GEORGINA
—Ese par tendrá buena acción esta noche. Que suertudo ese niño —dice con diversión cuando se posiciona frente al volante.
—Nada nuevo —murmuro, con acritud, pero creo que no me escucha. Eso es mejor.
He sabido que, por mucho tiempo, Paula intentó tener un hijo, pero no lo logró. Ahora ella es feliz con sus gemelos y dice estar aprovechando al máximo de la lívido del embarazo. Conociéndola, creo que esa es sólo una excusa para alardear de todo lo bien que la pasa con su ahora esposo.
—No entendiste, ¿cierto?
—¿Qué cosa?
Ladeo mi cabeza sin entender y sonríe con ternura. Esa es la peor mirada que el hombre por el que muere una mujer, le puede dar a ésta.
—El gesto que le hizo Brad a Paula —dice acercándose un poco más de lo necesario y niega tomando un mechón de mi cabello entre sus dedos y lo enreda, girándolo entre sus dedos. Odio que haga cosas como éstas y tener que repetirme constantemente que esto no significa nada—. Eres una niña inocente que necesita que la defiendan de éste mundo cruel y pervertido, mi bella minina.
Se acerca, tan lentamente que puedo sentir su cálido aliento acariciarme. Cierro los ojos, con esperanzas quizás, pero muerdo mi labio al sentir sus labios en mi frente como un balde de agua fría, y me encojo aún más escuchando cómo mi corazón es apuñalado por su indiferencia mientras agarra el cinturón de seguridad y asegurarlo para mí. Aprieto con más fuerza mis ojos esperando a que se aleje dejando mis neuronas intactas. Suspiro y los abro cuando tomamos camino y me quedo en mi asiento con el corazón revolucionado, mis manos temblando y mi mente perdida.
No creo que sepa que tan cruel ha sido el mundo conmigo, que, aunque sé que existen cosas peores, lo que me sucedió no es algo que una niña de dieciséis años deba vivir. Me enamoré día a día de un hombre que me prestaba más atención que mi propia familia, quienes daban por hecho que sería buena, cuando ellos ni siquiera me habían mostrado el significado de esa simple palabra. Mis padres tenían tanta confianza en él y yo igual estaba perdida en su encanto. Era diez años mayor que yo y sabía perfectamente lo que hacía cuando empezó a regalarme tonterías que sólo deslumbran a niñas estúpidas y palabras perfectas para atrapar en sus redes a alguien inexperto. Requerí de mucha ayuda psicológica en el centro de ayuda donde viví hasta que fui mayor de edad, para perdonarme por ser tan tonta.
[...]
—Llegamos —dice, y miro hacia mi casa soltando un suspiro.
Es una pequeña casa de dos pisos pintada de verde menta con bordes blancos, los mismos colores que tiene —o tenía, quizás—, la casa en la que crecí. En mi porche, tengo un columpio para dos personas donde me gusta sentarme a leer los fines de semana de verano luego de regar y podar mi colorido jardín. Es mi santuario de paz. Sarah dice que mi pequeña casa parece sacada de un cuento de hadas, con todos los colores pasteles y cojines por todos lados, tapetes felpudos y muebles antiguos. Dice que se parece a la casa de la abuelita de Caperucita Roja.
—Muchas gracias por traerme.
—No es nada, pequeña. Descansa.
Frunzo el ceño cuando no me vuelve a llamar «minina», pero lo dejo pasar. Intento que no se note mi decepción cuando no me pregunta qué haremos esta noche, si ver películas, jugar o qué hacer de cenar. Esta noche no se quedará como lo había estado haciendo desde que dejé su apartamento. Abro la puerta cuando veo que él hace lo mismo y sé que venía hacia mí. Levanto la mano para que no siga y me despido a lo lejos.
Camino afanosamente hacia mi casa, atravieso mi pequeño jardín, el cual me esfuerzo por cuidar y embellecer en mi tiempo libre. Es una actividad que me tranquiliza, además de estar con mis amigas hablando, así yo no lo haga mucho. El día que les conté parte de mi pasado, sentí un enorme alivio y no pude evitar llorar cuando me apoyaron esforzándose por hacerme sonreír para que olvidara ese trago amargo. Por eso, y más, las amo y doy gracias porque están en mi vida llenándola de alegría y esperanza.
Esperanza de que en este mundo sí existen personas con corazón.
Abro la puerta y giro sabiendo que él aún está allí esperando a que entre a mi casa. Levanto la mano y asiente antes de entrar al auto, pero no se va hasta que no me ve desaparecer de su vista.
