CLARAAquella frase que sale de su boca me deja de piedra. Mi corazón se acelera y una mezcla de emociones me embarga, confundiendo cada fibra de mi ser. ¿Un hijo?…Eso es imposible. Mis pensamientos se arremolinan en caos, incrédulos, rechazando cada palabra que él acaba de decir. No puedo estar embarazada; no puedo ni quiero ser madre, no en medio de esta vida, no con él tomando decisiones por mí.Suelto una risa sarcástica, casi amarga. Él debe estar mintiéndome, buscando ocultar algo más. Esto debe ser otra de sus maniobras, una mentira elaborada para mantenerme aquí, atrapada.—Eso no es posible, Zayed. ¿Pretendes seguir ocultándome la verdad? Yo no puedo embarazarme, tengo un implante en mi brazo como método anticonceptivo —le espeto con frialdad, levantando el brazo y mostrando la parte interna de mi antebrazo como si fuera una prueba irrefutable de su engaño. Él rueda los ojos, y en ellos puedo distinguir algo que hasta ahora no había visto tan claramente: una sombra de culpa.
CLARAEl sol está en su punto más alto, derramando sus rayos intensos sobre mi rostro. La calidez del calor tropical me envuelve y puedo escuchar, como un murmullo lejano, el sonido rítmico de las olas rompiendo en la orilla, mezclado con el canto suave de las aves marinas que surcan el cielo azul. Siento la arena cálida y fina en mi espalda, cada grano presionando sutilmente contra mi piel, y una mano pequeña se desliza por mi mejilla con ternura, suave como una pluma.—Mami —una vocecita infantil llena de dulzura y calidez atraviesa mis pensamientos, sacándome de esa especie de trance.Parpadeo y abro los ojos lentamente. Ante mí, veo una pequeña figura, una imagen casi mágica. Es como verme reflejada en un espejo diminuto. Su cabello es corto, de un rubio cenizo idéntico al mío, y sus ojos, profundos y oscuros, revelan la esencia de su padre. Me observa con una inocencia y curiosidad que provocan una punzada de ternura en mi pecho. Es perfecto, una mezcla de ambos, un reflejo de lo
SEMANAS DESPUÉSZAYEDDesde mi posición, la observo. Clara está en el jardín, enfocada en su sesión de fisioterapia. Sus movimientos son lentos, precisos, casi calculados, pero se percibe su frustración en los pequeños gestos: un fruncir de ceño, un suspiro contenido. Es testaruda, lo suficiente como para no conformarse con menos de lo que consideraperfecto. Esa determinación me fascina y me irrita en igual medida. Pero la amo, profundamente.Hoy lleva un vestido corto, demasiado corto para mi gusto, de tiras finas y con una gola en la parte baja. Su pequeño vientre apenas se distingue, pero a mí me basta para recordarme lo frágiles que son ella y nuestro hijo. Mi mirada vuelve a posarse en los hombres que rondan la casa. No importa cuántas veces les haya dejado claro queevitaran mirarla, no puedo controlar sus ojos ni sus pensamientos. Ese vestido atrae miradas, y el simple hecho de saberlo me enerva.Volver a Dubái fue un reto monumental. Clara se negó rotundamente al principio. N
CLARAEl silencio en la habitación se torna asfixiante. Cada segundo que pasa sin una respuesta de Zayed es como una daga que me atraviesa el pecho, lenta y cruel. Lo observo mientras camina de un lado a otro, desnudo, su piel bronceada brillando bajo la luz tenue de la lámpara de noche. Sus músculos se tensan con cada movimiento, y aunque su cuerpo es una obra de arte que normalmente me haría perderme en su belleza, ahora no puedo. Mi mente está atrapada en un torbellino de pensamientos oscuros.Lo veo detenerse frente a la ventana, con las manos apoyadas en el marco. La brisa nocturna mueve ligeramente las cortinas, y el resplandor de las luces de la ciudad dibuja sombras en su rostro. Es un hombre atormentado, eso está claro. Sus ojos, normalmente llenos de esa chispa arrogante y segura, ahora están nublados, como si estuviera buscando las palabras correctas entre un mar de culpas y secretos.Cuando finalmente rompe el silencio, su voz es baja, pero cada palabra parece resonar con
