CLARARegresar a casa no se siente tan satisfactorio como imaginaba. Al cruzar la puerta, todo me resulta familiar pero extraño a la vez. No hay ningún olor a hogar, ningún ruido de fondo que llene el silencio. Camino despacio hacia la sala, observando cada detalle, desde las cortinas que siempre dejan pasar la luz hasta el sofá donde solía acurrucarme con una copa de vino después de un día largo. Pero hoy, en lugar de sentirme segura, todo se ve deslavado, frío. Es como si esta casa ya no me perteneciera.Saco el teléfono que Zayed me dio y, después de dudar un instante, lo enciendo. Mis dedos pasan lentamente sobre la pantalla mientras reviso mis fotos, mis contactos, los mensajes de amigos… Todo sigue igual, intacto. Es una extraña mezcla de consuelo y desazón. Con un suspiro, marco el número de papá y escucho cómo su voz llena el silencio de la habitación. Se le oye tan feliz, tan aliviado de escucharme, que casi me olvido de esta opresión en el pecho.—Papá, estoy de vuelta.Él p
ZAYEDEl punto rojo en la pantalla titila rítmicamente, una pequeña señal que se enciende y apaga, marcando su ubicación en tiempo real. Ese es su GPS, el chip que le instalé, una medida de protección que ahora se convierte en un recordatorio constante de su ausencia. Perdí la cuenta de cuántas horas llevo aquí, sentado en la penumbra, observando ese punto como si pudiera decirme algo más que simples coordenadas. Clara está lejos, a miles de kilómetros, pero esa luz roja me asegura que aún sigue bajo mi mirada, aunque solo sea en forma de una tenue chispa en la pantalla.Cada vez que veo el punto moverse, se dispara en mí un impulso: tomar el teléfono y llamarla, preguntarle adónde va, con quién está. Pero me contengo, porque sé que sería absurdo. Fui yo quien tomó la decisión de dejarla ir, quien habló con su padre y le exigió que la mantuviera lejos de nuestros negocios. Un intento estupido por mantenerla lejos de mi vida. Decidí apartarla porque es lo mejor para ella, porque involu
TRES SEMANAS DESPUÉSZAYED—Despierta… ¿Por qué no despiertas, gatita?Le susurro suavemente, sosteniendo su mano entre las mías. Llevo ya tres semanas en este hospital, un lugar que ahora parece una extensión de mi propia sombra. Clara continúa postrada en la cama, en silencio, sus párpados cerrados como si estuviera atrapada en un sueño del que no puede escapar. Los médicos le llaman “coma inducido,” pero para mí es una agonía. Día tras día, permanezco a su lado, en espera de ver sus ojos abrirse.Fue herida dos veces. Uno de los impactos perforó su abdomen, afortunadamente sin tocar ningún órgano vital. Pero el segundo fue un golpe cruel, una bala que rozó el lateral de su frente, atravesando su sien y dejando una herida que no solo destrozó parte del cráneo, sino también mi tranquilidad. Han tenido que reconstruir su cabeza, y el cerebro estuvo tan inflamado que los médicos optaron por el coma. Hace unas horas retiraron la medicación, la inflamación ha bajado… y, sin embargo, ella
CLARATodo en mi cuerpo parece pesar toneladas. Intento enfocar mis pensamientos, reunir algún sentido de control, pero cada esfuerzo se siente como escalar una montaña. El aire en la habitación es denso, y la luz de los fluorescentes atraviesa mis párpados como si estuviera hecha de espinas. El frío del lugar se cuela por cada rincón de mi piel, y el peso del dolor late en mi cabeza, pulsante e implacable. Algo en mi estómago arde y me recuerda que sigo aquí, aunque todavía estoy atrapada en esta burbuja de sufrimiento y confusión.Cuando logro abrir los ojos, todo a mi alrededor es una mezcla borrosa de tonos apagados, pero entre esa confusión, distingo una figura familiar, una que me transmite una extraña paz: Zayed. Mi mente intenta entender si se trata de una ilusión creada por mi propio anhelo de verlo o si, finalmente, estoy despierta y él realmente está aquí. Su presencia me calma, pero al mismo tiempo, la frustración de no poder comunicarme me quema por dentro. Intento formar
