TRES SEMANAS DESPUÉSZAYED—Despierta… ¿Por qué no despiertas, gatita?Le susurro suavemente, sosteniendo su mano entre las mías. Llevo ya tres semanas en este hospital, un lugar que ahora parece una extensión de mi propia sombra. Clara continúa postrada en la cama, en silencio, sus párpados cerrados como si estuviera atrapada en un sueño del que no puede escapar. Los médicos le llaman “coma inducido,” pero para mí es una agonía. Día tras día, permanezco a su lado, en espera de ver sus ojos abrirse.Fue herida dos veces. Uno de los impactos perforó su abdomen, afortunadamente sin tocar ningún órgano vital. Pero el segundo fue un golpe cruel, una bala que rozó el lateral de su frente, atravesando su sien y dejando una herida que no solo destrozó parte del cráneo, sino también mi tranquilidad. Han tenido que reconstruir su cabeza, y el cerebro estuvo tan inflamado que los médicos optaron por el coma. Hace unas horas retiraron la medicación, la inflamación ha bajado… y, sin embargo, ella
CLARATodo en mi cuerpo parece pesar toneladas. Intento enfocar mis pensamientos, reunir algún sentido de control, pero cada esfuerzo se siente como escalar una montaña. El aire en la habitación es denso, y la luz de los fluorescentes atraviesa mis párpados como si estuviera hecha de espinas. El frío del lugar se cuela por cada rincón de mi piel, y el peso del dolor late en mi cabeza, pulsante e implacable. Algo en mi estómago arde y me recuerda que sigo aquí, aunque todavía estoy atrapada en esta burbuja de sufrimiento y confusión.Cuando logro abrir los ojos, todo a mi alrededor es una mezcla borrosa de tonos apagados, pero entre esa confusión, distingo una figura familiar, una que me transmite una extraña paz: Zayed. Mi mente intenta entender si se trata de una ilusión creada por mi propio anhelo de verlo o si, finalmente, estoy despierta y él realmente está aquí. Su presencia me calma, pero al mismo tiempo, la frustración de no poder comunicarme me quema por dentro. Intento formar
DÍAS DESPUÉSZAYEDVerla despertar, escucharla hablar, me llena de una alegría que no puedo describir con palabras. Está bien, está conmigo. Esa es la única verdad que importa ahora. Salgo de la habitación, dejándola sola con sus padres por un momento. El peso en mi pecho se ha vuelto más liviano, ella ya está a salvo. Camino por el pasillo y me dirijo hacia la pequeña sala de espera. Me siento con el cuerpo tenso tal vez por el día a dia. Con manos inquietas, tomo una taza de café. El calor del líquido me recorre la garganta, y por unos segundos, cierro los ojos mientras intento ordenar mis pensamientos.Saco mi teléfono y desbloqueo la pantalla. El Corán, ese libro que me acompaña desde siempre, aparece frente a mí. Mientras mis ojos recorren las palabras escritas en el libro sagrado, me sumerjo en un profundo silencio. He leído este versículo muchas veces antes, pero hoy algo ha cambiado. Como si, por fin, hubiera alcanzado una comprensión diferente, más evidente, de lo que realmen
CLARAAquella frase que sale de su boca me deja de piedra. Mi corazón se acelera y una mezcla de emociones me embarga, confundiendo cada fibra de mi ser. ¿Un hijo?…Eso es imposible. Mis pensamientos se arremolinan en caos, incrédulos, rechazando cada palabra que él acaba de decir. No puedo estar embarazada; no puedo ni quiero ser madre, no en medio de esta vida, no con él tomando decisiones por mí.Suelto una risa sarcástica, casi amarga. Él debe estar mintiéndome, buscando ocultar algo más. Esto debe ser otra de sus maniobras, una mentira elaborada para mantenerme aquí, atrapada.—Eso no es posible, Zayed. ¿Pretendes seguir ocultándome la verdad? Yo no puedo embarazarme, tengo un implante en mi brazo como método anticonceptivo —le espeto con frialdad, levantando el brazo y mostrando la parte interna de mi antebrazo como si fuera una prueba irrefutable de su engaño. Él rueda los ojos, y en ellos puedo distinguir algo que hasta ahora no había visto tan claramente: una sombra de culpa.