Suspiro y llamo a mis gatitos antes de poner comida en sus platos vacíos. Son un par de cuerpos gordos que pronto empezarán a rodar hacia la comida. Ambos aparecen ronroneando y se enredan entre mis piernas demostrándome su cariño gatuno.
Ambos son gatos grises gordos y peludos. Achis es la hembra con preciosos ojos azules, perteneció a la dueña de la casa, una anciana a la que no le permitieron llevarse a su mascota a la casa de retiro donde vive ahora. La encontré en la casa el día en que me mudé y fue una gran y grata sorpresa el tener a tan bello huésped. Fue arisca por un tiempo, pero me imagino que se debió a que estuvo un largo tiempo sola. Le puse ese nombre, al no conocer el que tenía, cuando en esa misma semana, me resfrié y ella se espantaba cada vez que estornudaba. Erizaba su lomo de una manera muy graciosa, como si hubiera visto a un demonio. Sé que mis estornudos son muy agudos, pero no era para tanto.
En cuanto a Nulo, él tiene sus ojos bicolor, azul y verde, por lo demás, son exactamente iguales. A él lo compré en una tienda de mascotas a la que lo habían devuelto tres veces, pero su nombre se debió a que no tiene olfato. Él sólo hace lo que Achis hace y come lo que ella come. No confía en nadie más que en ella, así sea yo quien lo alimente. Ese es otra razón perfecta para su nombre. Su capacidad para confiar en las personas es tan nula como su olfato.
Ellos son mi compañía y los amo, así Paula los odie.
Descargo mi bolso y cuelgo mis llaves en el lugar de siempre, subo a mi habitación, la primera puerta junto a la escalera, para deshacerme de mi ropa de trabajo. Me pongo un par de pantalones de sudadera y la camisa azul oscuro con el logo de su universidad, Yale, que le robé a mi crush. Camino descalza por el piso de madera escuchando el tan familiar crujido de la madera a cada paso que doy y pongo un poco de música de John Legend para disponerme a calentar un poco de mis sobras de ayer antes de sentarme con mi libro en el alfeizar de la ventana, donde he dispuesto unos cojines hechos por mí, para leer.
Mientras espero el aviso del microondas, escucho una llamada entrante al teléfono de la casa y lo tomo enseguida. Recibir llamabas no es algo común para mí.
—¿Si?
—Nunca contestas mis llamadas, Georgina.
Suspiro al escuchar y reconocer ahora su voz. No sabe cuanto me alegra saber de él, que está bien y se escucha como un muchacho fuerte, pero detesto la razón por la que me llama, y no me gusta nada que ahora llame a mi casa.
—Debe ser porque no me interesa hablar contigo, Alvin.
—Hermanita, por favor. Necesito que vuelvas a casa. Mamá...
—Dije que no —sentencio y corto la llamada al tiempo que mi móvil suena.
Desconecto el teléfono fijo cuando vuelve a sonar y camino hacia mi bolso. Mi hermano lleva casi un año intentando hablar conmigo, pero nunca lo dejo hablar. No me interesa hacerlo. Él, Logan y papá se dieron vuelta y siguieron con sus vidas cuando mamá empezó a arrojar mi ropa a la calle como si fuera b****a mientras me gritaba lo zorra que era y cómo había dejado de pertenecer a esa familia. A ellos no les importó lo que sucedió conmigo, si tenía donde dormir o qué comer. No hay una razón por la que desee volver a ese lugar. Además, ya han pasado seis años desde que me fui y Mary, la que era mi única amiga en Tulsa, les dijo dónde estaba cuando viví en la casa hogar para adolescentes, y nunca fueron por mí.
No vale la pena volver a un lugar donde te consideran un desecho por haber cometido un error.
—Diga —contesto por inercia, tratando de calmarme.
—Voy a vomitar, mi preciosa minina.
—¿Está enfermo? Pero estaba bien hace un momento.
Ríe un poco y suspira, vuelve a erizar mi piel, antes de volver a hablar. Este hombre tiene un poder increíble sobre mi cuerpo. Es algo que ni la distancia puede mermar.
—Llegué al apartamento y mientras subía para ir a cambiarme, ya sabes, el gimnasio y esas cosas antes de trabajar un poco. El caso, mi delicada minina, es que escuché un grito en la habitación de Alex...
—¿Es él el enfermo?
—Nunca cambies, mi inocente minina —murmura divertido y hago un gesto de desagrado—. Doy gracias al maldito calambre en el cuello que me dio cuando giré, porque no estoy seguro de querer ver lo que hacía ese par.
