Con movimientos temblorosos, Jordan corrió hacia la mesa donde estaban los utensilios que el líder había preparado para torturar a Reinhardt. Sus ojos encontraron una pequeña sierra de metal, tosca pero afilada, y la aferró con fuerza.—¡Te voy a enseñar a no meterte en lo que no te importa! —exclamó el líder.Jordan se giró justo cuando el hombre se abalanzaba hacia su cuerpo, pero antes de que pudiera alcanzarlo, le arrojó lo último que tenía a mano: una lámpara de aceite.El impacto fue brutal. La lámpara se estrelló contra el lado de su cabeza, rompiéndose en pedazos y el vidrio laceró su piel. El líder soltó un rugido ahogado, tambaleándose hacia atrás con una mano cubriéndose la sien ensangrentada. La llama de la lámpara chisporroteó y se extinguió sobre el suelo.Jordan se acercó a Reinhardt, quien seguía atado a la silla y sin poder moverse. Las manos del chico temblaban mientras se arrodillaba junto a él, usando la pequeña sierra para cortar la gruesa cuerda que ataba sus muñ
Jordan, paralizado por el miedo, observó en silencio, incapaz de intervenir. ¿Qué podía hacer, de todos modos? La violencia desatada ante sus ojos era inhumana y no podía contemplarse a sí mismo actuando de esa forma, pero, al mismo tiempo, no podía dejar de mirar, casi hipnotizado por la intensidad de la escena. Los golpes de Reinhardt se sucedían sin piedad, dejando al líder inconsciente, tirado en el suelo y cubierto de sangre.Entonces, tomó el arma y descargó una bala en la cabeza de aquel tipo sin siquiera dudarlo. Minutos después, el par de hombres que trabajaban para el líder y quienes merodeaban por los alrededores de la cabaña, escucharon el disparo y el grito de su jefe. Corrieron hacia la cabaña alarmados, pero antes de que pudieran reaccionar, Reinhardt los vio y les disparó sin dudar. Los hombres cayeron uno tras otro, sin tiempo siquiera de sacar sus armas. La situación, que había comenzado como una confrontación, se había transformado en una masacre rápida y violenta.
Jordan respiró con dificultad, aún sintiendo los estragos de los golpes recibidos, pero sus palabras salieron de manera fluida.—Por otro lado, tú también me protegiste, Reinhardt. Me metiste en el maletero para que ellos no me vieran, para que no me trajeran aquí y me mataran. Sabías que no les importaría deshacerse de alguien como yo. Mírame —gesticuló hacia sí mismo—. Simplemente soy un campesino flacucho, sin habilidades para pelear. Habría sido el primero en morir, pues me hubieran matado porque solo sería un estorbo para ellos. Mi vida no tiene ningún valor para nadie, y aún así, tú... tú me protegiste.Hizo una pausa, mirándolo a los ojos, como si tratara de descifrar algo. Luego, su voz bajó un poco cuando continuó.—Debería ser yo el que te preguntara por qué lo hiciste. Pero ¿sabes qué, Reinhardt? No importa. Me da igual cuáles fueron tus razones. El punto es que me salvaste y por eso yo te salvé a ti.Reinhardt se quedó en silencio. Las palabras del chico parecían retumbar
Era el mediodía cuando el sol intenso calentaba la carretera repleta de polvo, y a su vez, iluminaba a un joven delgado de aspecto desaliñado que levantaba el pulgar con la esperanza de conseguir un aventón hacia la ciudad. Vestía una camisa blanca desgastada que se pegaba a su espalda debido al sudor, unos pantalones amarronados con tirantes y unos zapatos viejos del mismo color. Sobre su cabeza, reposaba un sombrero de paja deteriorado, el cual ofrecía poca protección a su rostro contra el calor. Su piel estaba ligeramente bronceada debido a su exposición a los rayos solares. Con la nariz y los pómulos enrojecidos a causa de los rayos ultravioletas, observaba la manera en que una fila de vehículos pasaba frente a él y ninguno se detenía para ofrecer su ayuda. Finalmente, tras varios intentos fallidos, un camión que transportaba árboles talados redujo la velocidad y se detuvo delante de él. Un hombre mayor, con barba canosa y semblante cansado, asomó la cabeza por la ventanilla.