MESES DESPUÉSCLARAEl aire se siente denso, pesado. Respiro con dificultad mientras intento acomodarme boca arriba en la cama, pero mi enorme vientre me lo impide. Muevo una pierna, luego la otra, pero ninguna posición parece suficiente para aliviar el malestar. El calor de la tarde no ayuda, y la presión en mi espalda baja me hace sentir que he estado cargando el peso del mundo durante semanas.Resoplo, frustrada, y mis manos se deslizan automáticamente hacia mi vientre, como si quisiera reconfortar al pequeño que crece dentro de mí.—¿Todo bien, gatita? —La voz de Zayed llega desde la puerta de la habitación, grave, cargada de preocupación.Levanto la vista y lo veo entrar con pasos decididos, su mirada directamente enfocada en mí. Su camisa blanca está ligeramente desabotonada, revelando su pecho que tanto me gusta, y lleva una bandeja con un vaso de agua y una fruta pelada, como si intuyera que necesito algo para refrescarme.—¡Dios! Esto es un trabajo de tiempo completo —respond
CLARAEl sonido del tráfico y el bullicio de voces me envuelven en una bruma de confusión. Mi cuerpo tiembla mientras mis dedos apenas logran sujetar el teléfono. Con el poco aliento que me queda, tecleo torpemente una única palabra:"Ayuda."Es lo único que consigo enviar antes de que el dispositivo se me resbale de las manos, cayendo al suelo con un golpe seco. Lágrimas calientes recorren mis mejillas, mezclándose con el sudor frío que cubre mi piel. Mi pecho arde, no solo por la herida, sino por el dolor desgarrador que me asfixia. Zayed… El pensamiento de su rostro me atormenta. No sé dónde está, no sé qué le harán, y esa incertidumbre me consume.–Tranquilícese –me dice un paramédico con voz firme pero amable–. Todo va a estar bien. Solo siga mi voz, ¿me oye? Manténgase despierta.Siento cómo presiona la herida en mi pecho, arrancándome un gemido involuntario. Cada movimiento es un recordatorio del daño que me han hecho, pero no puedo permitir que el dolor físico me venza. Él col
ZAYEDEl sabor metálico en mi boca me revuelve el estómago, la herida en mi pecho no deja de sangrar y apenas consigo mantenerme despierto. La imagen de Clara tirada en el pavimento, como un cadáver, tiene mi corazón en agonía. No sé qué sucedió con ella y mi hijo. Mi alma está destrozada y me es difícil mantener la compostura. Necesito verla, saber que están bien, estar con ella. Necesita de mí. No sé cómo, pero tengo que encontrarla, a ella y a mi bebé. No puedo dejarlos atrás.Estoy atado a una viga en el techo. Mi cuerpo no responde, pero sigo despierto. A mi lado, otro hombre, un socio de Dubái, se encuentra en la misma situación. Reconozco su rostro demacrado, y aunque está apenas consciente, lo sé: al igual que yo, está a punto de morir. La sangre cubre mi piel, empapando mi ropa y el suelo bajo mis pies. Intento liberarme con lo poco que me queda de fuerzas, pero mis manos no obedecen. La pérdida de sangre es tan grande que mi vista se nubla constantemente. La desesperación me
YUSUF Y NADIADÍAS DESPUÉSCLARASus pequeños y frágiles cuerpos duermen tranquilamente en las urnas transparentes que les brindan el calor que necesitan. Son tan diminutos, tan vulnerables, con sus pieles todavía rosadas y delgadas como papel. Los observo respirar con dificultad, sus pechos subiendo y bajando lentamente, sin percatarse del caos que se desata a su alrededor. Ignoran que nuestra familia se está desmoronando y que el mundo se nos vino encima y pretende tragarnos de un solo bocado.Cada movimiento me duele, la herida en mi vientre late con fuerza, recordandome lo fragil que estoy físicamente. Pero el dolor físico es como una brisa comparado con el tormento que me consume el alma. No me he movido de aquí ni un solo segundo desde que los colocaron en estas incubadoras. Yusuf y Nadia me necesitan. Todavía no he podido cargarlos en mis brazos, todavía no he sentido el calor de sus cuerpos contra el mío.Continuan alimentandolos con jeringas, con la leche que he podido extra