Arianna Aquiles acarició con su mirada mis piernas expuestas bajo el vestido corto y suelto de verano que había combinado con una cazadora de mezclilla. Las recorrió sin ningún pudor, en cuanto entré al elevador y las puertas se cerraron. Luego apartó la mirada bruscamente, apretando la mandíbula. Por lo que me pregunté, si acaso estaba molesto por verme. Éramos vecinos, aunque quizás, no estaba preparado para confraternizar todos los días o encontrarme tan a menudo. Así que, casi sin pensarlo, dije: —Es una casualidad habernos encontrado —. Aclaré, metiendo el móvil en el bolsillo de la chaqueta. Él dejó caer sus ojos sobre mí, oscuros y abrazadores —. No quiero que pienses que estaba esperando que entrases para acecharte —. Baje la mirada, entrelazando los dedos, sintiendo que me sonrojaba —. Eso sería raro…—Carraspee nerviosa. Levante la vista, al sentir que un sonido ronco similar a una risita ahogada, atravesando su garganta. —Nunca pensaría algo así —. Alzó una
Arianna Aquella, era la tercera noche que pasaría en el piso de Aquiles desde que me había mudado al departamento de su hermano y por tercera vez, al despertar después de un sueño ligero, descubrí que estaba sola en la enorme cama. La primera noche, creí que quizás él despertaba demasiado temprano. Sin embargo, la segunda noche, cuando comenzaba a dormirme, escuché que salía de la habitación y cerraba la puerta con cuidado. Esperé que regresara, aunque no lo hizo y eso de alguna manera me hizo sentir muy sola. Aquel pequeño gesto me hizo entender lo lejos que llegaba el acuerdo privado que habíamos realizado. Un acuerdo que no incluía sentimientos. Lo que era un problema, porque yo tenía sentimientos incontrolables, creciendo con cada momento, mirada o gesto que compartíamos. Esa noche también me dejo sola en la cama después de saciarse por completo de mi cuerpo. Solo que en esa ocasión no pude soportarlo y luego de colocarme el vestido ajado lo mejor que pude, salí de la ha
Arianna No fue fácil recuperar el control sobre mis emociones. Sin embargo, no podía permitirme quedarme allí. De momento, lo importante, era salir del pasillo, antes de que alguien me viese con esos harapos. Así que, me dirigí hacia los ascensores, esperando que no hubiese nadie. Por desgracia, la suerte no estaba de mi lado. Las puertas se abrieron y dentro, se encontraba una mujer. Era un poco más alta que yo, su cabello rubio oscuro, caía por debajo de sus hombros y sus ojos eran de un gris azulado, precioso. No quería prejuzgarla, pero a primera vista, me pareció que era de esas chicas que miraban de costado a alguien como yo. No sé, era algo en su postura o la ropa a la moda que llevaba. Ella tenía la vista clavada en el frente y no se dio la vuelta cuando di un paso adelante, colocándome a su lado. —Hola —sonrió, sin voltearse —, me gusta ese perfume —. Inclinó la cabeza, inspirando con fuerza —. Es sexy, un día debes prestármelo, cuando quiera ligar —. Ahogó u
Aquiles —Hay algo diferente en ti —Eros me observó con los ojos entrecerrados, pateándome el balón —. ¿Te hiciste algo en el rostro? Lo tomé, colocándolo con el resto de los materiales deportivos. —¿Qué? ¿Estás loco? —Él me miró divertido —. Nunca me haría nada en el rostro, no es que esté en contra, ni nada. Solo, no es para mí—. Se quitó los guantes de arquero para arrojarlos al cajón y yo tomé mi bolso, listo para ir a darme una larga ducha. —La revista Cosmopolitan, dice que una dosis adecuada de bótox, puede ayudar a prevenir el envejecimiento prematuro. —¿Lees una revista para mujeres de más de treinta? —Sonreí. —Sí, y no tiene nada de malo, a menos que tengas la masculinidad frágil. Aprendo sobre muchos temas y mis citas no pueden ser mejores. Ellas saben que las entiendo —. Se encogió de hombros —. Qué te digo, saben que siempre quiero saber más sobre el sexo opuesto. —De eso no me cabe la menor duda —negué con la cabeza, antes de estrecharle la mano a d
