Reinhardt se dejó caer pesadamente sobre la silla, observando a Jordan quien colocó otra silla frente a él y se sentó con determinación, inclinándose ligeramente hacia adelante. —Date vuelta —impuso el chico, a lo que el Jefe soltó un bufido, pero obedeció.Jordan primero trató la espalda, recorriéndola con sus dedos antes de aplicar la mezcla de hierbas. La piel del mafioso era dura y cálida, con cicatrices de batallas pasadas que contaban su propia historia. Jordan no podía evitar admirar la firmeza de su musculatura, la solidez de un cuerpo forjado por años de violencia y poder.Cuando terminó con la espalda, le pidió que girara de vuelta, para enfocarse ahora en las heridas del pecho. Sus dedos rozaron la piel desnuda de Reinhardt, sintiendo el latido fuerte y constante bajo la dureza de sus pectorales. Cada roce era un pequeño temblor en su propio interior, un calor que subía por su garganta y se instalaba en su rostro, obligándolo a desviar la mirada por momentos. Pero sus ojos
De pronto, Reinhardt se vio atrapado en una espiral de pensamientos. Mientras observaba a Jordan, todo lo que había intentado ignorar durante tanto tiempo comenzaba a hacerse evidente. Jordan podía ser delgado, pero Reinhardt había aprendido de la manera más dura que no era un hombre común. Cada vez que lo veía actuar, veía más allá de su apariencia. Podía tener miedo, sí, pero eso no lo detenía. No era un cobarde. Podía temblar de miedo, incluso sosteniendo un arma, pero aun así disparaba cuando era necesario. Esa era la diferencia. La fuerza de Jordan no era algo que se medía solo por su apariencia, sino por su voluntad de hacer lo que debía hacer, de enfrentarse a lo que fuera, sin importar las consecuencias. En este mundo de mafiosos, de violencia, de reglas sin piedad, Jordan había demostrado ser más fuerte que muchos, porque, a pesar de todo, nunca se rendía.Reinhardt lo veía crecer, transformarse, no solo por la dureza del entorno, sino por su propia capacidad de resistencia.
El alma de Jordan se sacudía como una barca en mitad de una tormenta, atrapado entre el miedo y la esperanza, mientras cada palabra de Reinhardt lo golpeaba como una ola inesperada. Nunca imaginó que aquel hombre, forjado en acero, pudiera abrir su pecho con tanta honestidad, con tanto deseo de quedarse a su lado. Era como ver el sol salir en un cielo que siempre creyó cubierto de nubes, una luz cálida y peligrosa que derretía cada una de sus defensas. Sentía que el mundo se tambaleaba bajo sus pies, como si estuviera caminando sobre hielo quebradizo y, aun así, no podía dejar de avanzar hacia él. Reinhardt le estaba entregando algo que parecía imposible en alguien como él: su vulnerabilidad. Y eso, más que cualquier caricia o promesa, era lo que le hacía temblar el corazón. Porque Jordan no sabía si debía rendirse al fuego o seguir huyendo de las llamas.—¿Qué quieres decir con eso, Reinhardt? ¿Qué estás intentando decirme? —cuestionó el chico.No era solo la confusión lo que lo domi
El alma de Jordan titiló como una vela al borde de apagarse, sacudida por el peso de una promesa que no sabía si estaba preparado para hacer. Las palabras de Reinhardt no eran dulces, no eran suaves, eran reales… crudas, y sin embargo, tenían la ternura de alguien que por fin se desarma.Jordan quería aferrarse a él, a ese hombre lleno de fuego, pero su pecho estaba hecho un nudo de contradicciones. ¿Cómo podía querer a alguien tan intensamente y temerlo al mismo tiempo? Sentía que su corazón era una casa a punto de incendiarse, y aún así, en medio del humo y del miedo, una parte de él deseaba arder con Reinhardt. Deseaba quedarse… pero no sabía si era valentía o locura. Y quizá, en ese instante, ambas cosas eran lo mismo.Jordan se sintió como un equilibrista sobre una cuerda tensa, con el abismo debajo y el deseo delante. Una parte de él ya había dado el primer paso, ya se había lanzado al vacío. Pero otra seguía aferrada a la orilla, temblorosa, incrédula.Quería responder. Quería