Jordan frunció el ceño, mostrándose claramente perplejo. Antes de que el hombre se fuera, lo agarró del brazo.—¿A qué te refieres? ¿Por qué me estás diciendo eso? —preguntó, sintiendo la desesperación brotar en su voz.—No tengo nada más que decirte, niña. Ya vete, no hay lugar para ti aquí. Además, ¿cuántos años se supone que tienes? Este no es sitio para alguien como tú. Vete ya.—Pero… ¿por qué me dices eso? ¿Por qué me tratas como si fuera mujer? No soy mujer —insistió Jordan, sin soltar el brazo del hombre.Éste levantó una ceja, mirándolo como si acabara de decir algo completamente absurdo.—¿De qué estás hablando, niña? Puedo reconocer a una mujer desde kilómetros. Trabajo en esto, veo mujeres todos los días. ¿Quieres verme la cara de tonto?Jordan se quedó mudo, sin poder creer lo que oía.—No entiendo lo que dices. Te repito que no soy una mujer —declaró con seguridad. El hombre entornó los ojos, observándolo más de cerca.—¿Acaso estás tratando de hacerte pasar po
Decidido a ayudar, Jordan se arrojó al mar y llegó hasta el hombre. Comenzó a jalar las cadenas para sacarlas de la roca, pero fue inútil. También pensó en romper la piedra, pero eso era aún más complicado.Jordan subió a la superficie, tomó aire y volvió a sumergirse. Recordó la llave que uno de los hombres había arrojado al agua y empezó a buscarlo esperanzado. Quizás, podría ocurrir un milagro y encontrarlo.Buscó frenéticamente entre las piedras del fondo, sintiendo la desesperación crecer con cada segundo que pasaba. Finalmente, sus dedos rozaron algo metálico. Era la llave, la cual había sido arrojada cerca de Reinhardt para que éste se desesperara por querer tomarla y se ahogara más rápido. Jordan la tomó y se aproximó al hombre encadenado. Aun con sus manos moviéndose a causa de la agresividad del agua, logró abrir las cerraduras. Reinhardt, libre de las cadenas, nadó rápidamente hacia la superficie e inhaló una gran bocanada de aire, recuperándose en cuestión de segundos.
Reinhardt se mantuvo impasible. Sus ojos, oscuros y vacíos, no mostraban ni un rastro de emoción. La mano que sostenía el arma estaba firme, sin el más mínimo temblor, como si apuntar a la cabeza de Jordan fuera una acción cotidiana.—¿Crees que me importa? —dijo él, con una voz baja y helada, carente de cualquier rastro de humanidad. No había titubeo en su tono, ni rastro de compasión.En ese momento, Charlie intervino rápidamente. —Reinhardt, esto no es necesario. Este… muchacho vino ayer a pedir empleo y le dije que no. Ha vuelto para insistir, pero no hay nada para él aquí. Solo déjalo ir —farfulló. Sabía que Jordan no era hombre, pero seguía pensando en que solo era una jovencita que quizás tenía sus propios problemas y que esa era su forma de enfrentarse al mundo. Reinhardt no bajó el arma, pero Jordan creyó ingenuamente que Charlie podría ser capaz de controlarlo. —S-Sí, así es —se puso de pie lentamente—. P-Pero ya que me han rechazado por segunda vez, me voy p-para no
Jordan, por su parte, no reconoció a Reinhardt, pues no había visto su rostro claramente aquella noche. Reinhardt se quedó en silencio por un momento y decidió no revelar la razón por la que lo conocía. Se puso de pie y guardó su arma.—Veamos qué puedes hacer —articuló, a lo que Jordan fijó sus ojos llorosos en su rostro y lo miró con extrañeza. —¿Q-Qué… dijiste? —su nariz enrojecida brillaba debido a la luz del sótano. Reinhardt lo tomó del brazo y lo levantó del suelo con una fuerza bruta, llevándolo fuera de la habitación. Cada paso resonaba en el vacío del cabaret hasta que finalmente llegaron al gran salón donde se llevaban a cabo los espectáculos nocturnos.De pronto, el hombre empujó a Jordan hacia una silla frente al piano. —Siéntate —impuso, en lo que su voz resonó en la vastedad del sitio—. Quiero escuchar cómo tocas. Viniste para solicitar trabajo como pianista, ¿no? Ahora demuéstrame que tienes talento. Jordan se quedó confundido por la repentina orden del hom