Arianna —No tenía idea de que tuvieses una cita con el señor D’Amico —le dije, invitándolo a sentarse, en tanto, yo rodeaba el escritorio para hacer lo mismo. —En realidad, no la tengo —. No apartó los ojos de los míos —. Solo estaba por la zona y pensé venir a saludar. —Vaya… Eso es muy amable, creo que le va a gustar verte. Aunque no sé si regresará o sí, acaso irá directamente a su casa. Hoy es el partido semanal con los empleados destacados —. Abrí el ordenador. —Entonces, tuve suerte de que no hayas sido una de las mejores —. Me sonrojé y él pareció satisfecho. —¿Vienes por alguna urbanización o por el centro comercial? —Cambie de tema y abrí la agenda de Aquiles, evitando su mirada —. Puedo agendarte para mañana mismo, si quieres. Ismael tomó asiento frente a mí, luego de soltar una carcajada ronca y observó cada rincón con curiosidad: —En realidad, no vine a verlo a él. Estoy aquí por ti. Creí que era lo suficiente obvio. Pero, es evidente que estoy perdiend
Arianna Su voz cruzó la habitación, mientras se acercaba y no se veía contento en lo más mínimo. Podía sentir el calor de su ira crepitando en el ambiente. Se percibía como un frente tormentoso, llenando la habitación. La electrizante sensación en el ambiente de que estaba siendo arrastrada al ojo del huracán. Pensé en rodear el mueble para escapar de él, aunque me fue imposible. Estaba congelada. Así que, me acorraló contra el escritorio, apretando mi cuerpo con el suyo. Tomo mi muslo con fuerza, oprimiéndolo, como si intentase marcar su territorio. Diciéndome sin palabras que le pertenecía. Su mano presionando con rudeza mi carne sobre el vestido, provocándome una sensación tan abrazadora que jadee con los labios entreabiertos, en busca de aire. —No tengo idea de que estás hablando —. Me escuché decir con la voz ronca. —¿No tienes idea? —Se aferró a mis caderas atrayéndome hacia él —. Quisiera poder decir que no me debes una explicación, pero no es eso lo que siento.
Arianna A las siete, tal como había dicho Aquiles, un mensajero toco a mi puerta y me entregó dos cajas de terciopelo negro que llevaban sobre la cubierta un precioso lazo dorado. La más grande, tenía una tarjeta pegada que decía: “úsame”. Con una sonrisa en los labios la abrí y encontré con un vestido rojo de gala. No puede evitar que mi corazón saltase en mi pecho, al tomarlo entre mis manos y probármelo sobre la bata, girando sobre mi misma como si aquello fuese un sueño. —Dios, es precioso y es un Versace —murmuré casi sin aliento, palideciendo al dejarlo sobre la cama con cuidado. Ansiosa por ver que contenía la otra. Era un par de zapatos de tacón alto revestido con piedras y un bolso de mano a juego. Observe durante un instante amabas cosas sin poder creérmelo. Nunca nadie antes había tenido un detalle como ese en toda mi vida. Acaricie con cuidado los zapatos. Las piedras parecían reales. ¿Lo serían? ¿Acaso tendría que comprar una caja de seguridad para ello
Arianna La obra se encontraba en italiano, por lo que no entendía lo que decían e intentaba adivinarlo a través de los gestos. Aun así, mi corazón se rompió en cientos de pedazos al ver a Orfeo llorando por su esposa. Me pregunté qué diría, apenada. Ya que gemía devastado por su perdida y me apoyé sobre la baranda, inclinándome un poco, como si solo con ese sencillo acto pudiese descubrir lo que significaban las palabras que salían de su boca. Entonces, para mi sorpresa, Aquiles, acercó sus labios a mi oído para recitar las líneas del cantante, mientras acariciaba mi espalda desnuda: —Mi esposa ha partido para jamás regresar y yo sigo aquí —. Tradujo rozando el lóbulo de mi oído con sus labios aterciopelados, en tanto continuaba trazando las curvas de mi espalda. Sentí un hormigueo cálido, sus manos eran sólidas, seguras y deseé poder congelar ese momento —… Si mis melodías tienen algún poder. Caeré en lo más profundo de los abismos. Fundiré el corazón del Rey Hades y te t