—No… no se trata de un asesinato —murmuró Jordan, como si cada palabra se abriera paso entre escombros de miedo—. Pero… sí borré todo rastro… de una mujer.Reinhardt se apartó un poco, no con violencia, sino con ese gesto leve y peligroso que suele preceder a una tormenta.Reinhardt no parecía horrorizado. Más bien, lo que se dibujaba en su rostro era otra cosa: confusión… y una sombra de celos. Como si la mención de una mujer fuera una amenaza.—¿Una mujer? —preguntó Reinhardt, con la mandíbula ligeramente tensa—. ¿De qué se trata? ¿Un crimen pasional? ¿Entonces… no eres del todo gay?La pregunta cayó como un balde de agua helada y Jordan se llevó una mano a la frente, frotándose las sienes. Era increíble que el chico pudiera enfrentarse a hombres armados, a persecuciones, a una vida escondido… y que, sin embargo, no pudiera pronunciar dos palabras. Solo dos."Soy mujer"Dos palabras que lo habían definido en secreto durante varios meses, y que ahora pesaban como si arrastraran el mu
Reinhardt fue el primero en notar algo extraño. Escuchó el crujido tenue de la madera al ser comprimida. Una pisada... luego otra. Lentas, avanzando hacia la entrada de la casa como si el destino mismo viniera a cobrarse una deuda.Jordan, aún sacudido por la conversación que no había podido terminar, no lo notó al principio, pero pronto escuchó también ese sonido. Por lo tanto, ambos se quedaron inmóviles.Reinhardt giró la cabeza hacia la puerta justo cuando la manija comenzó a moverse con lentitud. Y entonces ocurrió: la manija giró del todo y la puerta se abrió, lentamente, con un quejido largo y grave. No hubo forma de ocultarse, no hubo manera de evadir la mirada de la figura que se presentó en el umbral.Allí, de pie, como una sombra salida de una pesadilla, se encontraba Zaid. Su cuerpo seguía mostrando los rastros de un daño brutal, secuelas evidentes del atropello que Reinhardt le había causado. Aunque sus heridas no habían sanado del todo, había algo peor en él: su presenci
Era el mediodía cuando el sol intenso calentaba la carretera repleta de polvo, y a su vez, iluminaba a un joven delgado de aspecto desaliñado que levantaba el pulgar con la esperanza de conseguir un aventón hacia la ciudad. Vestía una camisa blanca desgastada que se pegaba a su espalda debido al sudor, unos pantalones amarronados con tirantes y unos zapatos viejos del mismo color. Sobre su cabeza, reposaba un sombrero de paja deteriorado, el cual ofrecía poca protección a su rostro contra el calor. Su piel estaba ligeramente bronceada debido a su exposición a los rayos solares. Con la nariz y los pómulos enrojecidos a causa de los rayos ultravioletas, observaba la manera en que una fila de vehículos pasaba frente a él y ninguno se detenía para ofrecer su ayuda. Finalmente, tras varios intentos fallidos, un camión que transportaba árboles talados redujo la velocidad y se detuvo delante de él. Un hombre mayor, con barba canosa y semblante cansado, asomó la cabeza por la ventanilla.
Jordan frunció el ceño, mostrándose claramente perplejo. Antes de que el hombre se fuera, lo agarró del brazo.—¿A qué te refieres? ¿Por qué me estás diciendo eso? —preguntó, sintiendo la desesperación brotar en su voz.—No tengo nada más que decirte, niña. Ya vete, no hay lugar para ti aquí. Además, ¿cuántos años se supone que tienes? Este no es sitio para alguien como tú. Vete ya.—Pero… ¿por qué me dices eso? ¿Por qué me tratas como si fuera mujer? No soy mujer —insistió Jordan, sin soltar el brazo del hombre.Éste levantó una ceja, mirándolo como si acabara de decir algo completamente absurdo.—¿De qué estás hablando, niña? Puedo reconocer a una mujer desde kilómetros. Trabajo en esto, veo mujeres todos los días. ¿Quieres verme la cara de tonto?Jordan se quedó mudo, sin poder creer lo que oía.—No entiendo lo que dices. Te repito que no soy una mujer —declaró con seguridad. El hombre entornó los ojos, observándolo más de cerca.—¿Acaso estás tratando de hacerte pasar po