—No entiendo.
Lo escucho reír y me empiezo a sentir estúpida. Creo que ya debería estar acostumbrada a este tipo de situaciones.
—Pues verás, nena. Alex gritaba el nombre de Sarah pidiendo más y créeme no quieres saber las explícitas imágenes que mi mente está creando.
—Dios... —susurro, espantada.
No me quiero imaginar tener que encontrar algo semejante.
—¿No se supone que somos las mujeres las que gritamos?
Adam ríe a carcajada tendida una vez más y arrugo mi frente. Sé que mi experiencia es limitada, pero él nunca hizo ningún sonido esas pocas veces que estuvo conmigo.
—Nosotros también gritamos, minina, sobre todo si nos trabajan de la manera correcta y tal parece que Sarah ya tiene el punto débil de mi amigo. Eso fue algo perturbador. Debí quedarme contigo esta noche como tanto quería, no sabes cuanto me arrepentí en cuanto cerraste la puerta, mi tierna minina. Ahora no estaría encerrado en mi estudio como si fuera una rata.
No sabe cuánto me mata con sus palabras. Si no fuera peligroso para mí, lo invitaría a venir. Es una mala idea, lo sé.
—¿Y un hotel?
—Ahora están en la sala, nena. No quiero presenciar algo semejante mientras intento huir por mi buena salud mental. Primero, no se me antoja ver a mi mejor amigo desnudo y aunque Sarah es de buen ver, eso conlleva a que alguien me arranque la cabeza y creo que la necesito por ahora.
Sonrío y niego divertida.
—Pobre de mi jefe.
—Geor, sabes que odio que me llames así o por mi apellido. Una cosa es el trabajo, pero fuera de allí...
—Adam —digo cortándolo.
Me gusta escucharlo hablar, pero a veces quisiera besarlo para que mis oídos descansen sin tener que alejarlo de mí.
—Subieron otra vez. ¿Qué crees que le hace tu amiga a mi amigo? ¿Tendrá unos de esos arnes como los que utiliza Heidy con Julia?
—¡Basta, Adam! —chillo escandalizada y él vuelve a reír.
Conozco ese arnés en particular. En una ocasión entré a buscar una crema para el cuerpo que Heidy me iba a prestar, había olvidado la mía aquí en casa, y encontré ese aparato en uno de los cajones. Tenía un miembro exageradamente grande y terminé impactada. Adam entró y se largó a reír antes de sacarme de la habitación de su amiga diciendo que eso era demasiado para su inocente minina. Fue horrible y de solo pensar en que Sarah...
—Te imaginas a Sarah con uno de eso y a Alex en la posición del perrito...
—¡Basta o no volveré a hablar contigo, Adam!
Vuelve a reír y sacudo mi cabeza intentando no imaginarlo.
—Joder. Háblame algo bonito, nena. Vomitaré luego de reír si sigo con esa imagen en mi cabeza.
Yo igual, pero sin la risa. Alex es un hombre bastante grande y quizás lo haría por amor a su rubia, pero no creo que mi amiga sea de las mujeres a las que les gustan esas cosas. Si fuera Paula, lo creería.
Suelto un chillido involuntario que hace reír a Adam, seguramente adivinando que no puedo sacar esa imagen de mi cabeza, ahora sumándole la imagen de Paula y Brad en esa misma posición.
Que asco.