DÍAS DESPUÉSZAYEDVerla despertar, escucharla hablar, me llena de una alegría que no puedo describir con palabras. Está bien, está conmigo. Esa es la única verdad que importa ahora. Salgo de la habitación, dejándola sola con sus padres por un momento. El peso en mi pecho se ha vuelto más liviano, ella ya está a salvo. Camino por el pasillo y me dirijo hacia la pequeña sala de espera. Me siento con el cuerpo tenso tal vez por el día a dia. Con manos inquietas, tomo una taza de café. El calor del líquido me recorre la garganta, y por unos segundos, cierro los ojos mientras intento ordenar mis pensamientos.Saco mi teléfono y desbloqueo la pantalla. El Corán, ese libro que me acompaña desde siempre, aparece frente a mí. Mientras mis ojos recorren las palabras escritas en el libro sagrado, me sumerjo en un profundo silencio. He leído este versículo muchas veces antes, pero hoy algo ha cambiado. Como si, por fin, hubiera alcanzado una comprensión diferente, más evidente, de lo que realmen
CLARAAquella frase que sale de su boca me deja de piedra. Mi corazón se acelera y una mezcla de emociones me embarga, confundiendo cada fibra de mi ser. ¿Un hijo?…Eso es imposible. Mis pensamientos se arremolinan en caos, incrédulos, rechazando cada palabra que él acaba de decir. No puedo estar embarazada; no puedo ni quiero ser madre, no en medio de esta vida, no con él tomando decisiones por mí.Suelto una risa sarcástica, casi amarga. Él debe estar mintiéndome, buscando ocultar algo más. Esto debe ser otra de sus maniobras, una mentira elaborada para mantenerme aquí, atrapada.—Eso no es posible, Zayed. ¿Pretendes seguir ocultándome la verdad? Yo no puedo embarazarme, tengo un implante en mi brazo como método anticonceptivo —le espeto con frialdad, levantando el brazo y mostrando la parte interna de mi antebrazo como si fuera una prueba irrefutable de su engaño. Él rueda los ojos, y en ellos puedo distinguir algo que hasta ahora no había visto tan claramente: una sombra de culpa.
CLARAEl sol está en su punto más alto, derramando sus rayos intensos sobre mi rostro. La calidez del calor tropical me envuelve y puedo escuchar, como un murmullo lejano, el sonido rítmico de las olas rompiendo en la orilla, mezclado con el canto suave de las aves marinas que surcan el cielo azul. Siento la arena cálida y fina en mi espalda, cada grano presionando sutilmente contra mi piel, y una mano pequeña se desliza por mi mejilla con ternura, suave como una pluma.—Mami —una vocecita infantil llena de dulzura y calidez atraviesa mis pensamientos, sacándome de esa especie de trance.Parpadeo y abro los ojos lentamente. Ante mí, veo una pequeña figura, una imagen casi mágica. Es como verme reflejada en un espejo diminuto. Su cabello es corto, de un rubio cenizo idéntico al mío, y sus ojos, profundos y oscuros, revelan la esencia de su padre. Me observa con una inocencia y curiosidad que provocan una punzada de ternura en mi pecho. Es perfecto, una mezcla de ambos, un reflejo de lo
SEMANAS DESPUÉSZAYEDDesde mi posición, la observo. Clara está en el jardín, enfocada en su sesión de fisioterapia. Sus movimientos son lentos, precisos, casi calculados, pero se percibe su frustración en los pequeños gestos: un fruncir de ceño, un suspiro contenido. Es testaruda, lo suficiente como para no conformarse con menos de lo que consideraperfecto. Esa determinación me fascina y me irrita en igual medida. Pero la amo, profundamente.Hoy lleva un vestido corto, demasiado corto para mi gusto, de tiras finas y con una gola en la parte baja. Su pequeño vientre apenas se distingue, pero a mí me basta para recordarme lo frágiles que son ella y nuestro hijo. Mi mirada vuelve a posarse en los hombres que rondan la casa. No importa cuántas veces les haya dejado claro queevitaran mirarla, no puedo controlar sus ojos ni sus pensamientos. Ese vestido atrae miradas, y el simple hecho de saberlo me enerva.Volver a Dubái fue un reto monumental. Clara se negó rotundamente al principio. N