por las calles de la ciudad como una flecha, sorteando semáforos y esquivando vehículos, mientras Karim sigue en el asiento trasero, cada segundo se siente más crucial.El sonido del motor es lo único que consigo oír, ahogando mi mente que no para de martillar con pensamientos. La sangre se esparce por todo el asiento, empapando la tapicería. El sonido de la respiración entrecortada de Karim me hace mi