GEORGINA—¿Estás lista para la fiesta? —pregunta Paula, mientras almorzamos.Me alivia saber que, tanto ella como Sarah, también irán a la fiesta. El sujeto que cumple años es el hermano mayor de Brad y es amigo también de Alexander, él es la razón por la que adelantaron su viaje de regreso a casa. Dicen que es un popular corredor de la NASCAR, pero yo nunca había escuchado de él. Quizás porque nunca veo ningún tipo de deporte.—Debí decirle que no.—Nunca podrás decirle que no a ese hombre y él lo sabe, a pesar de que no quiera aprovecharse de ti. Parece que la edad le está afectando.Suspiro, no porque quiera qu
GEORGINA—Mierda —susurra Nicholas—. Cúbreme, cuñadita buenorra.Intenta esconderse tras Paula y ella ríe cuando Brad golpea a su hermano alejando a su mujer. No entiendo lo que sucede, aunque ellos parece que sí. Sólo Sarah y yo parecemos perdidas. La mujer no demora en llegar y utiliza ese mismo impulso para abofetear al cumplimentado con mucha fuerza, que incluso a mí me duele. Él maldice sobando su mejilla y salta, todo antes de reír, se detiene al ver las lágrimas de la mujer correr como ríos.—No puedo creer que hayas hecho algo tan bajo y estúpido —dice ella hipando con tanta fuerza que casi no se le entiende. Nicholas tiene la decencia de avergonzarse por lo que haya pasado.&mda
GEORGINAMe asusto al escuchar un grito en particular, y me levanto de la silla al tiempo que veo a Alex atravesar la inútil puerta de vidrio tan molesto que asusta y tan rojo de la ira que preocupa. Veo a Sarah casi corre detrás de él viéndose igual de molesta.O quizás más.—¡Ni se te ocurra hacerlo, Alexander! —espeta ella, señalándole con un dedo y, a los costados, aprieta sus manos con fuerza.—No te preocupes. Nunca me molestaría en interesarme por las necesidades de tus hijos.—Eso es lo único que has escuchado —murmura ella, decepcionada—. &iqu
GEORGINAMe pongo un pantalón verde oscuro, una blusa negra sin mangas con pequeños lunares blancos, un saco gris y zapatos bajos negros. Johnny me envía un mensaje diciendo que está afuera y tomo mi bufanda, mis llaves y mi bolso.Sale de su auto en cuanto me ve salir y cierro mi puerta con llave. Escucho mi teléfono fijo sonar y suspiro. Espero que Alvin se canse pronto de llamar.—Hola —saluda con una bonita sonrisa y pasa la mano por su cabello castaño claro. Tiene los ojos parecidos a los de Brad, muy lindos y deslumbrantes—. ¿Lista?—Si.Besa mi mejilla y abre la puerta para mí, a cada segundo me contagia esa tranquilidad que siento cuando estoy a s
ADAMUna larga, larguísima noche. Eso es lo que he tenido y cada vez me siento más tenso. Ya saben, del tipo de tensión que tienes que encargarte solo o con compañía, pero no he podido. Parece que la edad me está cobrando mis andanzas y eso me asusta. Últimamente he preferido la soledad de mi mano, y no por gusto, pero aun así no funciona. Intenté tener sexo con Nathalie hace una semana y pasé vergüenza porque, porque, porque...Ahhh.No puedo ni decirlo.—Buenos días, bebé —saluda Heidy, con exceso de energía, como siempre.Meto mi cara en mi desayuno y como para no prestarle atención. Cada día sólo habla de Georgina, c
AdamAl llegar a su casa ella baja sin permitirme abrirle la puerta, como siempre. No sé qué es eso de no dejar que le abran la puerta del auto, no parece que sea de esas mujeres feministas que no permiten que muevan un dedo por ellas porque les robarán la libertad y su amor propio. Eso, para mí, es desagradable. Cuando un hombre hace eso, sólo quiere ser educado y tratarlas bien, no robarles la identidad y hacerlas ver como si no sirvieran para nada.Pero no hay manera de discutir por algo así.La alcanzo y tomo su mano, porque ella es adictiva, baja la cabeza y la sujeta con fuerza mientras atravesamos su colorido jardín. Papá solía decir que mi madre amaba amaba los lugares como este. Ella no sabía nada de jardinerí
GeorginaNunca le creí con el descaro de venir hasta aquí y mostrarse en mi casa sin ninguna vergüenza. Tal parece que las personas crueles como él jamás tendrán una conciencia que los remuerda, ni pensar que solía creer que su comportamiento era normal; por eso entendí a Paula cuando nos habló de su madre manipuladora. El recordar cómo era él, con todo su brillante encanto y su falso cariño, y toda la ayuda que requerí para superarlo y superar la pérdida de mi hijo, es aún dolorosa. Ver su mirada dominante sobre mí cuando desperté fue muy abrumador. Agradezco que Adam estuviera a mi lado, ofreciéndome su apoyo y esa fuerza y seguridad que posee. También agradezco esa mentira, por muy loca que sea o que me tenga con los nervios de punta por ser la falsa esposa de Adam
Georgina—Mamá está enferma y quiere verte. —Niego, porque ella es a quien menos deseo ver, no después de todo lo que me gritó y de la manera como me trató. Cometí un error, pero luego de aceptarlo, comprendí que no merezco tal desprecio de la persona que me dio la vida—. Gina... Georgina, por favor. Está muriendo, no le queda mucho tiempo.Los ojos de Alvin se humedecen y mi corazón siente su dolor. No logro evitar que mis ojos se llenen de lágrimas.—¿Qué tiene?—Lupus. En los pulmones y está es su última etapa. Papá agotó todos nuestros recursos para que se curara, pero no hay tratamiento. Lo único que nos ha que