CLARAEl sol está en su punto más alto, derramando sus rayos intensos sobre mi rostro. La calidez del calor tropical me envuelve y puedo escuchar, como un murmullo lejano, el sonido rítmico de las olas rompiendo en la orilla, mezclado con el canto suave de las aves marinas que surcan el cielo azul. Siento la arena cálida y fina en mi espalda, cada grano presionando sutilmente contra mi piel, y una mano pequeña se desliza por mi mejilla con ternura, suave como una pluma.—Mami —una vocecita infantil llena de dulzura y calidez atraviesa mis pensamientos, sacándome de esa especie de trance.Parpadeo y abro los ojos lentamente. Ante mí, veo una pequeña figura, una imagen casi mágica. Es como verme reflejada en un espejo diminuto. Su cabello es corto, de un rubio cenizo idéntico al mío, y sus ojos, profundos y oscuros, revelan la esencia de su padre. Me observa con una inocencia y curiosidad que provocan una punzada de ternura en mi pecho. Es perfecto, una mezcla de ambos, un reflejo de lo
SEMANAS DESPUÉSZAYEDDesde mi posición, la observo. Clara está en el jardín, enfocada en su sesión de fisioterapia. Sus movimientos son lentos, precisos, casi calculados, pero se percibe su frustración en los pequeños gestos: un fruncir de ceño, un suspiro contenido. Es testaruda, lo suficiente como para no conformarse con menos de lo que consideraperfecto. Esa determinación me fascina y me irrita en igual medida. Pero la amo, profundamente.Hoy lleva un vestido corto, demasiado corto para mi gusto, de tiras finas y con una gola en la parte baja. Su pequeño vientre apenas se distingue, pero a mí me basta para recordarme lo frágiles que son ella y nuestro hijo. Mi mirada vuelve a posarse en los hombres que rondan la casa. No importa cuántas veces les haya dejado claro queevitaran mirarla, no puedo controlar sus ojos ni sus pensamientos. Ese vestido atrae miradas, y el simple hecho de saberlo me enerva.Volver a Dubái fue un reto monumental. Clara se negó rotundamente al principio. N
Clara Fontaine siempre había sido una mujer decidida. Con una altura que alcanzaba los 1.70 metros, su figura esbelta y tonificada reflejaba su compromiso con un estilo de vida activo y saludable. Su piel clara, con un ligero tono rosado, contrastaba con su cabello largo y ondulado, de un rubio cenizo que caía con gracia hasta la mitad de su espalda. Los ojos de Clara eran de un azul vibrante, capaces de transmitir tanto la determinación de una ejecutiva de negocios como la calidez de una amiga leal. Desde pequeña, su belleza había llamado la atención, pero fue su inteligencia y ambición lo que la llevaron a destacarse en un mundo dominado por hombres.Clara había crecido en una familia que valoraba la educación y el trabajo duro. Su padre, un reconocido ingeniero, siempre había alentado a sus hijos a superar las expectativas, a desafiar los límites de lo que se creía posible. Su madre, una ejecutiva de marketing, había enseñado a Clara el arte de la persuasión y la negociación desde
CLARAEl calor me golpea apenas bajo del avión. El viento caliente del desierto roza mi piel como una caricia abrasadora, y me siento invadida por una mezcla de incomodidad y emoción. Siempre es lo mismo cuando aterrizo en un país nuevo: esa ansiedad por lo desconocido, combinada con la adrenalina de saber que estoy a punto de enfrentar otro desafío. No soy de las que se intimidan fácilmente, pero Dubái, con su inmensidad y opulencia, emana una energía que no se puede ignorar.Desde la pista del aeropuerto, puedo ver el horizonte dominado por rascacielos imposibles, modernos y brillantes como espejos gigantes que desafían al cielo. Todo aquí parece haber sido elegido para demostrar poder, y me pregunto si esto es un reflejo de Zayed Al-Nahyan, el hombre al que estoy a punto de conocer. Un hombre del que he oído tantas historias, un hombre que, según dicen, tiene todo bajo control. Incluyendo a las personas que lo rodean.Pienso en los correos y las llamadas que precedieron este viaje.